viernes. 26.04.2024
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El sindicalismo en Europa y en los EEUU, en su forma actual, es la respuesta ante la Segunda Revolución Industrial de finales del siglo XIX, más concretamente a partir de 1880, y perdurará en sus principales rasgos hasta finales de los años 60 con la crisis de crecimiento de los 70 y la emergencia del liberalismo radical.

Esa crisis supuso que el capitalismo, con la estrategia de recuperación de los beneficios empresariales ante el descenso de sus ganancias, rompió el acuerdo tácito que suponía un reparto de los ingresos entre empresarios y trabajadores. El ciclo de reparto estable se había roto en una dinámica donde los empresarios invertían con lo que ganaban y los trabajadores consumían con los salarios recibidos.

Era en un círculo virtuoso: nuevos salarios en forma de empleo y nuevos ingresos para la inversión de capital productivo. En pura lógica, el crecimiento constante de la economía comportaba puestos de trabajo fijos con poca precariedad y una especialización industrial (automoción, minería, transporte ferroviario, metal y química) de los trabajadores en sectores que fueron la base del sindicalismo.

  1. El predominio en el empleo del sector servicios de salud y de ocio
  2. La ruptura del reparto de ganancias empresariales
  3. El efecto en cascada de la desigualdad
  4. Primera idea: El pasado ya pasó
  5. Segunda idea: mejorar y fortalecer la relación con los partidos de izquierdas
  6. Tercera idea: construir un buen vínculo con los movimientos sociales y ayudar a que se revitalicen
  7. Cuarta idea: se acabó el liderazgo del obrero industrial
  8. Quinta idea: a medio plazo la solución es europea e internacional
  9. Sexta idea: la inmigración es una parte fundamental del futuro
  10. Séptima idea: el problema del funcionariado
  11. Octava idea: la vinculación estrecha con los científicos e investigadores
  12. Novena idea: hay que tener dirigentes sabios

De hecho, el sindicalismo nace en las zonas industriales europeas y tenía sus límites en las áreas industrializadas. Sus pretensiones estaban estrictamente limitadas a la empresa y no aspiraban a reformas sociales globales, salvo casos muy excepcionales. Se les ha llamado sindicalismo de empresa o de sector en contraposición a los sindicatos comunitarios, de corta duración, que trascendían los objetivos estrictamente limitados de los sectores industriales y se ampliaban a un escenario obrero donde la vida social y cultural adquiría importancia decisiva.

Un ejemplo suelen ser las comarcas mineras o los puertos, donde la ayuda mutua era importante. No debemos olvidar, tampoco, la pretensión, nunca conseguida, de sindicalismo sociopolítico de CCOO, aunque es discutible que tuviese aspiración comunitaria. 

El ciclo de reparto estable se había roto en una dinámica donde los empresarios invertían con lo que ganaban y los trabajadores consumían con los salarios recibidos

Se puede precisar que, en la posguerra, el apogeo del capitalismo, su éxito en forma de la sociedad de consumo legitimó ese modelo de sociedad y los sindicatos apartaron de su agenda la pretensión de transformación social, y, lógicamente, la de cambio total revolucionario. Los sindicatos se limitaron a negociar mejoras en un mundo en que todo mejoraba. El Estado se apropiaba de los avances sociales de la mano política de la socialdemocracia.

Con la crisis de los 70 el cántaro se rompió, y se pasó de negociar mejoras a intentar contener la avalancha depredadora que fragmentaba el mercado de trabajo y quebrantaba parcialmente el Estado Social. Y, claro, un sindicato no puede acreditarse si no obtiene beneficios para los trabajadores. De ahí la necesidad de explicar lo que ha pasado y así poder hacer un diagnóstico para encontrar una solución, que nunca podrá ser sin una transformación parcial del sistema. 

Esa ruptura del acuerdo implícito entre empresarios y trabajadores, y su consecuencia de deslegitimación de ambos, tiene una causa identificable clara: la saturación productiva del sistema capitalista en los llamados países desarrollados. En efecto, el estancamiento de los sectores industriales tradicionales impide la ampliación permanente de su potencial productivo e implica el fin del crecimiento real.

Así, ante la imposibilidad de vender más objetos, servicios e infraestructuras, las empresas han tenido una respuesta intuitiva inmediata: bajar los costes salariales con distintas estrategias entre la que sobresale la aplicación la tecnología disponible  para mantener beneficios o aumentarlos. Ello ha sido posible sacando del armario los proyectos científicos que no habían sido utilizados en sus plenas posibilidades. La ciencia se ha orientado, fundamentalmente en el terreno económico, hacia la construcción de una nueva base tecnológica que racionalice las actividades, haciéndolas más eficientes.

Es verdad que también ha generado nuevos productos, pero han sido, en la mayoría de los casos, mejoras de los ya existentes. Es decir, ha creado una base tecnológica nueva para la obtención de ganancias, no para resolver los problemas de la sociedad. Eso ha tenido unas consecuencias enormes sobre la fortaleza del sindicalismo, que ha pasado de ser el principal sujeto histórico de los 60 a ser uno más de los grupos que demandan mejoras o que defienden intereses que no forman, especialmente, parte del cuaderno ruta de los sindicatos.

Nos referimos a toda una serie de cuestiones sociales como son la salud (tanto de trabajadores como de consumidores), el medio ambiente, el feminismo, el medio rural, el urbanismo, el consumo alimentario, el trato de los animales, etc. Que se han convertido en agentes movilizadores en busca de atención.

En los 70 el cántaro se rompió, y se pasó de negociar mejoras a intentar contener la avalancha depredadora que fragmentaba el mercado de trabajo y quebrantaba el Estado Social

La revolución digital ha supuesto un cambio de paradigma laboral, no solo por el descenso del peso de la industria sino por el cambio de las profesiones con más peso en el mercado de trabajo y por la destrucción de la estabilidad en el empleo. Como hemos visto, dos factores determinan la identidad del momento: en primer lugar, el predominio en el empleo del sector servicios de salud y el sector ligado al ocio y entretenimiento; en segundo lugar, la ruptura del reparto equilibrado de los beneficios entre empresas y trabajadores. 

El predominio en el empleo del sector servicios de salud y de ocio

No hay excepciones en los países desarrollados: la desindustrialización es un hecho o una tendencia y los servicios de cuidados a la persona y el entretenimiento toman el relevo del empleo. En los EE. UU. en el 2031 sólo el 12,2% de trabajadores pertenecerán a la industria, mientras que el sector servicios alcanzará al 80,9%; la agricultura, silvicultura y pesca se quedarán en un 1,3%, mientras el sector público llegará al 6,9%; bonita cifra si consideramos que es un país liberal.

La ruptura del reparto de ganancias empresariales

En el gráfico siguiente, que es ya un clásico en los trabajos sobre el diagnóstico de la crisis, se puede observar que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el agotamiento del sistema capitalista en los 70, la productividad y el incremento salarial (Compensation en inglés, de ahí el nombre en el gráfico) iban a la par; a partir de ese momento, la curva de salarios se hunde vertiginosamente en relación con el crecimiento de esa productividad, la productividad crece un 59,7% y los salarios un 13,7%. Eso quiere decir que los beneficios bascularon a favor del empresariado y que los sindicatos no pudieron, o no supieron, evitarlo.

Esa desigualdad de reparto tiene repercusión sistémica en cascada por una razón: esos beneficios extraordinarios que han tenido, y siguen teniendo, las empresas, no han significado nuevas inversiones, empleos y más demanda, no. Los desmesurados beneficios que los poseedores de acciones obtienen gracias al reparto desigual, no van a actividades productivas generadoras de empleo, muy al contrario, se han dedicado a la recompra de acciones propias, a la compra de acciones existentes en el mercado y a la inversión inmobiliaria. 

El efecto en cascada de la desigualdad

  • Los beneficios han aumentado
  • Los salarios han crecido menos que los beneficios
  • Las inversiones se han estancado o reducido
  • Los beneficios se han dedicado a la compra de acciones existentes y a inmuebles
  • En consecuencia, los precios de los inmuebles y de las acciones han subido, a pesar de que vivamos una crisis de crecimiento y ha significado mayor desigualdad

Este círculo vicioso de aplicación de tecnologías, incremento de beneficios, empobrecimiento del mercado de trabajo, ausencia de inversiones e incremento patrimonial de los capitalistas supone la imposibilidad lógica del modelo capitalista actual, de cuya salud dependía la mejora de los trabajadores. Su fracaso podría arrastrar a los sindicatos a turbulencias sociales que podrían deslegitimar al sistema sin que “el pueblo” vea alternativas. Esa es una oportunidad y una obligación para el sindicato, para sus aliados históricos y los surgidos posteriormente: ir creando las respuestas y exigencias de un mundo que cambia, es la labor que espera.

Un escenario en el que el peso más importante lo van a tener los trabajadores de la hostelería, la salud, los servidores domésticos, cuidadores, transportistas y almacenadores, junto con una cifra significativa de funcionarios públicos. Difícil mercado para los sindicatos, una vez desaparecida la vanguardia obrera industrial y una vez que los trabajadores se refugian en la esfera familiar y prescinden de la posición de clase. Difícil escenario de futuro para los sindicatos.

Difícil para los sindicatos, una vez desaparecida la vanguardia obrera industrial y una vez que los trabajadores se refugian en la esfera familiar y prescinden de la posición de clase

Después de todo esto sólo cabe decir que sería una pretensión estúpida decir que existen soluciones fáciles o que los sindicatos deberían hacer esto o aquello. No obstante, es de vital importancia para una sociedad progresista un sindicalismo vivo, que sea querido y respetado, que ofrezca caminos y luche por emprenderlos. La aportación que se puede hacer es espigar unas ideas básicas que enmarquen las posibles estrategias a desarrollar. 

Primera idea: El pasado ya pasó

Como hemos visto, las relaciones de producción han cambiado y esas nuevas condiciones deben ser la base de la creación de una nueva estrategia sindical en la que la negociación colectiva en empresas y sectores sería una más de las herramientas a utilizar por el sindicato.

Segunda idea: mejorar y fortalecer la relación con los partidos de izquierdas

Al sindicato no sólo le conciernen las condiciones de trabajo y su entorno, también es importante influir en la cadena de causas: medio ambiente, urbanismo y vecindad, estrategia energética, alimentación popular, salud, cultura y muchos otros factores que llegan a la vida cotidiana de los trabajadores con efectos muchas veces indeseados, y que son percibidos sin visión de conjunto y sin una explicación que dé sentido a lo que les sucede. Sin esa explicación la respuesta puede ir en contra de los sindicatos.

Por ello, y como muchas de las medidas surgen de la esfera política, es imprescindible una relación fuerte con los partidos de izquierda, a pesar de las resistencias.

Tercera idea: construir un buen vínculo con los movimientos sociales y ayudar a que se revitalicen

Los sindicatos deben tener buenas relaciones y coordinarse con el tejido asociativo, sea general o temático. Es decir, no solo los sindicatos están en una situación de debilidad; de hecho, todo el entramado social intermedio ha sido desmantelado, tanto local como nacionalmente, y nos encontramos con la incapacidad política para identificar problemas y soluciones que nacen del asociacionismo. El sindicato tiene que nutrirse y apoyar este movimiento.

Cuarta idea: se acabó el liderazgo del obrero industrial

Es una obviedad. Los principales trabajadores del futuro van a ser los del sector de servicios, y esos son los que deben asumir el liderazgo del sindicato. Para ello tendrán que imaginar fórmulas eficaces para la afiliación y respuesta a las nuevas condiciones de trabajo. Pasos se están dando en esa dirección.

Quinta idea: a medio plazo la solución es europea e internacional

Ya sucede, pero el fortalecimiento de organizaciones supranacionales es vital en un mundo donde existe libre circulación de bienes y personas. Se han dado pasos, pero absolutamente insuficientes, ante la excelente coordinación de los capitalistas. Hay que asumir que el estado nacional ha dejado de ser el marco natural de la relación económica. 

Sexta idea: la inmigración es una parte fundamental del futuro

No nos podemos parar, exclusivamente, en las malas condiciones de trabajo de los inmigrantes, en algunos casos terribles. Hay que hacerlo y se está haciendo en la medida de las posibilidades, pero se nos escapa un hecho trascendental para el futuro: existen 7,6 millones de inmigrantes con residencia en España, la mayoría jóvenes de 25 a 39 años que, además, tienen descendencia numerosa.

Por el contrario, la población española se estancó en los años 80 con 39 millones de personas y solo remontó con la emigración a partir de los 90, llegando en la actualidad a los 47 millones de residentes. Los inmigrantes cubren grandes partes de nuestra actividad principal de los servicios y cuidados, pero, poco a poco, los hijos se van formando y no sería de extrañar que el futuro nos regalase un presidente del gobierno con origen en la emigración.

Los sindicatos no pueden ser ajenos a este colectivo que, con esfuerzo, está cooperando en el estado social español. 

Séptima idea: el problema del funcionariado

Los funcionarios públicos ascienden a casi 3,5 millones. Tienen un trabajo fijo de por vida y una mentalidad quizás ajenaa la realidad, pero son fundamentales si queremos crear un Estado que produzca muchos bienes comunes en contraposición a bienes individuales; salud, educación, investigación, administración, urbanismo, etc., deberán ser funciones básicas en una nueva y diferente etapa de crecimiento. El sindicato no sólo tiene que defender su existencia si no, también, construir una idea de las funciones que deben desarrollar en un futuro de crecimiento sostenible.

Octava idea: la vinculación estrecha con los científicos e investigadores

Un sindicato tiene que saber qué se espera en el futuro. El hecho de no ser conscientes de los peligros y las posibilidades de la tecnología nos ha llevado a una situación en la que el conocimiento humano, y los instrumentos genera, ha producido un estancamiento a medio plazo con altas condiciones de desigualdad, sin prácticamente ninguna oposición de los trabajadores. Los sindicatos deben tener orientación y no solo actuar solo ante los desperfectos que provoca el sistema. 

Novena idea: hay que tener dirigentes sabios

Como ya hemos visto, un sindicalismo a la defensiva tiene los días contados. Hay que hacer un enorme esfuerzo en cualificar a los sindicalistas. Ya no sirve solo el arrojo o el carisma, hace falta saber en que mundo vivimos y dotarse de hipótesis y teorías que expliquen lo que está pasando y hacia dónde vamos. Es imprescindible una escuela de calidad para los dirigentes para ir encontrando soluciones imaginativas basadas en el conocimiento de las características empresariales, sociales e institucionales de nuestro presente y del futuro. 

La incertidumbre del futuro sindical