jueves. 28.03.2024

Desde hace cinco años la prima de riesgo y las agencias privadas de calificación, que responden a intereses tan obvios como miserables, pretenden, y en muchas ocasiones lo consiguen, que vivamos en constante zozobra, amenazados por una especie de fantasma que algunos se empeñan en llamar “mercados” pero que en realidad tiene otros nombres: Especulación, usura, estafa, timo y cuantos similares apetezcan ustedes poner. No es la primera vez que vivimos una crisis. Vivimos la peor que se puede vivir: La posguerra franquista, después la de los años setenta-ochenta, luego la de los noventa…, ahora esta. En ninguna de las anteriores, y hemos llegado a tener un 30% de inflación y a pagar por la deuda más de un 16%, oímos hablar de esa prima ni de esas agencias, eran los bancos centrales estatales quienes daban los datos con toda fiabilidad. Pero ahora, vía nuevas tecnologías, la globalización ha roto con todos los moldes y se ha inventado instrumentos que en nada ayudan a solventar problemas, sino, más bien, a acrecerlos de forma exponencial inundando los medios de informes y rumores subjetivos que no hacen sino poner cada vez más difícil la recuperación de las economías de los países que lo están pasando verdaderamente mal: No porque la mayoría de sus habitantes hayan vivido por encima de sus posibilidades, sino porque la mayoría de los bancos europeos se han dedicado a jugar al póquer de la especulación y la usura en una carrera de locos malvados de una incompetencia tan aguda como espantosa y delictiva es su codicia.

El euro se creó de modo acelerado porque mucho antes de implantar la moneda única era imprescindible haber fundado un banco central europeo del que los estatales fuesen sucursales. No se hizo y, aviesamente, se empezó la casa por el tejado inventado una moneda que no tenía un respaldo real detrás. La implantación del euro la pagamos los ciudadanos de los países periféricos mediante subidas de precios de tal calibre que con un billete de cincuenta euros no podíamos comprar la mitad de lo que antes con uno de cinco mil pesetas. Como siempre, en silencio, sin rechistar. Aún así, y pese a haber puesto a la moneda un precio ficticio según los dicterios alemanes, el euro llegó a ser durante un par de años una amenaza como moneda de cambio internacional para el dólar y algunos países petrolíferos como Irak –ese al que “rescatamos” de la tiranía con cientos de miles de muertos para poner a otro tirano clerical- anunciaron su intención de pasar a comerciar en euros. Fue un espejismo y, tras múltiples maniobras financieras globales, guerras y otras menudencias, el dólar continúa siendo el patrón monetario mundial, lo que permite a la nación yanqui tener la mayor deuda del planeta sin que a nadie le importe un comino, ni a las primas de riesgos, ni a las agencias, ni a Don Mariano Rajoy Brey, registrador de la propiedad en Santa Pola por la gracia de Dios.

Rota la posibilidad de que una moneda sin cuerpo, que representaba imaginariamente al mayor mercado del mundo pésimamente amalgamado en torno a esas ficciones llamados euro y Unión europea, desecha la URRS y Yugoslavia y convertidas sus antiguas repúblicas al panamericanismo germánico, Alemania cambió de estrategia y de mirar al Mediterráneo, comenzó a mirar a su hinterland o espacio vital que en un futuro podría llegar hasta la frontera rusa. Para ese proyecto a medio plazo, Alemania necesita dinero, muchísmo dinero, mucho más del que tiene y –de acuerdo temporalmente con EEUU, luego ya veremos…– lo está sacando de la especulación con el euro, una moneda que para seguir viva y cumplir con su misión inicial de dar cohesión a la Unión Europea en un tiempo tan crítico como éste necesitaría tener detrás, como hemos dicho, a un banco central fuerte y una política económica expansiva que propiciase el crecimiento de los Estados hoy en situación “delicada”, cosa que en absoluto conviene a Alemania porque sus ojos miran hacia el otro lado y necesita pobres a un lado y a otro.

Se miente, se ha mentido y se mentirá con tal cantidad de informaciones, rumores, datos y cifras engañosas e inexistentes que es muy difícil que nadie a estas alturas tenga una idea clara o aproximada de lo que está ocurriendo, del juego que se llevan entre los tres polos que hoy se disputan el mundo: China, como emergente ya emergido y mayor poseedor de divisas del planeta, EEUU, como potencia en decadencia que no se resigna porque tiene la máquina de hacer billetes y la de hacer guerras, y Berlín, como capital del nuevo imperio germánico integrado por países empobrecidos y sometidos a una dictadura financiero-especulativa de dimensiones desconocidas hasta hoy y que tendrá a su disposición en breve un inmenso ejército de parados de todas la cualificaciones. Comparada con Helmut Kolh que, con todos sus defectos,  creía en una Alemania europea, Ángela Merkel es prima hermana ideológica del Kaiser Guillermo II bañada en ensencia de  Eau Milton Friedman, algo así como una mezcla entre Carmen Lomana y Margaret Tacher con una miopía de caballo y un trabuco en la mano.

En la pequeña cabeza cuadriculada y paleta de Ángela Merkel –que interrumpe una reunión de eso que llaman eurogrupo para irse a ver un partido de fútbol, y los demás se lo consienten, y consentimos– sólo hay un objetivo: Lograr, por otros medios, lo que ninguno de sus antecesores consiguieron en el siglo XX, que de la ruina de la mayoría de los países de Europa, sobre todo los mediterráneos, surja la Gran Alemania. Para ello necesita al euro porque es esa moneda escuchimizada y sobrevalorada la que le permite sacar rentas enormes que no provienen de su productividad sino de la especulación que empobrece a otros. El sistema financiero alemán está tan mal como el español, por una sencilla razón, porque prestó para especular a otros países, entre otros Grecia, Italia o España. Al cobro imposible de esas cantidades de dinero astronómicas por parte de los bancos alemanes y franceses se dirigen todas las medidas y recortes impuestos por Merkel sobre los derechos de los ciudadanos europeos y contra el interés general de una Europa verdaderamente unida. Por otra parte, su aparato propagandístico, con el que colaboran los medios convencionales estatales, es de tal calibre que hemos llegado a pensar que los alemanes nos mantienen, y un alemán paga exactamente lo mismo que un español a los fondos europeos, ni un euro más. También, por todos los instrumentos a su alcance, que son muchísimos, Alemania intenta ocultar que la desaparición o refundación del euro bajo otras premisas realistas y racionales, que la vuelta al marco paralizaría en seco a la economía alemana pues esa moneda llegaría a cotizarse por encima de las 200 pesetas, lo que la dejaría fuera de juego ante las devaluaciones inmediatas que acometerían los demás Estados miembros del Eurogrupo. Alemania tampoco tiene la deuda controlada, nadie compra al uno por ciento pudiendo comprar al seis, eso que se lo cuenten a Cristóbal Montoro y a David Bisbal, la realidad es que pese a su aparente pujanza, Alemania tiene una deuda tres veces mayor que la española y que bajo el eufemismo minijobs se esconden 8 millones de parados alemanes que cobran 390 euros mensuales y que no tendrán derecho alguno a la jubilación.

Para intentar salvarse de la quema global que se inició con las deslocalizaciones industriales dirigidas por las grandes corporaciones europeas y americanas y seguidas luego por todo tipo de “emprendedores” a la caza de esclavos, la desregulación financiera, la libre circulación de capitales y la especulación, Alemania, apoyada por Gran Bretaña y Estados Unidos, decidieron estigmatizar a los países mediterráneos del norte y armar un montón de primaveras de sangre en los del sur, neutralizando de ese modo la zona mediante el miedo o las armas. La mayoría de las antiguas repúblicas exsoviéticas y de países bajo su influencia no cuentan hoy con las ventajas que tenía aquel sistema, pero siguen sufriendo sus defectos más los del capitalismo, es decir, están en descomposición: Hacia ellos mira Alemania para construir el imperio que nunca tuvo y que siempre ansió, en ese proyecto está ardiendo, como si fuera una pira sagrada, un proyecto de unión europea que no tiene más salida que volver a nacer de sus cenizas. El problema, Señora Merkel, es usted y los que piensan y actúan como usted, porque nos llevan al mismo infierno que vimos dos veces durante el siglo pasado.

Alemania y el nuevo orden mundial