sábado. 27.04.2024

Improperios a destajo S.A., o los discursos presuntamente “antisemitas” de la Berlinale

La vida social parece reducirse a una continua descalificación del adversario dialéctico donde los insultos no dejan lugar a las argumentaciones.
Basel Adras y Yuval Abraham ganadores al premio Mejor documental en la Berlinale 2024
Basel Adras y Yuval Abraham ganadores al premio Mejor documental en la Berlinale 2024

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Como bien dice Manuel Cruz en su artículo El fin justifica los miedos (¿o es al revés?), deberíamos temer la tendencia de sustituir los razonamientos por emociones para cargarnos de razón, “no fuera el caso que los argumentos del otro terminarán por resultar más convincentes que los propios”. En el debate público frivolizamos con los miedos ajenos y nos ofendemos cuando se relativizan los propios. Por eso Manuel Cruz nos propone hacer justo lo contrario, esto es, reírnos de los propios temores y tomarnos en serio los ajenos. Es la fórmula kantiana de buscar la perfección propia y la felicidad ajena más que pretender perfeccionar a los demás en aras de nuestra felicidad. Es lo mismo que sucede con la libertad. Para poder ejercerse de modo universal se requiere ponerle unos límites para evitar que su ejercicio dañe a los otros y, por lo tanto, las libertades ajenas pudieran perjudicarnos al reivindicarse como absolutas.

El modo de conjurar los miedos y las fobias es recurrir al improperio. Cuanto más desaforado mejor, porque tanto más nos alejará de la realidad que buscamos esquivar. En lugar de abordar los problemas y ver cómo cabría solventarlos, resulta mucho más cómodo rehuirlos y endosarlos a un chivo expiatorio que sea reconocido como tal por tu tribu ideológica. Los discursos políticos hace tiempo que han dejado de ser universales y se particularizan para llegar solo a la propia camarilla. Quienes no suscriban el improperio de turno sencillamente serán del otro bando. Porque se trata de polarizar y radicalizarlo todo. La idea es que te posiciones ideológicas en bloque y no quepan los matices o las coincidencias con los presuntos enemigos, como si se tratara de un conflicto bélico donde solo puede alcanzarse la vitoria o una derrota.

En esta perniciosa deriva se acuñan términos malversando su genealogía que son utilizados fraudulenta e impunemente. Se lanzan al ruedo como si fueran minas antipersonales, para ver si nadie se atreve a transitar por esos campos minados. En el veinte aniversario del 11M se habla del Gran Bulo. Todavía se mantiene que la masacre de Atocha se perpetró para robar unas elecciones. Atribuir ese siniestro atentado a la organización terrorista ETA perseguía un redito electoral por increíble que parezca. Hay que haber perdido la cordura para pensar así, pero el problema es que generó una pauta de comportamiento y el epíteto de “filoetarra” viene a esgrimirse actualmente para denostar al adversario político que no comulgue con tu ideario. El calificativo de “feminazi” también ha hecho fortuna y es obvio que quienes lo emplean ignoran el auténtico significado del nazismo, a la par que desconocen las aportaciones de los movimientos feministas. Cruzar tradiciones antagónicas genera híbridos monstruosos. 

La descalificación de “antisemita” dirigida contra un cineasta israelí cuyos parientes fueron asesinados por los nazis resulta diabólicamente paradójica

Se ha criticado a la Berlinale por permitir un discurso presuntamente “antisemita”. Estamos acostumbrándonos a devaluar el significado de ciertos términos que se malversan sin criterio alguno y caricaturizan aquello a que se referían inicialmente. Acuñar neologismos como “feminazi” o “filoetarra” recuerda el gusto de la ideología nacionalsocialista por violentar los conceptos en pro del impacto propagandístico. Es un fenómeno muy conocido y bien estudiado. Por eso debería resultarnos alarmante. Describir lo que ocurre ni siquiera es un juicio valorativo. Pero desacreditar una mera descripción con calificaciones totalmente desajustadas y absurdamente difamatorias es un juego dialéctico muy peligroso. A pesar de las dificultades para retransmitirlo, estamos asistiendo en directo a una lucha sin cuartel muy desequilibrada. 

Uno de los ejércitos mejor pertrechados del mundo está esquilmando a una población civil inerme y sin escapatoria que intenta sobrevivir entre las ruinas de sus hogares bombardeados. Aplicando la bíblica ley del talión, se pretende castigar a toda una población por los atroces crímenes cometidos por un determinado grupo terrorista. Salvando las distancias, este proceder se asemeja mucho al ensañamiento del nazismo contra el pueblo judío, a quien responsabilizaba de todas las desgracias habidas y por haber. En Gaza se diezma diariamente a una ciudadanía totalmente acorralada que se desplaza sin rumbo entre las ruinas. El hambre y las enfermedades rematan a quienes logran sobrevivir al espanto de los bombardeos. También mueren acribillados mientras esperan obtener alimentos y algún secuestrado también ha muerto por “fuego amigo” al no reconocerse su bandera blanca. Da igual cómo califiquemos esta barbarie, porque lo crucial sería detener tanto desatino y coger el toro por los cuernos para poner las bases de una futura convivencia entre gentes con idénticos derechos, clarificando lo que significan cosas tales como el estatuto de colono. Eso no quita para perseguir sin descanso a unos terroristas que deben pagar por sus horribles desmanes.

Esto ha sucedido en la Berlinale, donde las autoridades alemanas han entrado a saco para dejar claro que no puede criticarse al gobierno de Netanyahu

Pero la comunidad internacional no puede señalar nada negativo en absoluto, sin verse automáticamente tildada de “filoterrorista”, como si dejarse conmocionar por las desgarradoras imágenes del sufrimiento supusiera defender a los terroristas que perpetraron previamente unas espantosas atrocidades en asentamientos colonos. Es obvio que cabe horrorizarse por ambas violencias y que la ley del talión solo sirve para sembrar vientos originarios de futuras tempestades en una concatenación sin fin. En este sentido, la descalificación de “antisemita” dirigida contra un cineasta israelí cuyos parientes fueron asesinados por los nazis resulta diabólicamente paradójica. Esto ha sucedido en la Berlinale, donde las autoridades alemanas han entrado a saco para dejar claro que no puede criticarse al gobierno de Netanyahu. Deberíamos dejar de utilizar gentilicios para referirnos a víctimas y victimarios. Los rusos no están invadiendo Ucrania y esa guerra la ha provocado un autócrata que no tolera ninguna disidencia como se ha demostrado de nuevo recientemente. De igual modo, los ciudadanos israelís no son responsables en su conjunto de las terribles decisiones adoptadas por sus gobernantes, tal como la mayoría de los alemanes no lo fueron del genocidio perpetrado por sus lideres. 

A pequeña escala y con menor intensidad, este perverso juego dialéctico de malversar ciertos términos o acuñar absurdos neologismos, están emponzoñando la vida política y social de las democracias deliberativas, al cercenar las condiciones de posibilidad que requiere cualquier debate y su posterior acuerdo. Como ha señalado El País en su editorial del domingo día tres, lo que cuenta del escandalo Koldo no se resuelve calificando de corrupto al partido socialista, porque lo asombroso es que pueda designarse sin filtro alguno a personas tan poco cualificadas para puestos de gran responsabilidad. No es el único caso que conocemos y su parecido físico con Luis Roldán es asombroso. Pero hay muchas otras ranas en ese tipo de charcos que han tenido cargos ejecutivos e incluso han ganado elecciones. Hay que poner trabas a la corrupción y a toda suerte de irresponsabilidades, pero esto no se hace utilizando los términos como armas arrojadizas.

Comoquiera que sea, la imaginaria empresa Improperios a destajo S.A. incrementa su capital y ve cómo sube su cotización en la bolsa de los valores político-morales, al contar con un creciente número de accionistas que deciden suscribir ese modelo y optan por entrar en el muy lucrativo negocio de las descalificaciones para obtener uno u otro redito personal o político. Al grito de “insulta que algo queda” suben los decibelios del improperio e incluso normalizan las ofensas públicas con sucedáneos onomatopéyicos como el de “me gusta la fruta”. Reír este tipo de ocurrencias no tiene ninguna gracia y que sustituyan a los debates políticos bien argumentados es una verdadera desgracia. 

Improperios a destajo S.A., o los discursos presuntamente “antisemitas” de la Berlinale