viernes. 19.04.2024
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En estos momentos de zozobra por un virus que ha puesto el planeta patas arriba, comprobamos que la Unión Europea no funciona. Esta Unión está formada actualmente por 27 países tras la retirada del Reino Unido, pero desde varios puntos de vista -algunos históricos- está asentada en tres grupos de naciones: los que forman parte de la Europa septentrional, con Alemania a la cabeza por su peso demográfico y económico, por otro grupo que podríamos llamar mediterráneo, donde destacan por las mismas razones que Alemania en el primero, Francia, Italia y España, y por un tercer grupo de países del Este que vivieron parte de su siglo XX bajo la bota de la antigua URSS. La UE actual es un grupo heterogéneo de países, que van desde los célticos irlandeses a los mediterráneos malteses, desde los vikingos suecos a los atlánticos canarios, por no hablar de los territorios de la UE de ultramar, como son los de la Guayana francesa, las Azores y Madeira portuguesas o los canarios de España. Esta UE procede a su vez de la Comunidad Económica Europea merced al Tratado de Roma, firmado en 1957. Es interesante observar que el tratado fundacional se firma en Roma (Italia) y que uno de los padres -el principal sin duda- es Robert Schuman, francés, aunque con varias nacionalidades. Había entonces otras instituciones supranacionales europeas que luego han desaparecido precisamente por mor de la confluencia de intereses -muy dispares como estamos viendo- en la UE. Hubo dos pulsiones de origen: la necesidad de forjar un Estado supranacional que pudiera competir en lo económico en condiciones de igualdad con USA y la URSS y, sobre todo, para evitar el inveterado enfrentamiento histórico de Alemania y Francia y, con ello, impedir que los teutones volvieran a ser un peligro para los europeos. La historia de la Europa moderna podría resumirse que es la historia del enfrentamiento entre España e Inglaterra por el dominio de los mares en los siglos XVI y XVII y el enfrentamiento de Alemania y Francia por el dominio de la propia Europa. Eso es ya historia porque ahora el dominio del planeta está en las barajas de USA y China, pero más a través de la economía que de lo militar. Volviendo al momento presente, queda claro que hay tres europas: la septentrional, la meridional y la del Este. Y también dos morales, dos formas de entender una unión supranacional: la que está basada en el egoísmo, en la supremacía de lo económico, y la basada en la solidaridad, basada a su vez en la acción política como rompedora de barreras e intereses materiales particulares. Alemania y Holanda -también Finlandia-, en estos momentos de pandemia están demostrando su moral, la que dice el tópico que su desarrollo se ha forjado en el trabajo abnegado y en la moral protestante. Ambas cosas son mentira, como sabe cualquier historiador de lo económico, pero el tópico sigue funcionando. A eso se la añade algunos agravios históricos que son leyenda, como los de la opresión de la antigua Flandes -hoy Países Bajos- por la monarquía hispánica. Y por ir más atrás en el tiempo, también el tópico de la irreductible Germania frente a la Roma imperial.

La actual UE no es más que una unión comercial con una moneda única. No se ha conseguido desde 1957 una armonización fiscal, laboral, militar autónoma (forma parte de la OTAN), ni una política exterior común digna de tal nombre. Muchos países, pero no somos ni un Estado y mucho menos una sola nación. Y ahora, cuando la UE no es atacada o se ataca a sí misma con bombas y ametralladoras, ahora que se enfrenta a un virus sin vacunas ni antivirales, la UE se ha roto en dos como cabía esperar: la del egoísmo septentrional frente a las mayores dificultades de la meridional. Ya la anterior recesión comenzada en el 2007/8 puso en tela de juicio la unidad europea con la actuación repugnante de la Alemania de Merkel con Grecia, porque una comunidad supranacional de 513 millones de habitantes no fue capaz de resolver los problemas económicos de un país de menos de 10 millones. Más aún, en lugar de resolverlos los agravó. Ahora el coronavirus le ha dado la puntilla y la UE es un cadáver.

Una comunidad de naciones así forjada desde el principio sería un Estado supranacional y no una mera y endeble unión económica de países como es la UE, unión basada en el egoísmo de los negocios y no en la solidaridad de los derechos de los ciudadanos propios y foráneos

Por ello ahora es más necesario que nunca cambiar de rumbo, porque lo moderno, lo eficaz y lo más barato no es reparar lo roto sino sustituirlo por algo nuevo. Es el signo de los tiempos, lo que no funciona, lo que no resuelve problemas queda obsoleto en un suspiro, no hay tiempo para divagaciones, las soluciones han de darse en días cuando no en horas. Europa solo puede resolver sus problemas bajo una bandera que no represente a un país en concreto, con una ética enemiga del solo mercado, con un principio opuesto, contrapesador de la mera economía de mercado, y ese principio se llama solidaridad. También igualdad y, si se quiere también, fraternidad. Pero todo ello es incompatible con la mera moral de los negocios. Ahora vemos en la USA de Trump o en el Brasil de Bolsonaro -de extrema derecha ambos-, cómo anteponen la economía a la salud de los ciudadanos, sin saber que sin salud tampoco funciona la economía. Incluso en España el PP, que hasta ahora apoyaba electoralmente -aunque criticando con fake news importados o propios al Gobierno- amenaza con no apoyar el endurecimiento del confinamiento, cuando hace tan solo un cuarto de ahora criticaba al gobierno de Sánchez justo por lo contrario.

Por todo lo anterior abogo por la construcción de una unión de los países que dan al Mediterráneo, donde se forjó uno de los imperios más asombrosos de la historia, donde surgió el Derecho Civil y la ingeniería más exitosa, donde se atisbó la primera democracia talosocrática del mundo (Grecia, mejor dicho, Atenas), donde se encuentra el patrimonio artístico más importante del planeta sin menospreciar el de otras zonas; una zona que dio al mundo la filosofía, el teatro y la matemática griega, el Renacimiento italiano, el Siglo áureo español y el Estado de Derecho de la revolución francesa, que ha dado al mundo genios como Homero, Platón, Aristóteles, Arquímedes, Sófocles, Dante, Leonardo, Miguel Ángel, Caravaggio, Galileo, Verdi, Felini, Cervantes, Calderón, Lope, Velázquez, Goya, Picasso, Buñuel, Cajal, Moliere, Lavoisier, Proust, que son patrimonio de la humanidad y no solo de los países de origen. Abogo por construir una Unión de Estados Mediterráneos a partir de los cinco países de los que son deudores una parte del planeta: Francia, Italia, España, Portugal y Grecia, pero extensible a otros países. Estaríamos hablando de una comunidad de naciones de 195 millones de habitantes y de 5,8 billones de PIB, que sería la tercera o cuarta economía del planeta. Pero a esta comunidad mediterránea podría sumarse los países mediterráneos del Magreb, como son Marruecos, Argelia y Túnez más Turquía, que representarían 171 millones de habitantes más. Aunque eso sí, todos estos países deberían dar los pasos necesarios para constituirse en democracias que respetan los derechos humanos y que defienden el Estado de Bienestar dentro de sus posibilidades. Ninguno de estos son democracias aún homologables. Turquía es una tiranía para los kurdos y no respeta los derechos humanos, y los tres países magrebíes hacen lo propio con los saharauis y con sus propios ciudadanos. Un Sahara Occidental libre, soberano y democrático sería un aspirante más para formar parte de esta comunidad mediterránea propuesta. Y esta comunidad mediterránea podría establecer tratos preferentes con países como, por ejemplo, Irlanda, Ucrania, Suiza, pero nunca con Israel mientras tenga en gigantescos campos de concentración sometido al pueblo palestino. Además sería una potencia militar con la cobertura atómica de Francia, que no necesitaría a la OTAN ni a las bases yanquis para defender su territorio porque, una unión ampliada, no tendría apenas enemigos, porque sus verdaderos enemigos serían, como ahora, las pandemias y las hambrunas del planeta y no los ciudadanos de otros lares que buscan salir de su miseria emigrando con la única bandera de la esperanza.

Pero esta unión mediterránea de naciones libres, democráticas, soberanas, respetuosas con los derechos humanos, defensoras del Estado de Bienestar, donde lo público debe jugar un papel fundamental para asegurar un mínimo a todos sus ciudadanos desde la cuna a la sepultara dentro de sus posibilidades económicas, no puede repetir los errores de la actual UE. Por ejemplo, debería tener los tres organismos que son propio de un Estado de Derecho: un Parlamento que tiene la última palabra legislativa, un órgano ejecutivo que ejecuta pero no legisla y sus órganos judiciales, que enjuician los comportamientos de personas e instituciones de los países miembros con dictados de obligado cumplimiento por ellos. Los países no tendrían derecho a veto, aunque, a cambio, se exigiera para la toma de decisiones legislativas mayorías reforzadas. No podría haber dos órganos legislativos como ocurre actualmente en la UE con el Parlamento y el Consejo, y los Tribunales Supremos y Constitucionales serían órganos supranacionales y solo supranacionales. Una unión mediterránea así no debería contentarse con tener una moneda común y dotarse con un presupuesto ridículo como la actual UE; debería, en cambio, dotarse desde su nacimiento, de un sistema tributario común aunque flexible y de una legislación laboral común. Diría más, la legislación laboral debería ser competencia exclusiva de esta hipotética Unión mediterránea. Y toda la legislación que afectara a las relaciones exteriores políticas y económicas debería ser también competencia exclusiva de la Unión. Este es uno de los grandes defectos de la actual UE, que no se le ha transferido apenas competencias en exclusiva. Su Banco Central lo sería de los Estados y no solo de los bancos, y tendría como misión principal el desarrollo de los países miembros y no solo el control de la inflación. Las sedes de las instituciones de este Mare Nostrum de los Estados podrían ubicarse en ciudades costeras del Mediterráneo como son, por ejemplo, Valencia, Barcelona, Palma, Montpellier, Marsella, Génova, Nápoles o Atenas, y también Lisboa, aunque esté en el Atlántico.

Una comunidad de naciones así forjada desde el principio sería un Estado supranacional y no una mera y endeble unión económica de países como es la UE, unión basada en el egoísmo de los negocios y no en la solidaridad de los derechos de los ciudadanos propios y foráneos, unión que ya ha dado su máximo y que, después de una forja de 63 años, un virus lo rompe en dos pedazos. Incluso podría forjarse, como crisálida, esta Unión mediterránea dentro de la propia UE, pero con la voluntad decidida de abandonar la envoltura de Bruselas lo antes posible.

Por unos Estados Unidos del Mediterráneo (EUM o, en inglés, MUS)