viernes. 26.04.2024
Tierra
Una Constitución para la Tierra

En  febrero de 2020 el filósofo del Derecho Luigi Ferrajoli presentó en Roma un proyecto para "pensar" una Constitución de la Tierra como herramienta para llegar con la razón, con la voluntad y con la política allí donde las constituciones nacionales y los mercados no pueden llegar: a los puntos ciegos de los que, sin embargo, empieza a depender todo.

Unas semanas después estalló la crisis del coronavirus: toda una corroboración de sus premisas. Luigi Ferrajoli ha publicado en 2022 un libro Por una Constitución de la Tierra. La humanidad en la encrucijada, explicando su proyecto e insistiendo que los Estados son demasiado grandes para las cosas pequeñas, como el resolver los problemas de las ciudades; y demasiado pequeños para las cosas grandes, como las emergencias y catástrofes globales.

  1. Las diferentes emergencias y catástrofes globales son:
  2. Una Constitución de la Tierra debería prohibir las armas convencionales
  3. El presidente George W. Bush abrió la puerta a la OTAN a antiguos miembros de la Unión Soviética
  4. Se pregunta Ferrajoli, ¿cómo una Constitución de la Tierra puede instaurar la paz global?
  5. El constitucionalismo global o supranacional opone el principio de la paz a la soberanía armada y violenta de los estados

En concreto en el libro se refiere a cinco de ellas, que describiré más adelante. Y luego me detendré en la parte final en sus reflexiones sobre el derecho a la paz, que aparece en el articulado 32 de la Constitución de la Tierra. Por ende, la necesidad de un constitucionalismo global.

Podrá parecer una utopía hoy, pero es la única alternativa de trasmitir un planeta a las generaciones futuras. Pero es una utopía urgente. Según los indios de América: "No hemos recibido la Tierra como una herencia de nuestros padres, sino como un préstamo de nuestros hijos”.

Las diferentes emergencias y catástrofes globales son:

1ª) Que la humanidad ha alterado brutalmente los ciclos biogeoquímicos, climáticos y del agua, ha afectado el equilibrio de los mares (por sobreexplotación pesquera y contaminación por plásticos) y de los bosques y selvas (por la deforestación) y ha puesto en peligro miles de especies de animales y plantas, es un hecho incuestionable que  al  geólogo Paul Crutzen, Premio Nobel 1995, le ha llevado a denominar a nuestra época como la del antropoceno: los impactos de la especie humana sobre el planeta la convirtieron en una nueva “fuerza geológica”.

El historiador Jason W. Moore en El capitalismo en la trama de la vida ha desarrollado un concepto alternativo: el de capitaloceno. Ya no es la humanidad la causante de la tremenda crisis ecológica actual, sino las relaciones que el capitalismo ha construido e impuesto entre los humanos y entre estos y la naturaleza, concebida como un recurso barato para la acumulación ilimitada.

2ª) En cuanto a la violación de los derechos humanos se está produciendo en todo el planeta por regímenes despóticos, que han suprimido las libertades fundamentales y, por otro lado, por las condiciones de miseria que provocan anualmente la muerte de millones de personas por falta de alimentación y fármacos básicos.

En 2020 se impusieron 1.477 penas de muerte, además de las no conocidas en China, Corea del Norte, Siria y Vietnam. Según Amnistía Internacional en un Informe 2020-2021 se produjeron torturas en 130 países. Casi un tercio de la población mundial no puede alimentarse adecuadamente. Según la FAO, cada día mueren 24.000 personas, de ellas 7.000 niños, por falta de agua y de alimentación básica. Otras tantas mueren por falta de atención sanitaria o de fármacos esenciales, como las vacunas.

 3ª) Tiene que ver con el mundo del trabajo, a cuya progresiva y, de momento, irreversible degradación asistimos impasibles en las últimas décadas, producto de la globalización neoliberal. Grandes empresas desplazan su producción a países, como la India, Indonesia, Filipinas, Tailandia, Vietnam; donde los trabajadores están sometidos a condiciones laborales espantosas, sin derechos ni garantías. Se puede consultar en la Red, el desastre de abril del 2021 de Rana Plaza en Dacca de Bangla Desh, un taller textil donde hubo 1.134 víctimas.

Los salarios y los derechos laborales de los países desarrollados han caído al tener que competir en un mercado mundial del trabajo. Ha reaparecido el trabajo esclavo en los países pobres y también en los ricos.  En 2016 los esclavos llegaron a los 45,8 millones.: 18 en India; 3,3 en China; 1,1 en Corea del Norte; y 1 en Rusia. Y en Italia se alcanza la cifra de 129.000.

4ª) Trata sobre los migrantes que huyen de una o más de las catástrofes citadas. Tras siglos en los que sus países han sido depredados por invasiones y colonizaciones occidentales, paradójicamente legitimadas por el ius migrandi amparado por la filosofía política europea- ya lo teorizó Francisco Vitoria-, hoy los migrantes huyen de la miseria de sus países, generadas por las políticas de los países ricos, para encontrar, si no pierden la vida en sus travesías, el racismo por su etnia, religión y su estatus de extranjeros pobres.

Lo constatamos hoy en la campaña electoral de Andalucía. ¿Cómo se entiende, si somos los defensores de los derechos humanos que en los últimos años más de 20.000 personas se han ahogado en el Mediterráneo? Y nos parece un hecho irrelevante, ya se preocupan los medios de que así sea. Javier de Lucas en su libro Mediterráneo: El naufragio de Europa nos advirtió: “Ya en octubre de 2013, tras el primer gran naufragio con 300 víctimas en Lampedusa, la alcaldesa Giusi Nicolini, harta de entierros sin nombre y de lamentaciones vanas, escribió a Bruselas para preguntar hasta dónde tenían que ampliar su cementerio sin que la UE se decidiera a actuar”.

5ª) La última emergencia es la guerra. La tenemos delante, en Ucrania. Pero no es una novedad. Las recientes de Irak en 1991, en la ex Yugoslavia en 1999, en Afganistán en 2001 y 2003, en Libia en 2011 y en el segundo decenio del siglo en Siria. Solo cito las que recogen los medios occidentales. Otras no interesan, como Yemen o Sudán. ¿Somos conscientes del peligro nuclear? Vivimos encima de un auténtico polvorín. Hoy, en el mundo, hay 13.440 cabezas nucleares (eran 69.940 antes del tratado sobre el desarme de 1987, en poder de nueve países: 6.375 en Rusia, 5.800 en Estados Unidos, 320 en China, 290 en Francia, 215 en Reino Unido, 160 en Pakistán, 150 en la India, 90 en Israel y 40 en Corea del Norte. Es un milagro que alguna de estas cabezas no haya caído en manos de un grupo terrorista, o que, en alguno de los estados que las poseen, no llegue al poder un loco.

Una Constitución de la Tierra debería prohibir las armas convencionales

Su difusión provoca cada año millones de muertos; casi medio millón de homicidios, centenares de millares de suicidios y accidentes. Es una absurda masacre, debida casi enteramente a la proliferación de las armas, de ello es un buen exponente los Estados Unidos. Hay un ejemplo contundente de la gravedad de la proliferación de las armas en diferentes países: en 2017 hubo en el mundo 464.000 homicidios, de los cuales 63.000 en Brasil, 29.618 en México, 17.284 en Estados Unidos y solo 357 en Italia.

En esa expansión del constitucionalismo global necesario para hacer frente a las 5 emergencias citadas, también las llama crímenes del sistema, Ferrajoli se refiere en primer lugar a la que se movería en la dirección de los poderes y de la soberanía de los estados en sus relaciones internacionales.

Esta a su vez debería producirse en dos direcciones: primero, en garantía de la paz; después, en garantía de los derechos fundamentales, tanto de libertad como sociales. Lamentablemente en ambas direcciones, hay que denunciar el fracaso de la ONU y la casi total falta de eficacia de las distintas cartas de derechos humanos.

En cuanto a la paz, como he reflejado en la quinta emergencia, ha sido violada continuamente por guerras desencadenadas por Occidente tras la desaparición de la URSS y por otras menores, que infectan a todo el planeta. Al respecto me parece muy pertinente el artículo de Josep M. Colomer titulado De Versalles a Minsk, en el que destaca que el final de la guerra fría y la derrota y disolución de la Unión Soviética no produjo en los Estados Unidos una magnanimidad con el vencido, como si la tuvo con Alemania tras la Segunda Guerra Mundial.

Hubo una serie de promesas incumplidas: el secretario de Estado James Baker prometió al presidente Mijail Gorbachov una Alemania unificada y neutral sin una pulgada de expansión de la OTAN. El presidente Bill Clinton prometió al presidente Boris Yeltsin no instalar tropas y misiles prematuramente en los antiguos aliados soviéticos del Pacto de Varsovia que fueran aceptados en la OTAN.

El presidente George W. Bush abrió la puerta a la OTAN a antiguos miembros de la Unión Soviética

 Especialmente a Ucrania y Georgia.  Además, se perdieron varias ocasiones de crear una amplia alianza de seguridad para la paz entre Occidente y Rusia. El último intento pacífico, fueron los acuerdos de Minsk, cuyo fracaso lo estamos contemplando. Esta cuestión, la invasión y guerra de Ucrania, ya la traté en este mismo medio en el artículo Algunas reflexiones inevitables y pertinentes sobre la injusta invasión de Ucrania.

Pero, retorno al tema de la paz, hecho este inciso al presente actual. Nos dice Ferrajoli que la paz es un fenómeno artificial, contrariamente a la guerra, que es un fenómeno natural. “El estado de paz entre hombres que viven juntos”, escribió Kant, “no es un estado de naturaleza que es más bien un estado de guerra, es decir, un estado en el que, si bien las hostilidades no se han declarado, si existe una constante amenaza.

El estado de paz debe, por tanto, ser instaurado, pues la omisión de hostilidades no es todavía garantía de paz y si un vecino no da seguridad a otro (lo que solo puede suceder en un estado legal), cada uno puede considerar como enemigo a quien le haya exigido esa seguridad”. Por ende, para instituir la paz, “no hay sino una sabiduría negativa que pueda servirnos, a saber, la que obligue a los hombres a que la guerra, el mayor obstáculo de lo moral…se haga poco a poco más humana, luego menos frecuente, y, por último, desaparezca como guerra agresiva, para de este modo implantar una constitución que, por su índole, sin debilitarse, apoyada en auténticos principios de derecho, pueda progresar en constancia hacia mejor”.

Se pregunta Ferrajoli, ¿cómo una Constitución de la Tierra puede instaurar la paz global?

Puede hacerse con determinadas garantías. La primera es la prohibición de la guerra, que es el equivalente en el orden internacional lo que en el derecho penal interno es la prohibición del homicidio. Esta prohibición ya ha sido introducida en el derecho internacional al calificar a la guerra de agresión como crimen en el artículo 5.1, d) del Estatuto del Tribunal Penal Internacional aprobado en Roma con el Tratado de 17 de julio de 1998. Es muy claro:

PARTE II. DE LA COMPETENCIA, LA ADMISIBILIDAD Y EL DERECHO APLICABLE

Artículo 5 Crímenes de la competencia de la Corte
1. La competencia de la Corte se limitará a los crímenes más graves de trascendencia
para la comunidad internacional en su conjunto. La Corte tendrá competencia, de conformidad con el presente Estatuto, respecto de los siguientes crímenes:

a) El crimen de genocidio;
b) Los crímenes de lesa humanidad;
c) Los crímenes de guerra;
d) El crimen de agresión.

2. La Corte ejercerá competencia respecto del crimen de agresión una vez que se
apruebe una disposición de conformidad con los artículos 121 y 123 en que se defina el crimen y se enuncien las condiciones en las cuales lo hará. Esa disposición será compatible con las disposiciones pertinentes de la Carta de las Naciones Unidas.

Pero este artículo no ha sido efectivo lamentablemente sobre todo por la negativa de los estados más poderosos a ratificarlo. Obviamente, esto no es un obstáculo para que la guerra sea cuando menos un gravísimo crimen de sistema al consistir en una violación radical, no solo de la vida de las personas y de los pueblos contra los que se promueve, sino también de la dignidad, a más de la vida, de los mandados a hacerla.

“¿Qué derecho tiene el estado frente a sus propios súbditos”, se preguntaba Kant, “a servirse de ellos en la guerra contra otros estados, a emplear o arriesgar en ellos sus bienes, e incluso su vida?” La respuesta de Kant es que este supuesto derecho no es más que el “derecho de cada uno a hacer lo que quiera con lo suyo (con su propiedad) “, es decir, la absurda pretensión del soberano de actuar sobre sus súbditos como si fuera un “propietario indiscutible”.  Lo que se puede decir de las plantas y los animales domésticos, que se les puede utilizar, consumir, y destruir (hacer que los maten, parece que también puede decirse del poder supremo del estado, del soberano, que tiene derecho de mandar a la guerra a sus súbditos, que en buena medida son productos suyos, como a una cacería y a un combate como a una excursión”.

Por eso la guerra per se es antidemocrática e inmoral, además de criminal, dado que con ella el pueblo mandado a hacerla y las personas implicadas en ella son tratadas como medios y no como ciudadanos, en violación de la primera máxima kantiana de la moral según la cual ningún ser humano “puede ser manejado como medio para los propósitos de otro ni confundido entre los objetos de derecho real”.

La segunda garantía de la paz, todavía más importante y efectiva, es el monopolio público de la fuerza militar en manos de la Federación de la Tierra y, con ello, la abolición de los ejércitos nacionales, también propuesta por Kant, y la prohibición de las armas, a cuya difusión pagamos el tributo de vidas humanas antes mencionado, y por eso debería ser una dotación exclusiva de las fuerzas de policía, locales y globales.

El constitucionalismo global o supranacional opone el principio de la paz a la soberanía armada y violenta de los estados

Pero es claro que este principio no puede ser efectivamente garantizado si se mantiene la soberanía de los estados. Por eso, como señaló Kelsen hace un siglo, “el concepto de soberanía debe ser eliminado radicalmente”. La alternativa es radical. O se abolen los ejércitos nacionales, o bien continuarán las guerras y, con todo el descomunal y destructivo armamento, será siempre posible –en un mundo fracturado entre estados soberanos y con la creciente escasez de bienes vitales generada por una naturaleza cada vez más esquilmada- la autodestrucción de la humanidad.

Termino reproduciendo el artículo 32 de la Constitución de la Tierra. El derecho a la paz

  • El derecho a la paz es un derecho fundamental del pueblo de la Tierra, de todos los pueblos del mundo y de todos los seres humanos.
  • Su garantía es un deber absoluto de todas las instituciones públicas, tanto estatales como globales.

 

Constitución de la Tierra. Objetivo contra las catástrofes globales