RELIGIÓN Y ECONOMÍA

Neoliberalismo y cristianismo: un oxímoron

Billy Graham

En América Latina y los Estados Unidos. y también en el Madrid de Isabel Díaz Ayuso, el neoliberalismo se ha aliado, entrelazado y fusionado con el cristianismo más conservador. Es un hecho incuestionable en los Estados Unidos de Donald Trump y en el Brasil de Bolsonaro. Recientemente una pastora ultraconservadora intervino en actos del PP de Madrid, para bendecir al líder del partido, Alberto Núñez Feijóo, a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, y al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. No es la primera vez que secunda a los populares, ni que habla de endemoniados y de pactos con el diablo.

Como señala Marco d´Eramo en su libro Dominio, al que recurrí en mi artículo anterior, lo realmente sorprendente es que la ideología neoliberal alardea de prescindir de la moralidad como método y como perspectiva, deifica el egoísmo personal, somete incluso el concepto de justicia a la medida de cuánto cuesta hacerla cumplir, no vacila ante la posibilidad de la esclavitud-muchos trabajadores son esclavos- ni de la compraventa de niños. Grandes empresas desplazan su producción a países, como la India, Indonesia, Filipinas, Tailandia, Vietnam; donde los trabajadores están sometidos a condiciones laborales espantosas, sin derechos ni garantías. Ha reaparecido el trabajo esclavo en los países pobres y también en los ricos.

En 2016 los esclavos llegaron a los 45,8 millones: 18 en India; 3,3 en China; 1,1 en Corea del Norte; y 1 en Rusia. Y en Italia se alcanza la cifra de 129.000. El desastre de abril de 2013 de Rana Plaza en Dacca de Bangla Desh, un taller textil donde hubo 1.134 víctimas es una muestra de modelo laboral neoliberal. No obstante, esos mismos multimillonarios como también muchas de sus fundaciones que patrocinan el capitalismo más duro y descarnado, que presionan por la globalización del mundo, financian y apoyan a la vez una religión identitaria y orientada a mantener las tradiciones.

En las largas horas de conducción en las jornadas en los Estados Unidos proliferan los sermones radiofónicos. Y en televisión, mientras zapeamos, nos encontramos en los distintos canales un telepredicador tras otro

Resulta un auténtico oxímoron. ¿Cómo es posible que los cristianos que ponen el núcleo de le ética en el amor incondicional al prójimo, en la compasión hacia el que sufre, en la solidaridad sin límites, en la fraternidad universal y en el perdón, apoyen a la vez una ideología, la neoliberal, que se fundamenta en el interés propio y en el más crudo egoísmo? Por ello, es totalmente incompatible el neoliberalismo con la ética cristiana.

Un cristiano si es coherente, no debería votar a una opción política defensora del neoliberalismo. Si lo hace está traicionando y pervirtiendo el cristianismo auténtico. Es decir, el que emana directamente de los Evangelios, cuya máxima regla de oro es “ama al prójimo como a ti mismo”. Más todavía, en la versión del Evangelio de San Juan, se sugiere: “ama a tu prójimo más que a ti mismo”. Cuándo la ínclita Isabel Díaz Ayuso rebaja impuestos a los más ricos, y eso supone dejar en la intemperie a amplios sectores de la sociedad, ¿cómo encaja dentro de los valores del cristianismo?

Estas preguntas ya se las planteó Wendy Brown después de que el masivo voto de los cristianos conservadores asegurara la reelección de George Bush Jr. para su segundo mandato. Los cristianos votantes a Isabel Díaz Ayuso, se las deberían plantear también.  ¿Cómo es posible que una racionalidad que es explícitamente amoral tanto en los medios como en los fines (neoliberalismo) pueda cruzarse y compaginarse con otra explícitamente moral y normativa (neoconservadurismo)? ¿Cómo es posible que un proyecto que vacía el mundo de sentido, que deprecia y desarraiga la vida y alimenta explotando el deseo, acabe mezclándose con otro basado en fijar e imponer significados, en mantener ciertos estilos de vida, en reprimir y contener el deseo? ¿Cómo es posible una idea de gobernanza cimentada sobre el modelo de la empresa y una sociedad del beneficio personal por encima de todo, sin pensar en los demás, pueda compaginarse con una idea de gobernanza basada en el modelo de autoridad de la Iglesia y en un modelo de sociedad del sacrificio y de lealtad filial?

Una primera respuesta muy clara es que los neoliberales se sirven de la religión para sus fines. Tampoco es una novedad en la historia. Nicolás Maquiavelo fue el primero en la Europa cristiana en señalar que la religión se introdujo en las sociedades humanas como instrumento de gobierno, como ya lo hicieron los romanos. Para el filósofo y politólogo florentino la religión es una ficción, una impostura necesaria para disciplinar a las plebes. Para el filósofo Spinoza: “Ni Dios ni el diablo, ni el alma, ni el cielo, ni el infierno son iguales a cómo se nos pintan, y los teólogos, es decir, aquellos que nos venden fábulas por verdades divinamente reveladas, son todos, con la excepción de algunos ignorantes, gente de mala fe, que abusan de la credulidad e ingenuidad del pueblo para inculcarles lo que les interesa”.

Un documentp de la Fundación Heritage, corrobora lo expresado por su mismo título: Por qué la religión importa. El impacto de la práctica religiosa en la estabilidad social.

No obstante, no es la primera vez que el capitalismo el cristianismo se alían. Ya en 1905, Max Weber explicó cómo la ética protestante moldeaba el espíritu del capitalismo. Y a pesar de ello, no pudo el mismo evitar sorprenderse: “Pero precisamente esto es lo que al hombre precapitalista le parece tan inconcebible y misterioso, tan sucio y despreciable. Que alguien pueda convertir en fin exclusivo de su vida laboral la idea de bajar a la tumba, en su momento, cargado de mucho dinero y de bienes solo le parece explicable como resultado de instintos perversos”. Aquí también, sin embargo, se trata más de una actitud mental que de una posición política. En los mismos años que el sociólogo alemán trabajaba sobre los vínculos entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo, en los Estados Unidos se impuso la Biblia Scofield, nombre debido a una aventurero, falsario y convicto de muchos delitos. Su Biblia glosada por él en 1916, vendió dos millones de ejemplares en menos de dos años. Una nueva edición de 1967 vendió otros 2,5 millones.

Scofield fue de los primeros en hacer una selección arbitraria sobre los pasajes de la Biblia. Que el mundo fue creado exactamente 4.004 años antes de Cristo había que tomarlo al pie de la letra, de ahí se derivan todas las tesis creacionistas que se extienden en los Estados Unidos. En cambio, el Sermón de la Montaña debía interpretarse como una metáfora: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos…Pero ¡ay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo…porque gemiréis y lloraréis”. Según la Biblia de Scofield, esta metáfora se hará realidad solo en el milenio que precede al Apocalipsis, mientras que hasta ese lejano futuro buscar la riqueza no solo no será pecado, sino que constituirá un deber para el buen cristiano. ¡Que cinismo!

Desde el siglo XIX los grandes capitalistas y el ala conservadora del cristianismo han estado unidos por un adversario común: el obrerismo, el socialismo ateo y anticapitalista. De ahí que la relación entre el gran capital y el cristianismo conservador se hiciera más estrecha, en la década de los 30, para oponerse al New Deal de Roosevelt, cuando los trabajadores consiguieron victorias importantes en repuesta a la Gran Depresión. Hay que tener en cuenta que, tras la crisis de 1929, el gran capital estaba muy vilipendiado, pues el sufrimiento de millones de personas sin hogar y parados se atribuyó a la voracidad de los magnates de la industria y de la banca. El capitalismo quedó desacreditado por sus fracasos.

Fue entonces cuando las asociaciones patronales recurrieron a los predicadores para defender el capitalismo de la interferencia estatal. En la convención de la National Association of Manufacturers, de 1940, tomaron la palabra ejecutivos de la General Motors, Standard Oil, General Electric y otros. La intervención más aplaudida fue la de James W. Fifield Jr., conocido como el “apóstol de los millonarios”, que atacó el robo de la libertad estadounidense por parte de la New Deal y dijo que los grandes empresarios eran la fuente de salvación no del colapso de la economía.

El puente entre el Evangelio y el capitalismo lo constituía el individualismo: para estos predicadores, la salvación del alma es individual. Todo el mundo se salva a sí mismo y, por lo tanto, toda ética de la salvación debe basarse en la ética del individualismo, es decir, del capitalismo.

Así pues, después de la Segunda Guerra Mundial, al estallar la Guerra Fría, con el obvio enemigo comunista, la máquina cristiano-patronal estaba perfectamente ensamblada y preparada para usar la televisión.

El padre del fundamentalismo conservador moderno fue Billy Graham, que a finales de los años cuarenta lanzó sus cruzadas en varias ciudades estadounidenses, con el apoyo publicitario de los periódicos del magnate Randolph Hears. También durante la presidencia de Eisenhower nació la John Birch Society, financiada por los Koch (petroleros de Kansas) y por los Bradley (grandes empresarios). Tal asociación fue desde los primeros años una guarida de fanáticos antisemitas, racistas y paranoicos anticomunistas. De sus filas salieron en los setenta muchos líderes de la revolución cristiana conservadora que tomó el poder con Ronald Reagan. Reagan fue el primer candidato presidencial en imponer que el discurso de aceptación en la Convención de su partido terminara con un “God bless America!

Cuanto más amorales y asociales sean el mercado y la competencia, más necesario resulta un pegamento social extraeconómico

En las largas horas de conducción en las jornadas en los Estados Unidos proliferan los sermones radiofónicos. Y en televisión, mientras zapeamos, nos encontramos en los distintos canales un telepredicador tras otro. La televisión ha sido clave para la difusión del mensaje de los conservadores cristianos. En 1960 Pat Robertson fundó el Christian Broadcasting Network (CBN), que se ve en más de 200 países y en 70 idiomas. Su programa, el 700 Club lo ven un millón de personas. Robertson también fundó el International Family Entertainment Inc, un canal vía satélite con 63 millones de abonados.

Otro telepredicador, Jerry Falwell fundó en1979., la Moral Majority, movimiento antiabortista, antigay, antifeminista, creacionista, decisivo para llevar a Reagan a la Casa Blanca en 1980.

El final de la Guerra Fría y el 11 de septiembre obligaron a los conservadores cristianos a cambiar de rumbo. Han seguido siendo antisemitas, pero si antes su antisemitismo estaba dirigido a los judíos, desde entonces se dirigió hacia los árabes. Para Robertson, el islam es una religión que quiere destruir a las demás. Trump apoyó la falsa noticia de que Obama era en realidad un musulmán que había frecuentado las madrazas.

Pese a todo, sigue siendo un misterio por qué los grandes capitalistas alimentan una pasión tan desmedida por los fundamentalistas cristianos. La razón más profunda es la que sorprendía a la ya citada Wendy Brown: ninguna sociedad puede basarse en una racionalidad que es explícitamente amoral tanto en lo que atañe a los fines como a los medios, en un proyecto que vacía el mundo de sentido, que deprecia y desarraiga la vida y explota abiertamente el deseo.  En resumen, una sociedad no puede basarse en la cruda competencia. Lo sabían incluso los ordoliberales alemanes de la Escuela de Friburgo: “No pidamos a la competencia más de lo que pueda dar: es un principio de orden y de gestión en el sector particular de la economía de mercado y de la división del trabajo, pero no un principio sobre el que sea posible erigir una sociedad. Moral y sociológicamente es un principio peligroso, más disolvente que unificador. Si no se quiere que la competencia actúe como un explosivo social ni que degenere, eso presupone un encuadramiento aún más fuerte fuera de la economía, un marco político y moralidad de enorme solidez”.

Cuanto más amorales y asociales sean el mercado y la competencia, más necesario resulta un pegamento social extraeconómico. Una sospecha que ya se desprendía de una evidente inconsistencia de los neoliberales, cuando afirman como Friedman y Thatcher, que la unidad básica de la economía es indistintamente el individuo y la familia. Pero la familia solo puede considerarse una unidad si los lazos que la unen no son los del mercado, de lo contrario la familia debe escindirse en los individuos que la componen y no es una unidad económica. La unidad de base no puede ser a la vez el individuo y la familia, o el uno o la otra.

A propósito del fundamentalismo, otra razón, tal vez decisiva, de la fascinación mutua que el cristianismo conservador y el neoliberalismo tienen entre sí es que el libre mercado es una auténtica fe, con sus misioneros, sus apóstoles, sus propios templos (los bancos) y sus mega-iglesias evangélicas. En el libre mercado y en la mano invisible no queda otra opción que creer, como hay que creer en la Trinidad o en la doble naturaleza humana y divina de Jesús.