viernes. 26.04.2024
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Foto: Kremlin.ru
 

La crisis de Ucrania no remite, pero se libra, de momento, en el terreno diplomático o táctico. Se sigue hablando de la guerra en potencial, con las herramientas de la palabra: de la propaganda. En ese combate blando, no todos hablan el mismo lenguaje. O, para ser más preciso, emplean recursos que dejan deliberadamente en duda el significado de lo que se dice, de lo que se anuncia, de lo que se apuesta.

Este juego deliberado de equívocos no se establece solamente entre los adversarios, digamos los aliados de la OTAN y Rusia, o si se quiere utilizar el esquema de la guerra fría, el Este y el Oeste. En cada campo se detectan divergencias, matices, sutiles o ásperos, que reflejan una suerte de disonancias diplomáticas. Es muy evidente en el caso de los aliados occidentales, pero también puede advertirse, con más finura, entre Rusia y China.

Como dice el profesor búlgaro Ivan Krastev, a Europa no le preocupa tanto la guerra como la amenaza de guerra, o la guerra sin fuego, que Putin pueda mantener largo tiempo

MACRON, EL PACIFICADOR

El principal protagonista de esta ambigüedad diplomática es el presidente francés. Como se podía esperar, ha encontrado el momento para acaparar atención informativa y protagonismo, después de unas semanas relegado por los tenores ruso y norteamericano. La voz de Macron es barítona pero muy audible, incómoda para los propios, desconcertante para los ajenos.

Después de cinco horas de conversaciones con Putin, el presidente francés compartió sus ideas con los medios. La idea fuerza fue ésta: la guerra se puede evitar, si se atienden los derechos legítimos de seguridad de Rusia, sin menoscabar la soberanía de Ucrania (1). Pero su lenguaje alambicado produjo perplejidad. Insinuó la posibilidad de algo parecido a la finlandización; es decir, la neutralización impuesta más que voluntaria de un vecino de la poderosa Rusia (otrora URSS). Obviamente, no por diktat, sino mediante la negociación de una nueva estructura de seguridad europea. Música muy deleitosa en los salones franceses (2). La noción de neutralidad protegida de Ucrania es también defendida en algunos círculos estratégicos alemanes y americanos (2).  Mientras tanto, para abordar lo más inmediato, Macron apuesta por revitalizar el formato cuadrilateral de Normandía (Rusia, Ucrania, Alemania y Francia) y reflotar los moribundos acuerdos de Minsk. En otras palabras, la intención de Macron consiste en “europeizar la solución de la crisis” (4).

La disonancia no reverberó solamente en Ucrania, donde recibieron a Macron, con “sonrisa crispada”, sino en la propia Moscú. El portavoz del Kremlin negó que, como insinuó el francés, Putin se hubiera comprometido a concesiones concretas o que la concentración de tropas en Bielorrusia se fuera a disolver después de las maniobras en curso. El propio líder ruso dijo, al lado de Macron, que era “demasiado pronto” para valorar las propuestas de su colega francés.

El esfuerzo del titular del Eliseo responde a tres vectores convergentes: 

  • la continuidad de la singularidad francesa en la alianza occidental, establecida por De Gaulle a mitad de los sesenta (o una década antes, desde la crisis de Suez, en realidad).
  • la ambición de liderar una “autonomía estratégica de Europa”, que no sólo establezca criterios y líneas de actuación en relación a Rusia, sino también con respecto al desafío que plantea China y a otros frentes de crisis en la periferia europea (África y Oriente Medio).
  • la inminencia de unas elecciones, que no amenazan con cercenar su carrera política, pero de no obtener un resultado la menos igual o preferiblemente mejor que en 2017, podrían debilitar su liderazgo interno y su proyección internacional.
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SCHOLZ, EL CALCULADOR          

El canciller alemán ha contemplado con discreción tanto los equilibrios de Macron, como las maniobras de Putin o las advertencias de Biden. Frente a la verbosidad del líder francés, el jefe del gobierno de Berlín ha aplicado el método merkeliano de las pocas palabras y el tono bajo. Se ha ganado reproches por eso. En Washington, se diga en público lo que se diga, molestó esa posición esquiva durante las primeras semanas de la crisis. Reflejo de ello, la embajadora de Alemania en Washington remitió un despacho encabezado con una frase tópica: “Berlín, tenemos un problema...” (5). 

El problema era la credibilidad. En Washington empezaban a dudar se la disposición de su primer aliado en Europa para enfrentarse al adversario ruso, en caso de invasión/incursión en Ucrania. Scholz se ha visto obligado a rectificar. Pero sin aspavientos. Visitó el despacho oval y luego trató de acompasar su mensaje al del líder de la alianza: “Una nueva violación de la soberanía y la integridad territorial de Ucrania es inaceptable y tendría para Rusia severas consecuencias políticas, económicas y seguramente estratégicas”. Una declaración en línea con el mensaje de Biden, quien tampoco tiene el estómago para guerras.

La posición alemana, en realidad, no ha cambiado tanto. O no ha cambiado en absoluto. En Berlín hay un amplio consenso en el estable sistema político centrista (gobierno y oposición) a favor de preservar la paz y evitar cualquier provocación o desatención. Rusia es, como ya se sabe, el proveedor de casi la mitad del gas que calienta los hogares y hace funcionar la maquinaria productiva del país. Las alternativas manejadas estos días se antojan lejanos y costosos castillos en el aire. La guerra se contempla como una catástrofe inaceptable no sólo para ucranianos y rusos, sino también para los alemanes. Y, tras dos guerras mundiales en treinta años el pasado siglo, los germanos tienen aversión a las catástrofes. 

Al cabo, como dice el profesor búlgaro Ivan Krastev, a Europa no le preocupa tanto la guerra como la amenaza de guerra, o la guerra sin fuego, que Putin pueda mantener largo tiempo (6).

BIDEN, EL RETICENTE

El presidente norteamericano está incómodo con esta crisis. Tiene una profunda desconfianza de Putin, por muchas razones. Como representante del establishment político nutrido en la guerra fría, le cuesta aceptar que la Rusia de hoy es algo demasiado distinto de la URSS. Como patricio demócrata, no le perdona al presidente ruso que interfiriera en las elecciones de 2016 para favorecer la victoria de Trump, al que podía manejar mejor que a la señora Clinton. Como político en retirada, y quizás presidente de un solo mandato, le agobia ser consumido por una crisis exterior, cuando intenta dejar un legado de (tímidas) mejores condiciones de vida y derechos sociales semejante al de Johnson. Como eso que se llama retóricamente “líder del mundo libre”, le interesa mucho más dejar sentadas las bases de la contención de China, el adversario sistémico del siglo XXI, que abrir del nuevo el libreto de la confrontación con Rusia, el enemigo derrotado del siglo XX.

En la burbuja del poder norteamericano también se percibe una cacofonía, por debajo de la oficial unanimidad del credo liberal. Los “halcones” reprocharon a Biden que, al principio de la crisis, hiciera una distinción entre “invasión” e “incursión menor” de Rusia. O que rechace de plano el envío de tropas a Ucrania. En cincuenta años de carrera política ha sido siempre resistente a las aventuras militares de Estados Unidos. Después de todo, la “lección de Vietnam” fue un mantra para su generación. Ahora, el axioma de Metternich (“la diplomacia es la guerra por otros medios”) le obliga a utilizar un lenguaje más belicista del que quisiera.

ZELENSKI, EL ASEDIADO

Aún más evidentes son las disonancias entre los supuestos protectores y el protegido. En Kiev no ha sentado bien que Macron se mostrara tan “solícito” con Putin. Pero al gobierno no le ha gustado nada el tono “alarmista” de Washington o Londres, por la inducción al pánico y la erosión de la confianza en una economía que ya capotaba antes de este último sobresalto (7). El presidente ucraniano trata de armar un núcleo de lealtades en un país donde el poder está muy claramente al margen de las instituciones. Zelensky encuentra más confort en los países bálticos o en Polonia que en los pesos pesados europeos (8). La ministra alemana de exteriores intentó tranquilizar los aliviar el agobio del gobierno ucraniano, pero sin moverse un ápice de la negativa a proporcionarle armamento. La defensa de Ucrania es más retórica que material.

XI Y PUTIN, UNA EXTRAÑA PAREJA ESTRATÉGICA

Finalmente, las disonancias tampoco están ausentes en la aparente nueva armonía entre Moscú y Pekín. En los medios más conservadores o belicistas occidentales, la cumbre de los Juegos de Invierno ha dejado una impresión apresurada de frente estratégico euroasiático. Lejos de la realidad. Las versiones rusa y china de la declaración conjunta final evidencian el distinto tono y temperatura de cada parte. Pekín asume la crítica a la OTAN y el rechazo a un orden internacional impuesto según los criterios occidentales, pero es muy evasivo en el asunto de Ucrania (China nunca ha reconocido la toma de Crimea por Rusia). 

Los que agitan el espectro del peligro chino han llegado a decir que una invasión rusa de Ucrania no suficientemente castigada alentaría los designios anexionistas de China con respecto a Taiwán. Pero Xi Jinping sabe que no está el horno de la economía china para batallas militares, ni para sanciones económicas occidentales, si Pekín acudiera en socorro de Rusia. China compra y vende a Europa bienes y servicios por valor diez veces superior a lo que comercia con Rusia. Una cosa es la convergencia de ideas, propósitos y conveniencias y otra arriesgar la estabilidad de un crecimiento que renquea (9). El principio de que el enemigo de mi adversario es mi amigo incondicional no encaja en el pragmatismo chino.  


NOTAS

(1) “Emmanuel Macron teste une ‘méthode’ de désescalade face à Vladimir Poutin”. BENOÎT VIKINE y PHILIPPE RICARD (Corresponsales en Moscú). LE MONDE, 8 de febrero
(2) “La place de l’Ukranie dans l’OTAN, équation insoluble de Emmanuel Macron”. PHILIPPE RICARD (Corresponsal en Moscú). LE MONDE, 9 de febrero;
(3) “How to break the cycle of conflict witn Russia”. SAMUEL CHARAP. FOREIGN AFFAIRS, 7 de febrero.
(4) “Emmanuel Macron’s remarks on Russia set alarm bells ringing”. PATRICK VINTOUR. THE GUARDIAN, 8 de febrero
(5) “Olaf Scholz is coming to America on a mission of salvage mission”. TORSTEN BENNER (director del Instituto de Política Global, en Berlín). FOREIGN POLICY, 4 de febrero; Germany has a little maneuvering room in Ukraine conflict”. DER SPIEGEL, 24 de enero.
(6) “Europe thinks that Putin is planning something worse than war”. IVAN KRASTEV (Instituto de Ciencias humanas, en Viena). THE NEW YORK TIMES, 3 de febrero.
(7) “Ukraine’s Zelensky’s message is don’t panic. That’s making the West antsy”. DAVID STERN y ROBIN DIXON. THE WASHINGTON POST, 31 de enero
(8) “Deçu par les États-Unis et l‘UE, l’Ukraine cherche des nouveaux alliés. SERGEÏ STROKAN (Columnista de KOMMERSANT), reproducido en COURRIER INTERNACIONAL, 2 de febrero;
(9)”Don’t buy the Xi-Putin hype”. CRAIG SINGLENTON. FOREIGN POLICY, 8 de febrero.

La crisis de Ucrania: disonancias diplomáticas