jueves. 25.04.2024
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Fotograma de Sica.

Cristina Rosales García | 

Hace unos meses tuve la suerte de charlar con Carla Subirana sobre Sica, su primera película de ficción, con motivo de su presentación en la Sección Oficial del Festival de Cine de Málaga tras haberse estrenado previamente en la Berlinale. Acostumbrada a trabajar el género documental (Nadar, Kanimambo, Volar), la cineasta catalana nos presenta en su debut un precioso marco donde la naturaleza se alza como el personaje principal de esta fábula con tintes sobrios e intimistas que acompaña a una narración sencilla pero sugestiva. La historia sigue los pasos de Sica, una adolescente que acaba de perder a su padre en un naufragio pesquero en la Costa da Morte, el tramo litoral más peligroso del mundo al que le antecede una amenazadora leyenda. A raíz de su desaparición, Sica y su madre se enfrentarán a la realidad de formas muy dispares: mientras la primera sigue aferrándose desesperadamente a la posibilidad de que el mar le devuelva lo que le ha arrebatado, la segunda tendrá que tomar drásticas decisiones que aseguren su futuro y el de su hija.

La identidad estética, resultado de la experta mirada documental de su directora, es, sin lugar a duda, el punto fuerte del largometraje, que bebe claramente de las influencias y materiales de sus anteriores proyectos. La incorporación de Mauro Herce al equipo técnico como director de fotografía es determinante para lograr un ejercicio visual casi impecable. Rodada en formato 16mm, enriqueciendo así la propuesta narrativa, simbólica y argumental del filme, Herce vuelve a demostrar sus habilidades detrás de la cámara captando la esencia de los paisajes gallegos, después de haberse hecho con el Goya por O que arde en 2020. Realidad y fantasía convergen constantemente durante el metraje para crear una atmósfera de cuento, a veces fantasmagórica, envolviendo y guiando a sus personajes, que actúan de acuerdo con el comportamiento de la naturaleza. En este enclave, Subirana explora las relaciones maternofiliales, la pérdida de la infancia, la dificultad de soltar aquello que nos hace daño y la mitificación de la figura del padre ausente cuando este ha sido engullido por el mar. Pero también es un grito frente a la crisis climática actual, una inteligente alegoría al impredecible comportamiento de la Tierra.

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El reparto casi al completo está formado por actrices no profesionales, cuyas actuaciones, lejos de desentonar, se complementan con el de actrices algo más experimentadas como Núria Prims (Historias del Kronen, Tiempos de azúcar), y en ese contraste reside otro de los puntos fuertes del largometraje. Resulta especialmente interesante asistir al proceso de cambio y transformación que sufre Sica a lo largo de la película, interpretada por una magnífica Thais García (una vecina local de la Costa da Morte sin previa experiencia en el cine), que, a pesar de lo trágico de los hechos, no pierde en ningún momento la inocencia y el brillo esperanzador de los ojos. Y lo que para ella empieza siendo una búsqueda del cuerpo de su padre acaba convirtiéndose en un viaje de descubrimiento no solo de la figura materna, también de la identidad propia.

Con un ritmo lento y un guion donde los silencios dicen más que las palabras, Sica se erige como un cautivador relato sobre los primeros desencantos vitales que nos obligan a abandonar por completo la infancia y enfrentarnos a la pérdida de aquello que queremos. Subirana establece un significativo paralelismo entre sus dos protagonistas: por un lado Sica, que busca desesperadamente que el mar le devuelva el cuerpo de su padre; por otro la naturaleza, que pide a gritos un respiro.

'Sica': una carta de amor a la costa gallega