jueves. 28.03.2024

hijos-san-luisCorría el año 1823 por las ciudades y campos de España, cuando el 24 de mayo, sesenta mil soldados y otros tantos mercenarios, entraron en Madrid. Venían de Francia para terminar con el Trienio Liberal y devolver el trono a Fernando VII y en contra del progreso. Parece ser que fueron 95.062 hombres y los llamaron cien mil, para redondear: «Cien mil franceses están dispuestos a marchar invocando el nombre de san Luis para conservar en el trono de España a un Borbón, preservar ese hermoso reino de su ruina y reconciliarlo con Europa», clamaba Luis XVIII de Francia. Ya conocemos como los Borbones en la historia vienen recibiendo ayuda de tinte reaccionaria.

En este mayo florido y en lucha que vivimos, no podemos dejar pasar los acontecimientos sucedidos en España a principios del siglo XIX. Luis XVIII rey de Francia y de Navarra, el «deseado», como también se le conocía, era el más interesado en acabar con la etapa liberal de España, que Rafael de Riego (símbolo del liberalismo) había traído en 1820. Francia tenía intereses económicos y comerciales que iban a jugar un papel importante en la intervención armada. Pretendía la independencia de las colonias españolas en el continente americano y exigía una rápida intervención, para evitar que Gran Bretaña fuese la única beneficiaria de este proceso. Había que restablecer la reputación de su ejército tras las derrotas napoleónicas e influir en la política española, restaurando el absolutismo, para mejor defender los intereses galos en la Península. La invasión de los Cien Mil, supuso un buen negocio para todos, menos para el pueblo llano que los sufrió.

En 1814, con la derrota de Napoleón, Fernando VII, accedió al trono, abolió la Constitución de 1812 y reinó seis años. En 1820, el coronel Riego se sublevó en Cabezas de San Juan; Fernando fue obligado a jurar la Constitución: «marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional». Solemne juramento real, que resultó ser perjuro. Daba comienzo un nuevo sistema político, que duró tres años, el Trienio Constitucional o liberal, que fue como un espejismo democrático.

Se da la circunstancia de que cuando Fernando llegó a Madrid, el 14 de marzo de 1814, muy a su disgusto, tras la aventura en Francia con Napoleón, fue recibido por dos grupos de españoles perfectamente definidos y que representaban proyectos políticos diferentes. La gente salió a la calle –ese día yo no salí de casa– arrojándole pétalos, clamando entusiasmados «Vivan las caenas», «Muera la libertad».

El nuevo sistema colocó a España a la vanguardia europea en libertades. Pero los grandes enemigos no se ocultaban. Rusia exigía la celebración de un congreso para tratar el «caso español» y Francia veía con preocupación el desarrollo de un liberalismo que amenazaba con extenderse a su territorio. El rey español estuvo conspirando duran el Trienio Constitucional, para volver a establecer una monarquía absoluta, olvidando juramentos y promesas constitucionales. En 1822 la Santa Alianza, a petición de Fernando de Borbón, aprobó en Verona la intervención militar de Francia en España. Inglaterra no participó en el congreso pero no se opuso a la invasión. La suerte estaba echada y el futuro diseñado.

Conocí entre cortinas al Duque de Angulema (Louis-Antoine d'Bourbon, último Delfín entre 1824 y 1830) que estaba al mando del ejército invasor. Le escuché contar como había abandonado Francia con sus padres en 1789, debido a la Revolución, para salvar sus vidas. El ejército invasor contaba con cinco cuerpos. Por su parte el ejército constitucional español, estaba dividido en cuatro cuerpos de 20.000 hombres cada uno. En total 130.000 soldados, que eran más que lo cien mil. Pero algo no funcionó; seguramente la falta de organización, la escasa moral y corta soldada. Decía Fernando VII sobre Angulema «Mi augusto y amado primo el duque de Angulema al frente de un ejército valiente, vencedor en todos mis dominios, me ha sacado de la esclavitud en que gemía, restituyéndome á mis amados vasallos, fieles y constantes».

Disfrutaba de un buen día de primavera en el río, con Genara de Barahona, cuando presenciamos como los franceses cruzaban el Bidasoa. Se iniciaba una campaña que tendría un desarrollo rápido y eficaz. La Bisbal capituló pronto y Morillo se retiró sin combatir. Ballesteros, tras una retirada por todo Levante y Andalucía oriental, capituló en Campillo de Arenas. Solo Espoz y Mina opuso resistencia en Cataluña. Con esteladas o sin ellas, heroicamente, Barcelona fue la última ciudad en caer.

Mientras tanto y ante el desastre, el Gobierno de Madrid decidió, por razones de seguridad, trasladarse al sur, llevándose al rey y a su familia, a pesar de su oposición. Cuando las tropas francesas tomaron Madrid nombró una Regencia. Administró el país, reorganizó el ejército y se propuso liberar al rey en poder de los liberales. Se adoptaron las medidas necesarias para restablecer las instituciones del Antiguo Régimen.

Las Cortes reunidas en Cádiz y el gobierno, no pudieron evitar la caída de la ciudad. La ayuda inglesa que se esperaba no llegó y solo la Milicia Nacional opuso resistencia. Los liberales esperaban la invasión francesa, pero no tenían medios suficientes para hacer frente a la que se avecinaba. Con la derrota en la batalla del Trocadero, se puso fin al Trienio Liberal. Fernando VII ofreció el título de Príncipe de Trocadero, a su amado primo que rechazó diciendo «...peu digne d'un fils de France» (Poco digno de un Hijo de Francia).

Fernando recuperó el trono e incumplió sus promesas. Restauró el absolutismo, destituyó a los jefes políticos y alcaldes constitucionales y restableció en sus puestos a las autoridades de 1820. La «década ominosa», estuvo marcada por la reinstauración de la Inquisición, represión y persecución de liberales, desaparición de la prensa libre y cierre de las Universidades. Se restableció la organización gremial y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia. Es el sino que sufrimos los españoles en la historia: efímero progreso y retroceso reaccionario.

La Santa Alianza fue un tratado firmado por las monarquías absolutas de Austria, Rusia y Prusia tras las guerras napoleónicas. Se invocaban principios cristianos, con el compromiso de mantener en sus relaciones políticas los «preceptos de justicia, caridad y paz» y el cristianismo como base en las relaciones internacionales. En la práctica no desempeñó ningún papel efectivo, salvo la intervención militar para restablecer el dominio de los Borbones sobre España y sobre sus colonias de América.

Una etapa apasionante la del siglo XIX en España, marcada por revoluciones, el liberalismo, la Primera República y el absolutismo. En 1823 se abría la última década del reinado de Fernando VII, que se mantuvo en el poder hasta su muerte en 1833. Vinieron otros Borbones, con no menos ambiciones, compromisos y deslealtades.

Fernando VII reinó en España en 1808 y posteriormente desde 1813 hasta su muerte. En su día fue señalado como «el deseado» por encontrarse en Francia prisionero de Napoleón. Luego se le conoció como el «rey Felón». Demostró que no era digno de la confianza de sus súbditos, que lo consideraron persona sin escrúpulos, vengativa y traicionera. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó a su propia supervivencia. Con el ejemplo que dio, no se entiende como no se expulsó a los Borbones para siempre de la política española, pero se consintió y los malos ejemplos continuaron con Isabel, Alfonso y todos los demás herederos de la dinastía.

En resumen: Fernando VII quiere volver a ser rey absoluto y durante el Trienio Liberal conspira contra el gobierno, promueve el levantamiento de partidas realistas por toda España y envía embajadores a París para gestionar la caída de la Constitución de 1812. Con la invasión de los Cien Mil, España sigue siendo campo de batalla entre liberales y realistas. Es una época trágica. Los españoles enfrentados unos contra otros y el rey defendiendo solo sus propios intereses. Termina el Trienio Liberal y comienza la «década ominosa», época de terror para los españoles. Benito Pérez Galdós lo cuenta magistralmente en sus Episodios Nacionales.

Dos alternativas políticas se enfrentaban. Les sonará. Los conservadores o absolutista, defendiendo la monárquica como sobrevenida de origen divino y con facultades absolutas. Los liberales estableciendo el origen y la legitimidad del poder desde el pueblo y por procedimientos democráticos; y la figura del rey sometida a controles constitucionales. Conservadores frente a progresistas; la derecha reaccionaria de siempre, frente a la izquierda defensora del pueblo llano.

Con el retorno de Fernando VII a España, en abril de 1814, 69 diputados partidarios del Antiguo Régimen le dirigieron un manifiesto, conocido como «manifiesto de los persas», con el propósito de que el monarca aboliera la Constitución del 1812. El objetivo era justificar un golpe de Estado del propio Monarca, para reinstaurar el Absolutismo del Antiguo Régimen. Fernando utilizó el tal manifiesto como base para llevar a cabo la restauración del absolutismo, ante la situación anárquica, provocada por la aplicación de la Constitución de Cádiz, que exigía restaurar el orden.

España estaba organizada por castas y clases y consolidó el absolutismo. Entendían, que si se excluía a la nobleza y se imponía la igualdad, se destruiría el orden jerárquico, base de todo orden social. Ese absolutismo sigue presente en los políticos que quieren perpetuarse en el poder. La monarquía, aún parlamentaria, ya lo está. Con todo seguimos conviviendo, enfrentados, como siempre.

Los cien mil hijos de san Luis llegan a Madrid