domingo. 28.04.2024

Vicente I. Sánchez | @Snchez1Godotx

Difícilmente alguien que pase por el recinto de IFEMA de Madrid y vea desde fuera la carpa que da cobijo al musical de Malinche puede imaginar el inmenso mundo que se esconde en su interior. Desde que entras en el recinto, quedas sorprendido con la inmensidad y elegancia con que está todo montado, empezando por una inmensa cantina que da la bienvenida a los espectadores y en la que se puede tomar una cerveza y disfrutar de unos buenos tacos, o ese inmenso escenario en el que se desarrolla la obra y que da a entender que estamos ante una obra de gran presupuesto y no pocas ideas en escena. Pero no; cuando me refiero a que Malinche esconde un inmenso mundo, me refiero a que Nacho Cano ha creado lo que en términos del misterio se suele llamar un Oopart; un artefacto fuera de su tiempo y que claramente se adelanta al momento social en el que vive Occidente.

Sorprende que en una época en la que la conquista de América está tan mal vista y en la que términos como Hispanidad o colonización están prácticamente cancelados, no solo en Hispanoamérica, sino incluso en nuestro propio país, Nacho Cano se atreva a construir una obra orgullosamente española y mexicana en la que la conquista y el mestizaje sean presentados de una manera tan positiva. Así queda claramente reflejado en uno de los momentos musicales cuando se cantan estrofas como “soy hijo del mezcal, de la espada y del flamenco, puro americano, mexicano y español”.

La obra toma nombre de Malinche, una mujer que según rezan las crónicas ayudó a Cortés como intérprete, convirtiéndose más adelante en su amante

Es por ello por lo que antes de hablar a fondo del musical, lo primero que se debe hacer es felicitar a Nacho Cano por atreverse a crear un musical que se salga del discurso establecido y que, como él mismo nos recordó al final del espectáculo, en breve dará el salto y podrá verse también en México. Una auténtica prueba de fuego en la que habrá que ver qué respuesta dan a este interesante musical en el que la concordia y la fraternidad forman parte de su ADN.

Ya en lo puramente musical y narrativo, Malinche nos habla de la conquista de México y de cómo Hernán Cortés y sus soldados consiguieron derrotar el imperio azteca de Motecuhzoma. La obra toma nombre de Malinche, una mujer que según rezan las crónicas ayudó a Cortés como intérprete, convirtiéndose más adelante en su amante y dando a luz su primer hijo, Martín, quien es considerado uno de los primeros mestizos. Punto de partida interesante con el que Nacho Cano construye un bonito relato lleno de amor y mestizaje: “es un viaje que nos invita a reflexionar sobre la importancia de valorar nuestras raíces, celebrar la diversidad y construir puentes entre culturas”.

Aunque el tono de Malinche apuesta por la concordia y la fraternidad entre España y México, Nacho Cano no oculta ciertas sombras como la codicia (fiebre si se prefiere) de los conquistadores por el oro o el pasado pendenciero y mujeriego de Cortés. Durante las cerca de dos horas y media que dura este espectáculo, se nos habla de las luchas internas que tenía el imperio azteca y de cómo los españoles llegaron en un momento especialmente propicio que ayudó de forma decisiva a la victoria y a la caída del imperio. Tampoco se oculta el peso decisivo que tuvieron las armas europeas en el conflicto, como bien se canta en la canción México Mágico cuando dice: “hablan de amor y compasión, con la escopeta y la oración”.

Precisamente es la parte evangelizadora donde encontramos algunos de los elementos más interesantes y polémicos de la obra, ya que Nacho Cano en ningún momento oculta las partes positivas de la evangelización en América. Lejos de las leyendas negras e incultura generalizada que suelen acompañar a este tipo de sentimientos anti-españoles, la obra nos recuerda que en España no había esclavos y que todos aquellos que se convertían al cristianismo pasaban a formar parte del reino español con todas las garantías posibles. Posiblemente un punto que tendría sus luces y sus sombras, pero que difícilmente podrá encontrarse en el colonialismo que llevaron a cabo países como Inglaterra o Francia en la que el mestizaje rara vez se producía.

Un musical a reivindicar con un mensaje de amor y concordia que rara vez suele verse en estos tiempos de odio y guerras constantes

La obra presenta el cristianismo desde un punto de vista positivo y moral, desarrollando esta postura en numerosos números en los que la religión se presenta de una manera integradora y liberadora para el pueblo mexicano. Quizás, digámoslo claramente, sea algo improbable esa conversación entre Orteguilla y Moctezuma en la que este último acaba confesando que le está empezando a caer bien Jesús y el cristianismo, pero es que, ya puestos a imaginar y a ser positivos, como diría Galdós, soñemos, alma, soñemos.

Ya en lo puramente musical y escenográfico, hay que reconocer que Malinche es un musical con raza y poderío, en el que Nacho Cano se siente absolutamente libre para crear y componer. Esto se siente en todo momento con una puesta en escena grandiosa que no busca medias tintas y con un reparto numeroso que lo da todo en escena y en el que todo el mundo tiene su momento para lucirse. 

La partitura de Malinche va en crecimiento para ofrecernos un segundo acto de altos vuelos que viene dominado bajo el tema México Mágico sobre el que Nacho Cano, a modo de Leitmotiv, envuelve toda la obra. No obstante, la partitura es bastante buena y hay bastantes números que tienen vocación futura de convertirse en himnos. Es evidente que estamos ante un espectáculo muy nuevo que aún no ha tenido tiempo de calar en la cultura pop de la sociedad, pero si consigue superar sus evidentes barreras ideológicas puede llegar a tener mucho recorrido.

La escenografía ha sido creada por Molla y Estudio Arte Herrador, dos de los talleres de más prestigio internacional a la hora de crear puestas en escena. De esta manera, y junto a la colaboración de Hansel Cereza, uno de los mayores expertos a nivel mundial en vuelos acrobáticos y artes escénicas, la obra no se corta en ningún momento y no deja de sorprender. Porque sí, en Malinche no falta de nada a nivel escenográfico, se vuela mucho, hay cascadas de agua, cambios de decorado y hasta un quimérico número de flamenco lleno de duende y tronío. Para bien y para mal, es una obra que busca impactar en el espectador.

En este sentido, Nacho Cano confiesa a través de sus personajes en un momento de la obra que ha tardado cerca de 12 años en sacar adelante este proyecto. Esto finalmente tiene sus pros y sus contras, ya que es evidente que el compositor se ha volcado de forma clara en el musical entregando toda su alma y talento, pero también que en ciertos momentos le puede la ansiedad y cierta grandilocuencia en escena, con demasiada purpurina y plumas por metro cuadrado. En ocasiones menos, es más, y esta no es una máxima que se aplique en la obra.

En conclusión, Malinche es un musical a reivindicar con un mensaje de amor y concordia que rara vez suele verse en estos tiempos de odio y guerras constantes. Solo por eso ya merece la pena.


Malinche: un musical orgullosamente español y mexicano