sábado. 20.04.2024

El hombre que presuntamente dirigirá la segunda potencia mundial se ha presentado en la sociedad occidental. O, para ser más exactos, ha hecho su visita de presentación en el único escenario apropiado para tal fin: Estados Unidos.

Xi Jinping es el actual vicepresidente de China. Pero no es su cargo de hoy lo que importa, sino el convencimiento, según las reglas de hierro del sistema político chino, de que ascenderá al puesto de Secretario General de Partido Comunista Chino en octubre y a la Jefatura del Estado a comienzos de 2013.

Estos días, los medios han tirado de archivos, perfiles y arcanos sinólogos para decirnos algo más sobre un hombre del que, como suele ocurrir con todos los jerarcas chinos, se sabe sólo lo justo. Tania Branigan publica un perfil excelente en THE GUARDIAN.

Su biografía es impecable para alguien llamado a dirigir un país que ambiciona consolidar y reforzar su influencia en la escena mundial. Pero sobre todo, que ansía acumular riqueza y cuadrar el círculo de la acumulación de capital con una divisa y una retórica todavía comunistas. Xi es hijo de un veterano de la Larga Marcha que cayó en desgracia durante la Revolución Cultural. Esta situación lo obligó a pasar penurias y a probar su temple y su pedigrí revolucionario en zonas muy esquinadas y desfavorecidas y a llevar una vida casi monacal.

Con los años, esta austeridad forzada por las circunstancias se ha querido presentar como forjadora de un espíritu de probidad y honestidad. Xi ha sabido, -y esa parece una de sus bazas - permanecer al margen de los numerosos escándalos de corrupción que han estallado en los últimos años en China. Un gran mérito, si tenemos en cuenta que le tocó hacerse cargo del Partido en Shanghai, justo después del encarcelamiento de un anterior dirigente corrupto.

La gran pregunta que se hacen todos los analistas y expertos es si Xi Jinping va a liderar el cambio que, según la visión predominante en Occidente, muchos millones de chinos ansían. Es decir, el cambio hacia una sociedad más democrática, pluralista, respetuosa de los derechos individuales y de las minorías nacionales, raciales y religiosas, más abierta económicamente y más ‘responsable’ en la escena internacional.

No hay consenso. La mayoría considera que Xi Jinping es –o será, llegado el momento- un ‘primus inter pares’, el hombre encargado de la conducción, pero no el definidor de las políticas en todos los ámbitos. Kerry Brown, el responsable del programa de Asia en la prestigiosa Chattham House (un templo del pensamiento en Relaciones Internacionales, en Londres), afirma en un artículo para FOREIGN POLICY que Xi es un ‘insider’, un hombre del sistema, sin pretensión aparente alguna de cambiarlo. La clave de su ascenso, como ha ocurrido con otros líderes anteriores, ha consistido no tanto en los apoyos que ha conseguido reunir, sino en “tener menos enemigos que sus competidores”.

Brown recuerda algunos momentos claves del ascenso político de Xi. Durante el actual mandato de Hu Jintao, se ha librado, por suerte o por habilidad, de asumir los dossiers más delicados de gestionar y más peligrosos de cara al futuro, como la reforma del sistema sanitario y el control del malestar social creciente. Estos espinosos asuntos fueron encomendados a Li Keqiang, el hombre que hace unos años se consideraba el ‘delfín’ de Hu. Ahora, Li s tratado en los medios como el próximo primer ministro, llamado a suceder al reformista Wen Jiabao, al frente del gobierno, es decir, de la gestión de los asuntos corrientes.

Xi, por el contrario, fue encargado por el Politburó (el autentico centro del poder en China) de controlar el desarrollo de los Juegos Olímpicos de Pekín. Cumplió. O al menos así lo valoraron sus pares, promoviéndolo a la cúspide. El sucesor ha tenido que ser obligadamente prudente para mantener su ascenso.

A pesar de ello, otros analistas como Ho Ping, autor de una biografía de Xi, creen que éste tiene el carisma, la trayectoria y la vocación de introducir cambios. El futuro Presidente no puede refugiarse en el continuismo. “La inacción no es una opción para Xi”, sostiene Ho, en un artículo para THE NEW YORK TIMES. Sus retos serán “combatir la corrupción, mejorar la protección de los campesinos y de los trabajadores inmigrantes y rejuvenecer la empresa privada”. Aunque el cambio no esté garantizado, ni mucho menos, y un periodo de transición parezca inevitable, el analista chino afirma que “Xi parece más inclinado que otros líderes anteriores a reunir a los progresistas de dentro y fuera del partido, aprovechar los movimientos de base y transformar genuinamente el panorama político de China”.

Los grupos de defensa de derechos humanos no son tan optimistas, o ven más las dificultades que las oportunidades. Aunque algunos datos biográficos atribuyen a Xi críticas a la represión de Tiananmen y un pedigree más liberal que la media, la mayoría de los consultados en un artículo de Keith Richburg para THE WASHINGTON POST, consideran que “no habrá cambios sustanciales” durante la próxima década en China. El investigador principal de Human Rights Watch para China, Nicholas Bequelin, cita como dato inquietante que el presupuesto (y, en consecuencia, el poder) del aparato de seguridad de China es ahora superior al de las Fuerzas Armadas. Otros activistas en este campo comparten el escepticismo. No obstante, el propio Richburg cita opiniones más favorables, no tanto basadas en la intención de Xi, cuanto en la necesidad de introducir esas reformas, mejoras y cambios.

El futuro presidente se ha paseado por Estados Unidos exhibiendo un tono afable y carente de la tensión que ha dominado otros encuentros en la cumbre de este G-2 virtual que forman China y la primera superpotencia mundial. La primera visita de Obama a China resultó un fracaso y le granjeó al presidente norteamericano fuertes críticas a derecha e izquierda. La estancia de Xi en Estados Unidos ha coincidido con el veto chino en el Consejo de Seguridad a la resolución de condena del régimen sirio, pero las insalvables discrepancias han sido casi pasadas por alto.

Xi ya conocía Norteamérica. Aparte de Washington y Los Ángeles, volvió a Iowa, donde estuvo de joven en una misión oficial. Su hija estudia en Harvard y él confiesa ser aficionado al cine bélico estadounidense. Lo que, llegado el caso, le podría servir para escenificar un pulso en cualquiera de los escenarios de fricción que mantienen los dos gigantes mundiales, ya sea el equilibrio estratégico en Asia, las reglas del juego del comercio mundial, el control de Corea del Norte, la nuclearización de Irán y otros conflictivos asuntos mundiales.

De momento, algo más sabemos de un tal Xi Jinpig. Aunque su rostro y su designio político seguirán siendo, durante mucho tiempo, una gran incógnita.

Un tal Xi Jinping