sábado. 20.04.2024
Murales_pintor_Diego_Rivera
Los murales del pintor Diego Rivera han sido considerados por algunos historiadores como la expresión de la 'leyenda negra' en América.

Acabar con la dictadura franquista no ha sido gratis y algunos de los efectos colaterales los estamos soportando. Por ejemplo, uno de ellos es la imposibilidad de consolidar una derecha política no franquista en nuestro país. Así vemos el colapso del partido de Ciudadanos, aunque es verdad que, en gran medida por errores propios, principalmente por uncirse al PP para llegar a Comunidades y Ayuntamiento, que a su vez el partido de Feijóo anda hermanado impúdicamente con la extrema derecha.

Pero en el fondo creo que también es verdad que hay un sustrato franquista en una parte de la derecha sociológica de este país, además de un espíritu anticatalanista. Este es un efecto colateral del franquismo sociológico, residual, pero no despreciable; y es tan poco despreciable que el PP no parece que pueda rehuirlo si quiere colocar a Feijóo en la Moncloa. Pero no quería centrarme en este efecto colateral porque ese efecto, si la izquierda política lo sabe aprovechar a base de inteligencia, puede consolidarse en esa misma Moncloa por varias legislaturas. Ese otro efecto colateral es cultural y tiene que ver con el error cometido durante la dictadura franquista y también en la llamada Transición –y que aún perdura– y es el hecho de que la izquierda en general –puede haber matices– utilizó contra el franquismo tópicos y falsedades elaboradas por otras culturas y otros países contra España. Es el caso de la Leyenda Negra.

La izquierda en general –puede haber matices– utilizó contra el franquismo tópicos y falsedades elaboradas por otras culturas y otros países contra España

Ese error aún lo estamos pagando porque lo que está en juego en el planeta en el presente y, sobre todo, en el futuro en mi opinión, son tres esferas globales de influencia cultural, a saber: la esfera anglo-yanqui actual, la futura influencia cultural de la dictadura china y el hispanismo, lo cual sí que nos atañe. Y detrás de esto hay millones de puestos de trabajo en juego, además de otras cosas, porque detrás de esto está una de las industrias más importantes para nuestro país que es la industria del idioma español. Los anglo-yanquis no temen la competencia que les pueda hacer la industria cultural del alemán, la del italiano e, incluso, la del francés, porque la lengua de este último está en decadencia y los otros apenas asoman la patita fuera de Europa. En cambio, el español ya lo hablan en torno a 600 millones de ciudadanos en los cinco continentes; en USA no parece que los gobiernos puedan frenar su expansión porque ésta está ligada a la emigración en su frontera sur; en Brasil fue declarado segundo idioma porque, como dijo un presidente de este país, el país tiene dos fronteras: al este el Atlántico y al oeste el español.

Este idioma, que nació en torno al año 1000 en la Castilla de entonces, es cada vez más demandado en todo el planeta. Y, por cierto, nadie ha hecho más por ese idioma que el genio más grande de la humanidad que fue Miguel Cervantes escribiendo el Quijote –además de otras obras inmortales– que hacen palidecer a los defensores de la “marca” Shakespeare como, por ejemplo, el tonto de Harold Bloom y su sesgado canon. Flaco favor nos hacen también hispanistas “amigos” que ahora niegan la decadencia hispana porque nunca hubo –según ellos– ascendencia, como es el caso de Henry Kamen en su La invención de España. Además, el futuro del español está ligado al idioma portugués por la importancia de Brasil y porque la posibilidad de la confluencia de ambos idiomas en uno es sólo cuestión de tiempo. En realidad, no tiene sentido que España y Portugal sean dos Estados diferentes y su unificación de alguna manera ayudaría muchísimo al hispanismo, unidad que quería el escritor portugués Saramago.

Por eso es hora de hacer examen de conciencia y propósito de enmienda para sacudirnos desde dentro las mentiras inglesas y holandesas sobre España, sobre la labor del imperio español en la actual América Latina. Fue Guillermo de Orange (1533-1584) uno de los primeros creadores e impulsores de la leyenda negra, aunque fuera con deseo en principio loable de conseguir la independencia para los actuales Países Bajos de la esfera católica imperial. Pero eso sólo fue loable –si es que lo fue– en sus principios y deseos, porque fue salir de su Málaga para caer en su Malagón, dado que salir del imperio católico supuso caer en el medievalismo protestante, que hundió la cultura de la actual Alemania hasta llegar al Romanticismo.

El español ya lo hablan en torno a 600 millones de ciudadanos en los cinco continentes; en USA no parece que los gobiernos puedan frenar su expansión

En efecto, el protestantismo al defender la predestinación y no las buenas obras, al considerar que la literatura no es invención, al considerar que el príncipeno debe preocuparse, ni procurar, ni financiar el arte en un momento en que los artistas y maestros dependían del erario público, al impedir la unificación de la actual Alemania, les impidió a los teutones de entonces tener un Renacimiento como el italiano y/o un Barroco como el español. Obsérvese que el máximo literato italiano es Dante que escribe su Comedia –luego apodada divina– entre 1304 y 1308; que el máximo representante del barroco español es Cervantes que escribe la suya que es el Quijote –y la obra cumbre de la humanidad– en 1605 la primera parte y en 1615 la segunda, que Calderón muere en 1680 y, en cambio, la actual Alemania tiene que esperar a los comienzos del siglo ¡XIX! para su Fausto de Goethe.

Y Francia se libró por los pelos, porque si llegan a triunfar los hugonotes el desastre hubiera sido parecido y hubieran tenido que esperar a ¡Víctor Hugo! y su grand siècle no hubiera existido –aunque no se pueda comparar con el español–; y es dudoso también que hubieran tenido la Revolución francesa, porque no la tuvo la Alemania de entonces por el colaboracionismo del protestantismo con los nobles para arrebatar las tierras a sus propios campesinos católicos. La ciencia y la técnica se pueden copiar e importa poco quién invente o descubra si no hay trabas para su transmigración, pero la Cultura y, en particular, la Literatura de cada país, sólo se puede traducir y eso malamente (traduttore, traditore).

El hispanismo debe dar las gracias a Lutero, Calvino y sus acólitos por haber quitado a esta nuestra cultura la competencia cultural germana hasta el siglo XIX, que es cuando se crea el estado alemán actual (y eso en el último tercio del siglo con Bismark). Algo parecido ha ocurrido con el anglicanismo porque, aparte de la marca Shakespeare, los ingleses han tenido que esperar también al siglo XIX (época victoriana) para tener una literatura de cierto empaque.

Decía que está en juego millones de puestos de trabajo porque ya calculó el economista e historiador José Luis García Delgado que la industria derivada del idioma español sobrepasaba los dos dígitos del PIB. Y en el futuro puede aumentar junto con el turismo –y más si puede ser además turismo cultural, sin desdeñar el de sol y playa– de tal manera que puedan alcanzar e incluso sobrepasar el 30% del PIB. No nos debe apenar que la industria cada vez aporte menos, porque lo mismo ha ocurrido con la inglesa, con la italiana y está ocurriendo con la francesa y con la alemana, a pesar de las cuantiosas subvenciones de estos países a ese sector. España puede alcanzar en breve tiempo los 100 millones de turistas a poco que se lo proponga. Y sin olvidarnos de Portugal, porque estos dos países están llamados tarde o temprano a una unión política más o menos laxa.

El hispanismo debe dar las gracias a Lutero, Calvino y sus acólitos por haber quitado a esta nuestra cultura la competencia cultural germana hasta el siglo XIX

Pero una de las tareas que tenemos que abordar es lo de sacudirnos la leyenda negra que utilizó o se apoyó nuestra izquierda en su lucha contra el franquismo. Por eso quiero traer aquí a colación el formidable libro de Marcelo Gullo Nada por lo que pedir perdón, donde el historiador argentino nos cuenta cuál fue en realidad el papel de los llamados conquistadores españoles. Sus sombras son una parte cierta de la leyenda negra, pero sus luces fueron formidables porque, cuando los hispanos conquistadores arribaron tierras americanas –Colón creyó hasta el final que habían llegado a la India– lucharon a favor de los pueblos sometidos por incas y aztecas y otros menos conocidos (pijaos, chiriguanos), los primeros dos imperios del continente con costumbres verdaderamente abyectas como era el canibalismo. Pero es que además de esta práctica –cuyo plato preferido por ejemplo por los aztecas eran los niños de menos de 12 años– estaba la prostitución obligada, practicada también por los aztecas.

Marcelo Gullo nos dice que “es un hecho irrefutable que las mujeres tarahumaras, mayas, zapotecas, olmecas, totonacas, oltecas, tlaxcaltecas, otomíes, y chichimecas fueron sistemáticamente violadas por los guerreros aztecas, lo que explica que todas ellas recibieran a Cortés y a sus tropas como libertadores y que odiaran a los varones de su propio pueblo”. En páginas anteriores nos dice Gullo lo siguiente: “¿Debe avergonzarse España por haber puesto fin al genocidio de zapotecas, tlapanecas, huexotcincas, atlixcas, tlaxcaltecas o tizauhcóacs que los aztecas estaban realizando en Mesoamérica?”. Y los ejemplos del historiador argentino se multiplican por este lado de la leyenda; del otro lado, con los anglos de siempre y Guillermo de Orange, Lutero, Calvino, de tal manera que llega hasta nuestros días. Oía y veía estos días algunos vídeos estupendos del joven filósofo español Ernesto de Castro –que recomiendo– donde, por ejemplo, decía que Francisco Suárez –el teólogo español de la escuela de Salamanca– le consideraba el idealista y supremacista germano Hegel, como “el hombre a batir”. Entonces se dirimía en todos los terrenos la lucha entre la Reforma protestante de Lutero y compañía y la Contrarreforma de Trento (1545-1563). Y el caso es que la forma que tuvo de combatir el idealismo alemán al racionalismo católico fue omitir simplemente a Suárez porque era y representaba la ortodoxia teológica católica frente al medievalismo protestante, es decir, frente a la obra de Lutero y los suyos, que supuso para la Alemania actual la vuelta al Medioevo.

Veamos lo que recoge Marcelo Gullo de Abraham M. Deborin –marxista, nada de filocatólico– de la arenga de Lutero a sus nobles príncipes de los cientos de estados germanos refiriéndose a los campesinos católicos: “Todo el que pueda aplastarlos, degollarlos y ensartarlos, en secreto y abiertamente, lo mismo que se mata a un perro rabioso. Por eso, amados señores, acudir en ayuda nuestra, salvadnos; que todos cuantos puedan, hieran, golpeen y degüellen, y si alguien alcanza la muerte, bienaventurado de él, pues no puede existir muerte mejor”. Este es Lutero y el luteranismo, lo que supuso una guerra durante más de un siglo entre los nobles teutones y los campesinos de sus propias tierras, porque tenían la desgracia de ser católicos, religión que heredaban sociológicamente como ocurre en todas partes. En los “tolerantes” Países Bajos de Guillermo de Orange echaron de Amsterdam al filósofo de origen portugués Barug Espinosa (1632-1677) por no aceptar el judaísmo ni ninguna religión oficial; en la “tolerante” Ginebra calvinista fue quemado vivo Miguel Servet en 1553 por no aceptar el misterio de la Santísima Trinidad y otras zarandajas.

Tenemos la oportunidad de sacudirnos la influencia anglo-yanqui para extender la de de 22 naciones que tienen el español como lengua vernácula

Volviendo al historiador Marcelo Gullo, podemos multiplicar los ejemplos que expone y a éste le podemos sumar la obra de Elvira Roca o la de Juan Eslava Galán y otros historiadores, que están desvelando las grandes mentiras de los septentrionales (anglos, holandeses y germanos principalmente) contra los meridionales (helenos, italianos, hispanos), porque los primeros sabían que la lucha por la supremacía se libra con todas las armas: militar, cultural, idiomática, política, ideológica, religiosa, diplomática, etc. Y el supremacismo germano –que en el fondo esconde un complejo de inferioridad–, cuyos máximos representantes han sido Goethe, Hegel, Nietzsche, Wagner, Heidegger, desembocó en el nazismo y en los 80 millones de muertos entre las dos guerras mundiales del siglo XX. Nada es inocente y menos cuando no lo parece. Es verdad que hay una diferencia, porque ahora la cultura helena e italiana, que siempre se ha de sustentar en un idioma, se han convertido en provinciales en un planeta globalizado en lo cultural, aunque su legado que es el helenismo y el renacentismo es envidiado e imperecedero; pero el hispanismo es actual, es planetario, universal, una alternativa al anglo-yanquismo y a lo que se nos viene desde Asia.

Y por eso –igual que el teólogo Suárez en el siglo XVI– somos el enemigo a batir. En el hispanismo, con la lengua y la cultura en español y desde el español, tenemos la oportunidad de sacudirnos la influencia anglo-yanqui para extender la de 22 naciones que tienen el español como lengua vernácula; que este idioma, junto con el portugués, supone actualmente más de 900 millones de hispano-portugueses hablantes nativos. Y la izquierda tiene también la oportunidad de dar un giro de 180 grados porque, lo que ya fue un error comprensible en la lucha contra la dictadura franquista, hoy sería un error enquistado contra el propio hispanismo cultural y los millones de puestos de trabajo en juego. Aunque solo sea por eso, que no solo ha de ser por eso. Hoy, defender el hispanismo, ensanchar sus límites con todos los medios pacíficos posibles respetando el planeta y a otras culturas, es también de izquierdas; es sobre todo de izquierdas. Desgraciadamente todavía hay muchos que desde las cátedras, desde la industria titulando en inglés, desde los llamados colegios bilingües, desde el desastre de Bolonia, desde la falta de revistas científicas reconocidas en español, etc., hay españoles, decía, que trabajan para el anglo-yanqui. Ahora toca ser de izquierdas en la Cultura y eso es defender el hispanismo en libertad, su ensanchamiento en el planeta, sin el menor asomo de chovinismo ni xenofobia, pero sin complejos.

La Leyenda Negra y la izquierda española