sábado. 20.04.2024
deuda

El Sr. Andreu Missé es director de un excelente y casi única revista de izquierdas en papel que circula en este país que es Alternativas Económicas, la versión española de la francesa Alternatives Economiques. Va ya por el n. 91. Su labor de presentar alternativas a la visión y maneras neoliberales que han imperado hasta la crisis del covid19 es encomiable. El neoliberalismo imperante hasta hace un suspiro se ha descornado contra la realidad dos veces: con la crisis comenzada en el 2008 y con esta pandemia, y esperemos que no vuelva nunca más bajo las formas tacherianas que han asolado Europa con políticas económicas absolutamente equivocadas. Recordemos que en plena crisis del decenio anterior se seguía defendiendo que cuanto menos Estado mejor y que la sanidad pública, la educación pública y las pensiones públicas deberían quedar en el museo de la historia, de tal manera que el que tuviera recursos para pagarse estas cosas lo hiciera y, el que no los tuviera, debería imputar al mercado y solo al sacrosanto mercado su desgracia. Ahora la cosa ha cambiado y esta visión ha sido arrumbada por aquellos mismos que debían defenderla y que tantos negocios privados y sus consecuencias –las buenas y las malas– han justificado en el pasado como son los propios empresarios. Estos, en efecto, han hecho caso omiso de las recomendaciones de los seudointelectuales de plumilla –entre los que se encuentran algún premio Nobel– y han ido en peregrinación digital –en algún caso física– a las sedes de los Gobiernos y de sus bancos centrales para implorar ¡intervención!, ¡intervención!, ¡intervención! Y así ha sido: los gobiernos de los países han intervenido y han regado con dinero las necesidades de empresas y de sus empleados a costa de aumentar el déficit y, como consecuencia de ello, la deuda pública. El propio Sr. Missé da algunos datos sobre esta situación. El problema del Sr. Missé y de los que apoyan la propuesta de compensación de la deuda –pero la deuda que no se paga se condona por definición– es que no han entendido el papel de los bancos centrales y su relación con el Estado. Lo diré directamente: ¡los bancos centrales no forman parte de la Administración del Estado! ¡Los bancos centrales no son un ministerio ni sus cuentas forman parte de los presupuestos del Estado! El Sr. Missé no es economista sino periodista de profesión y licenciado en Derecho de formación y estos errores se cometen si te fallan los rudimentos base de una materia complicada como es la economía y, sobre todo, el análisis económico. Cuando un banco central compra deuda pública al Estado ¡crea dinero! y cuando la vende lo destruye. Por tanto no se puede condonar la deuda entre Estado –la Administración del Estado- y su banco central porque no son un mismo ente que pueda eliminar una parte de su activo con una parte de su pasivo. Los bancos centrales surgieron a partir de bancos privados como consecuencia de dos procesos: de un lado adquirieron el monopolio de la emisión de dinero prestándolo éste al resto de los bancos y, por otro, perdiendo el cometido de ser prestamistas de empresas privadas que no formen parte del sistema financiero. Una empresa puede eliminar una parte de su activo con otra parte de su pasivo o de sus recursos propios (capital), pero el banco central no puede eliminar una parte de su activo –la deuda adquirida– porque solo puede hacerlo cuando la venda. El conjunto de la Administración del Estado sí es un ente económico y de balance; el banco central también lo es, pero son entes distintos, sus partidas no se compensan.

El Sr. Missé cita a Marx para justificar lo que propone, pero la cita no tiene nada que ver con el tema y se refiere a la consideración que hace Marx sobre los “¡los grandes bancos!”, pero bancos privados al fin al cabo. De hecho Marx no habla de deuda pública sino de “los privilegios” de los bancos al ser prestatarios –receptores de crédito– de los bancos centrales, que es, por otro lado, una de las maneras en las que se concreta la política monetaria; la otra es a través de la conocida operaciones de mercado abierto, es decir, comprando y vendiendo títulos en bolsa. Por otro lado el Sr. Missé recurre al estupendo libro de Stephanie Kelton El mito del défict y cita quizá unas palabras poco afortunadas cuando dice que “debemos acabar con la práctica –tan cruel como ineficiente– de recurrir a unos bancos centrales dirigidos por autoridades no elegidas democráticamente para que se encarguen de mantener el equilibrio correcto entre inflación y desempleo”. No dice la Sra. Kelton cuál debiera ser la alternativa ¡democrática!, por lo que queda ahí la cuestión. Rectifico, sí la dice, pero la que dice es aún menos democrática. Volviendo al artículo del Sr. Missé sobre desempleo e inflación, esta relación es precisamente una de las versiones de la curva de Laffer (1) que ya nadie aduce porque los intentos econométricos de relacionar ambas variables a lo largo de periodos históricos han demostrado su inconsistencia. Los bancos centrales deben, en efecto, limitarse a su cometido cual es el mantenimiento de la oferta monetaria a través de los dos mecanismos antes aludidos: préstamos a los bancos privados y compra venta en los mercados de títulos, incluido el mercado de la deuda pública. Y a estos dos hay que añadir la posibilidad de ser el banco del Estado –comprando y/o suscribiendo deuda pública– en los momentos oportunos (2). Cuando ocurre que, como en el caso del Sr. Hernández Kos, gobernador actual del Banco de España, se mete en camisa de once varas con temas no financieros que no atañen al banco central debieran los gobiernos sustituir a estos funcionarios por otros que entiendan cuál es estrictamente su cometido. Y más cuando el Banco de España, en temas estrictamente monetarios, es solo una sucursal del BCE.

La deuda hay que medirla solo por el coste de oportunidad perdido en el Estado de Bienestar, es decir, por lo que no ha podido hacerse para mejorar la vida de los ciudadanos por tener que pagar los intereses de la deuda

La autora de El mito del déficit, la economista Stephanie Kelton, desarrolla en la introducción en 6 puntos lo que caracteriza la teoría monetaria moderna (TMM) y nos dice que “… el factor restrictivo del gasto público más importante de todos es la inflación”. Y remata esta consideración en algunos párrafos posteriores diciendo que “… la prueba de la extralimitación en el gasto es la inflación y, la mayor parte del tiempo, pecan más por defecto que por exceso”, cosa que ha ocurrido en España donde, a pesar del aumento de la deuda pública, ésta ha sido insuficiente para mantener la demanda por la vía de las rentas dadas a empresas y trabajadores. En realidad el déficit no debiera ser la variable a considerar en las cuentas públicas sino el monto de deuda pública en cada momento. Esta es la suma de los déficits y superávits –estos restando– del pasado. Por tanto hay que centrarse en la deuda y solo en la deuda. Y esta hay que medirla por sus dos aspectos: por el total acumulado y por los tipos de interés presentes y previstos. En concreto, la deuda hay que medirla solo por el coste de oportunidad perdido en el Estado de Bienestar, es decir, por lo que no ha podido hacerse para mejorar la vida de los ciudadanos por tener que pagar los intereses de la deuda. Estos pagos debieran ser la guía de la necesidad de futuras amortizaciones de la deuda.

pikettyCuando se compara las condonaciones históricas de la deuda –que las ha habido y muchas- con la actual propuesta de Piketty, Keen, etc. se comete el error de comparar cosas distintas. Esta propuesta se refiere a compensar los activos del BCE en su poder con los pasivos –la deuda emitida es un pasivo para la institución que la emite– que supone para las Administraciones de los países la deuda en poder de su banco central (3). El problema es que son instituciones distintas en las que sus pasivos y activos no se pueden anular o compensar directamente, sopena de incluir al propio BCE en el ¡conjunto de las Administraciones de los países europeos miembros del euro! La dificultad es terrible porque ya no estamos en el caso de un país y su banco central, sino el de un conjunto de naciones y el BCE encargado de la emisión de la moneda común. ¿De verdad se quiere anular al BCE en su papel de emisor de moneda y responsable de la oferta monetaria, tipos de interés y vigilancia de la inflación de la UE? Obsérvese que si estuviéramos hablando de una moneda que correspondiera a un solo país como son el dólar, el yuang o el yen, la propuesta anterior supondría que sería el Tesoro de cada país el que acometiera las tareas de sus bancos centrales, pero en el caso de la UE eso parece imposible.

Las condonaciones de deuda se han dado históricamente por la parte de deuda en poder de instituciones internacionales a costa de que otros países han contribuido a la solvencia de aquellas. Por ejemplo, la deuda actual en poder del FMI podría perdonarse –condonarse– a Argentina a costa de las cuotas de los estados miembros de la institución y, probablemente, esa será la única solución posible. Es un ejemplo de la diferencia entre propuestas que, erróneamente, se han comparado. En el ejemplo anterior el FMI ¡no es el banco de Argentina! sino una institución mundial a la que contribuyen los países miembros y, por tanto, sí puede anularse en los balances del FMI el activo que tiene la institución de la deuda argentina a cargo de cuotas de los estados miembros. Esto debiera ser obvio, pero parece oportuno señalarlo ante la argumentación de compensación entre la deuda de un Estado –un pasivo– y esa misma deuda –un activo– en poder de su propio banco central.

Ante estas dificultades que ni el Sr. Missé ni en el escrito original de la propuesta de los economistas Piquetty, Keen y demás aparecen, surge –por ellos mismos– la posibilidad de reconvertir la deuda actual en poder del BCE en deuda llamada perpetua. En este caso decae la propuesta de la compensación que parece imposible entre los pasivos de las Administraciones de los países miembros del euro y los activos –la deuda– en poder de su banco central (BCE). La solución de la deuda perpetua es posible pero no es lo óptimo, porque ello supone dar la misma solución ante deudas y países con diferentes niveles de deuda sobre PIB y diferente solvencia. En mi opinión la solución óptima es la señalada: valorar en cada país el coste de oportunidad perdido en la oferta de servicios públicos de los Estados miembros de la UE y que ello sirva de guía para dos decisiones: la continuidad de la política de compras de deuda por parte del BCE y las decisiones de cada estado miembro sobre las amortizaciones futuras de su propia deuda.

Por suerte España ya está en el club de los países ricos –aunque no al nivel de Alemania, Japón o el Reino Unido– y las soluciones que valen para países más pequeños y más retrasados no valen para los desarrollados. Y eso ocurre con las posibles soluciones al problema de la deuda para USA, la UE, el Japón, China o el Reino Unido. Ni el FMI ni el Banco Mundial pueden dar soluciones para estos estados o uniones para los problemas de la deuda u otros financieros por razón de tamaño y sí lo pueden hacerse para otros más pequeños dentro de sus límites. Y más teniendo en cuenta que los capitales financieros se mueven a la velocidad de la luz –con ordenadores y sus algoritmos– y el gran desarrollo en los últimos años de los mercados de opciones y futuros, de las agencias de calificación, etc. Las políticas progresistas deben basarse en el desarrollo de los servicios públicos universales y gratuitos, en asegurar a los ciudadanos un mínimo de rentas y servicios desde la cuna a la sepultura y en asegurar también las mismas posibilidades en el ascensor social a los pobres que a los ricos. Y en estas tareas titánicas hay que centrarse y no en ocurrencias. En cuanto a los intereses cobrados por el BCE de la deuda en su poder bien puede legislarse en el Parlamento europeo para que vuelva a los países miembros, pero solo los intereses y con ello parece suficiente.


(1) En origen la curva de Laffer se refería a la relación entre tipos impositivos y recaudación, pero posteriormente han surgido otras versiones, acabando por relacionar desempleo e inflación.
(2) Hasta hace muy poco el BCE estaba dominado bajo el síndrome de Weimar y no compraba deuda pública de los Estados miembros de su propia moneda, a diferencia de la Reserva federal estadounidense (FED) que sí lo hace tradicionalmente en USA. Afortunadamente la cosa ha cambiado en la zona euro desde que llegó el italiano Mario Draghi a la presidencia del BCE. Esta política ha seguido con la actual presidenta Christine Lagarde.
(3) O en poder de cualquier otra institución, país o empresa.

A vueltas con la deuda pública y su condonación