miércoles. 24.04.2024
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Fernando VII felicitaba a Napoleón por sus victorias militares sobre los españoles durante la Guerra de la Independencia. En este contexto, ¿también le felicitaría cuando arrasó la ciudad de Zaragoza en el segundo Sitio, que se realizó entre el 20 de diciembre de 1808 y 20 de febrero de 1809?

Según aparece en el comentario de Vicente G. Olaya de "El País" al libro de Daniel Aquillué "Guerra y Cuchillo. Los Sitios de Zaragoza 1808-1809:

"Vino la derrota, con una ciudad sobre la que cayeron más de 32.000 bombas, con todas sus edificaciones convertidas en escombros y con dos de cada tres “paisanos” muertos en la batalla, más de 60.000 defensores fallecidos. Los franceses minaron una a una las manzanas de la ciudad, algo que hacían público en la prensa y que provocaba la estupefacción de los lectores franceses. “Qué clase de guerra era esa en la que había que hacer saltar por los aires manzanas enteras de casas de gente corriente. Los barrios de Santa Engracia y la Magdalena sufrieron esto especialmente, quedando devastados en escenas verdaderamente desoladoras”.

palafox
Monumento a Palafox. (Zaragaoza)

Otro detalle del libro es que "El general José de Palafox fue un militar de salón que desaparecía antes de las batallas con la excusa de que iba a pedir refuerzos". Además de incompetente a nivel de estrategia militar. Todos habían aprendido del Primer Sitio. Todos menos Palafox, que decidió acumular a más de 100.000 personas en una ciudad que no podía alimentarlas, no dejó ningún ejército de reserva fuera de la capital para atacar a los franceses por la retaguardia, no siguió los consejos de los militares que le pidieron que cambiara de táctica… “Consideraba que el cinturón de fortificaciones ideado le permitiría acantonar sin problemas a 32.421 supuestos soldados, en lo que se convertiría en un gran campamento atrincherado. Además, ahora no les iba a abandonar”. Tales datos tan negativos sobre la figura del general Palafox, los corrobora el profesor de Historia del IES “Ramón y Cajal” de Zaragoza, Alberto Martínez Cebolla, en su libro espléndido “El mito reflejado: la memoria de la Guerra de la Independencia y de los Sitios de Zaragoza en 1908 y 2008”. Eso no ha servido de impedimento para que en Zaragoza Palafox tenga un extraordinario monumento en la Plaza José María Forqué desde el año 2000. El monumento consiste en una escultura ecuestre de Palafox a tamaño 1/1,5 sobre un pedestal, alcanzando el mismo una altura de doce metros, de los cuales cuatro metros cuarenta y dos centímetros corresponden a la estatua de bronce. Palafox, el héroe de la Independencia, sable en mano, mira al Portillo encima de un pedestal decorado con el escudo de la ciudad y con una placa, ambos en bronce, con la leyenda de Pérez Galdós de su obra "Zaragoza" perteneciente a la serie Episodios Nacionales: "Entre las ruinas y los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde”. Una reflexión al respecto. Cuántas estatuas de homenaje se levantan por esta nuestra querida España a determinados personajes, cuyos méritos son muy cuestionables. Mas, todo vale para potenciar el nacionalismo español, como el monumento levantado al almirante Blas de Lezo en los Jardines del Descubrimiento de la plaza madrileña de Colón, el gran marino español del siglo XVIII que, apodado Mediohombre porque se quedó cojo, tuerto y manco por sus múltiples heridas en combate, que no perdió ni una sola batalla, derrotando a la armada de Edward Vernon, en la defensa de Cartagena de Indias durante el asedio inglés en 1741. La inauguración se realizó en noviembre de 2014, en un acto lleno de gran pompa y boato, con la presencia de la alcaldesa Ana Botella, la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre y el Rey Juan Carlos I. Cabe preguntarse, como señala Pablo Batalla Cueto en su libro Los nuevos odres del nacionalismo español. ¿a qué, a quiénes debe Blas de Lezo su resurrección? Puede que tenga algo que ver con un artículo de 2010 del popular y gran patriota, Arturo Pérez-Reverte, que tiene la costumbre de glosar gestas españolas en su columna de la revista XLSemanal, titulado “El vasco que humilló a los ingleses” y también con ForoCoches.  Ahí va un pequeño fragmento para disfrutar del gran Arturo: “

“Sus compañeros de la Real Armada lo llamaban Medio hombre, por lo que quedaba de él; pero los cojones siempre los tuvo intactos y en su sitio. Como los del caballo de Espartero…incapaces de quebrar su resistencia, los ingleses se retiraron con el rabo entre las piernas, y el amigo, el almirante Vernon se metió las medallas acuñadas en el ojete.

Juan Carlos I en la inauguración del monumento a Blas de Lezo
Juan Carlos I en la inauguración del monumento a Blas de Lezo

En la época de la gran “mitología histórica”, Lezo satisface las apetencias del nacionalismo español, mucho más que ninguna otra figura histórica de nuestro pasado. En unos momentos que crecen los nacionalismos subestatales, el origen vasco del militar, oriundo de una villa guipuzcoana de Pasajes y de quien se cuenta que sus convecinos lo llamaban Anka motz, patapalo en euskera, sirve perfecto didácticamente el que un euskaldun esté al servicio de la patria. A Lezo se le atribuye una virilidad chusca: de él cita con devoción ese batallón machista la anécdota, según la cual solía decir que un español tenía que mear apuntando siempre hacia Inglaterra. Muy en la línea del egregio y patriota escritor antes citado.

Pero retornemos al ínclito Fernando VII. No se puede olvidar. He comentado al principio cómo felicitaba a Napoleón por su victoria ante los españoles. Añadamos más detalles -ya los he citado en algún artículo anterior, pero conviene recordarlos a algunos españoles muy olvidadizos de determinados hechos de nuestra historia- recurriendo a un gran historiador Josep Fontana, a uno de sus mejores libros La crisis del Antiguo Régimen 18008-1833. Fernando VII fue sin ningún tipo de dudas el más taimado, el más cruel y el más dañino. En tiempos de la Guerra de la Independencia, mientras los españoles estaban luchando a muerte con el ejército francés invasor, como hemos visto en Zaragoza antes, su actuación fue vergonzosa. El 2 de abril de 1808 Fernando publicó un decreto condenando la malignidad de quienes pretendían crear malestar a los franceses. Tras la marcha de toda la familia real a Francia siguiendo los designios de Napoleón, las escenas que tuvieron lugar en Bayona fueron de una abyecta bajeza, cediendo tanto Carlos IV y Fernando VII todos sus derechos el emperador francés. Luego Fernando, su hermano Carlos y su tío Antonio marcharon a su cautiverio de Valençay, donde mostraron las más repulsivas pruebas de su vileza moral. Fernando felicitaría a Napoleón por sus victorias militares sobre los españoles. Más tarde le escribiría: “Mi gran deseo es ser hijo adoptivo de S.M. el emperador, nuestro augusto soberano. Yo me creo digno de esta adopción, que sería, verdaderamente la felicidad de mi vida, dado mi amor a la sagrada persona de S.M.I. y R”. El mismo Napoleón se sorprendió de tal servilismo. Como dice Josep Fontana, “No merece la pena dedicar más tiempo a estos personajillos y a sus miserias, la historia de España discurría en estos momentos muy lejos de los salones de Valençay, donde Fernando y su tío Antonio entretenían sus ocios en labores de aguja y bordado”. Estas palabras de Fontana son aplicables a determinados personajillos de la familia real de hoy “no merecen que les dediquemos tiempo alguno”.

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Retrato del rey Fernando VII

Tras el fin del Guerra de la Independencia, llegó a España Fernando VII “El Deseado”. Merece la pena detenernos en la entrada triunfal en Zaragoza, según nos relata la historiadora María del Carmen Abad Gimeno en su artículo La entrada de Fernando VII en Zaragoza:

“El día 6 de abril de 1814, miércoles Santo, a las tres de la tarde entró en Zaragoza S. M. el Rey Fernando VII; hizo su entrada en un carruaje descubierto, en compañía de su hermano D. Carlos y de los generales duque de San Carlos y D. José de Palafox. Abría la comitiva real un escuadrón de Dragones de Madrid y “seguían Compañías de Escopeteros Paisanos formadas de los defensores de esta Ciudad y le acompañaban el Gobernador militar, el Teniente de Rey y demás jefes de la Plaza, el General Withingham con su estado mayor y otros muchos personajes distinguidos, todos a caballo”. El carruaje del Rey era "tirado por cincuenta paisanos, vecinos de esta Ciudad, elegidos entre sus heroicos defensores; veinticuatro Doncellas hijas de algunos ciudadanos de los muchos que se distinguieron en los dos célebres sitios, tiraban otras tantas cintas pendientes del mismo carruaje: todo esto precedido de parejas, danzas pastoriles y otros obsequios".

Aquí en Zaragoza tiraban 50 paisanos, entre los heroicos defensores. En su entrada a Madrid, sus seguidores serviles, al ver su carroza tirada por caballos, los retiraron y se pusieron a tirar de ella para mostrar su servidumbre al monarca gritando al tiempo “Vivan las caenas”, uno de los actos más ignominiosos que haya podido cometer el pueblo soberano. Estoy seguro que algún político madrileño actual se hubiera apuntado a tirar de esa carroza.

El viaje del Rey Fernando VII a Zaragoza, a su vuelta de Francia, tuvo a primera vista una causa: el ruego que la ciudad había hecho a su rey de que se dignase visitarla; los zaragozanos obtuvieron lo que deseaban con la decisión de Fernando de modificar su itinerario y se lo agradecieron profundamente.

Pero Fernando no hizo el viaje para complacer a sus súbditos aragoneses ni para cumplir una antigua promesa hecha a la Virgen del Pilar, sino por motivos puramente políticos: desviándose hacia Zaragoza el rey no seguía la ruta fijada tiempo atrás por la Regencia; era una medida anticonstitucional, el primer paso hacia un absolutismo extraordinario, como quería Fernando VII.

El Rey y su hermano vinieron a Zaragoza, mientras el Infante Don Antonio, su tío, marchó a Valencia, para disponer los ánimos en favor de un rey absoluto.

El Rey fue recibido en todas partes con entusiasmo por sus súbditos, que vieron volver al deseado de su largo cautiverio; Fernando era para todos la víctima de un escandaloso atropello, pero el tiempo se encargaría de demostrar el verdadero temperamento de este rey. Y vaya que si lo demostró.

El 4 de marzo de 1814 impuso el famoso decreto, por el cual “declaraba la Constitución de 1812 y los decretos de las Cortes de Cádiz nulos y de ningún valor y efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubieran pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio de los tiempos, y sin obligación en mis pueblos y mis súbditos a cumplirlos ni guardarlos”. Como señala el catedrático de la Universidad de Zaragoza Manuel Ramírez en su libro España en sus ocasiones perdidas y la Democracia mejorable “Es difícil encontrar en nuestra historia una expresión tan rotunda de negar el pasado: Como si no hubiesen pasado jamás tales actos… Es borrar la historia”. A continuación, llegó la represión y el exilio para los españoles. Con el levantamiento de Riego en 1820, reimplantada la Constitución de Cádiz, obligado por las circunstancias el bellaco Fernando dijo “marchemos todos y yo el primero por la senda constitucional”, cuando a la vez estaba instando a los monarcas europeos a que le restablecieran como monarca absoluto, objetivo que alcanzó con la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis. Nueva represión y exilio. Triste, lamentable y cruel fue todo el reinado de Fernando, mas como si no se sintiera satisfecho por tanto daño hecho en vida a tantos españoles, por su ineptitud nos dejó a su muerte planteada una guerra fratricida. Como destaca el historiador Juan Pro: “la opción de mantener a los Borbones demostró ser un suicidio político para cuantos luchaban por las libertades y por un estado representativo”.

Y todavía no hemos aprendido la lección. Tampoco han cambiado tanto las cosas en estos 200 años. Tras el carpetazo que la Fiscalía del Tribunal Supremo a las investigaciones abiertas al rey emérito, Juan Carlos I, después de que el informe de la Oficina Nacional del Fraude de la Agencia Tributaria (ONIF) no hallara ilícito penal alguno en las regularizaciones practicadas por el monarca, en un tuit publicado apenas una hora después de que se conociese la noticia, la cuenta oficial de las nuevas generaciones populares ha señalado: "En fila de uno para pedir perdón", en una publicación acompañada por una foto del monarca.

Este tuit es tan ignominioso e indecente, como la actuación en Madrid de los seguidores serviles de Fernando VII, que, al ver su carroza tirada por caballos, los retiraron y se pusieron a tirar de ella para mostrar su servidumbre al monarca gritando al tiempo “Vivan las caenas”.

"En fila de a uno para pedir perdón" a Juan Carlos I tras el archivo de sus causas