viernes. 19.04.2024

Petróleo, gas y uranio son los recursos naturales estrella de nuestro desarrollo económico. Pero ¿cuáles son las otras materias primas más estratégicas? La lista que la componen, son aquellas que condicionan el crecimiento de la producción o la riqueza mundiales y que son clave por razones políticas o estratégicas para la economía de las potencias, las grandes multinacionales y para el sector armamentista.

Desde los aviones más sofisticados hasta las consolas de videojuegos, todos los avances tecnológicos dependen de sólo un puñado de recursos naturales por los que se está pagando un alto precio. La tonelada de cobre y zinc se vende al doble que hace un año, es decir, unos 8.800 y 4.000 dólares (7.000 y 3.000 euros) respectivamente; el oro o la plata están por las nubes, con precios no vistos desde los 80, por no hablar de lo que cuesta hoy un barril de petróleo. El índice Goldman Sachs, que mide la evolución de los 500 recursos naturales más solicitados, muestra que sus precios se han triplicado desde 1999.

La gran demanda que ha provocado el crecimiento económico de China (tasa anual media del 9% en los últimos 30 años) ha distorsionado, particularmente en los últimos años, el mercado mundial, aunque algunos expertos como Stephen Roach, de Morgan Stanley, estiman que esta tendencia no parece sostenible a largo plazo.

Otros factores, como la oleada de populismo en Latinoamérica o conflictos bélicos en zonas de África, afectan también en gran medida al precio de algunas de estas materias, por encontrarse en esos lugares sus principales reservas conocidas.

En muchos casos, e incluso si se descubrieran nuevos y abundantes yacimientos, las inversiones que pudieran realizarse para reducir la dependencia de una materia tardarían una década en dar frutos. Quizá por ello los estados frágiles o fallidos, como Sudán, Guinea Ecuatorial o la República Democrática del Congo, que han recibido el don de atesorar estas joyas de la economía mundial, son presas fáciles de la desestabilización y de los oscuros intereses.

China merece un capítulo aparte. No sólo por ser un consumidor insaciable, sino por haberse convertido, en un abrir y cerrar de ojos, un parpadeo que dura treinta años, en la más importante y en muchos casos, única fuente de algunos de estos materiales tan deseados. Ya es el principal exportador de carbón, aluminio, manganeso, zinc y tungsteno, entre otros.

La crisis financiera tiene visos de alargarse en el tiempo y aunque no se profundice y se mantenga en los parámetros en los que se mueve hoy en día, es muy probable que se refuerce con otra grave crisis cuyas consecuencias son imprevisibles por su carácter irreversible.

El analista liberal Martin Wolf apunta en un artículo de The Financial Times el 23 de septiembre de 2008 que esta crisis puede durar 10 años “si se actúa con mano firme o veinte años si tenemos suerte”. Este último plazo supondría que esta crisis financiera se solaparía al desabastecimiento de numerosas materias primas. Algunas no llegarían a su pico de extracción pero se aproximarían y no hace falta que se dé un abastecimiento de todas ellas a la vez para pensar que el desabastecimiento de una y del resto en un plazo de otros veinte años sería equivalente. La suma de la crisis financiera a una crisis por las materias primas estratégicas multiplicaría sus efectos negativos sobre la población directamente o indirectamente por el desvío de recursos económicos para la sobreexplotación de yacimientos o para sus sustitutos.

Este periodo de duración de la crisis financiera, con sus ramificaciones en la economía productiva, el empleo, el déficit presupuestarios y la calidad de vida de la ciudadanía no es en absoluto impensable. La crisis del 29 duró hasta la puesta en marcha del Plan Marshall tras la II Guerra Mundial, es decir, algo más de 25 años y aún restándole los años de preguerra y guerra, estamos hablando de más de una década. La suma de la crisis actual con el desabastecimiento de numerosas materias primas estratégicas es una situación desconocida hasta el momento.

La crisis del 29 no tuvo ese problema de abastecimiento o por lo menos este no procedía del agotamiento de estos bienes – por entonces unos pocas de estas eran consideradas estratégicas, petróleo, carbón, gas – como del control de los territorios que tenían depósitos de estas, teniendo en cuenta que entonces el consumo era un 10% o menos del actual incluso con tasas de retorno energéticos mucho mayores que las actuales. Y por entonces la extracción de estas materias primas era, además, relativamente barata. Mírese si no la facilidad con la que se extraía petróleo en Texas donde este estaba casi a ras de suelo o el carbón en las minas de Centroeuropa de alta calidad y con grandes vetas.

Cuando empezaron las extracciones de petróleo a mediados del siglo XIX los inmensos campos petrolíferos aportaban 50 barriles por cada barril usado en la extracción, el transporte y el refino. Este ratio ha ido perdiendo eficiencia a lo largo del tiempo a medida que se explotan yacimientos cada vez más inaccesibles: actualmente se recuperan entre uno y cinco barriles de crudo por cada barril usado en el proceso. La razón de estos rendimientos decrecientes es que, a medida que se seca un pozo, el petróleo de este resulta más difícil de extraer cada vez. Esa disminución de la eficiencia en la extracción seguirá hasta que, llegado un punto, por cada barril invertido en la extracción solo se obtenga otro barril. En ese momento el petróleo ya no podrá ser usado como forma de energía primaria.

Hasta el momento las dificultades para el abastecimiento de estas materias primas se resuelven con inversiones públicas y/o privadas en cantidades que se incrementan exponencialmente a medida que las estas, como el petróleo, el gas y otras van descendiendo, acudiendo así a yacimientos cada vez más costosos porque requieren mayor mano de obra, más tecnología, mayores inversiones en materiales de construcción y extracción y un sistema financiero que esté dispuesto a asumir mayores riesgos ante un posible fracaso en su extracción, lo que quiere decir que exige mayores tasas de recuperación para sumir mayores riesgos y primas de seguros más altos.

Es decir, la falta de ciertas materias primas se resuelve aumentando la presión sobre el sistema financiero, forzando el sistema económico, implicando a las administraciones y al sector público para que los mercados sigan funcionando, bajo la amenaza del desabastecimiento. Si hay dinero, la cuerda puede estirarse más, unos cuantos años más, pero si no hay dinero o este no está dispuesto, en determinado entorno a exponerse, como es el caso actual, entonces la cosa puede complicarse.

Imaginemos un escenario en el que el último barril de petróleo se sospeche que está enterrado a 100 Km. de profundidad. Efectivamente su valor de mercado sería enorme pero ¿qué inversión sería necesaria para llegar a él?, ¿qué probabilidades existen de que realmente ese barril esté donde dicen que está?, ¿qué aseguradora aseguraría o a qué precio la inversión necesaria para su extracción? ¿Qué precio tendría como consecuencia de todo esto el litro de gasolina refinada de este barril? ¿Quién estaría dispuesto a pagar por él?

Esta situación, a una escala menor, ya se está produciendo con el petróleo y el gas por lo que se está acudiendo a la extracción de gas y petróleo no convencional, es decir, aquel que no se encuentra en bolsas sino disuelto entre rocas menos permeables lo que incrementa el coste de extracción además de unos imprevisibles impactos ambientales. Por esta razón la producción sólo será rentable cuando los precios del gas convencional se disparen hasta duplicarse a los actuales, lo que se calcula sucederá dentro de una década, tiempo que necesitan las inversiones y la tecnología para hacer viable la extracción. La evolución del precio del petróleo ha pasado de 20 dólares el barril de 1960 a los 127 de 2011 y solo en los últimos diez años se ha multiplicado por tres (incluso restando la depreciación del dólar).

En este punto no quiero extenderme sobre los efectos medioambientales de la extracción de determinadas materias primas, más que nada porque si añadimos los costes ambientales, la recuperación de la inversión vía mercado significaría duplicar o triplicar el precio en el mercado de estos bienes o alargar la previsión de recuperación al menos una década.

En este artículo lo que me interesa destacar es que la suma de la crisis financiera a una crisis de abastecimiento de materias primas estratégicas, significaría incrementar el impacto de la ola de la crisis como si a una tormenta tropical en el Atlántico procedente del norte de África se sumara un huracán procedente del Golfo de México, multiplicando por diez la potencia destructora del viento. Sería la Tormenta Perfecta con consecuencias imprevisibles. Sería la Crisis Perfecta.

Por otra parte habitualmente se piensa en el petróleo y el gas como el desencadenante de esta Crisis Perfecta y aún siendo cierto que las materias primas energéticas son la base de nuestro sistema de producción, no es menos cierto que existen al menos una docena de materias primas que han sido calificadas por muchos países como estratégicas. Algunas de ellas están en fase de sobreexplotación acuciante y los errores cometidos desde hace décadas, abandonando cualquier intento de transformar el modelo de producción y consumo nos han llevado a esta situación.

Un somero repaso a esta lista estratégicas nos da idea del estado de la cuestión. Estas materias primas son coltán, diamantes, cobalto, manganeso, aluminio, cobre, germanio, grafito, cromo, níquel, grupo del platino, lantánidos verdes, titanio y uranio, además del conjunto de las llamadas Tierras Raras. A esta lista hay que añadir, desde mi punto de vista, dos materias primas estratégicas o si se prefiere vitales: el agua y los alimentos, bienes vitales para la vida que se ven amenazados entre otros motivos por necesidad de disponer de sustitutos del petróleo, antes de la llegada del Pico del Petróleo, que no pasen por el metano o la vuelta al carbón.

Los biocombustibles se venden como el instrumento para alcanzar la “independencia energética nacional” para muchos países que no disponen de petróleo o de sustituto, sin darse cuenta que esa sustitución les produce una dependencia aún mayor de bienes más vitales que las materias primas energéticas como son alimentos, tierra de cultivo y agua, al margen de que quien, lo dice, sabe que nunca alcanzarán la independencia energética por esa vía. Es pura propaganda.

En esta situación, no es una repetición de conflictos por el control de determinados recursos naturales que se han dado a lo largo de la historia, es un nuevo escenario en el que el crecimiento económico de países superpoblados se enfrenta a dos situaciones a un mismo tiempo: el desabastecimiento de las materias primas y la imposibilidad de resolver mediante inversiones económicas. El desabastecimiento de las materias primas estratégicas en un plazo de veinte años es algo más que una ficción. Un somero análisis del estado de los yacimientos y del estado de las reservas de cada una ellas pinta un escenario más que cercano. Y en este caso la utopía tecnológica no constituye un salvavidas resistente.

A mediados del mes de junio del pasado año, la Comisión Europea identificó 14 materias primas minerales consideradas “fundamentales” para la industria. Y son “fundamentales” porque el riesgo de escasez de abastecimiento y el impacto en la economía que esa escasez implicaría son mayores que los de otro tipo de materias primas”. Se trataba del antimonio, berilio, cobalto, flúor, galio, germanio, grafito, indio, magnesio, niobio, platinos, tierras raras, volframio y tantalio. Según las previsiones de la misma Comisión, la demanda de ciertas materias primas fundamentales podría más que triplicarse entre 2006 y 2030.

“Sin embargo -añade la Comisión- la creciente demanda y la concentración de la producción mundial en países como China, Rusia, la República Democrática del Congo (RDC) y Brasil, son algunos de los factores que hacen peligrar el suministro de ciertas materias primas (en concreto el coltán, pero es extensible a otras) y esta realidad se ve agravada por la falta de materias sustitutivas válidas y de programas adecuados de reciclaje”.  Comisión Europea dixit

La crisis perfecta