lunes. 29.04.2024

Considerando que no podemos echar en el olvido lo que trató de mostrarnos el Partido Popular, en aquellas fechas en las que este partido estuvo al mando de M. Rajoy, hemos de recordar aquellas manifestaciones con las que se trató vender lo bien que iba España. Se nos dijo que la prima de riesgo se había reducido a más de la mitad; que la Bolsa seguía ascendiendo de una forma imparable. Y yo me pregunto, ¿son estas las señales que nos muestran que la economía iba mejor?

No me vale decir que con el tipo de mejoras que se venían produciendo se estaba asegurando la economía futura de los que menos tenían. Porque como todos los datos nos demostraban, estas mejoras se generaron como consecuencia de la reducción de las condiciones laborales de los que no participaban en las medidas que se estaban imponiendo. No me vale, porque si se estaba reduciendo la prima de riesgo y continuaba ascendiendo los valores bursátiles, era porque, con las reducciones del poder adquisitivo de los asalariados y el incremento de los beneficios que obtenían las empresas, se estaban creando unas expectativas que conllevó una entrada de capitales desde el exterior. Y estas entradas fueron el principal motivo que generó la mencionada ascendencia. No recordáis lo que ocurrió en 1929, cuando la inusitada subida de la Bolsa de Valores en Nueva York fue la causante del hundimiento de la economía mundial; y especialmente la de EEUU.

No me vale, porque en una situación en la que sólo el capital estaba acrecentándose, la microeconomía sufría las medidas que según M. Rajoy le imponían desde Europa.  

A este respecto constato que, mientras los trabajadores no sean conscientes, y por tanto decidan que el sacrificio con el que les obligan, no esté acompañado con el sacrificio que representa oponerse al capital por tener que ir a la huelga, en la ausencia de una oposición que secunde nuestras reivindicaciones, el futuro de los que mayoritariamente constituyen la base de esta economía, será el de encontrarse en una situación cada vez más precaria.

En lo que se refería a que una subida salarial tenía que estar directamente relacionada con un incremento de la productividad, hemos de preguntarnos, ¿si en función de lo que ha sido mencionado con anterioridad, lo que se consideró como beneficios revirtió prioritariamente en un segmento de la población ajeno al sector laboral, cómo podemos conciliar que un incremento de la productividad que se evalúa por su valor de cambio, sea compatible con unos agregados que como los salarios son tan solo una parte de lo que podríamos denominar como “valor inserto”? Si tenemos en cuenta que a tenor de los resultados contrastados empíricamente, que el porcentaje de los beneficios obtenidos en las empresas como consecuencia del incremento de la productividad representa para las empresas el 80% de los mismos, y sólo el 20% va a parar a los salarios, ¿cómo podemos convenir que una subida salarial tiene que está directamente relacionada con un incremento de la productividad? El relacionar los incrementos salariales con la productividad, con independencia de tratarse de un intento de vincular un componente que es considerado como un factor de producción, aparte de ser un subterfugio con el que condicionar los salarios de una manera presuntamente racional, persigue tres objetivos: relacionar al trabajador con la empresa; conseguir una mayor competitividad sin tener que recurrir a una reinversión estructural y reducir de una manera significativa las contribuciones que, relacionadas con los salarios hubieran de abonarse a la Seguridad Social.

Los gobiernos en nuestro país consideran que para ser más competitivos, es necesario recurrir a los recortes. Prefieren reducir los salarios a aumentar la productividad a través de una racional industrialización. Prefieren los resultados inmediatos

Como en economía dos más dos no siempre son cuatro, a pesar de que una subida salarial no tiene que estar directamente relacionada con un incremento de la productividad, (teniendo en cuenta de cómo se han utilizado los beneficios marginales obtenidos), según la Paradoja de Kaldor, los países que habían incrementado sus exportaciones, fueron aquéllos en los que más se incrementaron los salarios. En España, el problema de la competitividad no está directamente relacionado con el de la productividad; ya que en este país, la competitividad generalmente está vinculada a una reducción de los salarios, a un aumento de las horas trabajadas no pagadas, o bien a un descenso de los costos de las materias primas. La competitividad está fundamentada en una superioridad en la manera de producir y comercializar lo que se haya creado con respecto a otras economías. La competitividad, así como una productividad inducida, constituyen unos medios con los que enfrentarse con el resto de los productores; una productividad que como dijo el principal director ejecutivo de General Electric, “para competir es necesario exprimir los limones”. Una proposición que en este país se ha llevado hasta la saciedad, y que nos muestra el porqué de la baja industrialización que hemos desarrollado. Los gobiernos en nuestro país consideran que para ser más competitivos, es necesario recurrir a los recortes. Prefieren reducir los salarios a aumentar la productividad a través de una racional industrialización. Prefieren los resultados inmediatos.

Considerando que la naturaleza y las derivaciones generadas por esta relativa insuficiencia estructural es un tema lo suficientemente complejo, como para tener que abordarse cuando tengan que ser analizadas las consecuencias que se derivan de nuestra entrada en la UE, temporalmente lo pospongo para entretanto preguntarme, ¿si para mantener la tasa de empleo en los países industrializados es necesario incrementar el PIB entre un 2,6% a un 3%, cómo podemos deglutir que en un país, que como España, estuvo creciendo a un ritmo cercano al 4%, la tasa de desempleo no bajara del 7%? ¿Es ésta nuestra tasa natural de paro? ¿Es consecuencia de la entrada masiva de unos trabajadores procedentes del Exterior, que por estar escasamente cualificados, no fueron demandados por la España industrializada? Y si esto ocurrió, ¿no fue debido a que la estructura de nuestra economía ha quedado reducida al sector primario, al de servicios y a un conjunto de polígonos industriales en los que sólo se trafica con productos procedentes de otras economías? Y si esta es nuestra tasa natural, ¿a qué ritmo tendríamos que crecer para equipararnos en el desempleo con el resto de Europa? ¿No había y sigue habiendo en España demasiados Díaz Ferranes? Con independencia del vergonzoso porcentaje de desempleados que había en España, ¿cómo se podía conciliar, que con un paro entre nuestros universitarios que alcanzaba el 54%, una ministra en extremo devota de la Virgen del Rocío nos contara la milonga de que eso de tener que ir a lavar platos y servir copas en el extranjero es “movilidad geográfica”?

En España, especialmente en Andalucía y Extremadura, los señoritos, en un denodado esfuerzo mental, “descubrieron” que para mantener sometido al personal en sus reivindicaciones laborales, lo más indicado era transferir a otras regiones, tanto los beneficios obtenidos en sus inmensos predios, como aquellos capitales que no siendo utilizados en la creación de riquezas, les pudieran generar un rendimiento no relacionado con dicha creación. Y esto, con independencia de las disparidades regionales que ha ocasionado, al mismo tiempo ha generado una cultura de que en el ámbito de la economía, lo mejor es obtener el beneficio con el menor riesgo posible; y si es posible, en el menor tiempo.

Obtener beneficio con el menor riesgo posible