sábado. 27.04.2024

La Sudáfrica que no pisará la Roja

AGNESE MARRA
Están a punto de llegar a Johannesburgo, emprenderán el viaje hacia una de los mundiales más esperados. Su aventura poco tiene que ver con la odisea que emprenden millones de africanos para llegar al Dorado del continente. Violaciones, torturas y enfermedades son el precio que tiene que pagar los que quieren pisar suelo sudafricano para recoger las migajas de la Copa del Mundo.
NUEVATRIBUNA.ES - 08.06.2010

Mañana llegan los jugadores de la Roja a Sudáfrica. Cientos de periodistas los esperan, se ultiman los preparativos de las instalaciones y el furor se enciende entre el público. Sudáfrica hoy está en boca de todos. Nos llegan las últimas imágenes de los recién estrenados estadios y las autoridades sudafricanas no paran de recordarnos sus fuertes medidas de seguridad. Los europeos pueden estar tranquilos porque el espectáculo está a punto de comenzar.

Pero el Mundial esconde la cara más oscura de uno de los países más violentos del mundo. Donde la tierra africana es más desigual que en ningún otro sitio. Donde los blancos siguen mandando sobre los negros con total impunidad, dosis de desprecio y un toque de chulería.

La Copa del Mundo también ha provocado esperanza entre los sudafricanos, empleos por doquier, una economía emergente. Sudáfrica marca la diferencia con el resto de países del continente y sus vecinos miran con envidia a un gigante con pies de plomo. En el último año la inmigración ha crecido de forma imparable en el país del fútbol. Desde Zimbabue han llegado miles de africanos con la ilusión de recoger algunas de las migajas del Mundial. Pero su viaje poco tiene que ver con el que mañana emprenderán los de la Roja.

LA FRONTERA DEL CUERPO

Violaciones, palizas, asesinatos, hacinamiento, enfermedades. Así se inicia la odisea que emprenden miles de africanos hacia la tierra que hoy es respetada por el primer mundo. Los zimabuenses no sólo pasan la frontera terrestre, sino que tienen que superar los límites de la dignidad humana. Acceder a Musina – la ciudad limítrofe entre Sudáfrica y Zimbabwe- supone evitar las bandas de los guma guma, quienes no sólo les roban el dinero, sino que les arrebatan su ya machacada autoestima.

“Crucé el río con un grupo de cuatro personas. Nos abordó en el lado sudafricano una banda de siete guma guma armados con cuchillos y pistolas. Quisieron obligarme a mantener relaciones con las mujeres de mi grupo, pero me negué. Entonces, uno de los guma guma me introdujo a la fuerza su pene en el ano y eyaculó. No sé en realidad cuántos me violaron porque todo el incidente me dejó muy confuso. Me desmayé y cuando me desperté no estaban por ninguna parte”, relata un hombre zimbabuense de 27 años, paciente de la clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Musina.

Su historia no es un caso aislado. MSF ha tratado a 120 supervivientes de agresiones sexuales sólo en los cinco primeros meses del año, de los cuales 88 fueron atendidos entre marzo y mayo, ya que a medida que se acercaba el Mundial, los africanos se apresuraban para emigrar.

La ONG no sólo denuncia las atrocidades físicas y psíquicas que provocan estas violaciones, sino que alerta sobre la propagación del VIH: “En estos casos de violación nunca se utilizan preservativos. Muchos de los supervivientes de las agresiones sexuales y de las bandas ya son seropositivos, por lo que estamos asistiendo a la propagación del ciclo del VIH, ya que una misma mujer a menudo es violada repetidamente por distintos miembros de las bandas, y a menudo también obligan a los compañeros de viaje de las mujeres a violarlas”.

JOHANNESBURGO: MISERIA Y VIOLENCIA

Así comienza el viaje. Los afortunados que llegan a Johannesburgo tienen que lidiar con enfermedades, hacinamiento o tortura policial. La primera casa de acogida que encuentran es la Iglesia Metodista Central. Allí viven alrededor de 2.000 personas, la mayoría originarios de Zimababue y el resto, sudafricanos que provienen de zonas rurales muy deprimidas. MSF tiene una de sus clínicas ubicada al lado de esta iglesia y lleva a cabo una media de 2.300 consultas al mes. Tuberculosis, Sida, enfermedades respiratorias o gastrointestinales son los problemas más frecuentes.

Otros 1.000 edificios abandonados en el centro de la capital acogen a casi seis millones de refugiados. Los pisos están controlados por bandas de criminales que no sólo cobran alquileres abusivos a sus nuevos inquilinos, sino que no dudan en violarlos a maltratarlos a su antojo.

Sólo 45 edificios acogen a 30.000 personas. Los espacios son minúsculos, el hacinamiento es enorme, apenas existe saneamiento, el acceso al agua es complicado o inexistente y sus habitantes no cuentan con ningún sistema adecuado de gestión o eliminación de residuos.

“La cantidad de basura aumenta a diario. Mira este enorme montón: cada dos por tres se oyen y se ven las ratas. ¿Puedes imaginar que por aquí pasan y juegan niños, o que en esta misma habitación, justo al lado de la basura, vive un pequeño bebé de apenas unos días de edad?”, comentaba a MSF un hombre mozambiqueño residente en un edificio abandonado. Otra mujer decía: “Me preocupan los brotes de enfermedades porque edificio no tiene inodoros, la gente defeca por todas partes”.

La pesadilla no acaba ahí. Cada dos o tres meses la policía o bandas criminales como Red Ants -hormigas rojas- llegan a estos edificios y desalojan con armas, palos y balas de goma a miles de personas que se quedan en las calles, a la intemperie y sin los pocos enseres personales que tenían. “Los propietarios, sus agentes de seguridad y la policía entraron en el edificio…la policía iba preguntando a la gente por qué habían vuelto a entrar allí. Pidieron a la gente que saliera del edificio porque se suponía que allí no podían estar. A todo esto, empezaron a atacarnos, golpeando a todo el mundo con las culatas de sus armas y con porras. La policía les gritaba que se volvieran a su país”, contaba uno de los desalojados a MSF.

La policía es especialmente violenta con los inmigrantes que llegan a la capital. Los arrestos son masivos y no tienen pudor en llevarse a la comisaría a un refugiado que esté haciendo cola para ser atendido en una clínica de MSF. La ONG lo ha denunciado en repetidas ocasiones. Los inmigrantes no reciben ningún tipo de cobertura sanitaria en los hospitales sudafricanos. Primero les cobran y después les dicen que no pueden atenderlos. Los ejemplos son incontables. MSF retrata la historia de una mujer de 28 años: “En septiembre asistí a un centro público de salud porque estaba sufriendo un aborto, pero el enfermero me dijo que sólo atendían abortos de personas sudafricanas. Después me pidieron 400 Rand [48 dólares], que yo no tenía, así que fui a un N’anga (curandero tradicional) que me ayudó con el aborto. En noviembre, volví al mismo centro de salud con dolores abdominales severos. Me volvieron a pedir el pasaporte y 140 Rand [15 dólares]. Me marché y compré antibióticos y analgésicos”.

El horror que les espera no les desanima para emigrar. El Mundial es una nueva excusa para cambiar sus vidas, para intentar encontrar un trabajo, incluso para estar un poco más protegidos. Desde hace dos meses los maltratos policiales han disminuido y los desalojos se han paralizado. Pero el futuro de estos millones de inmigrantes se truncará el 11 de julio. La final de la Copa del Mundo marcará otro rumbo para la vida de los zimbabuenses. Uno de ellos se confiesa a MSF: “Tengo miedo de la xenofobia, todo el mundo me dice que nuestra situación se agravará después del Mundial de fútbol”. Unos lo celebrarán y otros se hundirán todavía más en la miseria.

La Sudáfrica que no pisará la Roja