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NUEVATRIBUNA.ES / AGENCIAS - 9.11.2009

El principal foco de atención lo constituirá el derribo de un gran dominó de poliestireno que ha sido colocado a lo largo de un tramo de 1,5 kilómetros por los que discurría el muro.
Las piezas de dominó han sido pintadas por artistas y jóvenes de todo el mundo y se extienden desde la Potsdamer Platz hasta el Reichstag, con la Puerta de Brandeburgo como epicentro.

El derribo será activado por algunos de los protagonistas de los acontecimientos que tuvieron lugar hace veinte años. El primero será el polaco Lech Walesa que hoy, en una entrevista concedida a Der Spiegel, califica a Mijail Gorbachov de "político débil" cuya reforma fue poco menos que producto de la "casualidad", y afirma que el triunfo sobre el comunismo se logró, "gracias a los astilleros de Gdansk", al movimiento de los obreros polacos "y al Santo Padre". La lista de quienes se presentan como "artífices de", sin contar con la población de la RDA, protagonista de lo que el discurso oficial denomina la "revolución pacífica", es larga.

La fiesta comenzará hacia las 18.00 GMT con un concierto de la Staastkapelle de Berlín que dirigirá Daniel Barenboim. A continuación, los jefes de Estado y gobierno atravesarán simbólicamente la Puerta de Brandeburgo desde el lado oriental hacia el occidental, donde ha sido instalado otro estrado, en el que habrá varios discursos.

Las primeras intervenciones serán de la canciller Angela Merkel y el alcalde-gobernador de Berlín, Klaus Wowereit, a los que seguirán los representantes de las cuatro potencias aliadas que se repartieron Berlín tras la guerra. Por parte de Rusia y Francia participarán sus respectivos presidentes, Dmitri Medvedev y Nicolas Sarkozy; por parte del Reino Unido asistirá el primer ministro británico, Gordon Brown, y de Estados Unidos llegó ya ayer la secretaria de Estado, Hillary Clinton.

Los festejos contarán también con la presencia de jefes de Estado y Gobierno de los 27 países miembros de la Unión Europea, entre ellos el español Jose Luis Rodríguez Zapatero, que llegará a Berlín junto a su colega polaco, Donald Tusk, tras celebrar una reunión bilateral en el balneario polaco de Sopot.

Finalmente, los invitados a las celebraciones por el aniversario de la caída del Muro de Berlín cenarán en la Cancillería Federal con Merkel y su marido, el científico Joachim Sauer
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Antes y a primeras horas de la tarde, la canciller alemana, acompañada por los Premio Nobel de la Paz Mijail Gorbachov y Lech Walesa se habrá acercado al antiguo puesto fronterizo interalemán de la Bornholmer Strasse, donde darán un paseo por el antiguo trazado del Muro.

El puesto fronterizo de la Bornholmer Strasse fue el primero en abrir sus barreras la noche del 9 de noviembre de 1989 y por él pasaron a occidente miles de ciudadanos germano orientales ansiosos por conocer una parte de la ciudad, que les había estado vetada durante 28 años. La propia canciller alemana, que trabajaba entonces como física en Berlín Oriental, cruzó esa noche el muro por ese lugar y, según ha confesado, celebró con cerveza la caída del Muro en casa de unos desconocidos en el sector occidental de la ciudad.

LA CONTROVERSIA SOBRE LA UNIFICACIÓN

La caída del muro provocó un periodo de euforia, tras el que en el Este se entró en otro de cierta depresión, al que ha seguido un tercero de aversión. Esos cambios matizan más que alteran un consenso general satisfactorio y aprobatorio sobre la unificación y la quiebra del antiguo régimen, que parece indicar que no se han olvidado las virtudes esenciales de aquella operación, en especial su carácter pacífico y la relativa moderación que revistió la completa y drástica absorción, jurídica, económica e institucional de un Estado por otro.

El desengaño fue resultado de las desmesuradas y paradisiacas expectativas que muchos alemanes del Este tenían sobre el Oeste. En 1990, durante la primera campaña electoral después de la reunificación, el entonces canciller, Helmut Kohl, anunció que el este de Alemania vería "paisajes florecientes". Sus predicciones se cumplieron solo a medias y, en vez de disfrutar de un presente luminoso, muchos alemanes del Este cultivan la Ostalgie, la nostalgia por un pasado gris, pero donde todo en la vida estaba asegurado.

En el contexto del derribo total de la economía germano-oriental, de una tasa de paro que casi dobla a la del Oeste y del colapso poblacional que ha supuesto la enorme emigración al Oeste, por falta de trabajo, aquellas expectativas se mudaron en una adaptación que no fue fácil. La población de 16 millones que la RDA tenía en 1989 se ha reducido a 12,5 millones. En el escenario más pesimista podría quedarse en 8,6 millones en el 2050.

Al mismo tiempo, el Estado ha invertido sumas ingentes de dinero en el Este, para modernizar sus infraestructuras y mejorar sus ciudades menguantes, con decenas de casas y viviendas vacías por falta de población.

En general han sido los alemanes del Oeste, cuyo papel en el movimiento civil de otoño de 1989 fue nulo, quienes han explicado mediáticamente todo este proceso, incluido el relativo desencanto. Ellos han sido los narradores, incrementando cierta sensación de perdedores entre los alemanes del Este, que, según el filósofo Jürgen Habermas, "no tuvieron más margen de acción que la adaptación y el sometimiento" al nuevo orden.

Veinte años después se asiste a un nuevo discurso del Este sobre esas realidades. El teólogo Friedrich Schorlemmer dice que el Este ha pasado de un universo "marxista altruista" a otro "darwinista egoísta", del marxismo al "mercantilismo como ideología mundial sin alternativa". Y glosa determinadas ventajas sociales de la RDA, matizadas, dice, por el inconveniente de que los ciudadanos eran allá "casi propiedad estatal".

Veinte años después