viernes. 26.04.2024

Vivimos en nuestras sociedades occidentales con el norte orientado hacia el bienestar, frente a esto hay una crecienteinfra valoración del esfuerzo. Vivimos instalados en la cultura del placer y el concepto de esfuerzo como valor a la baja. Invertir tiempo y esfuerzo en conseguir algo valioso o que merece la pena, mostrando resistencia o venciendo obstáculos si fuese preciso, ha llegado a resultarnos incomodo y a veces absurdo. 

El esfuerzo, en cuanto sacrificio o renuncia de algo agradable, posee exclusivamente connotaciones negativas, un término emparentado con el sufrimiento, y por tanto, incompatible con las gratificaciones positivas de la vida, como son el bienestar, el placer o la felicidad.

Vivimos en nuestras sociedades occidentales con el norte orientado hacia el bienestar, frente a esto hay una creciente infravaloración del esfuerzo

La ética del esfuerzo mínimo ha creado un ambiente, una cultura, un estilo, en menoscabo de valores básicos como el esfuerzo, la responsabilidad o el sentido del deber. Es la cultura de que se puede aprender un idioma con dedicarle solo 10 minutos al día, o que sin esfuerzo y comiendo lo que nos complazca podemos bajar de peso con una dieta milagro, mensajes todos enfocados al logro de algún propósito a través de un esfuerzo casi nulo y que se nos proyectan incesantemente a través de los medios de comunicación, las redes sociales o la publicidad.

El valor del esfuerzo personal nos habla de la determinación por llegar a donde se desea. Esforzarse implica llevar a cabo diversas conductas, en muchas ocasiones con una elevada frecuencia o intensidad, y con unos estándares muy concretos, para conseguir un determinado fin. Uno de los efectos más importantes del esfuerzo es que se mejora la percepción de autoeficacia, es decir, la sensación o creencia de que se puede conseguir lo que alguien se propone a través de su esfuerzo. Los niños que aprenden pronto el valor del esfuerzo serán adolescentes motivados y adultos responsables y autorrealizados.

Los niños que aprenden pronto el valor del esfuerzo serán adolescentes motivados y adultos responsables y autorrealizados

El esfuerzo debe ser dirigido a fines concretos y salvar los obstáculos que acontezcan, para evitar caer, como en el mito de Sísifo, en un esfuerzo inútil. Los principales obstáculos para el desarrollo de la cultura del esfuerzo son (Frances Torralba 2011):

1. El paternalismo: argumenta una evidente contradicción en la que los padres, pese a querer que sus hijos se esfuercen y resuelvan ciertas situaciones, acuden y lo hacen por ellos cuando ven que su hijo no consigue el objetivo.

2. Los modelos de niños y adolescentes que ven proyectados en la televisión y redes sociales: estos medios de comunicación difunden una cara de la situación y solo muestran la parte agradable de ella, pero no expone el esfuerzo que ha supuesto para esas personas llegar a la posición donde se encuentran.

3. El mito de “todo el mundo puede hacerlo todo si se esfuerza”: Francesc Torralba la considera una idea ingenua por la cual se le transmite a los jóvenes un mensaje erróneo. En su opinión, la línea del mensaje debería ir más encaminado a que conozcan bien sus propias capacidades y entiendan hasta dónde pueden llegar desarrollando correctamente esas aptitudes.

El esfuerzo se pone al servicio del talento, la creatividad y la producción de conocimientos

Como solución a estas adversidades, nace la llamada “pedagogía de la contrariedad”. Esta defiende la necesidad de que los hijos se encuentren con adversidades a lo largo de su educación y que se esfuercen en solucionarlas por sí mismos o, de lo contrario, cuando no tengan quien lo haga por ellos, no sabrán actuar y nunca aprenderán a superar los obstáculos que se les planteen. Además, añade la importancia de que este aprendizaje sea gradual, de modo que tenga que enfrentarse a cuestiones más simples y, a partir de ese punto, ir subiendo la dificultad, de modo que el aprendizaje se produzca como un proceso natural. 

También se debe perseguir la consecución de los denominados “frutos profundos”, entendidos como aquellas recompensas obtenidas tras un profundo esfuerzo y que no ha sido sencillo de conseguir. Estas traerán consigo un valor añadido que, además, participará en la formación de la personalidad. Así, cada vez que a ese joven se le plantee un problema, lo afrontará y tratará de solucionarlo. De esta manera el esfuerzo se vincula a valores como el compromiso, el tesón, la constancia, la tenacidad, la convicción, el trabajo exigente, etc. donde lo relevante es el sentido que tiene lo que se hace. También, de esta forma, el esfuerzo se pone al servicio del talento, la creatividad y la producción de conocimientos. Esta concepción del esfuerzo, lejos de significar sufrimiento y otorgar méritos por superar pruebas, contribuye al desarrollar el “crecimiento personal” a través de la puesta en valor de las potencialidades que todos albergamos.

Por último, compartir esta reflexión de M Gandhi“Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”.

La cultura del esfuerzo