jueves. 28.03.2024
SINDICALISMO

Los “union busters”, o “demoledores de sindicatos” en los Estados Unidos de los 70

Una periodista  Beth Nissen se contrató de incógnito en Texas Instruments para elaborar un informe sobre el sindicalismo. Y pudo constatar el temor de muchos trabajadores de hablar con ella.
Sede de la AFL-CIO en Washington, DC

Como señala Paul Mason en Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro, el neoliberalismo fue llevado a la práctica por una serie de políticos visionarios: Pinochet en Chile; Thatcher en Gran Bretaña y Reagan en Estados Unidos. Los tres se enfrentaron sin concesiones a la gran resistencia del sindicalismo obrero, y hartos de tal situación extrajeron la conclusión que impregnaría la etapa posterior: que una economía moderna es incompatible con una clase obrera organizada. Así que decidieron aplastar por completo el sindicalismo, la negociación colectiva, las tradiciones y la cohesión social del obrerismo. Y por supuesto alcanzar la atomización y fragmentación de la clase obrera. El principio rector del neoliberalismo no es el libre mercado, ni la disciplina fiscal, ni la privatización…, ni siquiera la globalización. Todos estos elementos fueron subproductos o armas de su principal empeño: eliminar y dinamitar el obrerismo organizado de la actividad socioeconómica.

Los procedimientos y los ritmos fueron distintos según los países. Japón hizo los primeros avances en el ámbito de la flexibilidad laboral en la década de 1970 con la introducción del trabajo en grupos en las cadenas de montaje, a través de la negociación salarial individualizada y las sesiones de propaganda impartidas por los directivos en las propias fábricas. Hubo resistencias, a las que se respondió con brutalidad, ya que los cabecillas eran llevados aparte para recibir grandes palizas hasta que se rindieran. El izquierdista japonés Muto Ichiyo, testigo de algunas de estas palizas dijo “Era como si el mundo empresarial fuese inmune a la ley del Estado”.

Hoy solo quiero fijarme en la estrategia y las tácticas diseñadas y puestas en marcha en los Estados Unidos en los años 70 para destrozar el movimiento sindical.  Para ello, me basaré en el libro de Chamayou, Grégoire (2018), La société ingouvernable. Un généalogie du libéralisme autoritaire, Paris: La fabrique.

El libro se abre con el estudio de la transformación estratégica destinada a disciplinar a los trabajadores de los años 1970 y que justificarán dispositivos propios de la gubernamentalidad neoliberal. En un contexto de pleno empleo, los trabajadores de las grandes empresas estadounidenses podían permitirse el lujo de ser reivindicativos o indisciplinados, en la medida en que el miedo al paro o las grandes crisis no tenía ningún impacto sobre sus conductas. Había que disciplinarlos, y para  lograrlo pusieron en marcha el dispositivo del miedo. Llegaron  incluso a favorecer, conscientemente el aumento del paro. Kalecki, ya indicó que con el pleno empleo el paro dejaría de ser un medio de disciplinar a los trabajadores y de limitar su capacidad reivindicativa: “La posición social del jefe se minaría y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora aumentaría. Las huelgas por aumentos de salarios y mejoras laborales crearían tensión política”.A partir de ahí el economista polaco dice: “Es cierto que las ganancias serían mayores bajo un régimen de pleno empleo (…). Pero los empresarios valoran más la “disciplina en las fábricas” y la “estabilidad política” que los beneficios.

Además teorizaban en favor del desmantelamiento de las ayudas sociales. Elaboraron discursos para deslegitimar el Estado de bienestar. Se intentó con cierto éxito alterar el sentido común para crear uno nuevo. Para lograrlo no dudaron en estigmatizar la “cultura de la pobreza”. Defendieron  la idea de que el Estado de bienestar es un peligro moral. Intentaron hacer creer que las prestaciones por desempleo son una forma favorecer la pereza.

Y en este contexto para reforzar su estrategia generan una batería de discursos dirigidos a deslegitimar el papel de los sindicatos. El libro de Chamayou tiene un capítulo de título muy explícito Guerra a los sindicatos, en el que me basaré en las líneas siguientes. Realmente me han impactado la estrategia y las tácticas diseñadas desde el mundo empresarial, a cuya labor  lógicamente contribuyeron determinados  medios de comunicación,  think thanks, la academia para crear un estado de opinión antisindical.

William George Meany (16 de agosto de 1894 - 10 de enero de 1980) Primer presidente de la AFL-CIO, de 1955 a 1979. By Albert R. Miller -  PD-US, https://en.wikipedia.org/w/index.php?curid=46508199

Fijémonos en dos documentos de dos revistas del mundo empresarial.

“El país- Estados Unidos- no puede darse el lujo de ceder a las reivindicaciones de los trabajadores”, titulaba Business Wek en abril de 1970: “el nuevo militantismo sindical podría hacer subir los salarios exponencialmente y alimentar una inflación galopante”. La revista denunció un control casi absoluto de la economía por parte de los sindicatos: “El funcionamiento de una sociedad democrática implica que ningún grupo pueda acumular en su seno un poder tal que le permita dictar su ley (…). La negociación colectiva, ¿corresponde aún a la negociación o se ha trasformado más bien en una suerte de chantaje ejercido por los sindicatos? “.

No menos clarificador es el siguiente documento. Esta es la posición que se impone a comienzos de la década de 1970 en las élites económicas norteamericanas. En 1971 Fortune ataca el poder monopolizador de los sindicatos:

Autorizados a organizarse como ejércitos, los sindicatos recurren a la coerción y a la intimidación y no vacilan en desestabilizar toda la economía para alcanzar sus fines… La cuestión ya no consiste en saber si hay que reprimir o no esta avanzada, sino en cómo hacerlo. Es esencial comprender que el poder del sindicalismo no es una necesidad natural. Su existencia depende, en efecto, de toda una serie de excepciones y de privilegios que el Gobierno otorga a los sindicatos a fin de erigirles una especie de santuario sin parangón en nuestra sociedad. Nuestra misión es derribar ese santuario”.

El embate adquirió la forma de ataques políticos directos en el ámbito nacional, pero también de maniobras más locales. A partir de mediados de los años setenta, se desarrolla una novedosa actividad floreciente, un nuevo tipo de consultores: los “union busters”, o “demoledores de sindicatos”.                       

Señala el libro de Chamayou  que los empresarios norteamericanos llegaron a participar en seminarios antisindicales, de fines de semana,  compuestos de tres jornadas con el siguiente programa: 1º ¿Cómo prevenir la sindicalización? 2º ¿Cómo luchar contra una organización sindical que se está implantando? 3º ¿Cómo desindicalizar una empresa?

La primera jornada está dedicada para el “psicólogo industrial”, quien os enseñará “cómo hacer que los sindicatos se vuelvan superfluos”. “Frente  a los sindicatos solo hay dos actitudes  posibles hacer de cactus o hacer de ciruela. La ciruela  es un blanco fácil, el cactus es espinoso, el que se frota contra él se pincha: hay que crear un ambiente resueltamente hostil a los sindicatos”. Todo comienza desde la misma entrevista de contratación. Hay que aprender a “cocinar” al candidato. “Intentad saber si están comprometidos con las causas progresistas, si están adheridos a organizaciones de inquilinos, o de consumidores o cualquier otra que podría revelar simpatías sindicales”. Una vez contratados, precisad muy bien a los recién llegados “que la empresa funciona sin sindicato y lo ha hecho desde hace mucho tiempo. No decimos que los sindicatos sean buenos o sean malos, simplemente que no tenemos necesidad de tener ninguno; y que nunca nadie haya sentido la necesidad de tenerlos en nuestra empresa”. También hay que familiarizar al empresario con el arte de la “dirigencia sin interferencia”. “No llegue a su trabajo con un automóvil de lujo. No llame a la gente trabajadores, ni siquiera empleados y no llame patrones a los patrones.  Todo el mundo debe ser considerado como parte importante de la empresa.

Después de la pausa del almuerzo, el psicólogo presenta su “sistema de alerta precoz de sindicalización”, un conjunto amplio de cuestionarios. Los asalariados deberán pasar las pruebas de personalidad, oficialmente destinadas a “anticipar y resolver los problemas relacionales”. Pero que servirán para establecer un “perfil psicológico de la fuerza laboral” destinado a evaluar la “lealtad del empleado” y a detectar, a partir de señales débiles, a los individuos más susceptibles para unirse a un sindicato. “Pregúntese qué asalariados van a ser los más vulnerables si un sindicato golpea a la puerta de su empresa. ¿Esas personas son los empleados que requiere la empresa? Tal vez sean más felices en otra parte. Despídalos”. Y no tengáis ningún remordimiento, porque lo que está en juego es vuestra libertad. En efecto, cuando no hay sindicato, “uno contrata a quien quiere, le paga lo que puede o lo que quiere y lo despide cuando le conviene. Lo asigna a la tarea que quiere… Pero desde el momento en que uno tiene un acuerdo sindical, todo cambia”.

A la mañana siguiente, el jurista expone a su auditorio una serie de maniobras para entorpecer la creación de un sindicato y demorar la convocatoria de elecciones sindicales, tácticas de obstrucción en el límite de la legalidad. También se distribuyen textos de argumentación antisindical, cartas modelo y bosquejos de discursos prerredactados destinados a los subordinados.

Por último, en la tercera jornada, el abogado les divulga, bajo estricta confidencialidad, todo un conjunto de tácticas de “desindicalización”. Se debe practicar el espionaje de sus asalariados, de diferentes maneras. Desde conocer dónde realizan las reuniones los sindicatos, y tras conocer los asistentes, hay que despedirlos. Guardando los archivos de ausencias y de las sanciones, estas pueden servir para despedir legítimamente a un trabajador partidario del sindicato.

Al finalizar las jornadas podrá disponer de una “guía práctica” donde podrá encontrar todas las tácticas para organizar su guerrilla antisindical. Hay que estar siempre en guardia, le recuerda la “guía practica”, estar atento a los indicios de una actividad sindical emergente. Ejemplos muy claros: “cuando un grupo que está manteniendo una conversación animada se calla de pronto si se acerca un supervisor”, “cuando aparecen grafitos hostiles a la empresa en las paredes de los lavabos”, y “cuando esos lavabos atraen mucha más gente de lo normal, cuando usted sabe que no hay ninguna epidemia de gastroenteritis”.

 Si el movimiento sindical se confirma, establezca un war room , “sala de guerra” en los pisos superiores de la dirección, que será el centro de operaciones . En una de sus paredes colgará con chinchetas un gran diagrama donde aparecerán “los nombres de todos los empleados por departamentos con la mención sindicato, empresa o “?”, lo cual le dará una visión global de la lealtad de sus asalariados. Todos los días habrá que llevar a la war room todas las informaciones. Así se podrá, al estar enterada en tiempo real de la evolución del campo de batalla, la gerencia podrá “determinar la estrategia y decidir las técnicas de contraataque”.

Es el momento de la empresa de distribuir volantes y de fijar carteles: la “guía práctica” les propone modelos ya diseñados que podrán mandar a imprimir. Por ejemplo: “Sí, tienes algo perder votando por un sindicato: la libertad de resolver tus propios problemas individual y directamente con la gerencia”.  Además, les sugerirá confeccionar “galletas de la fortuna” antisindicales para llevarlas a la cantina. Entre estas galletas: “Las cotizaciones sindicales se quedan con tu bol de arroz”, “Lo siento, no has tenido suerte con el sindicato”, o también, “Cuidado con el dragón que se esconde en la linterna mágica del sindicalista”; otros procedimientos, podrían ser: organizar cócteles gratuitos y hasta “instituir la práctica de regalar a sus empleados un pavo para Acción de Gracias”, lo cual supondrá  el compromiso del empleador con una fuerza de trabajo feliz y satisfecha”. Entre dos brindis, “la empresa podrá destacar los intensos sentimientos de lealtad que experimentan los empleados por la firma, que se verían perturbados con la presencia de un sindicato”.           

Y sí a pesar de todo, no se logra frenar a los sindicatos, se podrá recurrir a los servicios de consultores antisindicales, que les proporcionarán auténticos comandos para atacar a los trabajadores en los puntos más débiles, previamente identificados por un examen psicológico preparatorio. Uno de estos “union busters”, o “demoledores de sindicatos”, arrepentido contó en su autobiografía lo que supone esta “estrategia combinada de desinformación y ataques personales”: cuando los consultores se lanzan a la labor de destruir sindicatos, hacen intrusión en las vidas de las personas, rompen sus amistades, aplastan su voluntad y separan a sus familias”. “Sus armas”, resumía un sindicalista, “son la intimidación y la subversión del derecho”. Desde el momento que los trabajadores se organizan sindicalmente  irrumpen un ejército de guerrilla vestido con trajes de tres piezas . 

En 1978, una periodista  Beth Nissen se contrató de incógnito en Texas Instruments para elaborar un informe sobre el sindicalismo. Y pudo constatar el temor de muchos trabajadores de hablar con ella. Y fue despedida a la tercera semana por el solo hecho de haber evocado la posibilidad de sindicalizarse.

Ignoro si esta estrategia y estas tácticas antisindicales han sido diseñadas y puestas en práctica desde el ámbito empresarial en esta nuestra querida España. No obstante, desde el gobierno de Isabel Díaz Ayuso se está coartando la libertad sindical a través de la  Consejería de Sanidad que ha aprobado una resolución: “No se podrán realizar actividades como la recogida de firmas, instalación de cartelería o reparto de folletos no autorizados, ni cualquier otra acción que no tenga carácter asistencial o de promoción de la salud”. A la que el Comité de Huelga ha mostrado su intención de recurrir judicialmente.

Quiero acabar con una reflexión dirigida a muchos trabajadores despistados. En España hay bastantes trabajadores, que dependen de una nómina, criticando a los sindicatos.  Todo el argumento es el de las “mariscadas de los sindicalistas”. Ya produce hartazgo.  Con los errores inevitables que, como instituciones, los sindicatos hayan podido cometer, lo que deberíamos tener claro los trabajadores, es que son la última barrera contra el Capital.

Pero, este estado de opinión antisindical, se puede explicar, desde el marxismo clásico. Marx y Engels lanzaron una definición que inaugura la perspectiva propiamente marxista al articular el concepto de ideología con el concepto de dominación de clase. “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante (...)”.Para asegurar su dominio, que no está dado de una vez y para siempre, puesto que la lucha de clases gobierna la historia, las clases dominantes se ven obligadas a “presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad”, a “presentar sus ideas como las únicas racionales y dotadas de vigencia absoluta”.

Y esa idea de la clase dominante de desprestigio de los sindicatos, lamentablemente la asumen los trabajadores. Y para aclararles un poco las ideas  a algunos trabajadores un tanto despistados, recurro a Esperanza Aguirre, cuando dijo “los sindicatos son una antigualla del siglo XIX”. Esta  señora sabe muy bien  lo que dice y tiene muy claro cuál es su objetivo. ¿Defender a los trabajadores? En absoluto.  Su objetivo es el mismo de Pinochet, Thatcher, Reagan y de los que diseñaron una estrategia y determinadas tácticas en los Estados Unidos en los años 70: aplastar por completo el sindicalismo, la negociación colectiva, las tradiciones y la cohesión social del obrerismo. Y por supuesto alcanzar la atomización y fragmentación de la clase obrera.

Los “union busters”, o “demoledores de sindicatos” en los Estados Unidos de los 70