TRIBUNA DE OPINIÓN

A propósito de Ucrania y la idea de Estado en Cervantes

Ser ideológicamente de izquierdas no es difícil, aunque no siempre se es lo que parece, pero serlo intelectualmente es mucho más difícil porque, no solo exige comprender el mundo social, sino querer transformarlo [1] en un orden más justo, más equitativo, más seguro, pero desde las posibilidades reales, desde el mundo real y no solo desde el mundo de los deseos, sin renunciar a los ideales, pero sí enterrando utopías. Ser de derechas no tiene ninguna dificultad porque las derechas en los momentos actuales dejan a eso que se llama “el mercado” para que, bajo la bandera solo del egoísmo, cambie las cosas sin más criterio que el poder de compra. Así, y a modo de ejemplo, hemos visto que dos analfabetos funcionales –apelando al mero egoísmo individual- como son el Sr. Rajoy y la Sra. Ayuso han llegado a ser presidentes de diferentes ámbitos geopolíticos en nuestro Estado. Y ahora aspira a lo mismo otro analfabeto funcional como es el Sr. Feijoo. Y por ahí fuera aún es peor como por ejemplo en USA, donde un analfabeto y cretino como Donald Trump ha llegado a ser presidente; vemos también los casos de Bolsonaro o Berlusconi. Y todo ello democráticamente, mediante elecciones, es decir, bajo la consideración legítima de que una parte suficiente de ciudadanos han elegido analfabetismo, cretinez y egoísmo para sus gobernantes. Pero, volviendo al tema de la dificultad de gobernar y hacer política de izquierdas, lo vemos en el partido catalán ERC, que solo es de izquierdas cuando no se ocupa de temas territoriales, defendiendo un nacionalismo, es decir, una ideología de derechas; un ejemplo de lo segundo son las declaraciones de la líder de Unidas Podemos, Ione Belarra, a raíz del ataque y ocupación parcial del ejercito de la Federación rusa por orden del presidente de la Federación, el Sr. Putin, a un ¡Estado soberano! como es Ucrania. Todo lo dicho hasta ahora se pretende que lo sea de forma concisa y, sobre todo, precisa: no he empleado palabras como independentismo, nación, país, conflicto, guerra, porque estas encierran conceptos e ideas imprecisas para el tema que nos ocupa. Y las palabras sobre lo que ha hecho en Ucrania creo responden con precisión: ataque y ocupación parcial, estado soberano. 

Decía Ortega y Gasset que la claridad es la cortesía del filósofo, pero eso también atañe a los que escribimos -aunque estemos lejos de ser filósofos oficialmente- porque si las palabras anteriores las leyera la señora Belarra y muchos que se supone que son de izquierdas los llevaría a meditar sobre lo hecho en Ucrania: un ¡Estado soberano ataque a otro Estado soberano! bajo diversos y cambiantes pretextos y ocupa parte de su territorio. Y una de esas razones que aduce el Sr. Putin es que en el Donbás hay una mayoría rusófila, es decir, que hablan el ruso, como si eso le diera derecho a tamaña felonía. Con ese argumento Alemania podría reivindicar la anexión de Austria –cosa que hizo Hitler en 1938-, Portugal anexionarse Brasil –o al revés- porque ambos hablan el mismo idioma o España a Hispanoamérica –o al revés también- también por los mismos motivos. Y si se aducen cuestiones de religión o étnicas la cosa es aún más grave porque ello supone apelar a instituciones privadas o a razones racistas para el mismo fin. Ya en otro artículo he rebatido cuestiones como las supuestas amenazas para Rusia de la proximidad a Rusia de algunos países, de pertenecer a la OTAN o de los intereses yanquis en el país de Tolstoi: no puede sentirse amenazado nadie que disponga de 6.000 ojivas nucleares.

Una de esas razones que aduce el Sr. Putin es que en el Donbás hay una mayoría rusófila, es decir, que hablan el ruso, como si eso le diera derecho a tamaña felonía

Pero el tema de este artículo es otro, aunque relacionado y supone una invitación a la gente de izquierdas a leer a Cervantes y no solo El Quijote. Aquí trataré de demostrar que el insigne escritor –el más grande en cualquier lengua- tenía una concepción crítica del Estado mucho más moderna que la que parecen tener muchos políticos de izquierdas, incluida la Sra. Belarra, a la que invito a leer en concreto –no soy muy exigente- tan solo el capítulo XXII de la primera parte de El Quijote –cuando aún solo era hidalgo- y las novelas ejemplares de La GitanillaRinconete y Cortadillo y La española inglesa. Las razones por las que he elegido este capítulo y esas tres novelas de las doce [2] seguras que escribió Cervantes se verá en lo que sigue, pero podría haber elegido otros capítulos e, incluso, alguna otra novela ejemplar cervantina. Pero antes de entrar en lo concreto hay que señalar que, para evaluar la concepción del Estado que tiene Cervantes o cualquier otro escritor o intelectual, se pude hacer de dos formas: bien con una visión historicista –se incluye la historia real y la historia de las ideas-, es decir, con visión diacrónica, o desde una visión meramente filosófica, donde se intente precisar a priori conceptos e ideas como estado, soberanía, nación, país, imperio, etc. que forzosamente ha de tener marchamo ahistórico, sincrónico. Lo mejor es una combinación de ambas, desde luego, si ello no supone relativizar los conceptos, es decir, hacerlo triviales, inoperantes. Estas ideas acerca del Estado arrancan desde luego en Platón (la República) y en Aristóteles (Política), sin menoscabo de que haya precedentes y que el tema aparezca en otras obras de estos mismos filósofos. 

Luego es Maquiavelo ya en el siglo XV quien en El Príncipe consolida la idea de Estado y soberanía, y de paso la diferencia entre Gobierno y poder. Ya en el capítulo I de su libro nos dice que: “Todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres han sido y son repúblicas o principados”. Por supuesto que la palabra república está más cerca de la idea de país del presente que la de una forma de gobierno, pero aquí lo esencial son las palabras Estado y soberanía. Maquiavelo no arranca definiendo estos conceptos porque da por supuesto que sus posibles destinatarios conocen y han leído las obras de Platón, Aristóteles, incluso a Tomás de Aquino, y saben que Estado se refiere a unos habitantes que habitan en una zona geográfica y que están sometidos y protegidos –según los casos- a unas mismas leyes. Lo que cambian son las formas de gobierno que diríamos hoy como son la monarquía, oligarquía, democracia, etc., conceptos que aparecen en las obras mencionadas. Con sus limitaciones en cuanto a esos ciudadanos a los que afectan las leyes porque de su bondad están excluidos en Platón y Aristóteles esclavos, mujeres y niños. Evidentemente bajo criterios modernos ambos son racistas, machistas y supremacistas, pero juzgarlos con nuestros criterios sería simplemente estúpido porque todos son y somos hijos de un tiempo, incluso los genios. Creo que eso es tan evidente que no debiera la pena perder tiempo en ello. Y desde el hispanismo podemos apelar también a la Escuela de Salamanca, donde se crea y desarrolla el derecho moderno y el análisis económico (arbitristas) también.

Cervantes tenía una concepción crítica del Estado mucho más moderna que la que parecen tener muchos políticos de izquierdas

Y ya vayamos al capítulo XXII de la primera parte de El Quijote y nadie mejor para describir la situación que el genial manco: “Cuenta Cide Hamete Benengeli [3] que… don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres [4] de a caballo y dos de a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos; venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie: los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie con dardos y espadas”. Entonces Sancho Panza, quizá temiendo la reacción de Don Quijote, dice que son “gente forzada del rey, que va a las galeras”, lo cual era peligro sumo. Pero el escudero –no tan fiel a veces como dice el tópico- no evita que el hidalgo al que sirve monte en cólera inmediatamente y diga: “¿Cómo que gente forzada? ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?”. Sancho Panza, que ya lleva algo más de media docena [5] de capítulos conociendo a su amo y tratándole de calmarle le dice que: “No digo eso, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza”. Don Quijote replica algo que parece obvio y es que “van por fuerza y no de su voluntad”, a lo que su escudero, con una sabiduría e inteligencia impropia de un simple labrador de la época, replica que: “Advierta vuestra merced, que es el mismo rey, (que) no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos”. Llegado a este punto hay que aclarar varias cosas. En primer lugar que, aun cuando el escudero no pronuncia la palabra ley, se supone que el castigo no es capricho del rey sino que ¡han sido juzgados y sentenciados en base a una ley!; en segundo lugar que deberemos distinguir siempre entre lo que piensa Cervantes de lo que dice y hace Don Quijote y todos los personajes de sus obras por dos cuestiones distintas: para escapar a las posibles represalias de la Santa Inquisición y por los efectos literarios de su obra, que le permite crear singulares personajes haciendo y opinando cosas impropias de sus oficios y condición. Un ejemplo son el cura y el barbero, que jamás se les ve impartiendo los sacramentos o cortando el pelo respectivamente, es decir, haciendo cosas propias de su oficio. Sería prolijo enumerar siquiera la lista de las fechorías de esos delincuentes, pero nuestro hidalgo considera que es una ocasión para ejercer su oficio que es “desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables”, eligiendo Cervantes precisamente por su ambigüedad la palabra miserable y más en este contexto. Don Quijote carga contra los guardas después de un intercambio de palabras y razones y lo que ocurre se lo dejo a la posible curiosidad del lector. Y ahora toca meditar la diferencia entre el mundo en el que vive mentalmente Don Quijote y el mundo donde acontece la novela: para el hidalgo ¡no existe el Estado! e impera la ley de fuerza!; pero en el mundo real ¡de la propia novela! hay leyes que obligan, jueces que juzgan y policías –guardas, pero también alguaciles y corchetes- que facilitan la ejecución de las sentencias. ¿Y qué opina Cervantes de lo que hacen los personajes que crea en este capítulo de su obra? Pues el alcalaíno es, por encima de todo, un escritor que ha entendido su oficio como nadie, que utiliza la invención para crear personajes singulares, confrontado lo que dicen con lo que hacen y siempre de forma impropia, exagerada, ajena a sus oficios, siempre con afán de sorprender al lector, para que no pueda cerrar el libro o dejar de seer leído en voz alta a otros, creando intriga y suspense como se puede ver en las Novelas Ejemplares y en el Persiles; intriga y suspense que muchos estudiosos de su obra no perciben. Esto debiera ser obvio, pero no lo es si, por ejemplo, traemos a colación nada más y nada menos que a otro gran don Miguel, a Unamuno, en su obra Vida de Don Quijote y Sancho. El escritor vasco recorre capítulo a capítulo la obra de Cervantes y nos dice, a modo de ejemplo, la siguiente barbaridad: “El fin de la justicia es el perdón, y en nuestro tránsito a la vida venidera en las ansias de la agonía, a solas con nuestro Dios, se cumple el misterio del perdón para los hombres todos”. Unamuno retrocede siglos, incluso más que el propio personaje de ficción, y apela a Dios porque Don Quijote habla del Dios cristiano, pero también de la naturaleza como responsable copartícipe del supuesto derecho a la libertad de los galeotes a pesar de sus graves delitos. Y el escritor vasco persiste en su barbaridad a raíz del capítulo comentado diciendo que: “Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno”. Y en cuanto a Cervantes decir que, a pesar de su genio, es hijo de su tiempo y ese arrebato de… luteranismo, es comprensivo, pero no en un escritor español del siglo XX. Ni el fin principal de la justicia es el perdón, ni Cervantes es Don Quijote porque eso imposibilita entender de verdad la intención última de Cervantes. Y es que, al mezclar naturaleza y Dios, al concluir que ni siquiera el rey puede impartir justicia –que son las leyes y los jueces de la época- el ateo Cervantes hace una crítica monumental a la religión y a la aplicación de la ley, a sus posibles arbitrariedades, a sus exageraciones, a sus desigualdades [6]. Y, sin embargo, Cervantes no duda de que la libertad ha de ejercitarse desde la soberanía de los Estados y no desde la razón de la fuerza como intenta su héroe Don Quijote. Unamuno, al no distinguir entre creador y personaje creado, desbarra sin posible recuperación. Podemos concluir –independientemente del lado en el que se coloque Cervantes- que el genial escritor enfrenta al régimen feudal donde impera la razón de la fuerza al Estado moderno –de la época- donde ya existe la ley que obliga a todos para que impere la fuerza de la razón, es decir, la ley. Es verdad que no siempre se cumple, bien porque la ley no es igual para todos, bien por los defectos en su aplicación [7], pero en el paso dado media un abismo entre la razón de la fuerza feudal y la fuerza de la razón de la ley de un Estado. Lutero, con su reforma, hundió a lo que hoy es más o menos Alemania en el feudalismo, al igual que hacen los nacionalismos de antes y ahora más allá de que esa no sean sus intenciones.

El ateo Cervantes hace una crítica monumental a la religión y a la aplicación de la ley, a sus posibles arbitrariedades, a sus exageraciones, a sus desigualdades

Ahora vamos a enfrentarnos a dos novelas ejemplares donde hay un Estado dentro de un Estado, cuestión que luego matizamos porque eso, dicho así, es una contradicción. Me refiero a La Gitanilla y a Rinconete y Cortadillo. En la primera están los gitanos, con sus códigos y leyes, donde como dice el gitano viejo, el patriarca de los gitanos, que: “Entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio [8]; y cuando le hay en la mujer propia o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo; nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas o amigas; con la misma facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos como si fueran animales nocivos: no hay pariente que las vengue ni parientes ni padres que nos pidan su muerte”. Es posible que Cervantes exagerara algo porque resulta que Preciosa –la gitanilla y personaje principal de la obra- tiene a su vez su propia ética de conducta frente a la moral grupal de los gitanos, interpretada por el gitano viejo. Pero Cervantes ahora quiere mostrarnos lo terrible que es vivir fuera del Estado, donde cada grupo o individuo pueda ejercer su código de conducta frente a los demás, sin leyes escritas, sin juicios, sin posibles defensas, sin graduación del castigo, sin posible retorno a la vida civil una vez cumplida la condena. Es verdad que hay que volver a la misma idea de antes, que Cervantes es un escritor, no es un jurisconsulto, no es un juez, no es un abogado, en lenguaje de la época, no es un corregidor, no es un alguacil, no es un guarda, no es un corchete [9], etc.; Cervantes siempre exagera, pone en un brete a sus personajes, su cinismo es infinito, justifica su obra –véase el prólogo a las Novelas Ejemplares- y luego hace decir y hacer lo contrario a sus personajes y solo con dos intenciones: sortear la censura de la época y crear a sus personajes, porque en la literatura solo desde los extremos, desde el abismo, se crean personajes. Y en el caso de Preciosa es un soberbio personaje, en el que se inspira Víctor Hugo para su Esmeralda en Nuestra Señora de París.

Y ahora vayamos a Rinconete y Cortadillo. Nos dice Cervantes que “acaso son dos muchachos de hasta edad de catorce o quince años; el uno ni el otro no pasaban de diecisiete”, dejando el escritor algo indefinido la edad como solía hacer con muchos de sus personajes. Ambos se encontraron “en un día de los calurosos del verano” en la venta del Molinillo” que estaba en “los Campos de la Alcudia” (Ciudad Real). En ese momento sus apellidos son Rincón y Cortado y sus oficios –por llamarlos de alguna manera- son: uno que dice ser hijo de sastre y corta “antiparas… que son medias calzas” -una especie de medias o polainas-, y el otro que es simplemente un tahúr, un echador tramposo de cartas. Ambos intentan sobrevivir merced a su juventud y a sus escasos saberes, son dos pícaros. Tras un formidable diálogo que ambos entablan y que ocupa casi la mitad de la obra, resulta que Rincón –con la complicidad sobrevenida de Cortado- se hace con unos dineros [10] y siguen su caminar hasta recalar en Sevilla, en la plaza de San Salvador y, más concretamente, en el patín de Monipodio, un estrafalario y formidable personaje que crea Cervantes. Este Monipodio es el jefe de una especie de cofradía que ha formado a su gusto y con toda suerte de leyes grupales –moral- que no deja de ser en lenguaje moderno una mafia para el robo, pero un robo en el que sus víctimas no son ni pueden ser el clero o la nobleza. Por ejemplo, uno de los miembros de la cofradía –un mozo- dice que: “En eso de restituir no hay que hablar porque es cosa imposible por la muchas partes en que se divide lo hurtado, llevando cada uno de los ministros y contrayentes [11] la suya; y así el primer hurtador no puede restituir nada; cuanto más que no hay quien nos mande hacer esta diligencia a causa de nunca nos confesamos, y si sacan cartas de excomunión, jamás al tiempo que se leen si no es en los días de jubileo por la ganancia que nos ofrece el concurso de la mucha gente”. Dicho de otra manera, tienen definido a quién pueden robar y como repartirlo, que es lo único problemático porque el robo lo tienen como oficio digno y de provecho, también para el alma. Y el propio Monipodio va desgranando doctrina sobre el robo, sobre a quien hay que tener comprado como son “el procurador que nos defiende, el guro (alguacil) que nos avisa, el verdugo que nos tiene lástima”, etc. Monipodio ha creado un Estado dentro de un Estado, con sus leyes, juicios y castigos para toda su feligresía; de Rinconete y Cortadillo salen como mínimo el Padrino, de Mario Puzo y, parcialmente, el Oliver Twist, de Charles Dickens. ¿Y qué piensa Cervantes de todo esto? Aquí el narrador se muestra más ecléctico, es un creador más contemplativo que juzgador: de Cervantes sale Barug Espinosa y la ejemplaridad de estas dos novelas y de todas es muy sui generis porque el autor, a diferencia de El Quijote, pone el juicio en el lector pero con la advertencia implícita de lo terrible que es para la sociedad los Estados dentro de los Estados; de sus consecuencias, de los comportamientos de los gitanos con sus mujeres que cometen adulterio –por ejemplo- o del parasitismo y despilfarro que es el robo consentido por parte del Estado, que lo anula parcialmente en la medida que las leyes de éste no son para todos en la práctica. Y ello, no solo por la imperfección de la aplicación de la ley, sino por esas minorías –gitanos y cofrades- que viven al margen al menos parcialmente de leyes e instituciones. Esa es la verdadera ejemplaridad que nos propone muy taimadamente Cervantes y no ninguna moralidad especial, como sí hace el protestantismo o el anglicanismo, con una literatura de buenos y malos, de crímenes y venganzas, de dragones y mazmorras (ShakespeareLas aventuras de Sherlock Holmes, Alicia en el país de las maravillas Tolkien, Harry Potter), frente a la literatura greco-latina e hispánica, que es una literatura como de un paseo por el amor, la amistad y la muerte, aunque no se excluya el crimen y la venganza a veces (MedeaAntígonaElectraLa Celestina, El castigo sin venganza, La hija del aire).

Cervantes quiere mostrarnos lo terrible que es vivir fuera del Estado, donde cada grupo o individuo pueda ejercer su código de conducta frente a los demás, sin leyes escritas

Y por último vayamos a la última de las novelas ejemplares que aquí proponemos porque en ella Cervantes da un paso más. Trataré de ser más breve. Diré que ahí ya no trata el genio de esa especie de cajas de matrioskas, de Estados dentro de un Estado y sus nefastas consecuencias, sino de enfrentamiento entre Estados. Es verdad que no se trata en lo que relata la novela de un enfrentamiento belicoso al límite, que solo es un trasfondo, pero este es el telón que mantenían el imperio hispánico y los primeros intentos del imperialismo inglés [12]. También es verdad que la obra –La española inglesa- comienza con el saqueo de Cádiz por los ingleses en julio de 1596 y, en lo que afecta a la novela, sigue con un rapto de una niña de nombre Isabela por el inglés Clotaldo y que se la lleva a la corte inglesa donde reina Isabel I. El caso es que Clotaldo tiene también un hijo que se llama Ricaredo y que, al crecer Isabela, ambos se enamoran y se prometen matrimonio dentro del rito católico, porque su catolicismo lo llevan en secreto en una corte anglicana. Previamente el conde de Leste, que era amigo de los verdaderos padres de Isabela, lanza un bando para su rescate en el que pone “toda su armada”, lo cual suponía en la práctica un enfrentamiento con Inglaterra. El caso es que Ricaredo e Isabela, a pesar de su catolicidad, aceptan servir dentro de los cánones de su nobleza a la reina de Inglaterra. Ricaredo pide a Isabel I que le permita casarse con Isabela porque considera que está –esto es una interpretación mía- en un Estado diferente al de su religión, religión que mantiene oculta. A la reina de Inglaterra, que conoce las prácticas religiosas de los enamorados –pero no amantes-, acepta un futuro matrimonio, pero a condición de que Ricaredo acepte a su vez la capitanía de una nave anglicana comandada por un comandante también anglicano con el fin de atacar ¡cualquier nave católica que se encuentre! El brete, el dilema en el que se encuentra el católico Ricaredo es formidable, pero tras muchas aventuras y enfermedades, ambos enamorados se casan con enorme suspense en Sevilla dado que Ricaredo estaba preso en Argel de los turcos [13]. Todos estos detalles que he dado tienen la intención de mostrar algo que, por ejemplo, el estudioso de esta edición no ha reparado porque la valoración que hace de la obra es meramente literaria; tampoco lo ha entendido Santiago Muñoz Machado que, a pesar de todo, ha escrito una valiosísima biografía de Cervantes. La cuestión política de la obra es cómo Cervantes cambia de tratamiento y de opinión –frente a la que tiene sobre las minorías de las dos novelas anteriores [14]; y trata con enorme sutiliza la relación entre el estado hispánico y el estado inglés sin que la cosa se salga de un punto de lo razonable, dado que la obra comienza con un saqueo y un rapto que hay que pensar que por orden de la reina inglesa o con su beneplácito al menos [15]. La aventura se remata con la vuelta de Ricaredo –convertido en comandante por la muerte del titular inglés de la flotilla- dando parte el español a la reina inglesa de que ha capturado a una flota turquesca donde iban presos católicos españoles ¡a los que ha dejado libres en tierras hispanas! Y la reina Isabel I, que en la vida real salvó el pescuezo porque la llamada Invencible por los ingleses [16] no llevó a buen puerto –nunca mejor dicho- su misión, se muestra complacida con la decisión de su católico capitán. Estamos ya en la Edad Moderna, donde los enfrentamientos se producen entre Estados o entre estos e imperios –como es el caso de la novela- y ahí ya no valen minorías, nacionalismos, caballos de Troya de minorías religiosas, de comunidades ni germanías, porque todo se dilucida entre formas superiores de organización de los pueblos como son Estados e Imperios, sea para bien o para mal. Un caso paradigmático de fracaso por un quítame allá esta nacionalidad, país, pueblo, es la América hispana, donde se vivía mejor que en USA hasta casi entrado el siglo XX, y a estas alturas está saliendo a duras penas de la pobreza y ello con enormes desigualdades entre países y, sobre todo, entre ciudadanos de un mismo país. No fue posible un solo o a lo suma dos ¡Estados! en la América del Sur por sus luchas civiles y los egoísmos burgueses de los San Martín, Bolívar, etc. y el resultado es lo que hay frente a USA, cuyo mérito fue permanecer como Estado, aunque sea con la fórmula de una unión de Estados; una USA engendrada por un imperialismo depredador [17] como ha sido el inglés, pero que las colonias americanas en 1776 supieron zafarse a tiempo de sus garras leoninas con su Declaración de Filadelfia, aunque fuera por meros intereses comerciales.

Un caso paradigmático de fracaso por un quítame allá esta nacionalidad, país, pueblo, es la América hispana, donde se vivía mejor que en USA hasta casi entrado el siglo XX

Las Novelas Ejemplares se publicaron en 1613 [18], es decir, entre la primera parte de El Quijote (1605) y la segunda (1615), pero no es seguro que su gestación fuera en ese lapso de tiempo y es posible que algunas nacieran de la pluma del genio antes o a la vez que la primera parte del ingenioso hidalgo. Es por ello que el orden de publicación no necesariamente determina la evolución de la concepción del Estado en Cervantes, pero sí que el resultado es una aparente evolución de los materiales publicados que va desde una sociedad feudal sin Estado en la mente del personaje manchego, pasando por los problemas que constituyen las minorías dentro de un Estado si no respetan las leyes del mismo –La Gitanilla y Rinconete y Cortadillo- hasta la necesidad de consolidar los Estados o imperios –La española inglesa- porque solo desde esa fortaleza se dilucidan con las armas a veces su supervivencia. Además, Cervantes, a partir de La española inglesa, a los pueblos de zonas geográficas determinadas se les adscriben a Estados e imperios, es decir, a leyes e instituciones que obligan a esos pueblos, los consideremos súbditos o ciudadanos. 

Tanto nuestra izquierda a la izquierda del PSOE [19] como Putin debieran leer a Cervantes aunque por motivos diferentes: a la primera, para que extraiga la lección de que la paz solo es posible cuando los contendientes ambos la desean y que, mientras tanto y por desgracia, hablan las armas ¡de que cada Estado y con el monopolio de la fuerza!; al segundo, que las poblaciones, los pueblos, lo sustantivo es que viven en Estados soberanos, sean cuales sean sus etnias, religiones y lenguas, y que atacar un Estado es un crimen que tarde o temprano deberá pagar, que solo es posible la legitima defensa –como se defendía en la Escuela de Salamanca del barroco- cuando se es atacado realmente. Si los Estados se sienten amenazados por otros Estados lo que han de hacer es procurarse de armas suficientes para la disuasión, para la defensa suficiente. Si todos los Estados llegaran a ese convencimiento, a esa doctrina, la guerra entre Estados sería un imposible, sería la verdadera paz perpetua y no la de Kant. El problema es que, para llegar a esa paz por lo que se ve, los Estados deben de proveerse de la capacidad de disuasión suficiente para su defensa. Y no se puede negociar entre las partes contendientes cuando una parte ha ocupado el territorio de la otra. Lo primero es echar al invasor del territorio configurado como Estado y reconocido por la Asamblea General de las Naciones Unidas –y no por su Consejo de Seguridad- y luego negociar lo humano y lo divino y no cometer el mismo error que los pacifistas de la época, los apaciguadores, que permitieron la anexión de Austria y los Sudetes por Alemania, envalentonando con ello a Hitler y los suyos para que al año siguiente atacara e invadiera Polonia: lo que sobrevino ya todos lo conocemos.

Y para acabar una modesta recomendación: leer a Cervantes, el genio más grande de la historia de la humanidad, porque leer a Cervantes, hacer deporte y jugar al ajedrez son los mejores antídotos contra los egoísmos de toda laya.


[1] Siguiendo la máxima de Feuerbach.
[2] Los cervantistas no han conseguido asegurar ni lo contrario que la novela La tía fingida sea de nuestro ilustre escritor.
[3] Cide Hamete Benengeli es el supuesto autor original de la obra que inventa Cervantes por motivos que no vienen a cuento en este contexto.
[4] Tantos como los de la última cena en la mitología judeo-cristiana, lo cual no es una casualidad.
[5] Sancho Panza no aparece hasta el capítulo VII.
[6] Veremos que La Gitanilla no se juzga igual al noble que al plebeyo.
[7] El tonto de Hamlet, el heredero de un reino, aduce como razón para el suicidio las tardanzas de la justicia. Para darse cuenta de que lo que los ingleses llaman Shakespeare es una marca donde conviven varios autores no hay más que leer el contenido de la obra -dejando la emoción solo en la respiración- para darse cuenta que nada tiene que ver su famoso monólogo con lo que ocurre en la obra. Está puesto aparte, de pegote.
[8] Estas solas palabras ya son para meditar.
[9] Para ver los aspectos jurídicos que están en El Quijote tenemos un formidable libro para este fin –no tanto para la interpretación de la novela- que es la obra Cervantes, del director actual de la RAE Santiago Muñoz Machado, dado que sus estudios es la jurisprudencia y es especialista en Derecho Administrativo.
[10] Esta novela, a diferencia de la mayoría de ellas, apenas tiene trama y este robo y sus consecuencias es la parte importante de ella, porque Cervantes se centra en la creación de tres personajes como son Rincón, Cortado y Monipodio. Es como si el autor quisiera hacer descansar al lector de tanto ir y venir, de tantas aventuras de los personajes de La amante liberal, que es la novela ejemplar que precede a esta en su edición original de Novelas Ejemplares.
[11] En la nota de pie de página en la edición de Clásicos Castalia a cargo de Juan Bautista Avalle-Arce que estoy utilizando se nos dice que es: “chusca yuxtaposición, como si se tratase de matrimonios y no de robo”.
[12] Recojo la distinción entre imperio e imperialismo siguiendo la línea en este punto de la escuela de filosofía de Oviedo, comandaba hasta su muerte no muy lejana Gustavo Bueno y con los libros en la mano de Elvira Roca y de Marcelo Gullo.
[13] Al igual que estuvo cinco años el propio Cervantes.
[14] Recordemos cómo comienza la Gitanilla, que es además la novela que encabeza la edición primera: “Parece que los gitanos y gitanas nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, criánse con ladrones, estudian para ladrones, …”.
[15] Hacía ya algunos años lo de la Invencible.
[16] En la monarquía hispánica se llamaba la Felicísima Armada.
[17] Si alguien tiene duda de lo que ha sido el imperialismo inglés léase la obra de Marcelo Gullo Nada por lo que pedir perdón, páginas 181 a 186 en la Editorial Planeta, 2022. De momento no hay otra que yo sepa, pero seguro que vendrán más ediciones.
[18] Las había acabado en 1612 según nos relata el estudioso Juan Bautista Avalle-Arce.
[19] No digo que los militantes del PSOE no deban leer a Cervantes como cualquier hablante del español, porque renunciar a su lectura es perderse una de las experiencias más sabrosas para el intelecto que imaginarse puede. Ocurre que considero que el PSOE, como partido de Gobierno o aspirante perpetuo a él, tiene obligaciones añadidas que le impiden detenerse en la reflexión, lo cual siempre es para mal.