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NUEVATRIBUNA.ES / AGENCIAS - 17.9.2010

...y atemorizada por las amenazas de los talibán-- como de la comunidad internacional, para la que cualquier resultado mínimamente más legitimado que las desastrosas elecciones presidenciales de 2009 significará un paso adelante.

A lo largo de la última semana de campaña se han acumulado advertencias, quejas y denuncias de diversas organizaciones pro Derechos Humanos, como Amnistía Internacional o Human Rights Watch. Todas ellas coinciden en asegurar que el país sigue sin estar preparado, un año más y ya son nueve en guerra, para celebrar unos comicios. Las razones son las mismas: falta de seguridad y desconfianza total en la seguridad de los mecanismos electorales, paralizados por el histórico clientelismo y la corrupción institucional.

A estos comicios se presentan más de 2.400 candidatos, en liza por 249 escaños que proporcionan una enorme influencia política, capaz incluso de censurar las decisiones del presidente Hamid Karzai. El sistema electoral afgano no permite partidos políticos, por lo que el Parlamento representa sin ningún tipo de filtro la compleja realidad afgana: representantes de las etnias pashtún (mayoritaria en el país), tayika, uzbeka y hazara se entremezclan con antiguos señores de la guerra, jefes tribales locales y meros intermediarios, encargados de facilitar la creación de bloques parlamentarios heterogéneos que obedecen la voluntad de las "élites" que se han apropiado de la mayor parte de la ayuda económica destinada al país durante la última década.

Es significativo que a los comicios concurren 406 mujeres frente a las 328 que lo hicieron en el 2005, pero aun así representan solo el 16% de los candidatos. Su campaña ha estado restringida a las fotografías de los carteles electorales. Las candidatas han tenido que conformarse con que sean hombres quienes lleven sus escasos actos electorales. En la mayoría de los casos y por seguridad, no han salido de casa y si lo han hecho ha sido protegidas con el burka. Las afganas de medios rurales -dicen- no es que no trabajen porque su esposo se lo prohíba. El problema -aseguran- es que no hay oportunidades de empleo para las mujeres. Apenas hay industria en Kandahar. La mayoría de las fábricas han cerrado porque es imposible mantenerlas y la comunidad internacional no ha invertido en proyectos de desarrollo local para generar empleo.

Estos problemas se acumulan a los derivados de la propia condición femenina. La mayoría de las niñas no tienen acceso a la educación y en cualquier empresa se discrimina a las mujeres cuando incluso están más preparadas. Los talibanes desterraron completamente a la mujer de la vida pública y pese a la década transcurrida desde la caída de ese régimen, las mujeres siguen sufriendo graves desigualdades. La tasa de alfabetización femenina ronda el 21% y el burka o velo que cubre a las mujeres de forma integral forma parte del paisaje habitual de pueblos y ciudades.

La comunidad internacional destaca, por otra parte, la posible creación de un bloque político real que actúe como contrapeso a las ambiciones del presidente Karzai de anular la influencia de la cámara baja con la creación de instituciones paralelas. Pero cada vez que los talibán atacan (al menos cuatro candidatos han sido asesinados desde el principio de la campaña), se desvela un nuevo escándalo de corrupción (el último de los cuales afecta al hermano del presidente) o se dan a conocer nuevas cifras de muertos civiles en acciones de combate (un aumento del 31 por ciento este año), la esperanza se debilita cada vez más. Sólo unas elecciones limpias y seguras podrían devolver la confianza en el progreso del país centroasiático hacia un sistema democrático occidental.

"Estas elecciones no van a ser perfectas", reconoce el jefe de la misión de Naciones Unidas en Pakistán (UNAMA), Staffan de Mistura, quien indica no obstante que "existe la sensación de que serán mucho mejores que las anteriores". De Mistura se refiere a los comicios presidenciales de agosto de 2009, que a la postre se cobraron la cabeza de su predecesor, Kai Eide, acusado de ocultar el masivo escándalo por el que terminaron anuladas nada menos que un tercio de las papeletas depositadas en los comicios, tachados de prácticamente cualquier tipo de déficit imaginable, ya fuera delictivo (soborno, coacción y compra, manipulación o falsificación de votos) o simplemente sociopolítico (violencia talibán, apatía del electorado).

Karzai se alzó con la victoria tras semanas de recuentos adicionales, investigaciones y acusaciones de los candidatos a Estados Unidos y a la ONU de manipular el proceso. Su principal rival, Abdulá Abdulá, rechazó comparecer a una segunda vuelta. Con ello, prácticamente terminó de deslegitimar la posición de Karzai, acuciado por la memoria de las numerosas víctimas civiles colaterales en los ataques de la OTAN y por escándalos económicos como la reciente apropiación oficial del Banco de Kabul, dos de cuyos responsables están acusados de emplear la entidad para su beneficio personal. Su hermano Mahmud es uno de los principales accionistas del banco.



400 afganas desafían a los talibán y se presentan a unas nuevas elecciones