lunes. 29.04.2024

Keita | @kkeita11111

Crítica con spoilers | Si Dios está en algún sitio, es en La mesías. Las maniobras narrativas cambian completamente en este quinto episodio de La mesías, hay una bifurcación de los espacios que desordena el clima visual y el desarrollo de todos los personajes. 

En los primeros minutos de este capítulo nos citamos individualmente con todas las niñas, separadas, completamente desquiciadas y ausentes de razón, ausentes de la comunidad. La gran imagen omnipotente las acoge y las cuida ante una madre que ya no se muestra dictadora, ni siquiera se muestra. Si Dios está en algún lado, está en la imagen, en la palabra.

El peso del desorden que acaba ordenando este fascículo de la historia vuelve a caer en las niñas del elenco, más tiernas y naturales y, sobre todo, más diferenciadas. Por fin se nos permite acceder a ellas una por una a nivel personal, todo ello a través de una simbiosis perfecta entre el cómo y el qué, las niñas como personajes se humanizan por la imagen a partir de la presencia de los Servicios Sociales. 

El peso del desorden que acaba ordenando este fascículo de la historia vuelve a caer en las niñas del elenco, más tiernas y naturales

Como tenía que pasar, estos seres aislados comienzan a inmiscuirse en una sociedad española que ya de por sí está mutante, lo que favorece aún más la atmósfera de alienación y desconocimiento, de incomodidad y de miedo al castigo. Y sobre el miedo cabe destacar a una Irene Balmés completamente intimidante, un absoluto fenómeno paranormal. Si ya sorprendió en la obediencia tan rebelde y en la cantidad de registros que podía abarcar en las secuencias más cortas del episodio pasado, en este vuelve a robar todo el éxtasis visual y argumental.

Iona Roig se diferencia también de esa masa de niñas que hasta ahora se movía de manera unidireccional en una escena excepcional que roza lo divino. Una búsqueda desesperada de una imagen, una prueba, algo en lo situar a su madre, Dios. Aun así, el resto de las chicas (Joana BuchSara MartínezNinoska Linares y Arlet Zafra) vuelven a juguetear a sus gustos con una naturalidad que sorprende y que, sin duda, debe aplaudirse al trabajo de dirección. Especialmente la dulzura y la pureza de la más pequeña.

Seguimos encontrando las referencias propias de las creaciones de Los Javis en bellísimos guiños a la historia del cine como es a Fallen Angels, de Wong Kar-wai. El cine está presente en un plano metatextual, el cine significa las experiencias de los niños tanto que ya viven en una película. 

El guion cada vez es más elevado y las situaciones mucho más bellas y delicadas

Pero si por algo se sitúa este episodio como mi favorito hasta la fecha es por la escena de la cena, una misma toma sostenida que rota sobre su propio eje y conforma todo un panóptico que remite, a su vez, a la también increíble escena del suicidio. Esto tiene un peso importante, no solo por la divinidad en la que se posiciona a esa cámara enunciativa que nos ofrece una focalización totalmente espectatorial y predictiva, sino también por la recreación de esa mirada infantil ante las situaciones traúmaticas. La prioridad es huir del horror a través del ensimismamiento, del juego con los guisantes o de la concentración en el tapete de crochet. Pero si algo permanece son los golpes y los gritos que son, a su vez, los verdaderos narradores. Este modo de grabación nos permite formar parte de esa huida sin desatender las interpretaciones y el silencio monstruoso que inunda la cena.

Me simpatiza considerablemente cómo poco a poco se traslada el foco a Dios, se aparta la figura de la madre para dar lugar al fin en sí, ya se ha creado el trauma, el terror, todo es Dios y ahora el daño lo hace él y es él el protagonista. Un protagonista que no se muestra pero que ahora palpita más fuerte que nunca. El guion cada vez es más elevado y las situaciones mucho más bellas y delicadas, destacando también el encuentro de Isaías (Biel Rosell) con la muerte que se ha convertido, desde mi opinión, en una de las escenas más reveladoras y más significantes de la historia y, también, del modo de narrar de los Javis. 

Este capítulo resulta, sin duda, el más visceral y, sobre todo, un ejercicio de pasiones opuestas para los espectadores. Estamos escalando hacia el cielo a medida que se desenreda el cuento, cada vez estamos más cerca de Dios y los planos, la música y la propia ambientación son conscientes. 

'La mesías' (Episodio 5): Dios existe y es la imagen