domingo. 28.04.2024
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José Luis Rodríguez García

(Intervención en el homenaje a José Luis Rodríguez en el Instituto Cervantes)

José Luis Rodríguez García ha sido un intelectual comprometido y una referencia cultural y literaria en su tierra adoptiva, Aragón. Este homenaje en el Instituto Cervantes, en este hermoso edificio al lado de la Cibeles de Madrid, es un reconocimiento merecido a su legado. Durante toda su vida fue un ejemplo de esa doble característica: su actividad reflexiva y crítica estaba vinculada a un realismo social no exento de una capacidad poética, estética y literaria. Al mismo tiempo, su actitud ética, igualitaria y emancipadora, le llevaba a un persistente compromiso cívico, reflejado tanto en su activismo transformador como en su labor docente.

Nos conocimos en el marco de la lucha antifranquista, allá por el año 1975, cuando él acababa de aterrizar en Zaragoza, desde su origen castellano y madrileño, para ejercer de profesor en la Facultad de Filosofía y Letras. Aparte de ese vínculo de pertenencia compartida a una dinámica de acción por la democracia, teníamos algunos rasgos comunes. Ambos éramos jóvenes con la misma edad, en ese momento con 25 años, con fuertes motivaciones morales y sociopolíticas, él más inclinado a la cultura y las humanidades, yo a las ciencias sociales y el mundo del trabajo. Además, aparte de fans de José Antonio Labordeta y su ‘Canto a la libertad’, éramos vecinos en el barrio popular más grande de la ciudad, el barrio de las Delicias, justo a espaldas de la ciudad universitaria.

Manteníamos una actitud vital e ideológica común, el compromiso por la democracia y la igualdad. Teníamos nuestros matices y discusiones. Él tenía una sólida formación marxista, de raíz althusseriana. Yo procedía del humanismo cristiano y enseguida me hice thompsoniano.  Los debates eran intensos. Se trataba de la importancia de la experiencia vital y sociopolítica, de la subjetividad y la cultura, en la conformación de los sujetos colectivos, en un contexto estructural y sociohistórico concreto. Es un debate que cruza las ciencias sociales en estos últimos siglos -y más allá- y que vuelve a estar de actualidad. 

Nuestra relación fue muy fluida durante un lustro hasta que en 1979 me trasladé a Madrid, justo en un proceso migratorio inverso. Luego, aunque por mi parte he seguido su trayectoria, solo he tenido algún contacto ocasional, por ejemplo, con su petición para mi colaboración con la revista universitaria RIF RAF, en el año 2002, precisamente sobre el valor del trabajo.

De sus diversas preocupaciones y los variados debates tenidos, muchos en su propia casa, voy a destacar uno, entonces y ahora muy de actualidad: el papel de la cultura y su interacción con el trabajo o, dicho de otra forma, las relaciones y alianzas entre las fuerzas de la cultura, incluidos los nuevos movimientos sociales, y las fuerzas del trabajo, incluidos el sindicalismo y la izquierda política. Evidentemente, es un tema con muchas vertientes ideológicas, políticas e históricas que sigue de completa actualidad y exige una reflexión profunda y renovada.

Los intelectuales comprometidos han tenido un distinto papel en la historia. Se puede decir que surgieron con los pensadores ilustrados y su esfuerzo por alumbrar la luz analítica, con autonomía del poder político y económico, y participar en la acción pública por la igualdad, la libertad y la solidaridad. Una referencia histórica indiscutible fue Emile Zola, con el ‘Yo acuso’, o Pérez Galdós en España. Pero tuvieron una mayor relevancia en los años cincuenta, sesenta y setenta, los años en que se socializó nuestra generación, en el marco del mayo francés o el otoño italiano junto con la experiencia antifranquista española. Cabe mencionar a personajes varones como Jean-Paul Sartre o Bertrand Russell y mujeres como Simone de Beauvoir o Hannah Arendt.

En estas últimas décadas, con todas las transformaciones culturales y la mercantilización neoliberal se ha producido un doble fenómeno. Por una parte una explosión comunicativa que, muchas veces, se transforma en ruido informativo o diálogo de sordos y, por otra parte, una reducción de la investigación social rigurosa, la elaboración de pensamiento crítico y la divulgación argumentada y creativa. Todo ello, expresa las insuficiencias de la actual intelectualidad progresista y su pérdida de autoridad moral que, en parte, es paralela a las deficiencias y dificultades de las élites políticas de las izquierdas y el desprestigio de los propios medios de comunicación y diversos aparatos ideológicos, por no hablar de la crisis de la propia universidad. Se echa en falta un mayor esfuerzo teórico crítico, de renovación y unidad política transformadora y de activación cívica.

Muchos intelectuales suelen pecar de engreimiento, de posesión exclusiva de la verdad y de displicencia hacia las capas populares y, con la edad, se corre el riesgo de repetir las enseñanzas pasadas y quedar anquilosados.

La respuesta del auténtico intelectual crítico y comprometido es la conexión con la gente común y sus demandas, el rigor y la renovación permanente del análisis y el discurso y la participación en el proyecto emancipador común. Es lo que hizo José Luis durante toda su vida, siendo, durante prácticamente medio siglo, un ejemplo de intelectual comprometido.

Desde esa consideración, entiendo que la mejor forma de rendirle homenaje es utilizando la expresión machadiana, seguir haciendo camino, reforzando su memoria y profundizando su legado.

Un intelectual comprometido