sábado. 20.04.2024
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Al problema de las deslocalizaciones, que ha traído consigo lo que conocemos como globalización, se suma el creciente desarrollo tecnológico cuya consecuencia, en el ámbito laboral, supondrá en un plazo más o menos breve la desaparición de un 40% de puestos de trabajo

Las llamadas ‘políticas de empleo’ que los diferentes gobiernos del estado vienen  proponiendo como solución a los problemas económicos más acuciantes como el desempleo, la sostenibilidad de las pensiones, el crecimiento… han consistido en reformas laborales cuyo único efecto ha sido la destrucción del empleo y su precarización que decían estimulaban o las rebajas fiscales de las que solo se ha beneficiado la clase empresarial y que han mermado aún más la recaudación tributaria.

Reconociendo que son posibles y necesarias otro tipo de medidas, mantener la creación de empleo como el motor de la recuperación es arriesgado e ilusorio porque al problema de las deslocalizaciones, que ha traído consigo lo que conocemos como globalización, se suma el creciente desarrollo tecnológico cuya consecuencia, en el ámbito laboral, supondrá en un plazo más o menos breve la desaparición de un 40% de puestos de trabajo, según las previsiones más optimistas. 

Confiar por tanto en el aumento del empleo como herramienta de creación y distribución de riqueza, como si estuviéramos aún en los años 60 del siglo pasado, es confiar en un modelo cuyos síntomas de agotamiento hace tiempo que son evidentes. Cuesta imaginar un mundo donde el empleo no sea el eje vertebrador de derechos y relaciones sociales, entre otras cosas porque, como afirma Mark Fisher, el capitalismo ocupa sin fisuras el universo de lo pensable. También porque los representantes tradicionales de la clase trabajadora han sido y son aún afines al fordismo. La estabilidad de sus conflictos garantiza su razón de ser.

Son estas, entre otras razones, las que aún nos impulsan, cuan modernos luditas, a elegir gasolineras, ya casi desaparecidas, que mantienen personal para el llenado de nuestros depósitos,  a evitar cabinas sin gente en los peajes de las autopistas, a no utilizar los puestos de auto-cobro y auto-embolsado en hipermercados y otros actos de reafirmación solidaria de dudosa efectividad.

Además de eliminar la pobreza material de forma radical, la RBU acabaría también con el miedo y la angustia que aquella genera

Frente a la romántica consigna ‘Seamos realistas, pidamos lo imposible’ entonemos un más pragmático y posibilista ‘Seamos rupturistas, luchemos por lo posible’. Disminuirá drásticamente el empleo y será más precario, pero no la productividad, que seguirá aumentando. Y es a partir de ese aumento de la productividad desde donde debemos plantearnos un mejor y más justo reparto de la riqueza. La Renta Básica Universal (RBU) se configura como propuesta y respuesta a los retos del futuro y a la necesaria  distribución de los recursos económicos, al tiempo que garantiza el primero de los derechos, el de la propia existencia, siendo además complemento imprescindible de otras políticas sociales que afectan a otros derechos también fundamentales como la sanidad y educación públicas, salario mínimo y pensiones dignas, agua, medio ambiente y todas las que configuran un estado social y de derecho.

Además de eliminar la pobreza material de forma radical, la RBU acabaría también con el miedo y la angustia que aquella genera. Y sin miedo seremos más libres, factor determinante de su potencial transformador. Tendremos un suelo sobre el que apoyarnos al negociar nuestras relaciones laborales, no estaremos abocadas, por carecer de recursos, a mantener convivencias indeseadas, podremos decidir el tipo de vida que deseemos llevar,  lo que redundará en otro tipo de sociedad más responsable y más concernida social, ecológica y políticamente. Dicho de otra forma, la RBU es una medida realmente capaz de abrir caminos para la articulación de escenarios sociales más justos y civilizados, para la construcción de relaciones sociales más libres, más nuestras.

Demostrada y reconocida su viabilidad económica, incluso por sus más conspicuos detractores, queda la batalla por su viabilidad política. En su libro ‘No tengo tiempo. Geografías de la precariedad’, Jorge Moruno pregunta: ¿Cómo se lucha contra una realidad cuando la propia realidad contra la que se lucha es la causa que impide luchar? ¿Cómo ganar el tiempo que no se tiene, pero que abunda como nunca antes? La respuesta es sencilla, querido Jorge: se llama Renta Básica Universal.


José Marí Herreros | Miembro de ATTAC

Frente a robotización y automatización de la producción, Renta Básica Universal