viernes. 29.03.2024
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Jean Tirole ha defendido públicamente la centralización supranacional del sector financiero para evitar las dificultades de la banca en países como España o Irlanda

En plena deriva socioliberal del gobierno de François Hollande y en un contexto de creciente descontento de la corriente más a la izquierda del Partido Socialista francés, la Real Academia de Ciencias sueca ha ofrecido a Manuel Valls y a su renovado ejecutivo un buen argumento para legitimar determinadas reformas de corte liberal.

La selección del economista francés Jean Tirole como Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas (léase, Nobel de Economía) representa, además de un orgullo chovinista, una fuente ideológica a Valls para aplicar y, sobre todo, para justificar su nueva política económica.

Tirole es un economista técnico, un heredero de la tradición francesa de ingenieros economistas. Su paso por l’Ecole Polytechnique y su doctorado en el MIT de Boston llevaron al recién coronado Nobel de Economía a un progresivo alejamiento del juego político en el que buena parte de los economistas penetran en algún momento de su trayectoria. Sus estudios se centran en el poder de mercado y abogan por la reducción de los oligopolios y la regulación de los mercados. La dimensión matemática de sus trabajos los había convertido en poco aptos para el público general. “Mi vida es la vida de un investigador”, ha declarado recientemente.

Sin embargo, el recién laureado fue rápidamente interpelado por los medios de comunicación en Francia sobre la situación política del país. De fondo, resonaban todavía las palabras de Manuel Valls en la Universidad de Verano del Medef- la patronal francesa-, en la que recibió una ovación unánime de los grandes dirigentes de empresas del país después de pronunciar una declaración de amor incondicional al mundo de la empresa. También tronaban las declaraciones del nuevo ministro de Economía, Emmanuel Macron, poniendo en entredicho la semana de trabajo de 35 horas –vigente desde 1999- para mejorar la competitividad del Hexágono en un contexto de globalización.  Y no se habían olvidado tampoco las palabras del ministro de Trabajo, François Rebsamen, en las que pedía a Pôle Emploi –el Servicio Público de Empleo- reforzar el control de los desempleados para sancionar a aquellos que no buscaran activamente un puesto de trabajo. 

Tirole, poco acostumbrado al circo mediático, tomó un camino intermedio en el que abogó por “definir las reglas del juego sin destruir el crecimiento económico” o  “encontrar el equilibrio entre una economía próspera y un laissez-faire excesivo”. Puro discurso socialdemócrata previo a los dos grandes consejos que se permitió lanzar al ejecutivo francés: la reforma del mercado de trabajo galo, que definió como “catastrófico”, y la reducción de costes en la prestación de servicios públicos. 

Para lograr estos dos grandes objetivos, Tirole propone crear un contrato de trabajo único que impida la precarización propia al trabajo temporal y que facilite el despido. En esta misma dinámica, las empresas estarían sometidas a un impuesto ante cada despido, se reducirían las cotizaciones sociales y las prestaciones de desempleo serían gestionadas por una entidad independiente del Estado. El economista nobelizado ha criticado los dispositivos de protección de los países del sur de Europa afirmando que “cuanto más se protege a los asalariados, menos se les favorece” debido al temor del mundo empresarial hacia la formalización de contratos indefinidos.

En lo que se refiere a su segunda exhortación, Tirole defiende el mantenimiento de los servicios públicos evitando el solapamiento de los mismos, con una orientación hacia el modelo nórdico. Tirole obvia que los países escandinavos tienden a un reemplazamiento de las instituciones por fondos de inversión y por colaboraciones público-privadas en la gestión de los sectores educativos y sanitarios. También olvida que la supresión de los departamentos y la fusión de las diferentes regiones propuesta por el Estado - con la consiguiente pérdida de servicios públicos de proximidad- representa un ahorro cercano a los 20.000 millones de euros, prácticamente la mitad de lo que suponen los regalos fiscales a la patronal tras la aplicación del poco contestado Pacto de Responsabilidad, emblema de la política económica de François Hollande en este quinquenio.

Los medios de comunicación soslayaron que Jean Tirole ha defendido públicamente la centralización supranacional del sector financiero para evitar las dificultades de la banca en países como España o Irlanda. También ha criticado abiertamente la influencia creciente de los grupos de presión sobre los poderes políticos y ha declarado repetidamente que los mercados “para funcionar correctamente, necesitan un Estado fuerte”. El foco mediático se ha dirigido, de este modo, sobre una selección de ideas que pueden servir para sostener las grandes reformas económicas pretendidas por los socialistas en el poder (con el beneplácito evidente de la oposición conservadora).

El holandés Jan Tinbergen, también laureado hace más de cuatro décadas con el mismo premio, decía que los economistas se preocupan de la próxima generación mientras que los políticos se preocupan únicamente de las próximas elecciones. No sabemos si Tirole volverá a su despacho para continuar con sus trabajos o si desea gozar de un estatuto de Richelieu postmoderno. En todo caso, sus palabras avivan las brasas de una reforma económica que pretende convertir a Francia en la tercera gran víctima de la nueva socialdemocracia europea, heredera de las políticas de Blair y de Schröder. Hollande y Valls han encontrado a su nuevo ideólogo de referencia. 

Informar sobre el Nobel de Economía…o cómo legitimar una nueva concepción del Estado