martes. 16.04.2024

En los primeros días de la guerra que Putin ha lanzado contra el mundo pronunció unas palabras que me parecen definitorias, solemnes para sí mismo que aclaran por qué este Superman de pacotilla se ha lanzado a la conquista del mundo mediante una operación de acoso y derribo al vecino más próximo. Refiriéndose a la actividad de los pocos rusos que se han atrevido a oponerse de alguna manera a su carnicería, Putin les descalificaba diciendo que eran personas que mentalmente estaban allí. 

Por mentalmente allí quería decir en el otro lado, es de suponer que se refería a occidente según su nomenclatura fantasiosa que mezcla geografía con ética. Allí mentalmente claro, no queda otra pues físicamente los corajudos contestatarios andan esparcidos por excéntricas cárceles siberianas, indetectables comisarías o escondidos en lugares fuera del radar del FSB putinesco. Desde luego que quienes forman el escaso, aunque dicen que creciente grupo de opositores a la guerra y a Putin, seguro que están en una dimensión mental indetectable para los servicios secretos rusos. En cualquier caso, lo que parece determinante es la ambigua precisión del exKGB: están mentalmente allí. O sea que están en el respeto al derecho internacional, a la no injerencia ni desbordamiento de la integridad territorial de terceros, están en el respeto a los derechos humanos y el reforzamiento legal de los colectivos perseguidos por razones de género, identidad e inclinación sexual, credo, y sobre todo de ideas discrepantes.

Putin cree que las personas que rechazan la guerra por razones morales y/o políticas, son enajenados, están allí, en lo ajeno, en la lejanía mental. Lo ajeno visto de ese modo es el estar seducido por la creencia de que la civilización avanza hacia el progreso y la hermandad entre los hombres y las mujeres de todas partes, inaceptable para su proyecto neoimperial porque para el buen ruso putiniano, aproximarse a los logros civilizatorios te aleja del punto inamovible en el que la historia se detuvo: el imperio del zar o su franquicia stalinista. 

Putin quiere que el mundo se pare, aunque sea a hostias, mejor aún, que retroceda hasta revertir los años de forzado progresismo que hubo de asumir en el arranque del siglo

Si se repasa la hemeroteca se observará que cuando Putin hace esa descripción sicologista de la lejanía mental, no se refería a la quinta columna que husmea en toda contienda, para ésas acciones de retaguardia está descrito el paredón de las ordenanzas militares. No, Putin se refería a esos rusos que, de manera indolente, abrazan los principios contra los que se levanta la madre patria rusa que reclama una vuelta al mundo de Yalta y que no se salga jamás de ahí. Cualquier persona que discrepe de la interpretación de que el mundo está sujeto, mediante una chincheta como las mariposas del coleccionista a un cuadro de coordenadas fijas, será tenida por enajenada. Quien crea que el mundo se despliega en un movimiento constante guiado por el continuo avance en materia de derechos y que la guerra no puede impedirlo no es un traidor, es que está mentalmente allí.

Al principio me sonó a reproche a parte de su ciudadanía, a improperio para descalificar a los blandos y los tibios, pero más tarde comprendí que no era así, que su denuncia era un arma, una bomba lanzada contra su enemigo acérrimo, que no es Ucrania, sino el progreso. Putin quiere que el mundo se pare, aunque sea a hostias, mejor aún, que retroceda hasta revertir los años de forzado progresismo que hubo de asumir en el arranque del siglo. Y sabedor de que esa batalla retrohistórica no puede darse en soledad, ha constituido una red de alianzas con todo aquél dispuesto a detener y dar marcha atrás al desarrollo civilizatorio. Su amistad y promoción de los personaje más retrógrados del momento, su soltura en toda acción propia de un carcamal, le define como el campeón de la exclusión, se ha convertido en el linier que fija continuadamente quien está fuera de juego, quien está allí, lejos, sobre todo si lo está mentalmente.

Las admiraciones mutuas con Trump, Orban, Le Pen, Abascal, Lukashenko y otros cenutrios partidarios de dar marcha atrás al reloj de la historia, de abrazar banderas del pasado, de convertir a sus respectivas sociedades en una colección de nostálgicas estampas, es un movimiento bélico de carácter estratégico, pues antes de declarar la guerra a nadie, hay que identificarlo, etiquetarlo y denunciarlo para así poder bombardearlo tras habernos puesto a millones de nosotros allí, ese sitio en que caben las personas de todo tipo, las ideas que no ofenden y las formas políticas que no restringen derechos sino que promueven su multiplicación.

Putin sabía muy bien lo que decía cuando sostenía que su peor enemigo son aquéllos que están mentalmente allí.

Mentalmente allí