jueves. 25.04.2024
consumo

Toda idea empieza siendo una hermosa posibilidad, y cuando envejece es usada para la tiranía y para la opresión. Borges


La Europa que surgió a partir de la Revolución Francesa fue una esperanza cierta para la constitución y convivencia democráticas (libertad, igualdad, fraternidad). Los nuevos ismos que sobresalen en Europa desde hace algún tiempo y que se han ido modulando con una relevancia mayúscula son el fanatismo y el papanatismo, con el denominador común del consumismo masivo irracional. Estos tres sumandos suelen dar como resultado la estulticia generalizada de la sociedad.

Europa histórica y socioculturalmente se glosa como un catálogo lánguido de ismos con su propia contradicción e insidia integradas: cristianismo, romanticismo, surrealismo, comunismo, fascismo, socialismo, liberalismo… Y así sucesivamente hasta la infinitud de las contradicciones e insidias. Europa secularmente se ha pasado la historia colgada de un ismo o se ha columpiado en él. Y al final lo que la ha salvado de caerse del colgamiento/cuelgue o del columpio del ismo ha sido el istmo de la ética, el asidero de unos principios y valores morales; la lengua de tierra de la sensatez en la tierra. Es un postulado sociológico incontrovertible, no es solo una cuestión política, que sin una plataforma ética fiable, la democracia, ese sueño vapuleado y siempre por hacer, ni despega ni aterriza. La economía nos ha fanatizado, y no precisamente la productiva. El último ismo fue más bien un seísmo: el del euro. Y el papanatismo, la ausencia de espíritu crítico, ha impregnado nuestro proceder y voluntades. Hemos pasado de súbditos subyugados a ciudadanos libres y de ciudadanos a prestatarios indolentes. Así se resume rápidamente Europa. Nuestra reciente etapa, la más fascinante, y encima, nos lo han tenido que decir los listos: vivíamos a crédito y hemos caído en el máximo descrédito. El listo es el que hace y deshace a sabiendas de las consecuencias y cuando el panorama se ha oscurecido irreversiblemente en lugar de proporcionar linternas útiles o primitivas teas: luz. Sale a la palestra con máscara de víctima, se encoge de hombros y tira de retórica profética para predecir las evidencias.

Occidente sufre de amnesia demagógica y no debe olvidar que las dictaduras hacen la fea división del mundo en víctimas y verdugos que a la larga complica cualquier proyecto ciudadano de vida en común

Normalmente el tránsito que sigue un ismo en Europa es el que va de la idea o abstracción. Lo que podemos llamar efecto agarradero, intelectual o espiritual. El ismo sirve, funciona y respira autenticidad. Posteriormente conoce un efecto lúdico y ritual y se convierte en colgadura ornamental. Y finalmente llega el efecto columpio, propicio para la ironía y el sarcasmo -el feminismo exacerbado de nuevo cuño empieza a ser un claro ejemplo-. El ismo se vacía de contenido y se infla altanero de aire vano hasta dimensiones insospechadas. Se institucionaliza, se esconde mezquino en los organismos oficiales y se pierde acomplejado en una burocracia enmarañada. El ismo ya no respira. No vive. Esto ha sido Europa exactamente con la misma idea: agarradero, colgadura y columpio olímpico. Y los pueblos en diferentes épocas han sido sus cobayas, sus arietes, y en el mejor de los casos, sus actores de reparto. Marx renegó del marxismo avisando de que él no era marxista. Y el propio Jesucristo no se adhirió ni al catolicismo ni al protestantismo, no le dio tiempo. Lo que sigue es un invento en fase colgadura o en fase final de columpio. Norman Mailer decía que Jesucristo y Marx coincidían en un punto: el dinero es la raíz de todos los males. El dogma dinerario de la existencia que ha obrado milagros como las hambrunas de África o el cambio climático.

A mí me da el tufo histórico de que el Viejo Continente ha sido resistencia y valladar contra la barbarie, el atropello, la inhumanidad. Transformarlo única y exclusivamente en los Estados Unidos de Europa bajo el patrón omnímodo del euro como un burdo remedo de los Estados Unidos de América con su patrón dólar y la sístole y diástole de Wall Street ha conducido a desnaturalizarlo y traicionarlo. Y lo peor de todo este entramado-engañifa es que las soberanías nacionales, cuyas consecuciones costaron un alto peaje de sangre, cada vez se parecen más a una ficción libresca. Europa ha desideologizado y desacralizado su legado cultural en aras de lo económico y monetario y la Unión Europea ha menospreciado y puesto en almoneda el factor humano, cuando Europa, como una colosal fórmula antropológica, se ha explicado, ha muerto y ha resucitado espontáneamente por el factor humano, sin necesidad de ningún artificio o proyecto supranacional. Al capitalismo halagüeño se le han entenebrecido los neones y se le han descorrido los cortinajes del escenario, que han puesto a la vista los esqueletos que ha ido dejando por el camino. El comunismo sin libertad era un fraude moral. El capitalismo sin leyes responsables y solidarias es un hurto a secas.

Occidente sufre de amnesia demagógica y no debe olvidar que las dictaduras hacen la fea división del mundo en víctimas y verdugos que a la larga complica cualquier proyecto ciudadano de vida en común. No debe olvidar tampoco que el nazismo con su locura intrínseca se gestó en el seno de una sociedad ilustrada, industrial y civilizada. Ni debe olvidar que el fanatismo religioso y el dogmatismo del dinero acaban con el potencial de las personas.

Hay días que amanezco ebrio de irrealidad, tenebroso y fragmentado en la consciencia. Como sin patria propia. Saturado de frivolidades y deslocalizado como una empresa multinacional. Son los días más lúcidos. Jo, tú, qué chic y qué cool es estar despierto. Hay días, solo algunos, que amanezco con una avaricia extraordinaria de individuo y mientras ando en esta percepción, y hablando de ismos, se me cruza por delante la extraña impresión de que en Europa estamos viviendo un nuevo, complejo y enrarecido feudalismo: los señores globales y los siervos de la globalización.

Fanatismo, papanatismo, consumismo