viernes. 29.03.2024
yoli
Fotos: Javier Fernández Letamendi

"Acción contra el Hambre" ha improvisado su oficina de coordinación en el aula de una escuela cuyas clases aún no se han reanudado un mes después del paso del tifón. Allí saludamos a Daniel Burgui Iguzkiza, un campechano periodista navarro que llegó a la ciudad tres días después de la tragedia, contratado por la ONG como responsable del área de comunicación y relación con los medios. En la práctica Daniel ha terminado siendo muchas cosas más. “Cuando te ves en una situación así, arrimas el hombro y estás para lo que haga falta” – afirma con su marcado acento pamplonica. Pese a que el joven navarro ha cubierto como periodista otras emergencias humanitarias, como la hambruna en el cuerno de África, le cuesta describir con palabras lo que se encontró al llegar a Tacloban. Para resumirlo cuenta, con algo de sorna, que la ciudad está bastante bien comparada con cómo se la encontró él.

Gracias a la ayuda de Daniel conseguimos alojamiento en el Leyte Park, un complejo residencial situado en la línea de costa y que el tifón destruyó sólo parcialmente. Han comenzado a servir comidas calientes y hay electricidad y agua corriente, lo que aprovechan para subir los precios por habitación hasta los 3000 pesos, al cambio unos 50 euros. La ley de la oferta y la demanda. La ciudad está llena de trabajadores internacionales y la disponibilidad de camas es limitada. Pese a la subida, el coste sigue siendo razonable para los estándares occidentales, y lo que puedan recaudar durante estos meses servirá para paliar los daños producidos por el tifón, así que nadie protesta. No es lo único que ha experimentado inflación durante este mes. La escasez y el estado de necesidad de la gente hacen que los precios en transporte y comida se hayan disparado. En uno de los dos restaurantes que han conseguido abrir sus puertas, los precios varían cada día aunque comas lo mismo que el día anterior, y en la pizzería, regentada por un italiano casado con una filipina, están haciendo el Agosto con esperas de horas para conseguir degustar una.

No lejos del Leyte Park está el centro de coordinación de la Cruz Roja en Tacloban. Allí nos recibe la persona encargada, Jennifer Chico. Tras veinte años de trabajo afirma que nunca se había encontrado con algo parecido. Si bien sabían que el tifón provocaría devastación a su paso, no preveían que fuera de tal magnitud. "Nadie estaba preparado para esto. ¿Quién podía estarlo?" - se pregunta extenuada tras 30 días de trabajo ininterrumpido y muchas noches en vela. Recuerda que aquel día estaba movilizada en este mismo lugar donde conversamos, acompañada de sus dos hijos pequeños de quienes no se quiso separar. Cuando el agua comenzó a entrar rápidamente en las dependencias de la Cruz Roja, sus ocupantes decidieron subir a lo que quedaba del tejado. La experiencia de Jennifer en anteriores tifones le hizo pensar que serían unos minutos de fuertes vientos y que después la tormenta les abandonaría y rezó para que así fuera.

Esta vez no fueron unos minutos sino 4 horas las que permanecieron en aquel tejado a merced de los resoplidos de Yolanda, convencidos de que iban a morir. Cuando la tormenta pasó, Jennifer dejó a sus hijos a cargo de una vecina y se puso manos a la obra. Le pregunto que de dónde ha sacado la gente la fortaleza para comenzar a trabajar e intentar pasar página horas después del desastre, y ella me contesta que, en su opinión, es una mezcla de fervor religioso, muy presente entre los más desfavorecidos en Filipinas, y la fortaleza natural de unas gentes que están acostumbradas a sufrir y tener que pelear duro para salir adelante. A diferencia de otros tifones, este último no ha sido clasista, y según Jennifer se cebó indistintamente tanto con aquellos que no tenían nada, como con quienes tenían mucho."Yolanda estaba realmente enfadada aquel día" - concluye, haciendo gala del sentido del humor de los habitantes de Tacloban pese a la tragedia que les ha tocado vivir.

Las calles adyacentes al centro de coordinación de la Cruz Roja todavía no han sido limpiadas y son patentes los daños causados por la tormenta: postes de electricidad caídos, casa derruidas o sin techos ni ventanas, camiones volcados, vehículos destrozados. Pese a todo, los niños juegan alegres, como si tal cosa, y los adolescentes se entretienen conversando y sacándose fotos con los forasteros. De camino al centro neurálgico de la ciudad, nos llama la atención una pintada en una de las paredes en la que puede leerse en inglés: "esto es el final" junto con la fecha en la que pasó el tifón por la isla. El mercado callejero ha retomado su frenética actividad y al lado de escombros, o montículos de desperdicios, se afanan los comerciantes para vender el género, desde comida supuestamente fresca hasta aparatos electrónicos. El hedor en el mercadillo es persistente y algunos transeúntes lo atraviesan tapándose boca y nariz con un pañuelo.

En el puerto de Tacloban ha establecido su cuartel general el Ejército filipino, con unidades de tierra e infantes de marina. Nos atiende cortésmente el alférez Abuan, quien nos transmite que la autoridad militar considera que la situación de emergencia está a punto de concluir y que en breve se replegarán a sus cuarteles para seguir dando apoyo puntual donde se les requiera, especialmente en algunos puntos de la isla donde sólo el ejército ha sido capaz de acceder. El Alférez confirma que la situación de seguridad está bajo control y que en unos días se levantará el toque de queda en la ciudad. Ensalza la respuesta de los habitantes de Tacloban ante la adversidad y reduce los saqueos a la categoría de hechos puntuales, motivados por la desesperación inicial, cuando todavía no se había podido canalizar la ayuda y la gente no tenía qué llevarse a la boca.

Esperando a que terminemos de conversar con el Alférez se encuentra Ruth Galindo, una maestra oriunda de San Rafael de Dulag, población de unos 50,000 habitantes ubicada cuarenta kilometros al sur de Tacloban. Llega hasta aquí desesperada, y en busca de comida para 500 familias que han perdido todo lo que tenían. El Alférez Abuan nos cuenta que, desafortunadamente, casos como el de Ruth son una constante, ya que hay puntos de la isla a los que no se ha podido llegar todavía y se desconoce la suerte que hayan podido correr sus habitantes y las necesidades urgentes que puedan tener.

"Yolanda estaba realmente enfadada aquel día"