jueves. 18.04.2024

Reconozco que cuando un amigo, dirigente laborista por más señas, me lo pronosticó en Londres el pasado mes de noviembre, me negaba a creer que llegara a ser cierto, pero al final ha terminado siendo verdad: el Primer Ministro británico, David Cameron, está dispuesto a sacar al Reino Unido fuera de la Unión Europea con tal de sortear su cada vez peor perspectiva electoral en las próximas elecciones generales, previstas para 2015.

Es evidente que su “conservadurismo compasivo” se ha traducido en una política brutal de recortes, que ha llevado al país a la recesión; también está claro que su “Big Society” y su espíritu de “modernización” de la política no han pasado de meros lemas que han dejado intactas las vetustas estructuras institucionales del Reino; y desde luego es obvio que su alianza con el Partido Liberal Demócrata es un matrimonio de conveniencia mal avenido en el que Nick Clegg estaba pagando el pato…hasta la fecha.

Porque los últimos sondeos tampoco dejan lugar a dudas: de celebrarse hoy las elecciones, los laboristas ganarían por un buen margen de puntos a unos conservadores en continuo retroceso que ni repitiendo el actual pacto de gobierno podrían matener el poder.

Así que Cameron ha decidido echar mano del tópico populista sobre Europa para desviar la atención de la crisis económica y de su fracaso frente a la misma, yendo más lejos que ninguno de sus predecesores: ni Thatcher ni Major se plantearon jamás en serio un referéndum para cambiar el estatuto del Reino Unido en la UE, y menos aún para abandonarla si se tercia.

Cameron sí lo ha hecho, situando un horizonte temporal (2017) y planteando una fórmula que conviene no dejar pasar desapercibida: la consulta (“in-out referendum”, dicen allí) tendría como objetivo pronunciarse sobre la permanencia o no en la UE una vez que Londres hubiera negociado con Bruselas –léase, con el resto de estados miembros- un cambio en su situación en la Unión.

Así que el Primer Ministro lanza a la cara a sus homónimos de los otros 27 estados miembros no un reto, sino un chantaje en toda regla: “o me concedéis lo que pido o pediré a mis ciudadanos que voten marcharse, es decir, ¿qué elegís, susto o muerte?”.

El caso es que el Reino Unido ya disfruta de una situación especial en la UE, a través de los llamados opt-outs, que le permite no participar en determinadas políticas. Pero los conservadores querrían ahora consolidar esa particularidad y extenderla porque, argumentan, no todo lo que se hace en la UE conviene al país.

Por el contrario, la verdad es que se trata de un juego ideológico y táctico basado en premisas falsas que aspira a no perder votos euroescépticos a favor del eurofóbo Partido por la Independencia del Reino Unido (todavía me acuerdo de sus estrafalarios eurodiputados), algo que podría fastidiarle muchos cuantos escaños en un sistema electoral de circunscripción uninominal a una sola vuelta, siempre a favor de los laboristas.

La UE no causa ningún perjuicio al Reino Unido ni limita su soberanía. Al contrario, es uno de los principales beneficiarios del mercado único, de las ayudas en momentos críticos (¿se acuerdan de las Vacas Locas?) y, por si faltaba algo, del presupuesto, a través del llamado “cheque británico” (British rebate), que les devuelve buena parte de su aportación a las arcas comunitarias. ¿Hay quien dé más?

La jugada de Cameron puede perjudicar al Reino Unido y a la Unión Europea al mismo tiempo, para a fin de cuentas no servirle para mantenerse en el poder y poder convocar el referéndum. Todo dependerá de que los laboristas se mantengan firmes en su posición actual: no a la consulta y sí a la presencia activa en la UE, donde se puede y se debe defender el interés británico sin paralizar la Unión. Por una vez, Tony Blair ha acertado al comparar al Premier conservador con el personaje de la película cómica que amenaza a los demás con pegarse un tiro en la sien.

En esa dirección, lo que digan otras potencias será importante, teniendo en cuenta la internacionalización económica y los lazos históricos británicos.

Obama ha sido claro: un Reino Unido fuerte en una UE fuerte; China e India también miran con estupor el derrape de Downing Street. ¿Y qué dicen los socios? El único preocupante es la Alemania de la señora Merkel, que desde hace meses busca en Londres un aliado y cuya primera reacción ha sido comprensiva hacia una negociación “justa” (fair) entre el Reino Unido y la UE en el camino propuesto por Cameron. ¿Incomprensible viniendo de un estado que apuesta teóricamente por la Unión federal? Quizás no tanto si pensamos que Berlín necesita aliados para mantener la catastrófica política de la austeridad por la austeridad cuando ya casi todo el mundo (en todos los significados de la palabra) la critica y que, como buena derecha que es, a la CDU-CSU le interesa sobre todo el mercado y, si es desregulado, mejor, algo a lo que los británicos dirían sí hasta amordazados.

Europa no se entiende sin el Reino Unido (o lo que quede de él si Escocia abandona el barco, que todo está por ver: ¿tendrá algo que ver con el referéndum en Escocia que el Partido Conservador sea casi en exclusiva un partido English, con pocos escaños fuera de Inglaterra?) y viceversa. Por eso mismo, el movimiento de los conservadores arrastra una dosis letal de peligrosidad en todos los sentidos que conviene no menospreciar.

Lo que está claro es que, cuando dentro de un tiempo se analicen estos años, una conclusión saltará a la vista: la irresponsabilidad con que las derechas europeas se han comportado cuando han estado en mayoría.

Lo fácil sería decir al Reino Unido “iros y dejadnos en paz”. Tan fácil como equivocado, of course, si pensamos como europeos.

Reino Unido: mejor dentro que fuera