viernes. 26.04.2024
2022

Esta podría ser una frase hecha, otra locución robótica entre tantas, y podría servir para intitular artículos periodísticos y podría repetirse de continuo en las calles de este país, porque se ha ganado por derecho propio protagonismo social y usurparle el trono de las salutaciones de cortesía al rancio Feliz Año Nuevo por la sencilla razón de tener mayor carga semántica. Nos vendría bien usarla, ya andamos bastante fantasmagóricos y vaciados entre tanta frase gramaticalizada sin correspondencia real y eficaz y tanto lenguaje políticamente correcto. Desde una base lingüística, lo del sustantivo Año lo tenemos claro y el adjetivo pospuesto Normal, aun admitiendo puntualizaciones, es una petición y lucha interior contra el nuevo desbordamiento del Covid-19, ese río de pus devastador que nos trajo el infame 2020 y que atravesó las fronteras y se hizo global desde la lejana China porque uniformes y globales somos. Ahora bien, la impertinencia léxica y existencial comienza y termina en el calificativo Feliz, epíteto vacuo y amortajado que solo denota subjetividad y una sugestión automatizada en nuestro inconsciente colectivo y arcádico, porque la consciencia individual y cotidiana ya sabemos cómo anda: con desgaste psicológico y sin otorgamiento explícito en ninguna constitución liberal de la adquisición del derecho universal a tener recelos y temores, al margen de la pandemia o con ella como fuerza motriz, por el motivo cada vez más firme de que no estamos cuidando el planeta ni tampoco nos estamos cuidando nosotros como especie y civilización. Hemos simplificado la democracia en una triste y aséptica cifra estadística, en la que siguen abundando los débiles y desfavorecidos, aunque pretendamos imponer los números buenos. Al tiempo que pululan los predicadores, manipuladores y demagogos babeando sus indisimulados intereses particulares. El bien común es una retórica sofisticada dirigida al pueblo, esa abstracción neurasténica con la que se pretexta hacer política. Una minoría vive con bienestar y holgura material y muchos subsisten como pueden sosteniendo en sus espaldas cada final de mes del año que comenzamos de nuevo el peso fondón de Occidente y su deterioro moral. Hay quien ha afirmado que el pueblo es un mito, y es cierto, un mito entre Atlas y Sísifo y la esperanza de la caja de Pandora en el horizonte.

Cabría también la posibilidad simbólica de hablar de un venturoso 2022, el año de los patitos -sin que aparezca en el calendario chino-. Ojalá tenga ese aspecto infantil, naíf y tierno, el de tres patitos junto a la charca infinita y tranquila del cero. Pero me temo que las personas hace tiempo que dejamos de ser simbólicas, el único símbolo válido que nos concierne es el del dinero.

La normalidad es un déjà vu; el eterno retorno de Nietzsche -con todos sus matices poéticos- ha pasado a ser una manifiesta y vulgar clonación acorde con los tiempos. Todo se repite de manera inmediata y vertiginosa, también la Madre Natura por inercia y por analogía. Vamos al mundo con las células histéricas y aceleradas y el mundo se nos pierde y las células se agotan y enferman. Ese es el aprendizaje, da igual la escuela que montemos con todas sus modernidades y novelerías consideradas como progreso. Suena manido aquello de estirpe marxiana de que la historia primero se da como tragedia -territorio de héroes y sacrificios-, y la segunda vez como farsa -territorio de mediocres y mentiras-. Pero es certero. A lo que se añade la ínclita colaboración sensacionalista de ciertos medios de comunicación y la sensación agridulce de que la vacunación completa no garantiza la inmunidad ni la salud. Como tampoco nos libramos del relato petulante de prebostes y mandatarios políticos, desviado hacia arriba o hacia abajo de los hechos, según convenga. Porque los hechos no importan. Importa exclusivamente el relato pergeñado y su propagación efectiva y rápida como el coronavirus. El problema no es que el mundo esté infectado de nuevo, venía ya infestado de antes que no es lo mismo que enfiestado, aunque esto último es por lo que algunos siguen apostando.

Empezamos a sospechar que los virus con todas sus variantes griegas (delta, ómicron)  han venido para quedarse en este mundo posmoderno cada vez más uniformizado y con menos variantes. Es curioso el prestigio científico y social que tiene el griego, cuando en la enseñanza oficial está defenestrado junto con las humanidades en general. Las paradojas de lo humano que bordean lo inhumano.

Ya vivíamos en la cultura de la ansiedad antes de la pandemia. El coronavirus ha operado como enfermedad mortal y como manifestación ratificadora intensiva de nuestros males y egoísmos. El virus ha sido y es una revelación desoladora, una epifanía de mal gusto en busca de Reyes Magos, víctimas ya le sobran. Feliz vacunación. Feliz Año Normal.

Feliz Año Normal