viernes. 17.05.2024

Se puede decir que el pasado jueves 21 de julio Europa consiguió alcanzar un acuerdo histórico para salvar a Grecia y al euro. Pero no es la primera vez que se califica de “histórico” a uno de los muchos acuerdos que desde hace casi dos años los Gobiernos y las instituciones europeas han ido tomando para hacer frente a la crisis. Y cada vez haciendo demasiado poco y demasiado tarde.

Este acuerdo “histórico” es la consecuencia de los acuerdos, también “históricos”, de abril y mayo de 2010, por los que se concedió el primer préstamo de 110.000 millones a Grecia y se creó el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, embrión de Fondo Monetario europeo, pero que nació con demasiadas limitaciones.

En realidad todos los acuerdos han sido, a su manera, históricos. Han marcado una profunda transformación, aún inacabada pero impensable antes de la crisis, hacia una nueva arquitectura de la solidaridad europea y hacia una mayor integración financiera.

Este último acuerdo marca una ruptura en la actitud con la que los lideres europeos se han enfrentado a la crisis. Hasta ahora habían actuado mas como bomberos que acuden a apagar las llamas de un incendio en la urgencia de la ultima hora, sin preocuparse demasiado de sus causas ni de la prevención del siguiente. Ahora parece que, por fin, han ido mas allá del papel del bombero y han actuado como arquitectos de una nueva solidaridad financiera y de un sistema mas sólido, realista y preventivo para hacer frente a la crisis.

Muchos tabúes han caído este 21 de julio de 2011, como otros cayeron el 9 de mayo del 2010. Podríamos preguntarnos por qué se ha tardado tanto en aceptar lo evidente y lo inevitable, por qué lo que ayer era considerado como impensable hoy se ha tenido que aceptar como indispensable. Por qué tanta tozudez de la parte de algunos gobiernos europeos y del propio BCE en negar soluciones que al final han tenido que aceptar, cediendo unos y otros, en nombre de un pragmatismo que hubieran hecho mejor en practicar antes.

Han hecho falta 18 meses de discusiones para acabar aceptando que la austeridad y los ajustes impuestos a Grecia no resolverían el problema porque su situación era mucho más grave que la que se quería creer en mayo de 2010. Para acabar aceptando que el problema no era de liquidez sino de solvencia, para aceptar conceder una ayuda que fuese realmente una ayuda con tipos de interés bajos y plazos largos, aceptar que los acreedores de Grecia deberían participar en el coste de esa ayuda porque la deuda acumulada era demasiado grande para que los griegos pudieran pagarla, lo que equivale a aceptar un default más o menos encubierto y pactado, pero default a fin de cuentas, como las agencias de notación no dejasen de señalar.

Aceptar además que era necesario una ayuda estructural al crecimiento de la economía griega y asegurar la financiación de sus Bancos. Y aceptar también que el FESF pudiera intervenir comprando en el mercado secundario Deuda de los países asistidos e incluso prestar preventivamente a países en potencial dificultad para evitar que la especulación los acabase de hundir.

Para que se aceptase todos y cada uno de estos cambios ha hecho falta vencer las resistencias de unos y otros, atrincherados en el rechazo a lo que al final se ha acabado imponiendo porque no había más remedio. Como decía Churchill de EEUU: “siempre acaban haciendo lo que no hay más remedio que hacer pero antes ensayan todas las demás soluciones”.

Así, el BCE ha tenido que aceptar la participación privada en el coste de la operación de ayuda a Grecia, que equivalía a que los acreedores no recuperasen la totalidad de sus préstamos, lo hiciesen mas tarde o cobrando menos intereses. Y con un coste que de momento no se sabe cuánto será, se habla de 50.000 millones en el horizonte 2019, pero que todo el mundo consideraba inevitable menos el BCE que advertía que si eso se producía no aceptaría más deuda griega como garantía.

Alemania ha tenido que aceptar que el FESF interviniese en el mercado secundario comprando Deuda de los países en dificultad, a lo que se había venido negando rotundamente. Éste es uno de los cambios más importantes acordados por el Consejo, pero si se hubiese aplicado antes nos hubiésemos ahorrado mucho dinero y mucho capital político. Junto con la decisión de que el Fondo pueda actuar preventivamente se está construyendo un arma antiespeculación y se avanza, sin decirlo, hacia la configuración de los eurobonos, tan demandados por unos como rechazados por otros, en particular Alemania.

No está claro cómo se organizara la participación “voluntaria” de los Bancos en la restructuración de la Deuda griega, porque en el fondo de restructuración se trata. Nada dice la resolución del Consejo al respecto y las cifras que se avanzan son contradictorias con las de la Comisión. Las distintas opciones descritas por la prensa salen de las propuestas que ha hecho el Instituto Internacional de Finanzas, el lobby bancario, y se pueden encontrar en su página Web pero todas implican un coste que se estima, no se sabe cómo, en el 21 % para el conjunto del sistema financiero.

De manera que a fin de cuentas van a ser los propios bancos los que diseñen su sistema de participación “voluntaria” en el coste del salvamento de Grecia. En cualquier caso es un gran triunfo de Merkel que ha insistido machaconamente en esta exigencia y un repliegue táctico del BCE, que siempre se había opuesto, pero que obtiene a cambio que le descarguen a medio plazo del stock que habia acumulado de Deuda griega aun continuando a aceptarla como garantía aunque las agencias de rating declarasen el default parcial de Grecia.

Los Bancos han decidido colaborar en la aplicación de una contribución “voluntaria” porque, como alternativa, se les había amenazado con aplicarles un impuesto, esquivando así los problemas de credit event o de default encubierto.

En principio no era una mala idea, pero difícil de aplicar. Para ser justos habría que aplicarlo a todos los Bancos, dentro y fuera de la zona euro. No hubiera sido muy fácil que los EEUU y el Reino Unido lo aceptasen. Limitarlo solo a los Bancos de la zona euro aumentaría las dificultades de los Bancos griegos, que son los que más deuda de su país tienen en sus balances. Si se aplicase a todos los Bancos, tuviesen o no deuda griega, se hacía pagar a justos por pecadores y se incentivaban comportamientos indeseables en el futuro.

Además, para llevarlo a la práctica cada país tendría que aprobar una Ley para crear un impuesto propio que se aplicaría a sus Bancos. Países como España, dada la situación de parte de su sistema financiero, no hubieran sido muy entusiastas. Y otros, como Alemania, dirían que ellos ya han establecido un impuesto a sus Bancos y no les van a castigar dos veces.

Y seguramente las agencias de rating lo hubiesen considerado como una disminución vía fiscal de los intereses que deben cobrar los acreedores de Grecia, es decir, otra forma de camuflar un default.

En resumen, la idea de un impuesto a los Bancos era más fácil de decir que de hacer. Pero la amenaza de aplicarles un impuesto ha estimulado su colaboración para encontrar una forma práctica de reestructurar la deuda griega que es de lo que se trataba.

Es una paradoja, por no decir una ironía de la Historia, que los Gobiernos que amenazaron al sistema financiero de ponerlo bajo estricto control y regulación después del estallido de la crisis en 2008, ahora dependan de la voluntad de cooperación de los Bancos para resolver la crisis de liquidez y de solvencia de los Estados .

Con todos los peros que se le encuentren, los acuerdos del pasado 21 de julio aportan una perspectiva de solución a una ecuación que hasta ahora no la tenía. Queda por ver si será suficiente y si dentro de poco no estamos ante un nuevo reunión de crisis de la que saldrán otros resultados “históricos”. Es posible que así sea en el tortuoso y doloroso camino que lleva a la integración del sistema bancario y financiero europeo como corresponde a una entidad política que, sin ser un Estado federal, ha decidido tener una única moneda. En este camino pasaremos, esperemos que más pronto que tarde, por la mutualización de riesgos, es decir, la creación de eurobonos, algo que todavía es un tabú que no se ha superado en el último acuerdo que merece más que los anteriores el apelativo de histórico.

Otro acuerdo histórico