viernes. 19.04.2024

La Paz. Un nombre evocador. El sueño de toda una nación. Una palabra que destella esperanza y, sin embargo, que ha ido cogiendo un significado muy distinto en el norte de Colombia. La Paz es una ciudad situada a unos pocos kilómetros de Valledupar –una de las capitales del litoral atlántico–, que se destaca por haberse transformado en una plataforma ineludible del contrabando de gasolina. Por aquí llegan semanalmente toneladas de gasolina comprada en Venezuela a precios irrisorios que pasan por la frontera en “mulas” (camiones enormes) sin el beneplácito de las autoridades, escapando así a las normas tributarias, y se revenden de manera ilícita en las calles de este pueblo convertido en un gran mercado negro.

Al lado de las gasolineras desiertas, cerradas por culpa de la competencia desleal y en las que se pueden leer carteles de indignación dirigidos al Estado, yacen decenas y centenares de puestos de revendedores particulares que ofrecen una gasolina baratísima. Con 21000 pesos (menos de 9 euros) se obtienen 30 litros de gasolina corriente –menos de 30 cents de euro el litro– y con estos precios es fácil dejarse tentar por la compra de este valioso líquido, sobre todo cuando los agentes de policía del mismo pueblo cierran los ojos sobre las prácticas delictivas de los habitantes. Casi todo el mundo está implicado en este negocio: desde las señoras o jóvenes que ofrecen la gasolina delante de sus casas exponiendo los bidones fuera de casa (al lado de las empanadas y otros puestos de fruta), como los transportistas, los agentes de policía o los militares que aprovechan las tarifas para llenar las reservas de sus camiones.

Se cuenta que hace unos meses la policía nacional entró en el pueblo con el fin de proceder a una limpieza general. Sin embargo, sus planes se encontraron ante la voluntad férrea de un pueblo que quiere defender sus intereses y sus fuentes de ingresos. Todos los pueblerinos se unieron para impedirles el acceso. Hubo altercados, tiros y varios muertos. El resultado final es el que hoy se aprecia en las calles arenosas de La Paz: un espacio en el que reina la ley de los “pimpineros” (los contrabandistas).

La Paz es el paraíso del contrabando. El templo de un sistema que se nutre de las vicisitudes y los vacíos de una economía corrupta. Aquí prevalecen las mafias de la gasolina y se pelean distintas facciones para controlar el suministro o, por lo menos, asegurarse una entrada constante.

El día que nos presentamos a reponer gasolina, el joven que nos atiende nos indica que el precio de la gasolina está levemente más caro que ayer. El motivo es que unos indígenas que querían adueñarse de unos cuantos litros han sido abatidos por los camioneros. Este tipo de accidente ocurre con frecuencia, nos explica el muchacho, e implica indemnizaciones millonarias que, luego, se repercuten en el precio de la gasolina.

Otro detalle interesante es cómo se almacena y manipula la gasolina. La gente del poblado la guarda en sus casas, en salas especialmente dedicadas a ella, convive con su olor cada minuto y se expone a las complicaciones respiratorias que todo esto genera. “El otro día, una casa ardió… ¡Eso puede pasar!”, reconoce el joven que nos atiende. Los incendios son un riesgo más, pero parece que todo el mundo lo tenga bien asumido. Los pies descalzos del muchacho en la tierra mojada son un espejismo de la pobreza en la que se encuentran los lugareños.

¿De qué manera se puede evitar de contribuir a este círculo vicioso de corrupción y miseria? Esa es una pregunta que me hago personalmente y que luego formulo a un ciudadano de Valledupar, que viene de vez en cuando a reponer en esta ciudad-gasolinera. Él me confiesa que ha estado reflexionando en muchas ocasiones sobre este tema y concluye que de nada sirve hacer un boicot a los “pimpineros”. Comprar el carburante en las gasolineras oficiales de la ciudad más cercana alimenta el círculo vicioso de la misma manera ya que éstas también compran grandes cantidades de carburante a los contrabandistas y lo revenden a un precio tres veces más caro.

Así pues, entendemos que el contrabando de la gasolina en Colombia va más allá de las simples mafias. Se construye sobre una base alimentada por la pobreza y la corrupción. Se intensifica con la proximidad del país con las mayores reservas del mundo (Venezuela) y se reivindica como un sector legítimo de la economía. Un mundo patas arriba.

Colombia y el contrabando de gasolina