lunes. 29.04.2024

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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda

Cine de comedia con dosis de humor inteligente y final sensiblero, quizá, el toque hollywoodense que mencionan algunos. El director, Alexander Payne, nos lleva de la mano por un camino carente de sinuosidades y prolífico en humanidades; gradualista sin medida, ofrece arquetipos fusionados en imágenes, justicia sustentada en condicionamientos sociales ávidos de condolencia. 

Paul Hounham (Paul Giamatti) es un profesor de colegio secundario cincuentón y de hábitos docentes arcaicos; odiado por los estudiantes es elegido por la dirección para hacerse cargo de quienes, por diversas razones, no podrán pasar las fiestas de fin de año con sus familias. El instituto de tiempo completo lo pone a cargo de una función que termina situándolo en un mano a mano con Angus Tully (Dominic Sessa), díscolo estudiante recientemente expulsado de varios institutos. Se conocerán en el proceso y, poco a poco, irán aflorando los valores. Ni el docente es el maligno, ni el estudiante el revoltoso irresponsable; todo tiene explicación en las vivencias, el mundo es una lógica de toma y daca que presiona la intimidad de las personas. 

Deliciosa comedia de contenido sustancioso en marco pasatista. Un Paul Giamatti exquisito en su interpretación de rústicos valores que van desmontándose en el respeto a una lógica de hechos que pecan de inevitabilidad a los ojos de un hombre inteligente. 

Cine de comedia con dosis de humor inteligente y final sensiblero

Dominic Sessa es la contracara, termina generando una danza que sustituye la comprensión familiar por un ejercicio paternal fuera de todo cálculo previsto. La función se despliega a modo de magia simpática operativa en asociación de propiedades comunes. Lo primitivo es lo humano que trasciende la materialidad de los cuerpos en identificación mutua por el pasado vivido. Negligencia y abandono enquistados en historias que van ejerciendo una comunidad familiar, los artilugios suspenden el necesario juego paternalista, lo sustraen de una pretendida artificiosidad que culmina en el último rescate. Melodrama útil al efecto, el sacrificio redondea una imagen solo accesible a los íntimos, entre ellos, nos encontramos nosotros, los espectadores. Compartimos la faceta real de un profesor razonablemente negado en su humanidad por todos los estudiantes menos uno: Angus Tully. Un juego de apariencias que reivindica lo íntimo de dramas sujetos a reglas transformadoras desde lo mundano.

Visión, hostil y desesperanzadora, transita las secuelas de un contexto que recibe lo que entrega: “Creo que el mundo es un lugar amargo y complicado. Y parece que el mundo opina lo mismo sobre mi”. Sentencia de un profesor amargado y doliente en tono resignado y comprensivo; la lección de vida extiende y trasciende momentos de un aula que lo presenta despótico y sarcástico en su disfrute ante la frustración académica de un atado de “inútiles niños ricos”.

Las rutinas y controles protegen de la hostilidad en doble sentido; la ironía establece el odio hacia un sistema que margina en su mediocridad ante el intento de justicia. Hounham es castigado, su “reclusión”, en medio de la festividad, responde a su negativa al trato diferencial. Un alumno, hijo de diputado “colaborador”, es reprobado ante la queja del director en defensa de la categoría especial que representan quienes usan el dinero para la obtención de privilegios.

Los antiguos métodos pedagógicos afirman reglas protectores ante cualquier tipo de cuestionamiento, su exigente metodología ampara en el ejercicio de la violencia simbólica. Hounham apelará a su ejecución motivado por la indefensión ante un sistema que lo vulnera. Deberá aplicar fórmulas que aumenten su sentimiento de protección y seguridad. El rigor se materializa por la condición previa que exhibe la tolerancia de un director que supo ser su alumno y ahora, de manera diplomática, lo despoja de toda independencia profesional. Las decisiones autónomas, basadas en principios morales y académicos, no aplican ante el poder.

‘Los que se quedan’ son también los que no van a la guerra de Vietnam, aunque deben dar la batalla condicionada por un orden social que establece diferencias entre las personas. Hounham juzga sin comprender, la representación en el aula lo lleva a tomar distancia y desquitarse con medidas disciplinarias. Recibirá el odio del estudiantado como contraste que ratifica su hostilidad frente al mundo.

‘Los que se quedan’ son también los que no van a la guerra de Vietnam, aunque deben dar la batalla condicionada por un orden social

La bondad humana se expresa en atenciones, Lydia Crane (Carrie Preston) hace gala de un desinteresado acercamiento que peca de espontaneidad susceptible de dobles sentidos. La oportunidad desnuda carencias, no obstante, el profesor sostiene su cordura en la indisimulada expresión facial que lo delata.

 La convivencia recupera sentimientos humanos adormecidos por rutinas, Hounham demuestra la importancia de la oportunidad. Surge lo interior, lo que somos más allá de apariencias y se encuentra recluido a la espera de circunstancias que propicien una salida decorosa. Vía de salida exenta de riesgos ante órdenes sociales instituidos o condiciones familiares e institucionales desfavorables.

Como ya dijimos, obra a medio camino entre lo autoral y lo comercial; sabe sortear obstáculos, evade la banalidad, se concentra en el detalle que apunta a la reflexión por la calidad del guion y una excelente dirección de actores. Con Giamatti y Sessa a la cabeza (no entendemos porqué no una nominación al Oscar, el muchacho la merecía) el filme se convierte en un minucioso desafío al atento espectador.

Un final a todo trapo; lo heroico, en clave de redención, ratifica el secreto de lo humano; otra vez, cine de comedia, aunque teñido de melodrama resguardado en apariencias. ‘Los que se quedan’ tendrán una oportunidad en el desafío que ofrece la vida misma; motivos y motivaciones conjugados en titánica lucha por sobrevivir. Un mundo sumido en el poder de acciones familiares enroscadas, fallidas pretensiones de futuro que entorpecen la comunicación y dañan la sensibilidad humana.

Los que se quedan: las yagas de la ‘cordura’ en acción