viernes. 19.04.2024

Estoy leyendo el libro espléndido de Marco d´Eramo titulado Dominio. La guerra invisible de los poderosos contra los súbditos. Como señala en el mismo prólogo la tesis que trata de demostrar es que en los últimos 50 años se ha llevado a cabo una auténtica y gigantesca revolución de los ricos contra los pobres, de los amos contra los súbditos, de los dominadores contra los dominados.

No deja de ser llamativa las características de esta revolución, porque en el desarrollo de la historia vinculamos  la palabra revolución con los oprimidos que se levantan contra sus opresores. No faltan ejemplos en la historia; los niveladores que decapitaron al rey Carlos I en 1649; los sans-culottes entrando en La Bastilla en 1789 y las posterior guillotina aplicada a Luis XVI en 1793; los esclavos negros haitianos que en 1791 incendiaron las plantaciones de sus amos y en 1801 declararon la independencia de Haití: o los bolcheviques tomando el Palacio de Invierno en San Petersburgo en 1917 y el posterior fusilamiento en 1918 del zar Nicolás II; Castro y el Ché Guevara asaltando el cuartel Moncada en 1953 y expulsando al dictador Fulgencio Batista en 1959.     

En los EEUU los 20 más ricos tienen una fortuna equivalente a lo que poseen la mitad de los norteamericanos (unos 160 millones). Algo sin parangón en la historia de la humanidad.      

Esta revolución de los ricos, se ha producido sin que nos diéramos cuenta, ha sido una revolución invisible, una “stealth revolution”, la revolución sigilosa, como la ha denominado la filósofa estadounidense Wendy Brown, donde el adjetivo stealth, “sigiloso” se usa en la terminología bélica, de la aviación militar: los bombarderos son stealth si no permiten que los detecten los rádares.        

     

Esta metáfora militar es muy idónea, porque de lo que se trata es de una auténtica guerra, por más que se haya realizado sin que nos hayamos percatado. Ya lo reconoció en 2006, uno de los hombres más ricos del mundo, Warren Buffett, cuando comunicó a un reportero del New York Times: “Es evidente que hay una guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, quien la encabeza, y estamos venciendo”. Cinco años después, en 2011, Buffet reiteró el concepto afirmado “no ya que los ricos estaban venciendo esa guerra de clases, sino que ya la habían vencido”. Y un columnista del Washington Post matizaba: “Si ha habido una guerra de clases en este país, se ha librado desde arriba hacia abajo durante décadas, Y los ricos han ganado”. No es un extremista quien habla de guerra de clases de arriba hacia abajo, sino uno de sus protagonistas. Y la victoria ha sido por goleada, y los vencidos sentimos vergüenza de mencionarla.

Es un hecho incuestionable, nada más hay que constatar el trasvase de rentas producido en estas décadas desde el mundo del trabajo hacia el capital. Jeffrey Winters ha estudiado en el libro Oligarquía (2011) la historia de los más ricos, desde las oligarquías de la Antigua Grecia hasta los multimillonarios que hoy lideran el ranking de Forbes. Examina las estrategias de las grandes fortunas para defender sus bienes y los problemas que su éxito está causando al mundo moderno. Han pasado ya doce años de su publicación, pero es plenamente vigente. Hoy 62 personas tienen la misma riqueza que la mitad de los habitantes del planeta (unos 3.600 millones).

En los EEUU los 20 más ricos tienen una fortuna equivalente a lo que poseen la mitad de los norteamericanos (unos 160 millones). Algo sin parangón en la historia de la humanidad. Un senador del imperio romano en la cima de la escala social, era 10 mil veces más rico que una persona promedio. En EEUU, los 500 más ricos tienen cada uno 16 mil veces más que un americano promedio. Ni siquiera en las épocas con esclavos, la riqueza estaba tan concentrada como hoy.

Ese triunfo de los de arriba sobre los de abajo ha sido posible por la implantación del neoliberalismo.  En el libro hay dos capítulos titulados: Fábricas de ideas de asalto y Las ideas son armas. Donde señala  que si las ideas son armas, entonces los neoliberales han puesto sus miras en las universidades como los lugares donde se procesan y se diseñan. Los think tanks son las fábricas donde esas ideas se empaquetan materialmente en una forma utilizable.

Los medios de comunicación de masas constituyen el sistema de distribución de estas ideas empaquetadas, el sistema que las difunde entre el público en general consigue que se adopten y se utilicen, y hace que se conviertan en “opinión pública”. Por eso, los neoliberales han dedicado tanto dinero y energía a reconquistar el mundo académico, a reconvertirlo a la ideología liberalista. Y ponen mucho dinero en los think tanks. En relación a los medios de comunicación de masas, estos necesitaban inversiones menos grandes, porque ahora casi todos los medios de masas son intensivos en capital y, por lo tanto, ya casi todos trabajan para el proyecto neoliberal.

Como contraste, durante varias décadas, en la izquierda hemos pensado que las ideas son algo por lo que se lucha, no algo con lo que se lucha. No las vemos como herramientas que hay que producir y luego utilizar. ¿Cuáles son las nuevas ideas que se le han ocurrido a la izquierda en los últimos 40 años? Ideas para entender el mundo, ideas sobre cómo cambiarlo. Lo último, nos dice Eramo, que recuerdo son las tesis de André Gorz sobre el problema del tiempo (¿tiempo libre o tiempo liberado?). Hace tiempo que no producimos ninguna idea. Después de todo, lo de que estoy hablando en Dominio es lo inverso de la vieja consigna de que “el movimiento obrero recogerá las banderas que deje caer la burguesía”.

En este caso, vimos a la burguesía (seamos claros con la palabra: por burguesía no entiendo notarios, abogados, médicos, clase media-alta, sino me refiero a los poseedores del capital, en el sentido marxiano) hacer suya la idea de hegemonía que la izquierda ha olvidado. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos planteamos el problema de cómo conquistar o recuperar una hegemonía que creíamos haber arrebatado en los años sesenta, principios de los setenta?

Este combate de los neoliberales duro y contracorriente finalmente alcanzaría su éxito en la segunda mitad de los años 70, después de la crisis de 1973, que cuestionó todo el modelo económico de la posguerra.

Lo que para los observadores contemporáneos aparece como una batalla de intereses contrapuestos, que es zanjada por el voto de las masas, ha sido generalmente decidido mucho tiempo antes con una batalla de las ideas en un círculo restringido. En una entrevista en el diario “Le Figaro”, Sarkozy afirmó que: “en el fondo, he hecho mío el análisis de Gramsci: el poder se gana por las ideas”. Consciente de esta circunstancia la derecha ha sabido jugar sus cartas en esta batalla, y desde hace varias décadas tiene estratégicamente la hegemonía ideológica, y también la hegemonía política. Mas no ha sido siempre así.

Al final de la II Guerra Mundial, estaba vigente la doctrina de Keynes y se iniciaban en Europa occidental políticas dirigidas a la implantación del Estado de bienestar. Por ello, en abril de 1947 se reunió en el “Hotel du Parc”, en Mont-Pèlerin, en Suiza, un grupo de 39 personas entre ellas: Friedman, Lippman, Salvador de Madariaga, Von Mises, Popper.. con el objetivo de desarrollar fundamentos teóricos y programáticos del neoliberalismo, promocionar las ideas neoliberales, combatir el intervencionismo económico gubernamental, el keynesianismo y el Estado de bienestar, y lograr una reacción favorable a un capitalismo libre de trabas sociales y políticas.

Este combate de los neoliberales duro y contracorriente finalmente alcanzaría su éxito en la segunda mitad de los años 70, después de la crisis de 1973, que cuestionó todo el modelo económico de la posguerra. Su victoria fue producto de muchos años de lucha intelectual. Suele atribuirse al reaganismo, al thatcherismo y a la caída del Muro, pero la historia es más larga. Su triunfo se vio facilitado por la autocomplacencia de una izquierda autosatisfecha. Como dice Susan George “Si hay tres tipos de gente, los que hacen que las cosas sucedan, los que esperan que las cosas sucedan, y los que nunca se enteran de lo que sucede; los neoliberales pertenecen a la primera categoría y la mayoría de los progresistas a las dos restantes”. Estos son los hechos.

Según Xavier Domènech, al final de la II Guerra Mundial en Europa occidental la hegemonía fue la socialdemócrata, impregnada de la teoría económica keynesiana. Toda hegemonía implica una alianza, un pacto social de clases, donde una de ellas detenta la supremacía hasta tal punto que consigue convertir su proyecto de clase en un proyecto, que es percibido ya no como de clase, sino como el común y extensible a todas ellas y a toda la sociedad. Este proceso de construcción de la hegemonía, implica una operación cultural compleja, mas tiene una base consensuada y presupone un pacto social.

El neoliberalismo dinamitó el pacto social posterior a la II Guerra Mundial, realizado entre la democracia cristiana y la socialdemocracia, que estuvo vigente hasta los años setenta del siglo XX. Si hoy se ha convertido en hegemónico el neoliberalismo, son tan responsables los que lo han preconizado, como los que lo han consentido y asumido. En definitiva, se ha producido un pacto social. Mientras se expandía el neoliberalismo, ¿no gobernaban los González Mitterrand, Blair, Schröder, ZP-? Y sin embargo, los socialdemócratas aducen que los neoliberales son siempre los otros, los gobiernos conservadores, los grandes grupos financieros, mediáticos o políticos; pero no ellos.

Thatcher será un demonio, pero su pensamiento late en muchos corazones de una socialdemocracia que dejó de creer y de defender a las clases populares, y se formó en varias décadas en el pensamiento neoliberal hasta hacerse totalmente inservible como alternativa. Por ello, ya no sabe cómo emprender un nuevo camino al margen de todo aquello que ha asumido. Lo que empezó como una lucha de clases, iniciada e impulsada por las clases altas, transformándose en un nuevo pacto de clases, se convirtió finalmente en una nueva hegemonía,  la neoliberal, que no solo afecta a los partidos de la derecha

Por ello, en las últimas décadas, el debate público se ha desinteresado del aumento de la concentración, según el pensamiento económico dominante, para el que lo importante es el crecimiento económico. Robert Lucas, profesor de la Universidad de Chicago y Premio Nobel de Economía 1995, es un buen ejemplo: “Entre las tendencias dañinas para una economía bien fundada, la más seductora y la más venenosa, es la de poner el foco en la distribución”, escribió en 2003. Winters sostiene, sin embargo, que al olvidarse de la concentración, lo que se ha hecho es ignorar el poder político que esta genera. Advierte que a medida que la concentración crece, ese poder se hace más indomable, y que la voracidad del 1% más rico es consecuencia de la aparición de un poderoso actor: la industria de la defensa de la riqueza. Es “un ejército de profesionales muy preparados y bien remunerados, que piensan no solo en cómo hacer más ricos a sus empleadores, sino en cómo imponer políticamente las ideas que los benefician”.

La irresponsabilidad, insolidaridad y ceguera a los de arriba les impide ver que bajo sus pies se está forjando una bomba de relojería, presta a explotar.

Esa industria de defensa de la riqueza surgió en Europa y América como consecuencia de las alzas tributarías con que los países buscaron financiar los gastos de las dos guerras mundiales y el Estado de bienestar. Desde entones su misión es asesorar a los más ricos para neutralizar la amenaza redistributiva del Estado, por dos vías: desde centros de pensamiento y una extensa red de instituciones conservadoras que imponen: la redistribución es económicamente dañina y éticamente injusta»; y desde bufetes tributarios en los que abogados y economistas diseñan complejas redes legales para que los más ricos oculten sus ingresos y bienes a los Estados. Un ejemplo.

El economista de la Universidad de Harvard Gregory Mankiw, escribió en un artículo en 2013, En defensa del uno por ciento: “el grupo más rico ha hecho una contribución significativa a la economía y por ello se ha llevado una parte importante de las ganancias”. En las últimas décadas, las ganancias que se llevan, se habrían incrementado gracias a la revolución tecnológica que habría permitido que «un pequeño grupo de altamente educados y excepcionalmente talentosos individuos» obtengan «ingresos imposibles una generación atrás». Mankiw escribe pensando en Steve Jobs y en los millonarios que han cambiado el mundo desde Silicon Valley.

Los inéditos niveles de desigualdad actuales evidencian que la industria de defensa de la riqueza ha funcionado muy bien. Por ello, a la sociedad no le resulta estridente que existan desigualdades flagrantes. Asumimos que los exitosos se lo merecen. Y, junto a ello, la filosofía política ha sido incapaz de crear una teoría sobre la desigualdad admisible. Las «teorías de la justicia» de Rawls, Dworkin o Amartya Sen establecen el mínimo de bienes merecido por todos los ciudadanos. Pero nada de los límites de la desigualdad. Parece que, si la sociedad garantiza las mismas posibilidades a todos, algunos pueden enriquecerse sin límite. Una falta de idea alarmante. Sobre todo, porque el enriquecimiento escandaloso funciona desde ya, mientras que la igualación de los ciudadanos se demora. Necesitamos con urgencia una teoría política sobre las desigualdades admisibles. Sobre todo, porque la explosión de desigualdad está poniendo en crisis a nuestras democracias.

La irresponsabilidad, insolidaridad y ceguera a los de arriba les impide ver que bajo sus pies se está forjando una bomba de relojería, presta a explotar. Antonio Ariño y Juan Romero publicaron un libro de 2016 de título muy explícito La secesión de los ricos. La condición de ciudadano requiere un compromiso con el bien común, palabra hoy anacrónica. La secesión de los ricos es romper con ese compromiso. La manifestación más clara es el cambio de domicilio por razones fiscales. Abandono por puro egoísmo de responsabilidades por con tu  propio país. Son tiempos de secesiones. Ante la incomodidad nos vamos.

Lo acabamos de constatar en nuestro país con Rafael del Pino, presidente de Ferrovial. Los ricos han abierto la brecha, por la que pueden seguir otros.  Ya en 1996, Christopher Lasch en La rebelión de las elites y la traición a la democracia advirtió de la formación de una elite que tiende a separarse y a formar un mundo aparte: en hábitos, convicciones, recursos, aspiraciones y lealtades; una elite ávida, insegura, cosmopolita, extrañamente irresponsable.

No obstante, algún miembro de esas elites con una dosis de sensatez percibe que esta extrema desigualdad es insostenible. Se trata del multimillonario norteamericano Nick Hanauer que expone unas ideas muy interesantes en su artículo The Pitchforks Are Coming… For Us Plutocrats….Las Horcas están viniendo ... Para nosotros Plutócratas

Hanauer fue uno de los inversores en Amazon. Luego fundó Gear.com y aQuantive, que vendió a Microsoft en 2007 por 6.400 millones de dólares. Ahora se dedica al capital riesgo. No es la primera vez que ataca a los de su clase, pidiendo desde el inicio de la crisis más impuestos para los ricos. Igual que los ricos españoles. Ahora aboga elevar el salario mínimo para corregir la desigualdad porque, a la larga, también beneficiará a los ricos.

Recuerda que la desigualdad está agudizándose con gran rapidez: "El problema no es que haya desigualdad. Algo de desigualdad es intrínseco a cualquier economía capitalista funcional. El problema es que está en niveles históricamente altos y que esto está empeorando cada día. Nuestro país se está convirtiendo cada vez más rápido en una sociedad feudal más que en una sociedad capitalista".

Avisa que si la situación no cambia rápido se volverá a la Francia en el siglo XVIII, la anterior a la Revolución. Advierte a sus colegas: “despertad, esto no va a durar”. Por ello, pide medidas para acabar con la enorme desigualdad porque si no se actúa: "Las horcas (en referencia a la herramienta de labranza) vendrán a por nosotros. Ninguna sociedad puede aguantar esto”. En una sociedad altamente desigual, solo puede darse o un estado policial o una revolución.

No hay otros ejemplos. No es si va a pasar, es cuándo. Un día alguien se prende fuego en la calle, y entonces miles de personas salen a la calle y antes de que te des cuenta el país está ardiendo. Y no hay tiempo para ir al aeropuerto a coger el jet y volar a Nueva Zelanda. La revolución será terrible, pero sobre todo para nosotros. Asegura que lo irónico de la creciente desigualdad es que es innecesaria y autodestructiva.

Dominio. La guerra invisible de los poderosos contra los súbditos