jueves. 28.03.2024
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Fotos: Europapress

¿Por qué esta fijación de los extremistas islamistas con Alemania? Porque los actos de terror agudizan las contradicciones en la política alemana sobre los refugiados

En el momento de escribir este comentario no hay indicios de que los atentados Ankara y Berlín del pasado 19 de diciembre estén conectados o coordinados. Y, sin embargo, no sería extraño que así fuese.

Después de la escenificación del acto final de la tragedia de Alepo, era de esperar una acción terrorista singular, de gran impacto mediático, tras varios meses de relativa pausa. En este caso, el efecto propagandístico no ha consistido tanto en la magnitud del golpe, sino en la práctica simultaneidad de dos acciones. La primera, el asesinato ante las cámaras del embajador ruso en Turquía, durante un acto cultural; y la segunda, el atropello de un camión de gran tonelaje a los visitantes de un mercado navideño en Berlín, siguiendo un patrón similar al ejecutado en Niza el verano pasado.

Dos atentados, tres países directamente afectados y un propósito aparentemente claro: incidir en las tensiones que traban la lucha antiterrorista internacional y las distintas posiciones ante la guerra en Siria. Alemania, Rusia y Turquía bien podrían constituir un triángulo virtual en una hipotética estrategia del Daesh para contrarrestar sus derrotas militares en Mesopotamia con acciones efectistas de pretendido valor propagandístico.

SIRIA COMO INSPIRACIÓN… PARA LARGO

Para el yihadismo, Rusia se ha convertido en la potencia enemiga preferente por su compromiso militar explícito en la defensa y recuperación del otrora tambaleante régimen sirio. Turquía es un rival más ambiguo, con el que no se termina de romper completamente los puentes, pieza frágil del rompecabezas occidental en la zona y campo fértil de tensiones étnicas y provocaciones armadas. Alemania es la líder no discutida, aunque discutible, de la apagada, contradictoria y bloqueada Europa, pero en todo caso, país clave en el debate sobre la acogida de refugiados, y también en la filtración de un selecto ejército de reserva de los combatientes islamistas.

El policía turco que ejecutó de manera tan impactante al diplomático ruso deja bien clara la motivación que impulsó su acto criminal: “No olviden Siria, no olviden Aleppo. Mientras allí no haya seguridad, ustedes tampoco gozarán de ella”. Mensaje claro, acción directa, efecto garantizado.

Rusia, principal, aunque no único, apoyo militar del régimen sirio, había asumido el riesgo de sufrir una represalia terrorista (o varias, quizás una cadena), dentro o fuera de sus fronteras. Que la primera de estas acciones encajadas haya sido en Turquía puede ser casualidad. Pero el entorno estratégico justificaría que hubiera sido seleccionado a propósito. Rusia y Turquía mantienen una inestable y oscilante relación, porque quieren cosas distintas en Siria y apoyan bandos enfrentados en sus empeños respectivos, pero comparten hasta cierto punto un enemigo común. Ankara y Moscú se necesitan mutuamente para contrarrestar la estrategia occidental, de la que Turquía forma parte, pero con no pocas reservas, por no decir discrepancias abiertas, en particular el rechazo frontal a colaborar con los kurdos, que son muy buenos aliados de Washington, pero enemigos mortales del régimen turco.  

Si el atentado de Ankara hubiera estado inspirado directa o indirectamente por el Daesh, o por cualquier otra facción islamista vinculada en mayor o menor grado de pertenencia a la franquicia de Al Qaeda, sería difícil considerarlo como una simple acción caliente de venganza por el martirio de Alepo. Se pueden barajar dos hipótesis.

La primera, que golpear simbólicamente a Rusia en territorio turco, en la persona de su embajador, tendría como objetivo humillar a los aparatos estatales de ambos países.

La segunda, que los autores pretendieran provocar un nuevo foco de tensión entre Ankara y Moscú, al desencadenar una polémica por las evidentes fracturas de seguridad. El asesino superó los supuestos filtros de vigilancia turcos, ayudado por su condición de policía, aunque no estuviera de servicio. Pero los rusos no pueden construir un reproche creíble, puesto que el propio diplomático asesinado había rechazado protección específica.

En cualquier caso, si la intención era perjudicar la relación bilateral, el resultado ha sido el contrario. Putin y Erdogan convinieron de inmediato en rechazar la eventual provocación y reforzar la colaboración en materia antiterrorista y en cooperación económica (comercial y energética).

Después del incidente del avión ruso derribado por la fuerza antiaérea turca en 2015, que puso a los dos países al borde de la ruptura, la evolución de los acontecimientos en Siria, el fallido golpe militar en Turquía, los reproches turcos a Estados Unidos por el amparo al clérigo que supuestamente inspiró la intentona, las tensiones entre Bruselas y Ankara y el empeoramiento del clima entre Washington y Moscú se han combinado para favorecer un acercamiento entre los dos grandes rivales de la conjunción euroasiática. A la que se ha sumado ahora Irán, justo después de del atentado de Ankara. ¿Casualidad?

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BERLÍN: ALIENTO DEL AUGE EXTREMISTA

Sobre el atentado de Berlín pesan más incógnitas, pese a la autoría expresa del Estado Islámico. Hasta hace poco, Alemania no parecía un objetivo prioritario de los yihadistas. No figura en el grupo de cabeza de la operación militar contra el Daesh; y, en el plano diplomático, Berlín ha sido el principal agente en el alejamiento europeo tanto de Rusia como de Turquía.

La canciller Merkel es la principal abogada del mantenimiento de las sanciones contra Moscú por la ocupación consolidada de Crimea y el enquistamiento de la situación militar en las provincias orientales de Ucrania; a lo que se ha venido a añadir el fuerte malestar germano por la responsabilidad rusa en el sufrimiento de Alepo. Aunque otros países europeos participan de esta postura, Berlín ha asumido un rol más protagonista, más activo.

En relación a Turquía, la jefa del gobierno alemán no oculta su frustración por la conducta de Erdogan. Berlín ha tenido un papel importante en el parón de las negociaciones de adhesión de Turquía a la UE. La inmensa purga efectuada por el régimen tras el intento de golpe militar ha hecho imposible un diálogo fructífero con Bruselas. El acuerdo para limitar y controlar el flujo de refugiados procedente de las zonas de guerra en Oriente Medio se está aplicando en términos generales, aunque el flujo de huidos se haya desplazado hacia otras rutas y con menor intensidad.

¿Por qué entonces, esta fijación de los extremistas islamistas con Alemania? Porque los actos de terror agudizan las contradicciones en la política alemana sobre los refugiados. Merkel tendrá que soportar -ya está ocurriendo- nuevas embestidas de la extrema derecha, que la hace responsable, por negligencia, de los atentados que han sacudido Alemania durante el presente año. La canciller defendió en su momento una política aperturista ante la demanda de asilo, pero la presión de sus propias bases y los sucesivos actos de violencia terrorista le han hecho adoptar posiciones más restrictivas. Cada atentado es una amenaza para su liderazgo interno y un acicate para la crítica oportunista de los sectores alemanes más reaccionarios.

El doble golpe terrorista en el triángulo Ankara-Moscú-Berlín