jueves. 25.04.2024
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Lo que hasta algunos años atrás podía considerarse una preocupación, ha pasado a transformarse en un alerta latente, constante, presente y persistente. El crecimiento de la derecha más extrema en Europa y América Latina es una realidad irrefutable que irremediablemente palpita en las democracias de occidente. La irrupción de nuevas formaciones políticas reivindicativas de los idearios que retrotraen a la memoria colectiva a épocas oscuras de la historia, es un fenómeno imparable a ambos lados del Atlántico. No se trata sólo de un evento aislado, pasajero o sin sustento; sino que –contrariamente a lo que pudiera pensarse hace tan sólo algunas décadas atrás- es un resurgimiento que trae consigo las adhesiones necesarias para que lo más execrable de la condición humana vuelva a anidar en el corazón mismo de las democracias.    

La doctrina del odio, como condición sine qua non en la agenda de estos nuevos paradigmas de la derecha global más reaccionaria, ha encontrado un hueco por donde colarse para que su mensaje cale en una facción de la sociedad que, por propio prejuicio, por carencia de criterio o por la influencia de una idea de superioridad que le fue inoculada, replica un mensaje cargado de emociones tan retrógradas como siniestras.

Ese hueco es el que los medios de comunicación del poder económico concentrado ceden -sin escamotear privilegios de espacio- a quienes se abogan el “deber” de dirigir la realidad, según convenga a sus propios y mezquinos intereses.

El despliegue de propuestas de los nuevos adalides de la ultraderecha global logra de esta manera transformarse en sentido común. Es así como consigue convencer al idiota mediotizado de que los inmigrantes representan una amenaza, de que los pobres son pobres porque no se han esforzado, de que la posesión de armas de fuego es un derecho, de que el feminismo es una “radicalización de género”, de que la elección sexual es una aberración, de que los populismos de izquierda son el mal de las democracias modernas, etc, etc.

Los formadores de opinión cumplen un rol significativo y no menos preponderante en lo que más tarde, desde sus estrados en Congresos y Parlamentos, los líderes de la derecha del Siglo XXI se obcecarán por convertir en ley. Retrocesos extraordinarios para las libertades individuales, estigmatizaciones de razas y etnias, criminalización de la pobreza y su consecuente aporofobia, rechazo al inmigrante y asociación de éste a lo ilícito, persecución política a opositores, judicialización de quienes manifiesten su descontento, desmantelamiento de redes de contención social, minimización del Estado, precarización de condiciones laborales, desguace de lo público en pos de la obtención de beneficios a lo privado; medidas que previamente han sido temas de agenda de los medios dominantes, desde cuyas usinas los voceros del poder real han trabajado incansablemente para transformar en sentido común.        

El obrero que vota en contra de sus propios intereses y a favor de los de su amo es el ejemplo más cabal del poder de los medios dominantes

Desde que el ejercicio del periodismo dejó de ser un servicio social para convertirse en una herramienta de manipulación, los grandes holdings empresariales que aúnan a los grupos de medios más influyentes amalgamaron esfuerzos escudándose detrás del derecho a la libertad de expresión para, de esta manera, moldear la realidad en pos de perpetrar el viejo, nuevo e incuestionable orden mundial. Como repetidora serial la audiencia incauta hará eco de criterios ajenos sin percatarse de que está siendo víctima de una estafa que puede costarle caro. El obrero que vota en contra de sus propios intereses y a favor de los de su amo es el ejemplo más cabal del poder de los medios dominantes. El producto mejor terminado del capitalismo es el pobre de derecha, el afrodescendiente que vota a Trump, la mujer que vota a Vox, el empleado de comercio que vota a Macri, el defensor de los derechos humanos que vota a Bolsonaro. Es la constatación de que aquella advertencia que hace más de sesenta años dejó por escrito Malcom X, ya es un hecho irrefutable: “Cuídate de los medios de comunicación porque vas a terminar odiando al oprimido y amando al opresor”.

Abundan ejemplos de pueblos guiados a las urnas para darle el voto a su verdugo, aun sabiendo de antemano a qué clase de delincuente va a convertir en presidente de su país. Es el resultado de la complicidad y la unificación de esfuerzos entre la derecha y los medios dominantes, esos que deciden qué guerra es injusta y cuál otra está justificada; esos que determinan silenciar realidades o replicar falsedades según convenga a los intereses del amo que desde las sombras controla la “verdad”, tirando de los piolines como un titiritero.     

Son “ilegales” los cientos de seres humanos que mueren ahogados en el Mediterráneo año tras año en su desesperado periplo a Europa. No es ilegal, sin embargo, el expolio que los países de la Comunidad Europea han hecho en el Continente Africano, producto de lo cual miles de niños y niñas mueren de hambre sin que a los mandamases de la derecha criminal se les mueva un pelo. No hay cuestionamientos en las columnas de opinión que señalan al fenómeno de la inmigración como un problema de seguridad nacional, como una amenaza para la “normal” convivencia. No hay siquiera una mención de los años de hambre, guerra, muerte y desesperanza que padeció la vieja Europa, allá en los tiempos del hambre, cuando emigrar era la única salida razonable. Nada de esto parece haber sucedido según los formadores de opinión que se esmeran en borrar las manchas de su propia historia.

Es de esta manera que calan luego los discursos xenófobos y racistas emergidos de bocas resentidas, prepotentes y soberbias. Allí aparecen entonces, enfundados en falsos nacionalismos, los Abascales de una España que se creyó el ombligo del mundo cuando olvidó su propia y reciente historia de hambre y padecimientos. Allí aparecen los Trumps que elevan muros y proponen disparar a las piernas para repeler la “invasión” de esos seres humanos de segunda clase, provenientes todos de países estafados por el FMI o depredados por los gerentes de turno que la Casa Blanca coloca en sus presidencias. Y en el mismo caldo de cultivo, removido con destreza por los medios dominantes, giran con odio los patriotas a contramano que no dudarán en convertirse en héroes y se unirán a las fuerzas fascistas que, con orgullo supremacista, no dudarán en masacrar a quienes crea que debe masacrar, siempre en defensa de aquello que sus líderes y los medios le han dicho que está siendo amenazado. 

La realidad, la auténtica, no la que pretenden a diario los medios del establishment, indica que una nueva y feroz ola de fascismo se cierne sobre Europa y América Latina. Son más jóvenes y están decididos a enquistarse en el poder. Han regresado sin que les haya sido necesario un golpe de estado ni una guerra civil. Están aquí gracias a la influencia de sus medios en la frágil mentalidad del propenso a la idiotez.

La derecha se yergue, renovada, más salvaje y más brutal. Es un hecho. Pero también lo es que el progresismo no puede dejar pasar este momento histórico para quitarle la máscara. Para hacerle frente, “con dos cojones”. Para demostrar que a la derecha se la combate con ideas; que a la derecha no se le tiene miedo.

¿Miedo a la derecha?