jueves. 18.04.2024

El recuerdo de Ruanda

Pregunta: Inicias tus Cuadernos africanos con tu experiencia en Ruanda y explicas que, al día siguiente de tu llegada en el año 1994, cuando justamente la matanza entre tutsis y hutus alcanzaba su punto más álgido, te encontraste “con la muerte en su estado más descarnado e incomprensible”. Lo describes incluso como un bautismo periodístico de fuego. ¿Qué te genera ese recuerdo ahora más lejano? ¿Es algo que puede digerirse?

Alfonso Armada: Las imágenes de Gikoro, de aquel brazo de una muchacha moviéndose de manera aparentemente mecánica, acaso refleja, en medio de una masa de cadáveres, y la decisión del capitán del pelotón de soldados italianos que se negó a hacer nada (yo estaba en sus manos, bajo su protección, y no podía hacer nada. Pero tal vez podía haber insistido más, reclamado con más fuerza, con más coraje), no se me va a borrar jamás. Yo no hablaría de bautismo periodístico de fuego, y no solo porque la expresión me parezca, en parte por tópica, desafortunada. Durante el cerco de Sarajevo pude comprobar que podía manejar mi miedo y escribir. Lo que no podía sospechar es la clase de horror, la envergadura de lo que me iba a encontrar en Ruanda, primero al inicio del genocidio, en abril de 1994; luego, cuando el éxodo masivo de hutus al este de Congo, donde se crearon de forma instantánea ciudades de decenas de miles de refugiados en cuestión de días y una epidemia de cólera hacía que decenas y decenas murieran cada día delante de nuestros ojos.

Pregunta: En tus escritos, hablas de la tragedia de Ruanda como una mezcolanza de factores y sensaciones. Lo más parecido a un holocausto. Una limpieza étnica construida sobre las bases de la desigualdad entre tutsis y hutus fomentada por los belgas y misioneros durante el tiempo de la colonización. Diez años después, ¿cuál es tu percepción sobre ese conflicto? ¿Crees que se ha reflexionado lo suficiente para entender las circunstancias que lo han permitido?

Alfonso Armada: Nunca se reflexiona ni se estudia lo bastante. Dudo mucho de que a escala general la gente tenga un conocimiento riguroso de lo que ocurrió. Yo mismo no he conseguido leer todo lo que se ha publicado al respecto, aunque lo he ido atesorando porque quiero documentarme al máximo por si algún día me decido a consagrar un libro a Ruanda y al genocidio. Recientemente hemos publicado en la revista digital “FronteraD” un texto de una artista española, Lara García, que reflexiona sobre uno de los aspectos del genocidio que a su juicio (y al mío) no se han explorado bastante: cómo fue reflejado y percibido por los medios de comunicación occidentales. (Véase, “Mirar Ruanda: un viaje de extrañamiento y enredo”)

Pregunta: “Ruanda y la esperanza parecen dos términos antagónicos”. Esta frase sacada de tus cuadernos ilustra el marasmo en el que cayó el país africano en la década de los 90. Hoy en día, sin embargo, el panorama parece haberse serenado. En el año 2008, varios generales ruandeses fueron condenados por un Tribunal Internacional a cadena perpetua. ¿Crees que Ruanda se ha recuperado de su pasado?

Alfonso Armada: El otro día, en el curso de la presentación del libro “Los hombres leopardo se están extinguiendo. Sierra Leona, África y la ayuda internacional”, del misionero Chema Caballero, una persona me preguntó cómo estaba Ruanda, si las cosas habían mejorado. Le dije que sí, que la gente no se estaba matando. El país tiene el índice de mujeres parlamentarias más alto del mundo. El país ha crecido, está ordenado, pero sometido a la férrea dictadura de Paul Kagame, que bajo el pretexto de evitar un nuevo genocidio tiene sometida a la mayoría hutu. La interviniente se me acercó al final de la mesa redonda para quejarse de que celebrara la presencia de muchas mujeres en el Parlamento ruandés, porque se trata de una manipulación más del régimen de Kagame. No lo puse en duda, puede que sea así, pero es un hecho que el país está mejor que en pleno genocidio y es algo positivo que haya tantas mujeres diputadas. También dije que las cárceles seguían abarrotadas, y que la justicia estaba actuando de forma demasiado lenta, pero que había habido condenas a cadena perpetua en el tribunal de Arusha y dentro del país se habían aplicado de forma satisfactoria en algunas comunidades acuerdos mediante la justicia tradicional, la llamada gacaca (justicia comunitaria).

No conviene en cualquier caso olvidar la intromisión de Ruanda en los asuntos de los países vecinos, especialmente la República Democrática de Congo, donde encontraron refugio buena parte de los genocidas de 1994. Porque la campaña de exterminio llevada a cabo por las tropas de Kagame en ese país ha sido equiparable, creo que con bastantes visos de razón, a un nuevo genocidio. El hecho de que no haya habido prácticamente imágenes y que los medios no se hayan involucrado en el asunto no hace sino acentuar la gravedad de los sucedido, por no hablar de la explotación sistemática de los recursos minerales en el este de Congo, lo que ha permitido a Kigali saneados ingresos del comercio de materias como el coltán.

Angola en la mirada

Pregunta: Presenciaste en 1994 algunos de los momentos más inquietantes de la guerra de Angola, cuando todavía el país era víctima de los rebeldes de Jonás Savimbi (el líder del movimiento UNITA, apoyado históricamente por la Suráfrica del apartheid). ¿Esta imagen de división y de conflicto interminable es la que marcó tus viajes a Angola?

Alfonso Armada: Como sabes, y como irónicamente reflejó El Roto en una de sus viñetas: “África solo existe cuando nos matamos”. Para muchos directores y redactores jefes es necesario un gran número de muertos para que la conciencia profesional y humana (a veces no son la misma cosa) les impulse a enviar a alguien a cubrir un conflicto. La ausencia de conflictos no suele ser noticia. De ahí que tuviera problemas cada vez que mediante algunas crónicas intentara romper ese cristalizado prejuicio de que África no es sinónimo de hambruna, guerra civil, epidemia, subdesarrollo. Los “Cuadernos africanos” me sirvieron, en parte, para publicar crónicas que habían sido severamente amputadas o crónicas que habían quedado inéditas, como una que hablaba de la colaboración de las tres principales etnias ruandesas (tutsis, hutus y twas) para hacer teatro y colaborar, que rompían parte de ese estereotipo. Pero en el caso de Angola es evidente que hasta hace pocos años el conflicto, la división tan aguda que sufría el país venía determinada por el control de las riquezas minerales y petrolíferas. La riqueza de su subsuelo hizo mucho más costosa la consecución de la paz que en Mozambique.

Pregunta: Si bien el país sigue expuesto a la “Candonga” (el término que usaron los combatientes cubanos para describir la corrupción reinante en el país), parece haber entrado en una época de oro y crecimiento que contrasta con la perplejidad que recogen tus escritos. Angola es uno de los países africanos que más ha crecido en los últimos años y donde la paz parece estar sólidamente anclada. ¿Esto te sorprende?

Alfonso Armada: No me sorprende porque está engrasada precisamente con el dinero de la corrupción, de un poder omnímodo de José Eduardo dos Santos, el presidente, su familia y su amarilla. La cooptación de opositores mediante puestos de poder y su acceso a las riquezas angoleñas es un argumento irresistible para muchos, mientras la mayoría de la población sigue sufriendo unas condiciones de vida indignas para uno de los países con más recursos del continente.

El sueño de Mozambique

Pregunta: A diferencia de Angola, tu viaje a Mozambique en el año 94 se tiñe de un tono más esperanzador. Ahí descubres la sonrisa y la alegría que África es susceptible de brindar. Dices incluso que volverás allá enamorado o para enamorarte. Esa tierra parece haber despertado algo en ti…

Alfonso Armada: El hecho de haber nacido en Vigo y de visitar con frecuencia Portugal, de disfrutar leyendo y hablando portugués, me predisponía favorablemente a la hora de viajar a Angola y Mozambique. Entender el idioma de tus interlocutores, poder expresarte en su propia lengua, te ayuda a ganarte su confianza y a entender mejor sus razones y sinrazones. En Mozambique, además, me encontré con una de las misiones mejor concebidas y ejecutadas de las Naciones Unidas, que encajó bastante bien en un país harto de la guerra, que quería dejar el conflicto atrás. Las primeras elecciones democráticas fueron una fiesta muy honda. Me encantó también el trabajo de varios grupos de teatro mozambiqueños, financiados por organizaciones no gubernamentales escandinavas, que contribuyeron a explicar el sentido de la democracia y del voto, además de servir de vía pedagógica para advertir de los peligros de las minas anti-persona o prevenir la expansión del sida. Además, la simpatía natural de buena parte de los mozambiqueños, su predisposición a la broma y la forma tan dulce de usar el portugués, además de la belleza del país, se conjugaron para convertir aquella visita, y las que he hecho después, en algunas de las más gratas a África, de ahí que cuando me pregunten en qué país de África me gustaría vivir no dude en señalar casi siempre Mozambique.

Pregunta: Citas a escritores como Jorge y Margot Dias para ilustrar la importancia de los rituales ancestrales y la magia en Mozambique. ¿Cómo descubriste todo esto? ¿Fue algo que te impactó?

Alfonso Armada: Unos guardias civiles españoles al servicio de las Naciones Unidas me regalaron una máscara makonde. Me apasiona el teatro (que en su origen fue un rito religioso), y casi desde el primer viaje a África siempre he buscado máscaras (incluso llegué a utilizar una preciosa de una especie de caballo -.jacko- nigeriano en una pieza titulada Carmencita jugando: representaba a la madre de la protagonista). El mundo de las máscaras me sigue intrigando e interpelando. Es una de mis formas de admiración hacia África y de conexión con el misterio, el arte y la historia de un continente inagotable que a menudo reducimos desde la prensa y el pensamiento occidentales a un estereotipo.

Pregunta: Llegaste en los años en que la comunidad internacional había apostado por unas elecciones limpias en Mozambique y financiado gran parte de un proceso que, finalmente, acabó en un fraude masivo. A finales del año pasado algo parecido ha sucedido en la Costa de Marfil con un presidente, Laurent Gbagbo, que se niega a aceptar el resultado de las urnas. ¿Qué es lo que impide un gran número de naciones africanas a emprender el difícil camino de la democracia cuando todo el esfuerzo internacional los respalda?

Alfonso Armada: No estoy de acuerdo en la calificación de “fraude masivo” las elecciones en Mozambique, y si esa es la impresión que proporcionan mis Cuadernos africanos creo que o no acerté a la hora de escribir lo que vi o se ha interpretado mal. Creo que hay que ir caso por caso. Cuando un presidente no acepta un resultado electoral está poniendo en peligro la paz social y la extensión de la democracia. Estos días estamos viendo el tremendo coste en vidas humanas que está sufriendo Costa de Marfil por el empecinamiento de Laurent Gbagbo en aferrarse al poder contra la opinión de los votantes y de la comunidad internacional. La estructura tribal de muchas sociedades africanas, la delgadez del entramado civil y económico, la dependencia de las familias extendidas de aquel de sus miembros que logra hacerse con un trabajo (sea en la administración pública o en la empresa privada), hace que cuando adquiere una situación de privilegio se vea obligado a compartir su acceso a la riqueza con una prolífica clientela (familiar en primer término). Muchos líderes han adoptado los peores hábitos de los peores colonos y se han convertido en sanguijuelas para sus propios pueblos, a menudo con la connivencia de las antiguas potencias coloniales y de las multinacionales, más preocupadas de asegurarse a las fuentes de la riqueza que al beneficio de sus verdaderos propietarios. Desarrollo, educación, comercio justo, prácticas contra la corrupción, integridad política, ejemplaridad pública… Las tareas son urgentes e inmensas. Pero en algunos países, como Ghana, Botsuana, Cabo Verde o Mali las elecciones y las transiciones de poder se respetan de forma admirable.

El enigma de Somalia

Pregunta: Cuando viajas a Somalia en 1995, descubres a un país abandonado en el que la gran misión de Estados Unidos, llamada “Devolver la esperanza”, no ha producido el más mínimo resultado. En aquel entonces, Somalia era lo más parecido a un caos con las milicias de distintos señores de la guerra enfrentadas. ¿Crees que ha cambiado algo desde entonces?

Alfonso Armada: La última vez que estuve en Somalia, invitado por Médicos sin Fronteras, había zonas en que la sociedad civil había implantado cierto atisbo de orden y justicia social, que había permitido una especie de paz y funcionamiento de servicios públicos y sociales mínimos. Estados Unidos interpretó que parte de esos tribunales estaban en parte inspirados o infiltrados por elementos próximos a Al Qaeda, y con la ayuda de sus aliados en Kenia y Uganda dinamitaron ese atisbo de régimen implantado en algunas zonas del sur del país. En la antigua Puntlandia, las milicias próximas a una de las milicias, controlan buena parte del comercio y la piratería. La antigua Somalilandia británica es el único territorio de Somalia donde se vive de forma bastante digna. Cuando lo visité, hace bastantes años, el deseo principal de las autoridades era lograr un reconocimiento internacional, que sigue sin producirse. La ONU y Estados Unidos se equivocaron de plano con su estrategia en Somalia, y el espectro de ese fracaso, que se cobró muchas vidas (más somalíes que occidentales, como no conviene olvidar) hizo que Washington y la ONU se inhibieran ante los indicios inequívocos de lo que luego acabó siendo un genocidio en Ruanda.

Pregunta: Comentas en tu obra que “Somalia tenía sobre el papel todos los ingredientes para configurar un modelo de Estado para toda África: habitado por una misma etnia, un idioma común (somalí) y una misma religión (musulmana)”. Sin embargo, el fracaso ha sido estrepitoso. ¿Es esto una prueba de que la inestabilidad que ha caracterizado África en las últimas décadas no es consecuencia de la etnicidad o de la presencia de recursos en el subsuelo?

Alfonso Armada: La riqueza y la utilización política de la condición étnica de manera inescrupulosa o abiertamente maliciosa son elementos que sin duda contribuyen a enconar problemas pre-existentes, que en algunos casos se remontan al período colonial. Pero con tantos años de independencia a sus espaldas, no es de recibo que muchos países, y muchos simpatizantes izquierdistas, sigan cargando todo a la cuenta de Occidente. Es una forma de retirar la condición infantil de buena parte de los africanos. Un inaceptable paternalismo de la izquierda que considera con la mejor de las intenciones a los africanos como menores de edad.

La esperanza de Sudán

Pregunta: Has sido testigo del conflicto sudanés en el que se ha enfrentado el Norte islámico contra el sur católico. Hace pocas semanas se ha ratificado a través de las urnas un proceso de independencia del Sur que puede suponer el fin decisivo de la guerra. ¿Cuáles son tus impresiones?

Alfonso Armada: Me ha impresionado la aplastante mayoría de votantes a favor de la independencia, que el referéndum se celebrara sin graves incidentes y que Jartum, en principio, haya encajado tan deportivamente el resultado. No me lo esperaba. Aunque ya veremos qué ocurre cuando la separación sea un hecho, y hasta qué punto se respetará la nueva frontera, ya que atraviesa ricos yacimientos petrolíferos.

Pregunta: Describes, con la guerra de Sudán de trasfondo, a “dos potencias aliadas, Francia y Estados Unidos, que mantienen su propia guerra fría en África para el control del continente. ¿Hasta qué punto esto se comprueba quince años después?

Alfonso Armada: Los intereses de Estados Unidos, Reino Unido y Francia no son siempre coincidentes, y podemos verlo en casos como el de Ruanda o el del antiguo Sáhara español. Sin embargo, un nuevo y poderoso actor, China (por no hablar de India), ha irrumpido con fuerza en el continente africano, con prácticas comerciales y extractivas muy agresivas, y una exigencia nula en cuanto a derechos humanos y transparencia, algo que exigen ahora antiguas potencias coloniales europeas cuando durante buena parte de su ejecutoria ese era con harta frecuencia la menor de sus inquietudes.

El despertar de Sudáfrica

Pregunta: A través de tus escritos, asistimos al despertar del gigante surafricano que, en medio de la década de los 90, se muestra dividido ante la necesidad de afirmar su influencia en la región y su negativa a asumir un papel de “superpotencia que dicta lo que hay que hacer en el continente”. ¿Crees que esto ha cambiado?

Alfonso Armada: Creo que la potencia económica y política de Suráfrica se ha incrementado, aunque no en la medida que la presidencia de Nelson Mandela permitía augurar. Sobre todo porque sus “herederos” al frente de la mayor democracia del continente no han estado ni de lejos a su altura, de ahí que haya perdido enteros como ejemplo e inspiración, tanto a escala interna, de África austral y de todo el continente. Sin embargo, goza de una excelente relación con otras potencias emergentes, como India o Brasil, y se va a hacer notar. Su exigencia de un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU (si ese organismo acuerda alguna vez en dejar atrás la geopolítica que surgió al término de la Segunda Guerra Mundial) atesora más méritos que la otra gran potencia africana, Nigeria. Pero hay indicios muy negativos en el seno de la cúpula del todopoderoso partido gobernante en suráfrica, el Congreso Nacional Africano, que dejan en entredicho el prodigioso legado y las enseñanzas de Mandela.

África en el corazón

Pregunta: Comentas en el primero de los cuadernos que no habías vuelto a encontrarte con una tierra tan roja como la de tu lejana infancia hasta que te adentraste en los senderos de África. Parece que este continente esté profundamente ligado a ciertos recuerdos de tu infancia y tu Galicia. ¿Qué es para ti África?

Alfonso Armada: No me resulta concretar cuáles son mis sentimientos hacia África. Por eso escribí Cuadernos africanos y, más recientemente, junto a Gonzalo Sánchez-Terán, El silencio de Dios y otras metáforas (Una correspondencia entre África y Nueva York), publicado por Trotta. Fruto también de mi frustración con la forma en que se escriben los periódicos en España y cómo se cubren las historias y las noticias africanas es el proyecto FronteraD, donde la presencia de África es constante. Decidí que algún día crearía una revista en la que pudiera publicar grandes reportajes sobre las diversas realidades africanas sin tener que someterme a las horcas caudinas del espacio, los prejuicios o la agenda política internacional marcada por las grandes potencias occidentales, las multinacionales y los principales medios de comunicación. África no existe. Existen muchas Áfricas. En África me reconozco, me hago preguntas radicales sobre mi propia identidad, sobre nuestra historia, la de nuestra especie. Me gusta sobremanera el contacto con la gente, escuchar y preguntar. Me pone en contacto con algo perdido en mi interior, acaso ese camino de tierra roja que me conduce a mi infancia. Pero no quiero caer en ningún tipo de mesianismo ni de redentorismo. Con África se han cometido injusticias innumerables, que merecen ser reparadas. Pero como dice Chema Caballero, han de ser los propios africanos los que se hagan cargo de su vida y de su historia, los que han de cambiar el estado de las cosas. Comparto con el misionero que hizo tan excelente trabajo con los niños soldado de Sierra Leona la idea de que hay que replantearse de raíz la mal llamada ayuda humanitaria y el trabajo de las ONGs, porque muchas veces, con la mejor de las intenciones, no hacen sino perpetuar el ciclo de la dependencia, son la espita para la mala conciencia para muchas potencias occidentales y permiten que algunos países africanos (caso de Sudán en Darfur) se dediquen a perpetuar el horror porque saben que ya vendrán los occidentales a paliar los estragos de su infame política.

Pregunta: Albert Camus y su existencialismo te han acompañado, literariamente hablado, en muchos de los viajes que has hecho por África. En Monrovia, la capital de Liberia, frente a la violencia gratuita que pueden lucir ciertas bandas, has llegado a preguntarte: “¿Cuál es el sentido de esta vida?”. ¿Consideras que la obra de Camus es la que mejor describe las sensaciones que has experimentado en África?

Alfonso Armada: No creo que haya una vida después de la terrestre. No necesito un ser superior para justificar mis acciones. Creo que la vida es en gran medida absurda, pero más absurdo e injustificable es el sufrimiento, aunque se explique en el mal que muchos eligen conscientemente. El grado de horror y crueldad que he contemplado en algunos lugares de África ha acentuado ese existencialismo, pero no ha aniquilado mi convicción de que el hombre es también capaz de lo mejor hacia sus semejantes. Lo vi en Sarajevo, durante el cerco, y lo volví a experimentar en África. Depende de nosotros, aunque la muerte sea el final, que nuestro paso por este país efímero llamado Tierra valga la pena, a pesar de que tenga la convicción de que cuando dejamos de respirar nos convertimos en nada.

El periodismo occidental y África

Pregunta: Afirmas en tus cuadernos que “África se vuelve rabiosamente necesaria, asomándose periódicamente a las pantallas, cumpliendo una tarea heroica: la de hacernos entender, como quieren los nuevos atletas de la razón, que vivimos en el mejor de los mundos posibles”. Diez años después de publicar tus experiencias y de haber vuelto a Europa, ¿sigues pensando lo mismo?

Alfonso Armada: A menudo sirve de contraste, de abono para nuestra miseria intelectual. Es una visión sin duda estrecha. Era una acerada crítica al Felipe González que defendía por encima de todo la eficacia del ratón que caza ratones. A menudo se usan los desastres africanos, mal explicados, mal contados e interpretados, para abonar esa idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. La calidad, frecuencia y profundidad de la información acerca de África en nuestros medios sigue dejando mucho que desear. Sigue habiendo mucho por hacer.

Pregunta: Hablando con Luis Matías López, redactor jefe de la sección internacional de El País, sostuviste que “era una vergüenza que tuviéramos tan olvidada la guerra de Angola”. Esto propició tu corresponsalía en el continente subsahariano. ¿Consideras que hoy en día, casi 15 años después, el espacio dedicado a África en la prensa es el mismo?

Alfonso Armada: Creo que he respondido a la pregunta en la respuesta anterior. Llama la atención que ahora mismo no haya nadie en El País dedicado a cubrir el continente de manera sistemática, como durante un tiempo hizo Ramón Lobo cuando yo abandoné, después de pensármelo y dudar mucho, El País y mi dedicación a África para convertirme en corresponsal de ABC en Nueva York. En FronteraD nos queda mucha tarea por hacer.

Pregunta: Sostienes en tus escritos que nunca has sido “capaz de convencer a tus jefes de la utilidad y la necesidad de viajar a países que no estén devorados por el desastre”. ¿Crees que ahora es posible hacer otro tipo de periodismo con respecto a África?

Alfonso Armada: Es posible y necesario, como se demuestra desde proyectos como el de FronteraD, aunque como modelo de negocio sigue dejando mucho que desear. Pero está claro que internet nos proporciona unas herramientas que no podemos desaprovechar. Manos a la obra.

"Existen muchas Áfricas. En África me reconozco"