sábado. 27.04.2024
Foto de archivo. Con el puño en alto, durante el Congreso del PSOE celebrado en agosto de 1976. Fecha aproximada. Horizontal
Foto de archivo

Mientras leemos encuestas que vaticinan la próxima victoria de la derecha en España, dentro de poco vamos a celebrar el cuarenta aniversario de aquel 28 de octubre de 1982 cuando Felipe González y Alfonso Guerra se asomaban a la ventana de un hotel madrileño para saludarnos a los que les habíamos acompañado en su viaje electoral al Gobierno de España. Porque Felipe, Alfonso y yo, y muchísimos otros, habíamos conseguido que, en el Congreso, fuera a haber 202 diputados (por entonces no era tan necesario añadir "y diputadas", aunque había algunas) del PSOE. Por el cambio, acuérdense. 

Y, la verdad, es que empezaron a cambiar cosas. No tantas como hubieran querido algunos, pero muchas más de lo que deseaban otros. Dicen que Guerra llegó a decir que a este país no lo iba a conocer "ni la madre que lo parió". Vete a saber si es verdad. No tengo a mano la estadística sobre la proporción de cosas que hubo que aprobar con decretos-ley pero, con 202 diputados, ya me dirán la falta que le hacía al gobierno un decreto ley, como la cosa no fuera de una urgencia extrema. A eso, le llamaban "el rodillo socialista". ¡Qué tiempos aquellos en los que no hacían falta populistas, separatistas y amigos de los terroristas para gobernar desde la izquierda! No como ahora.

Claro que ya no están ni Felipe, ni Alfonso. Ni yo tampoco, a pesar de que soy un poco, pero solo un poco, más joven. Como muchos otros, pienso mucho en ellos pero, como todavía me queda algún rastro de lucidez mental (y dada su cuantía no quiero presumir mucho de ella), no se me ocurre pensar que debieran/debiéramos de volver al poder, ni por la edad, ni, posiblemente por no conectar con el tiempo actual en la forma en que lo hacían/hacíamos hace cuarenta años. Alguien dijo que el PSOE, más que un partido, era una generación. Mas tarde, hubo un tiempo intermedio entre ayer y hoy que, en el PSOE, se oía el “Felipe vuelve” pero, hasta esos gritos hace tiempo que desaparecieron. Porque, como llegó a decir Lastra, ¡Ahora nos toca a nosotros! Y, tanta razón tenía que, no mucho después de decir eso, ya no le toca ni a ella. Y, es que, tempus fugit. 

Por razones que muchos expertos explican, y que otros muchos contra-expertos discuten, la sociedad española hace tiempo que ya no concede 202 diputados a ninguna fuerza política, ofrezca lo que ofrezca al electorado. En su lugar, el espectro político se ha dividido en multitud de grupos de distintos grados de conservadurismo, de progresismo, de diferentes geografías, autonómicas, provinciales y, dentro de algunos ayuntamientos, de barrios. Y, eso, conservando las leyes que exigen mayorías determinadas para conformar gobiernos. Al final, para gobernar, hay que terminar reuniendo todos esos grupos en, solo, dos bloques: derecha e izquierda. Vamos, como en la Asamblea Constituyente de Francia hace más de dos siglos

Por razones que muchos expertos explican, y que otros muchos contra-expertos discuten, la sociedad española hace tiempo que ya no concede 202 diputados a ninguna fuerza política

Si echamos la vista al frente veremos una intersección muy clara donde, por una parte, está ese denostado gobierno de coalición con populistas, etc, y, por otra parte, la derecha y la extrema derecha afilando sus armas y eligiendo nuevos modelos de coche oficial, quizás para no contaminarse si usan los actuales.

Si te gusta cualquiera de esos dos caminos, enhorabuena, tienes la esperanza de poder alcanzarlo. Incluso, uno de ellos ya está abierto al tráfico. Lo malo es si no te gusta ni la derecha ni los actuales socios del gobierno. En ese caso, te puede entrar una depresión muy profunda porque, por mucho que pongas otra dirección en el GPS, no vas a poder ir a ningún sitio distinto. Y, si tampoco te quieres hacer populista o separatista (terroristas, por suerte, hace tiempo que no hay), que son gente que todavía tiene esperanzas de encontrar el paraíso en este mundo, lo llevas muy mal.

En ese caso, quizás no sea mala idea avanzar mirando solo el retrovisor con nostalgia. Porque, si vemos el futuro con el pesimismo con que lo vio Stefan Zweig, podemos acabar como él, y no me refiero a irnos a Brasil, si no al otro barrio, de manera apresurada y voluntaria, acompañados por nuestra pareja y después de escribir ese libro titulado “El mundo de ayer” del que he tomado prestado el título para enriquecer estas líneas. Si quieres acabar como él, cosa que, ni yo ni tu pareja te aconsejamos, usa el retrovisor como único destino de tu mirada. Te la vas a pegar, seguro.

Yo, por mi parte, y aunque nunca me he considerado ejemplo de nada, miro, solo de vez en cuando, el retrovisor para afianzarme en la elección del camino que hace mucho tiempo elegí. Con todos mis respetos o, por lo menos los que se merezcan, por mí, la derecha no va a gobernar este país. Por eso, seguiré votando lo de siempre.

Y, cuando me da por la nostalgia, alterno la lectura de las aventuras del villano Pedro Sánchez en la prensa cotidiana, con la poesía de Wordsworth, cuando nos despreocupaba de que se hubiera acabado el esplendor en la hierba, ya que “no debemos afligirnos porqué la belleza permanece siempre en el recuerdo”.  

El mundo de ayer