martes. 19.03.2024
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En varios artículos hemos analizado las causas profundas que explican el estallido de la Primera Guerra Mundial. Nos quedaba acercarnos al estudio del episodio que precipitó la crisis de julio de 1914 y que llevó al conflicto. Esos son los objetivos del presente artículo.

El 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austro-Húngaro, sobrino de Francisco José I, y su esposa fueron asesinados en Sarajevo, en Bosnia. El archiduque y su esposa se habían librado de un primer atentado cometido por los mismos que en un segundo intento terminarían con sus vidas. El archiduque Francisco Fernando era un heredero con ideas propias y más avanzadas que las del emperador para abordar la crisis del Imperio Austro-Húngaro. Creía que había que introducir importantes reformas si se quería salvar la corona imperial. La alternativa era conocida como trialismo o monarquía trial, es decir, había que convertir la monarquía dual en una triple con tres Estados, el austríaco, el húngaro y el eslavo, con grandes reformas administrativas y en plano de igualdad. Al parecer, esta idea conectaba bien con los nacionalistas eslavos moderados pero no con los más radicales, instigados desde fuera por los serbios, embarcados en su proyecto de creación de una Gran Serbia que reuniera la mayoría de los territorios de población eslava de los Balcanes, idea apoyada por los rusos. Su asesinato y la guerra desbarataron, lógicamente, el proyecto del trialismo.

El magnicidio conmovió al Imperio en sus cimientos. En aquel momento, la circunstancias en los Balcanes eran explosivas. Los asesinos formaban parte del grupo de la “Joven Bosnia”. Aunque no habían recibido apoyo oficial serbio se sospechaba que habían sido ayudados por la sociedad secreta “La Mano Negra”, organización radical en su defensa del nacionalismo eslavo y con buenas conexiones con las esferas políticas y militares serbias. Viena era consciente que debía actuar con energía. En primer lugar, porque si no lo hacía podía alentar a otros grupos, sectores y minorías eslavas en sus pretensiones independentistas. Pero, también había una dimensión externa. Los austriacos estaban embarcados en la formación de una nueva Liga Balcánica pero ahora contra Serbia, su principal enemigo en la zona. El atentado podía ser aprovechado para intentar eliminar el poder serbio.

Pero los austriacos no podían tomar una decisión antes de consultar con sus aliados alemanes. Berlín había sido bastante prudente en las guerras y crisis balcánicas previas, conteniendo siempre el ímpetu de Viena, pero en este momento le preocupaba mucho la profunda crisis interna del Imperio Austro-Húngaro y esperaba que el posible conflicto volviera a quedarse en algo localizado. Así pues, el káiser Guillermo II animó a los austriacos a que tomaran medidas contundentes. En principio, el cálculo alemán no era muy descabellado, ya que sabían que Francia aún no había conseguido un nivel militar similar al alemán, lo rusos tenían un ejército muy atrasado y los británicos andaban en plena crisis irlandesa.

Austria deseaba organizar una expedición militar de castigo contra Serbia, es decir, quería ir más allá que lo estrictamente diplomático. Por eso el ultimátum se preparó para que no pudiera ser aceptado por los serbios. El día 23 de julio fue presentado al gobierno de Belgrado. Tenía que ser contestado en dos días sin ninguna posibilidad de negociación diplomática. El ultimátum exigía al gobierno serbio la búsqueda y captura de los responsables materiales del asesinato y la supresión en su territorio de todo tipo de agitaciones y propaganda contra el Imperio Austro-Húngaro. Otra cláusula exigía que se debía aceptar que funcionarios imperiales actuaran en territorio serbio contra los elementos antiaustriacos. Es evidente que el ultimátum, especialmente la última cláusula, afectaba a la soberanía serbia, y no fue aceptado. Viena rompió relaciones diplomáticas con Belgrado.

El mes de julio fue muy agitado también en el lado de la Triple Entente. Los rusos eran tradicionales aliados de los serbios y no estaban dispuestos a abandonar a sus hermanos eslavos. La potencia militar rusa había sufrido en la guerra ruso-japonesa pero se habían hecho esfuerzos para mejorar. San Petersburgo avisó a los alemanes que si los austriacos atacaban Serbia se les declararía la guerra. En los días del ultimátum austriaco a Serbia, Rusia puso en alerta a una parte considerable de su ejército y decretó la premovilización.

Por su parte, Francia estaba dispuesta a apoyar a su aliado ruso. El presidente Poincaré visitó San Petersburgo los últimos días de julio y prometió entrar en conflicto si Alemania emprendía acciones bélicas.

El gobierno británico era el menos belicista de todos, ya que la opinión pública veía muy lejos los conflictos balcánicos, pero, por otro lado, Londres era consciente de sus compromisos en la Triple Entente y, especialmente con París. Además temía que el equilibrio continental de fuerzas se rompiese a favor de los alemanes.

Cuando la tensión se acrecentó con el rechazo serbio al ultimátum, Gran Bretaña intentó mediar para encontrar una solución diplomática, pero Austria se negó en rotundo y declaró la guerra a Serbia el 28 de julio, bombardeando Belgrado. Pero los británicos insistieron en una salida pacífica, aunque advirtieron que si Alemania y Francia entraban en guerra, no se quedarían al margen. Los alemanes tomaron nota de la advertencia y se alarmaron, pero el Estado Mayor, cada vez más poderoso en Alemania, presionó para que Berlín apoyase sin condiciones la iniciativa militar austriaca.

Cuando Serbia fue atacada, Rusia decidió que había que actuar pero no era tan fácil. Podía optarse por una movilización parcial contra Austria por el ataque a sus aliados eslavos, o la movilización general, pero esta decisión sería vista por Alemania como una provocación. Hacia el 28 de julio, el siempre dubitativo zar Nicolás parecía inclinarse por la primera medida, a pesar de la presión de sus generales por la segunda opción. Al final, se decretó la movilización general el día 30.

La movilización rusa provocó que, al día siguiente, Alemania lanzase un ultimátum a Rusia para que frenase esta medida militar. También se dirigió a Francia para preguntar por su actitud ante estos hechos y reclamando como rehenes las fortalezas de Toul y Verdún en caso de que se declarase neutral, como garantía. En realidad, Berlín sabía que París no aceptaría ninguna condición, por lo que era una provocación para que los franceses atacasen primero y fueran vistos como los agresores. En este caso, Francia optó por cierta prudencia, ya que atrasaron sus líneas militares fronterizas unos kilómetros.

El día 2 de agosto, Alemania invadió Luxemburgo y envió a Bélgica un ultimátum para que dejara el paso libre a sus tropas hacia la invasión de Francia, pero los belgas se negaron. El día 3 de agosto, Alemania declaró la guerra a Francia y atacó Bélgica. Las invasiones de Luxemburgo y Bélgica provocaron un escándalo internacional, ya que eran dos países neutrales fuera del juego de alianzas de la época de la paz armada y fueron determinantes para terminar con cualquier duda británica, ya que se temía que los puertos continentales del Canal de la Mancha cayesen en manos alemanas. Ese mismo día, el Parlamento británico votó la aprobación de los créditos para la movilización general. El día 4 de agosto, Londres envió un ultimátum a Berlín para que detuviera la invasión de Bélgica, que derivó en una declaración de guerra. A partir de entonces, en las primeras semanas del mes de agosto las declaraciones de guerra se sucedieron en cascada entre los principales contendientes. La guerra había comenzado.

El atentado de Sarajevo y la crisis de julio de 1914