sábado. 20.04.2024
Desierto de Tabernas
Desierto de Tabernas, Almería, mayo de 2022 (RGC)

“El origen de la inflación está en el éxito de las vacunas. Tras la paralización del aparato productivo, la demanda acumulada se incrementó de forma desaforada y las existencias eran limitadas” (Incapacidad adquisitiva, Antonio Pedraza, presidente de la Comisión Financiera del Consejo General de Economistas, Alternativas Económicas, num 101)

La inflación, esa alimaña

Vuelvo tras pasar unas plácidas vacaciones en Almería, provincia que, gracias a una pluviometría excepcional en este año de 2022, ha convertido en verde prado el árido secarral que fue El Alamein en Patton. Brotes verdes, que dicen ahora.

Vuelvo y me encuentro afirmaciones que te dejan estupefacto, como la que encabeza este texto (“El origen de la inflación está en el éxito de las vacunas”), con trompetas de apocalípticos que hablan de alimañas (“los bancos centrales de medio mundo se encuentran de frente con una creciente alimaña [la inflación] a la que han alimentado[1]) y con flautas de integrados, que no son mejores, no (“difícilmente vamos a resolver la crisis fiscal sin subir impuestos o sin recortar programas del Estado de bienestar[2]), y como única propuesta realmente económica: “reformar las pensiones para adaptarlas a la nueva realidad demográfica”. Está claro por dónde pasa: reformar quiere decir recortar. Como siempre.

¿La culpa de la inflación y de la crisis financiera que se nos viene encima? El consumo agregado, obvio, sea por las vacunas, sea por la inundación de deudas, sea por la indización de salarios y pensiones. Tanto los estupefactos como los apocalípticos o los integrados lo tienen claro: no habrá solución a esa alimaña si las pensiones y los salarios se indizan al IPC para ¡ojo! no para ganar participación en el pastel del PIB, sino sencillamente para no perder poder adquisitivo. ¿Y la culpa de la gestación de esa alimaña? Sigamos.

Tras el dulce sueño en la hoy paradisíaca Almería, me desperté y, no ya el dinosaurio monterrosino, sino la hidra con siete cabezas seguía ahí. Y una de sus cabezas hace tiempo que nos estaba mirando con faz torva[3].

La hidra acechante

La tesis ya ha quedado bien trabada: uno, una década larga[4], con los bancos inundando de liquidez los mercados vía incremento de deuda, nos ha estallado en la cara (ciertamente, la guerra de Ucrania ha sido el disparador más directo y efectivo, pero el aviso de King -ver nota 3- ya lo descontaba: será por esto o por aquello, será hoy o mañana, pero el sistema chirria por el lado de la deuda); dos, ese estallido se ha dado en forma de un IPC descontrolado y, tres, la deuda debe decrecer sin tocar impuestos bajo riesgo de estanflación, ergo… “sacrificio salarial y de márgenes primero, cinturón fiscal apretado después, y encajar subidas nada despreciables de tipos de interés para terminar. Mal asunto, por tanto, pero sería pésimo asunto si no se hiciese.” (José Antonio Vega, ibid). Toca que paguemos el precio de la fiesta de la deuda.

La inflación, esa temible alimaña alimentada por los bancos centrales gracias a su política de deuda a interés cero o negativo, nos ataca sin piedad y tenemos que domarla ¿Cómo? Pues con las únicas armas que los economistas tienen: las monetarias, las laborales y las políticas, es decir, actuando sobre la demanda deprimiéndola ¿por qué? Pues ya lo sabemos[5] , por que la inflación, que la podemos describir como “Un proceso continuo de aumento del nivel general de precios. Luego, existe inflación cuando aumenta el nivel general de precios”, tiene su razón de ser en que “es culpa de ganar tanto salario o de que los bancos den tanto crédito que, obviamente, hay exceso de dinero en el mercado, lo que empuja la demanda y ésta, a su vez, los precios”, y por definición éstos, ya sabemos, a la inflación.

Vaya, pues ya está todo dicho, hay lo que hay y toca apechugar con una de dos: o nos apretamos el cinturón aceptando control de rentas salariales y desindización de pensiones, o se nos viene encima una recesión letal, seguramente acompañada de estanflación.

No sé a ustedes, queridos lectores, estimados ciudadanos de a pie, pero a nosotros lo hasta ahora expuesto nos provoca una alteración mental, un dolor de cabeza, una jaqueca de muy señor mío. Y no por no entenderles, sino porque entendiendo perfectamente lo que dicen, nos han saltado todas las alarmas. Y no sólo por lo que plantean como solución, que también asusta y mucho, sino por lo que ocultan, que es mucho más de lo que dicen y es tan enjundioso como terrible.

Los economistas de Cinco Días afirman, sin duda con razón[6], que los bancos centrales han estado inundando de liquidez a los mercados durante una década larga, pero nos escamotean el porqué. Nada dicen de qué motivos llevaron, tras el austericidio del 2008, a dar en el 2020 la vuelta a sus políticas económicas como si fueran un calcetín, y pasar de mantener cerrado el grifo, y lo poco que daban a altos intereses, a abrirlo bajo el misterioso arcano de estrategias de Quantitative easing (QE) -que queda muy bien decirlo así, en inglés, que te avala como buen connoisseur de los intríngulis macroeconómicos, pero aún mejor queda como tapadera para ocultar la verdadera necesidad a la que respondía esa “inundación de liquidez”, o en vulgar romance, esos créditos baratos concedidos a espuertas a consumidores, empresas y estados-. Y sabían que esta estrategia no estaba exenta de graves peligros. Al menos el exgobernador del Banco de Inglaterra bien lo sabía.

Llegado este momento, la pregunta que la ciudadanía tiene derecho a hacer (y a hacerse) es “si la deuda tiene la culpa ¿Quién tiene la culpa de la deuda?”. A buscar una respuesta vamos a dedicar el resto de este artículo.

La deuda, la culpable

Pero antes de indagar en culpas y culpables, es necesario romper una lanza por un servicio de innegable interés social, al que llamaremos deuda válida o legítima, económicamente sostenible y socialmente necesaria.

Hablamos del universo donde vivimos, y no de otro posible, pero hoy inaccesible, o cuanto menos improbable. En este universo, si queremos adquirir un bien no perecedero socialmente necesario, como es una vivienda digna[7], tenemos dos opciones, o bien disponemos de todo el dinero necesario para una compra al contado, o bien accedemos a un crédito, o sea, a endeudarnos para su adquisición.

Podríamos poner en cuestión todo el sistema económico -y razones para ello, desde la desigualdad a la precariedad, la pobreza mísera o la marginación, hay abundantes- y diseñar un futuro donde el derecho a disfrutar de un techo digno y propio estuviera del todo resuelto, pero en nada ayudaríamos a los jóvenes o no tan jóvenes de hoy a solucionarles el problema que aquí y ahora tienen para acceder a una digna vivienda propia. Por eso es necesario el crédito como una institución social relevante, y por su necesidad y relevancia debe ser una institución debidamente regulada y fiscalizada.

Este crédito no solo sostiene al adquiriente del bien o servicio, que, dado el importe, de otra manera no podría obtenerlo, sino que da apoyo así mismo al productor, al acceder a un crédito que le permite iniciar su producción sin esperar a que el comprador le adelante el dinero necesario para crear el bien o servicio.

A esta deuda, la que permite que la economía productora de bienes y servicios básicos no perecederos y necesarios funcione, y así provea de estos a la sociedad, es a la que llamaremos deuda válida o legítima. Ello, ponerle este nombre algo rimbombante, no quita que haya quien de ella se pueda aprovechar (recordemos la crisis del 2008) y, aunque fuera una deuda legítima en su forma, la torne ilegítima en su ejercicio.

Hay una deuda ilegítima en su forma, sin que haya ejercicio alguno de la misma que la pueda volver legítima, y es la deuda que no va dirigida a la producción, sino al consumo. Y al consumismo.

El consumo

Supongamos, como experimento mental para poder ejemplificar esta deuda ilegítima, que todo lo producido en un ciclo por un sistema para consumo final (bienes, perecederos y no perecederos, y servicios) lo ponemos en una enorme caja. El valor de lo contenido en esa caja incluye la suma de los salarios globales abonados en ese ciclo, que se usarán para adquirir esos bienes y servicios, y los beneficios que las empresas -es decir, sus dueños y accionistas- obtienen.

Si separamos lo producido en dos subcajas, la una representando los salarios globales y la otra los beneficios, parece razonable pensar y sostener que los dueños y accionistas deberían consumir -materializar el beneficio mediante el consumo de- todo lo de su subcaja, pues para eso lo que contiene, el beneficio generado, “es” suyo. Y, con parecida argumentación, que los asalariados sólo deberían -pues con su salario sólo podrán- consumir lo de “su” subcaja.

La explotación, que dirían los unos, o la retribución marginal del capital, que dirían los otros, marcaría claramente la parte del pastel que cada uno se come. Y nada más. Así que, si sólo se da la dura, fría y objetiva explotación, la clase asalariada lo podrá pasar mal, o muy mal o incluso llevar una vida miserable, y a cambio la clase capitalista lo pasará muy bien o más que bien o nadando en un lujo hasta incongruente, pero aquí la deuda ilegítima, la asociada al consumo, no pinta nada, pues salvo limitados casos, en este planteamiento aún no se da el sistema de adquisición de bienes y servicios no necesarios para la supervivencia hoy hegemónico en nuestra economía, y que llamamos consumismo.

El consumismo, convicto y confeso

Podemos fijar la fecha de emersión del consumismo como sistema para ampliar los beneficios en la famosa y rompedora idea de Ford de duplicar los salarios, para así, al margen de solucionar problemas organizativos de rotación y formación del personal, ampliar el mercado de venta de sus Ford T. Ford tuvo una de las ideas más felices -o infelices, aún esta por ver- para la economía doméstica y la empresarial: si te doy más salario, tu me compras más -sois más felices-, y yo, por mera aritmética, gano más -somos más felices-. Decir de esta ecuación donde todos ganan que es genial, es quedarse corto. Ford creó el consumismo, lo supiera o no, y lo fundó dando lugar a uno de los cambios sociológicos más brutales vividos en toda la historia, y nadie ha dado con el secreto para desactivarlo.

Y en el consumismo está la clave que nos llevará hasta esa forma ilegítima de deuda.

Sigamos con el experimento mental, y como si fuéramos detectives, analicemos las tres patas imprescindibles de todo crimen que se precie: motivo, medio y oportunidad de la deuda.

La oportunidad llega con la labor de zapa que los gobiernos de Reagan y Thatcher (R&T) hicieron en la década de los 80, toda ella enteramente dominada por los conservadores de ambos países, para dar al traste con la política socialdemócrata de los “30 gloriosos”, las tres décadas anteriores que impulsaron no sólo el estado del bienestar, sino la economía a través de la expansión de la demanda, del consumo y del consumismo. R&T iniciaron una guerra total para quebrar los fundamentos de esa sociedad bienestante: exterminio -tal vez les parezca fuerte esta palabra, pero es lo que tenían, y tienen, en mente: el fin- de los sindicatos y los servicios públicos. A partir de mediados de los 80 empieza a darse en todo el mundo occidental, arrastrados por la victoria de las políticas de R&T, el retroceso de la participación de los salarios en el PIB[8].

El medio, privatización de servicios públicos y productos básicos (entre otros: agua, gas, electricidad: las commodities), impacto sesgado de las TIC en el mundo laboral y aumento de la intensidad del capital en la producción, liberalización de los mercados internacionales de capital, trabajo y comercio, creciente concentración empresarial entre otros.

El motivo, si el argumento fuera una novela negra del inestimable Simenon, ¡sería justo decir “Cherchez la femme”!, pero, aunque hay crimen, éste es económico, así que lo que toca, como bien apunta Carmen Vizan[9], es “chercher des bénéfices!”, seguir la pista de los beneficios y de sus beneficiarios.

La pistola humeante

El objetivo, ya vemos, es incrementar los beneficios vía lo que se denomina financiarización de la economía. Y la pistola humeante es la deuda ilegítima, ya que ¿qué ocurre con el consumo, cuando la participación de los salarios en el PIB baja un 20%? Con un PIB en alza, el consumo a medio plazo ¿baja, se mantiene o sube?

Si recordamos aquellas dos subcajas, donde una representaba lo que tenía que comprar el salario y la otra era lo que tenía que comprar el beneficio, si como sabemos el PIB no ha parado de aumentar (entre 1980 y 2020 se ha multiplicado por 7,5), entenderemos sin gran dificultad que las dos subcajas, al bajar el salario con respecto el beneficio en términos relativos, se han descompensado: la caja a consumir por el salario es mucho más grande que el salario recibido, mientras que la caja a consumir por el beneficio es más pequeña que el beneficio conseguido, y entonces se da que “la debilidad de las rentas salariales explica la creciente importancia que ha adquirido el endeudamiento como sostén del consumo” (Carmen Vizán Rodríguez, ver nota 6). Es decir, que el montante del salario es más pequeño que el tamaño de la caja a consumir y se compensa con deuda para mantener el consumo.

O lo que es lo mismo, que el montante del beneficio es mucho más grande que todo el lujo contenido en su caja y con el sobrante se dedican a financiarizar la economía, a inundar de liquidez los mercados, a la deuda ilegítima.

Hace años que se da una situación inédita en la historia de la economía: el Capital se apropia del valor, pero no de la materialidad, del excedente, y para no entrar en crisis, ese valor extra apropiado y no consumido lo devuelve en forma de crédito a la sociedad para que compre el exceso de producto que el salario no puede consumir, y con ello infla -necesita inflar para sobrevivir- la deuda (ver nota 4: no debemos tachar de coincidencia que, si entre 1980 y 2020 el PIB se multiplicó por 7,5, entre 2000 y 2020 la deuda se multiplicara por 6,4).

¡Elemental, querido Watson!

Esto es lo que nos diría Holmes: es elemental, querido ciudadano, que si aumentas los beneficios y disminuyes los costes, especialmente los de trabajo -salarios- (y en estos últimos se deben considerar también las retribuciones de los autónomos, que han bajado en pareja intensidad[10]), y seguidamente ni consumes ni inviertes esos beneficios, algo no cuadra, pues ¿quién te comprará el producto, si de una manera u otra -gasto o inversión- no devuelves a la sociedad el dinero necesario para ello? Vale, contestan, te doy crédito para que compres lo producido, y con lo que ganes mañana, me pagas principal más intereses. Y ahí aparece la deuda, la ilegítima. Pues no aparece como ayuda a la producción, sino como sostén del consumo, en las rentas más bajas, y del consumismo, en el resto de rentas salariales ¿Qué alternativa hay a la deuda? En tanto se mantenga la actual debilidad de los salarios, la alternativa a incrementar la deuda -la ilegítima- sería una crisis derivada de una contracción brutal del consumo. Eso pasó en el 2008, y lo llamaron austericidio.

Y ahí está el crimen. El doble crimen, de hecho.

A la explotación directa, derivada de un salario que no da para comprar lo producido (¡Si Ford levantara la cabeza!), se suma ahora la indirecta: tener que pagar intereses por el préstamo que nos hacen para comprar aquello para lo que el salario no da: no es que el capital financie el consumismo de los hogares, es que los hogares, asumiendo deuda, financian los beneficios del capital, y además pagan de su renta menguada los intereses, haciendo así más grande la bola, más necesaria la deuda y mas cercana la próxima crisis de deuda. De hecho, ya la tenemos aquí.

Con la deuda de los estados pasa algo parecido: han menguado de forma drástica los impuestos que el capital paga. Una disminución que no sólo se da por vías ilegales, sino que se favorece por vías legales, como la aceptación de la existencia de paraísos fiscales y la de países con políticas de dumping fiscal. No fue casual que fuera Reagan, con su leitmotiv “El gobierno no es la solución, el gobierno es el problema”, y Thatcher (“No existe la sociedad, existen los individuos) quien atacaron abiertamente la política fiscal progresista -y a la vez, el estado del bienestar-, aquella  política que hasta finales de los 70 gravaba con una media del 50% los beneficios de las empresas y que hacia que los ricos pagaran en impuestos más del 50% de las rentas conseguidas, y atacaron con tal éxito global que hoy la OCDE está luchando por consensuar un impuesto de sociedades a un tipo mínimo de ¿un 40? ¿un 25? no: del 15% (La ética y los impuestos, Adela Suñer, Alternativas económicas, num 101), que nadie duda que si se logra será a la vez el mínimo y el máximo.

Al igual que con los hogares, los estados también se ven impelidos a aceptar una deuda ilegítima so pena de que su capacidad de dar servicio entre en quiebra. Y se ven obligados por la misma razón: todos los impuestos que, legal o ilegalmente, se ahorra el capital, siendo que este ni los consume ni los invierte, se convierten en un “ahorro inquietante”, y la única salida que tiene este ahorro es prestarlo al estado para que la sociedad no reviente. Prestarlo y cobrar intereses. Doble crimen, de hecho, querido Watson.

Conclusión

La inflación ha pasado de viejo problema olvidado a principal quebradero de cabeza. El gas tira de ella. «Lo más urgente es actuar sobre los precios de la energía para que baje el IPC, porque la energía condiciona los precios de buena parte de los productos. Las bajadas de impuestos sobre hidrocarburos pueden estar bien, pero hay que ir a la base»”, (Incapacidad adquisitivaMaite Soler, presidenta de la Comisión para una Economía Social del Col·legi d'Economistes de Catalunya, Alternativas Económicas, num 101)

Hay que ir a la base. Eso está bien como conclusión. Pero. Pero por mucho que leamos artículos y artículos, y lo hemos hecho, no encontraremos cómo sería eso de “ir a la base”. Ciertamente encontraremos múltiples afirmaciones que parecen soluciones del tipo “ir a la base”: bajar el consumismo, y también cierto consumo; hacer efectiva una economía circular; promocionar el bien común; mayor solidaridad social, económica y fiscal; respetar el medioambiente y la naturaleza; soberanismo energético, alimentario y habitacional. En fin, vivir en una sociedad no capitalista, en una sociedad que esté más allá -sea lo que sea que signifique estar más allá- del capitalismo.

Tenemos dos objeciones a esta forma de plantear soluciones. La primera es la excesiva racionalidad y el fuerte voluntarismo que se exige al común de los humanos para llevar a cabo esas alternativas. Racionalidad y voluntarismo, cuando el ser humano es sesgadamente racional -según sus intereses- y el voluntarismo tiene siempre poco recorrido.

La segunda es que en esa forma de plantear alternativas se suele confundir el objetivo con la herramienta, el qué con el cómo. Todos los puntos anteriores responden a qué hacer: son el objetivo, pero lo presentan como si fuera la herramienta: cómo hacerlo. Aunque parezca trivial, si fueran herramientas no sería pertinente preguntar ¿cómo bajamos el consumismo, el consumo; cómo promocionamos el bien común, cómo… ?

Y así con todos los puntos. Si no sabemos contestar a cómo bajar el consumo, excepto diciendo que es bajando el consumo (lo cual se parece mucho a una petición de principio), o cómo promocionar el bien común fuera de decir promocionándolo, es posible que nos esté pasando lo que les pasaba a los sabios ciegos de la fábula del elefante, que “veían” un tronco, una bola enorme, una manguera, un abanico… pero la pregunta crucial, el elefante, esa no la veían.

Segunda conclusión

Estamos ante el «elefante en la habitación» del discurso tecnocrático de la ideología dominante: la inflación no es un mero resultado aséptico de la interacción de factores objetivos -demanda de los consumidores, costes de producción, cantidad de dinero en circulación, etc.- sino la expresión palmaria del conflicto insoluble por la apropiación del excedente económico entre el trabajo y el capital. Y no parece necesario aclarar quién se lleva el gato al agua: la clave de la comprensión de la inflación y de las políticas para combatirla reside, en definitiva, en preguntarse quién está en condiciones de establecer precios -fijando por tanto el margen del que surge la rentabilidad del capital- en el capitalismo realmente existente.[11] (Alfredo Apilánez Piniella (Gijón, 1966), economista, autor del libro Las entrañas de la bestia. La fábrica de dinero en el capitalismo desquiciado).

 Queremos y debemos huir de proponer soluciones totalizadoras, no por que sean formalmente no válidas, sino por que son materialmente irrealizables. La solución, bien lo sabemos, es poner fin al consumismo, es que el bien común sea objetivo, estrategia y táctica de toda y cualquier política, es una fiscalidad progresiva que elimine cualquier riesgo de pobreza o es una economía que respete la naturaleza. Pero mientras tanto, nos conformaremos con entender bien el problema real, la verdadera alimaña, el crimen perfecto, que no es la inflación, que no es la deuda, sino lo que motiva y fundamenta a esta última. Pues lo importante es entender por qué ese fundamento es la razón que está detrás de la crisis que todos ya ven.

La alimaña, el elefante en la habitación, el fundamento de la deuda es que, además de estar perdiendo políticamente en el “conflicto insoluble por la apropiación del excedente económico entre el trabajo y el capital”, el capital nos hace jugar en su campo de juego, y aceptar sus supuestas leyes económicas inviolables, como la de la oferta y la demanda, la de rendimientos decrecientes, la de coste marginal y la muy estrambótica de beneficios cero a largo plazo (sí, es una ley de macroeconomía que se estudia en las facultades), y al imponernos sus reglas nos impide plantear correctamente el problema y, obviamente, nos imposibilita articular cualquier solución alternativa.

La lucha por el excedente entre capital y salario es el elefante, es decir: la vieja, pero no por denostada menos real, lucha de clases.

Sabemos que tener conceptos, por correctos que éstos sean, si no hay acción social, es como tener juguetes abandonados en el jardín: la realidad los corroe. Pero a una acción social sin conceptos correctos, por activa y cabal que ésta sea, le pasará como a los ciegos con el elefante, que no lo verán.

Postdata

¿Será cierto que ya todo esta escrito, y que es necesario volver una y otra vez a los clásicos para entender -y entendernos- aquí y ahora?

Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y, meneando la cabeza, dijo:

—Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has comido las uvas tres a tres.

—No comí —dije yo—; mas ¿por qué sospecháis eso?

Respondió el sagacísimo ciego:

—¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.

Reíme entre mí, y, aunque mochacho, noté mucho la discreta consideración del ciego.

Lazarillo de Tormes

A buen entendedor…

¿Y el desierto de Tabernas? En Almería nos dijeron que era mala cosa tanto verde, pues no sólo no aguantaría y podría ser pasto de fuegos incontrolados, sino que el agua que lo había propiciado se había llevado por delante caminos, casetas y aperos. Mala cosa, decían, y esos brotes verdes producto de tanta inundación de agua nos dio que pensar.


1 “Tras una década larga inundando de liquidez los mercados, los bancos centrales de medio mundo se encuentran de frente con una creciente alimaña a la que han alimentado y donde la responsabilidad de doblegarla es de su competencia. Los expertos convocados por Cinco Días esta semana para analizar las recetas más eficientes contra la inflación admiten que no hay una sola solución efectiva, salvo una subida de tipos de interés muy fuerte que lleve la actividad a la recesión y seque la demanda [o] un mecanismo de control de las rentas y eliminar los mecanismos de indización que tienen secuestrada la economía, sobre todo lo referente a las pensiones y los sueldos de los funcionarios. […] Hay más: como tanto las subidas de impuestos como los gastos públicos expansivos son explícitamente inflacionistas, debe abandonarse todo activismo fiscal, y optar por la contracción del gasto público.” (La inflación ya está en el debate nacional, pero su solución, noJosé Antonio Vega, Cinco Días, 22/04/22).

2 .A pesar de que se trata de un artículo de José Ignacio Conde-Ruiz (El País, 05/05/22) contra la propuesta del PP de “bajada de impuestos, [pues ello] incrementará el déficit, con el consiguiente aumento de la deuda pública”, ello no le impide sostener que “difícilmente vamos a resolver la crisis fiscal sin subir impuestos o sin recortar programas del Estado de bienestar […] como economista me corresponde decir que no es posible pagar impuestos como en los países de corte anglosajón donde gran parte de la educación y la sanidad son privados, y aspirar a vivir en un país con un Estado de bienestar donde ambos programas son públicos”, y la solución pasa por ¿subir impuestos? Mmmm… Pues no, pasa por: “hacer una buena estimación del llamado gasto superfluo e ineficiente […] reducción del déficit estructural y de la deuda pública […] reforma del sistema impositivo para hacerlo más eficiente” y, como guinda, bajar las pensiones y no recuperar los salarios. Claro.

[3] “En 2020, los países desarrollados caímos un 10% y este año creceremos en torno al 5%: las cifras exactas dan completamente igual, lo de verdad importante no es pronosticar el PIB, sino ampliar el foco. Y lo que se avecina es una crisis de endeudamiento, que llegará pronto. La deuda global está por encima de los niveles de 2007, y empresas y Estados la han aumentado aún más con la pandemia. Cuando se retiren las muletas del Estado habrá quiebras de empresas, y muy probablemente crisis de deuda soberana en los países emergentes. El hecho de que todo eso vaya a suceder de forma más o menos sincronizada es un problema serio, con potencial para provocar una crisis financiera, particularmente en la zona euro. Es imposible saber cuándo y dónde va a suceder exactamente eso, por la incertidumbre radical, pero el sistema chirría por el lado de la deuda.” (Mervyn King, exgobernador del Banco de Inglaterra, El País, 16/01/21)

[4] Lo cierto es que no se trata sólo de un decenio, más bien de dos decenios, lo que resulta muy esclarecedor, como veremos mas tarde. A precios constantes, tomando como base el año 2000, la deuda se mantuvo prácticamente estable entre los años 1980 y 2000, pero, con una pendiente prácticamente homogénea, se multiplicó por 6,4 entre el 2000 y el 2020.

Elaboración propia con datos extraidos de https://www.imf.org/external/datamapper/datasets y de https://datos.bancomundial.org/indicador/FP.CPI.TOTL.ZG

[5] Nos remitimos a nuestro texto anterior sobre la inflación y sus causas: https://filosofiacriticaposmoderna.blogspot.com/2022/04/mistificacion-mito-y-realidad-de-la.html.

[6] Nueva Tribuna, Juan Torres López, 29/06/2021: “Los datos que acaba de publicar el Banco Internacional de Pagos son impresionantes. La deuda que acumula el sector no financiero de las economías es de 221,4 billones de dólares […] El endeudamiento de los hogares es de 53,8 billones de dólares, el de los gobiernos de 83,4 billones, el de las sociedades no financieras 78,6 y el del sector financiero 65 billones de dólares. En total, unos 286 billones de dólares, unas 3,5 veces el valor del producto mundial.”, (la negrita es nuestra) https://www.nuevatribuna.es/opinion/juan-torres-lopez/deuda-bomba-desactivar-buenas-malas/20210629195704189069.html)

[7] Dejemos para otro momento qué es mejor para el habitante, si comprar o alquilar, aunque algo nos debería alumbrar el interés que tantos y tantos fondos muestran en comprar viviendas para luego alquilarlas.

[8] “El descenso de la participación de las rentas del trabajo en la renta nacional desde al menos los años 80 constituye una tendencia global de carácter estructural ampliamente contrastada, y no solo en las economías desarrolladas. Esto significa que en las últimas décadas el salario real medio ha crecido sistemáticamente por debajo de la productividad, mostrando ambas variables una tendencia al desacoplamiento macroeconómico a largo plazo1 (OIT, 2017; Karabarbounis y Neiman, 2014; Trapp, 2015, Piketty, 2014).” (La caída del peso económico de las rentas del trabajoCarmen Vizán Rodríguez, Zoom Económico, octubre/2018)

https://www.fundacionalternativas.org/storage/laboratorio_documentos_archivos/67191fa0e178c4aff9bca00189d2210a.pdf

En la gráfica que la autora adjunta, entre los años 1978 y 2018 se dio una merma del 20% en la participación de los salarios en el PIB. La caída es constante en todo el periodo, con dos repuntes (años 1.993 y 2009) explicables por lo que se llama la paradoja del salario medio en tiempo de crisis: “Al salir del mercado de trabajo trabajadores con un nivel salarial inferior, el salario medio agregado tiende a reflejar un aumento que es, principalmente, un efecto derivado de los cambios en la composición del empleo.” (fuente AEAT, Nota informativa 2, Informe anual 2020)

Un análisis introductorio del contenido del ensayo se puede leer en: https://www.nuevatribuna.es/articulo/economia/caida-peso-economico-rentas-trabajo/20180129121040147884.html

[9] “El hecho de que los principales accionistas de las grandes empresas sean inversores institucionales (fondos de inversión, fondos de pensiones y de seguros, hedge funds, etc.) que buscan rentabilidad a corto plazo, así como que una parte importante de la retribución de los directores ejecutivos de las empresas esté ligada al precio de las acciones, está llevando a un cambio de orientación en la política empresarial, de la denominada stakeholder value orientation a la shareholder value orientation. Esto significa que se estaría produciendo una reducción muy acusada del porcentaje de beneficios que se reinvierte en la actividad productiva de la empresa, en forma de inversión en capital físico y humano (lo que sí redundaría en aumentos del empleo y el desarrollo a largo plazo de los territorios), a favor de operaciones financieras tendentes a maximizar los beneficios a corto plazo para los accionistas, como el reparto de dividendos o la compra de acciones de la propia empresa para aumentar su precio a corto plazo” (La caída del peso económico de las rentas del trabajoCarmen Vizán Rodríguez, Zoom Económico, octubre/2018).

[10] En el año 2013 Loukas Karabarbounis y Brent Neiman, de la Universidad de Chicago, publicaron un extenso trabajo (https://www.nber.org/system/files/working_papers/w19136/w19136.pdf) donde analizaron la participación de las rentas salariales de trabajadores por cuenta ajena y autónomos en el PIB. Con datos correspondientes a 59 países, con al menos 15 años de datos entre 1975 y 2012, documentaron una disminución de 5 puntos porcentuales (entre un 8% y un 12% del montante) en la participación del valor pagado al trabajo durante dichos años, disminución que ha sido absorbida enteramente por el margen de beneficio. El modelo que desarrollan concluye que la mitad de esa pérdida se debe a un incremento de la inversión en capital (más máquinas y más baratas, menos mano de obra: menor participación laboral caída en el precio relativo de la inversión), mientras que la otra mitad es debida al aumento de los márgenes comerciales. Según los autores, el resultado de su estudio da al traste con el supuesto de la estabilidad de la participación del trabajo en el PIB, que ha sido una característica fundamental y uno de los paradigmas más sólidos de los modelos macroeconómicos utilizados por el mainstream del pensamiento económico actual. Añade que, en teoría, las caídas en el precio relativo de la inversión en el capital, y su impacto en la reducción de la necesidad de mano de obra, puede ser considerado una ganancia para los hogares (los precios unitarios de los productos altamente robotizados han bajado), mientras que el otro 50% responsable de la menor participación del valor pagado al trabajo, mayores márgenes en el precio final, está directamente asociado con una pérdida para los hogares.

Su conclusión es demoledora para aquellos que, manteniéndose en el anterior paradigma económico, no quieren ver el impacto macroeconómico de esta disminución de la participación del salario en el PIB: “Further, as labor shares have declined, business earnings and corporate saving have increased. This large change in the flow of funds between households and firms may have important macroeconomic repercussions.” (“Además, a medida que la participación laboral ha disminuido, las ganancias empresariales y el ahorro empresarial han aumentado. Este gran cambio en el flujo de fondos entre hogares y empresas puede tener importantes repercusiones macroeconómicas.”)


 

[11] Fuente: https://trampantojosyembelecos.wordpress.com/2022/05/15/inflacion-la-coartada-perfecta/, blog del economista Alfredo Apilánez.

La deuda y sus culpables