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nuevatribuna.es | 11.02.2011

La ola revolucionaria en el mundo árabe es imparable. Comenzó en Túnez y ahora ha saltado a Egipto donde la población está dispuesta a llegar hasta el final para lograr tumbar un régimen que se ha perpetuado en el poder los últimos treinta años. Este sábado está preparada una gran manifestación en Argelia y el próximo 20 de febrero en Marruecos. Jordania, Siria, Yemen… son otros países donde empieza a latir el cambio. Algunos dirigentes árabes se han adelantado a anunciar reformas democráticas ante el peligro de protestas sociales que amenacen sus regímenes. El pueblo árabe pide libertad y democracia participativa. Es un momento histórico comparable, según algunos analistas, con la caída del Muro de Berlín.

“Las manifestaciones que se suceden en Túnez, Egipto, Jordania o Yemen deben interpretarse como una muestra de descontento de la población hacia unos regímenes que se perpetúan en el tiempo y que se han apoderado de los recursos del Estado. El pueblo árabe ha tomado las riendas de su destino y está derribando su propio muro de Berlín del autoritarismo”, señala Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante y autor del estudio La revolución democrática árabe: el nuevo rol de la Unión Europea, editado por la Fundación Alternativas.

A esa situación donde regímenes autocráticos se perpetúan en el poder se añade una situación económica asfixiante: casi el 50% de la población en Egipto vive bajo el umbral de la pobreza y en los últimos tiempos han ido surgiendo movimientos, muchos de ellos liderados por jóvenes laicos, para movilizar a la población. Para muchos, el líder opositor egipcio y Nobel de la Paz Mohamed El Baradei sigue siendo un desconocido. Es una revolución sin líderes claros y con varias personas que están intentando postularse.

Occidente (EEUU y Europa) observa con cierto temor el avance de partidos islamistas como los Hermanos Musulmanes que sin duda están jugando y jugarán un papel determinante. Este grupo opositor, el mayor de Egipto, con una base popular sólida (en torno al 20%) ha evolucionado llegando a renunciar al empleo de la violencia, aceptando el pluripartidismo y rechazando la instauración de un estado islámico radical (Sharia). También han dado pasos en sus relaciones con Israel al apostar por el cumplimiento de los tratados internacionales de paz.

Muchos son los factores a tener en cuenta para analizar la situación de inestabilidad que se vive en Egipto. Existe el peligro de vacío de poder ante la ambigua posición que mantiene el Ejército que, por un lado se resiste a desmarcarse del régimen, pero por otro lado ha tenido gestos de apoyo a las “legítimas” protestas. Las próximas horas y días serán determinantes en un escenario donde Hosni Mubarak se retira de escena (este viernes salió de El Cairo) dejando el poder en manos del Ejército. Existe peligro de fraccionamiento en el propio Ejército pero también en el partido que se ha perpetuado en el poder con Mubarak al frente y su pretensión de que su hijo (la nueva guardia que se ha rodeado de hombres de negocios) herede el cargo.

Así las cosas, no sólo se trata de un pulso entre Mubarak –quien ha perdido ya el poder real- sino de un pulso en el seno de su partido y del Ejército donde queda por ver si terminarán cargando contra los manifestantes y provocando un baño de sangre. El papel que juegue será determinante ante una posible junta militar que podría ser la opción deseada por los países de Occidente temerosos del ascenso de los Hermanos Musulmanes.

La principal incógnita a día de hoy es saber quién va a liderar la transición, si el Ejército o un gobierno provisional de amplia base. Los próximos pasos parecen obvios: eliminar las leyes de excepción, liberar a los presos políticos, legalizar a todos los partidos, reconocer todas las libertades públicas y convocar elecciones.

Egipto: las claves de la revolución