sábado. 20.04.2024

Señor director general, secretario, diputado, concejal, trepa frecuentador de sedes de partidos políticos, comisionista, emprendedor, asesor, embaucador, empresario, constructor, noble, innoble… según sea el papel que el destino haya decidido otorgarle:

Me dirijo a usted por ser quien es, porque ha hecho suyo un dinero que es de todos, y también por su maestría al actuar con unas dotes de interpretación que hasta al mas pobre puede hacer creer que su empeño es ayudarle y su meta promover una sociedad donde prime la libertad y los derechos de todos.

A usted que es un experto en cobrar por hacer (y permitir que otros hagan) lo que nunca debió hacerse , así como justificar sus turbias actividades con mentiras que los más ingenuos interpretan como filantropía.

A usted que desde un populista pedestal ofrece libertad a las masas mientras ejerce padrinazgos y adjudica contratas sobrevaloradas a empresas de amigos y familiares.

A usted que ha conseguido que altos porcentajes del costo de obras públicas y abastecimientos de las administraciones públicas —sufragadas con los impuestos de honrados contribuyentes— acaben en cuentas offshore de Andorra, Suiza, Gibraltar o cualquier país caribeño.

A usted que dice pagar siempre sus trajes, sus viajes de placer, las fiestas de cumpleaños y las comuniones de sus hijos, usted que le guiña el ojo a su Dios  en los juzgados, usted que intenta acallar su inexistente conciencia hablando con un confesor (que siempre le absuelve) o con sus cómplices más íntimos asegurando que “si no lo hago yo, otros lo harán y os aseguro que será peor”. 

A usted, que al alejarse del primer plano de actualidad (por voluntad propia o porque se lo imponen las circunstancias) lo hace, sin vergüenza, a través de una puerta giratoria que le convierte en alto cargo de una compañía eléctrica de esas que nos dejan helados con cada recibo que pagamos los sufridos consumidores.

Me dirijo a usted, político (o no político) corrupto, para decirle que me encantaría que ese pringoso modus operandi  con el que sirve a la colectividad, lo llevara de patitas a la soledad de una celda, sin perdón, sin excepciones ni excusas como “no lo volveré a hacer más”, y sin él eximente de esa impunidad que le hace sentir inmune por ser quien es, o por ser aforado, o  por ser expresidente muy honorable de un trocito de nuestro país, o por ser hermano de, o por lo que a usted le diera la gana mientras contaba dinero mojando el pulgar con saliva, o tal vez con la ayuda de una máquina de contar billetes. 

Me dirijo a usted por la indecencia de que hasta la pandemia haya utilizado para obtener obscenos beneficios en forma de inmorales comisiones. 

Señor político corrupto (o no corrupto), por favor, no desfallezca en el intento de acabar de leer lo que queda porque es ya muy poco y me relaja escribir lo que siento, y sólo me queda manifestarle que haré lo imposible para que usted, y todos los que están en sintonía con su desvergüenza,  dejen de parasitar el sistema y de cerrar sus negocios en elitistas campos de golf, canchas de pádel de acceso restringido, comedores de restaurantes inaccesibles para más del noventa y cinco por ciento de la población, e incluso aprovechando el buen rollito en celebraciones como en bodas de hijos (as) de preclaros personajes, eventos que reúnen a lo mejor y a lo peor de la sociedad.

Quiero que sepa que ansío el principio del fin el cómplice silencio con que ciertos suegros protegen (o adiestran, que nunca se sabe) a sus yernos corruptos. El principio del fin de los negocios sucios en sellados con un apretón de manos dentro de un coche en cualquier gasolinera de cualquier carretera. El principio del fin del mutismo de esas esposas que ven como se incrementa el patrimonio familiar y aparecen coches de lujo en sus garajes mientras ellas miran hacia otro lado en esta charcutería nacional donde unos chorizos de cualquier pelaje, condición e ideología campan a sus anchas. 

No le diré nada más, señor político —o no político—  corrupto, sólo mi deseo de que la justicia actúe de una vez y por siempre como un instrumento que juzgue en base a la verdad, que dé a cada cual lo que le corresponda, y que no haga distingos que beneficien a los delincuentes más poderosos.

Punto y final.

Carta a un político (o no político) corrupto