viernes. 19.04.2024
OTAN_Prado
La cumbre de Madrid se ha rodeado de refinamiento, de elevada civilización, del más elevado buen gusto

Esta semana hemos asistido al desarrollo de una cumbre de la OTAN cuyos resultados todos alaban y aplauden sin tener demasiado en cuenta que las conclusiones son bastante deprimentes.

Siguiendo el viejo principio de “si vis pacem, para bellum”, Occidente ha decidido armarse hasta los dientes y reforzar una alianza que revive ecos de un pasado siniestro plagado de amenazas. Europa ha renunciado a su unidad política en pos de los Estados Unidos de Europa y ha decidido seguir bajo el paraguas protector de los USA, tal y como hiciera en las dos ocasiones en las que la guerra se ganó gracias a su poderío industrial y militar. Era una opción, seguro, pero ¿era la mejor opción?

Durante años, la izquierda ha renegado de los “americanos” olvidando que fueron ellos los que, primero, nos salvaron en dos ocasiones de los alemanes y los nazis para después, una vez barrido ese desastre, parar los pies de Stalin montando esa organización en contraposición al Pacto de Varsovia. Hoy es Putin el que se ha convertido en una amenaza contrastada y la respuesta parece ser la misma. La izquierda asamblearia de Podemos da la espalda a la realidad y el resto asistimos al desastre de la escalada de tensión confiando en la sensatez de los que no son nada sensatos, la verdad.

No voy a renegar, ni mucho menos, del papel de los USA en el siglo XX, pero es deprimente que no hayamos avanzado; que no hayamos aprendido nada del espantoso pasado de las guerras europeas y que tengamos que seguir el camino de la guerra como respuesta a cualquier problema. Por supuesto que debemos tener una defensa contra la locura expansionista de Putin; por supuesto que China se transforma y puede acabar por buscar una solución militar para recuperar la perdida integridad territorial, pero es deprimente que tenga que ser ésta la solución a la que se recurre una y otra vez olvidando que las guerras no suelen solucionar nada.

Hemos pasado la página de la guerra de nuestros padres y hemos empezado a escribir el primer capítulo de la guerra de nuestros hijos.

Los efectos de la guerra de Ucrania nos muestran claramente que la guerra, dentro de Occidente, implica demasiadas cosas malas: desde el sufrimiento de civiles indefensos, hasta el desastre económico que empezamos a padecer y que no ha hecho nada más que empezar. Queda por delante un largo camino de contracción económica, graves amenazas para los suministros energéticos y para la distribución de granos y alimentos, pero ya se ha abandonado la esperanza de una solución negociada: Putin está condenado a seguir su camino militarista y los demás debemos ser consecuentes con lo que su perfil demanda: demostrar más fuerza y pararle los pies con una estructura decidida a luchar.

Y esta cumbre, perfectamente organizada y diseñada, se rodea de las más exquisitas muestras de refinamiento, de elevada civilización, del más elevado buen gusto y haciendo caso al legado histórico de las pinturas del Prado consagradas a los destacados hechos bélicos de nuestra historia; se entrega a la guerra, la más bestial de las desgraciadas herencias humanas y nos condena a todos al miedo y, lo que es peor, al peligro del odio. Me da miedo esa escalada de violencia, pero me da más miedo que nos entreguemos a ese odio asesino que lo envenena todo y que supone la esclavitud constante de no poder construir nada sobre los cimientos de esa pasión.

Ni la violencia, ni mucho menos el odio, nos permitirá avanzar hacia un futuro de tranquila convivencia, lo siento. Acepto la necesidad de no estar inermes frente a la agresión, pero rechazo la opción de odio como vehículo para alcanzar un futuro pacífico para la humanidad.

Por desgracia, ya hemos pasado la página de la guerra de nuestros padres y hemos empezado a escribir el primer capítulo de la guerra de nuestros hijos. ¿Es esa la herencia que queremos dejar? Lo dicho, deprimente.

El éxito de una cumbre… deprimente