viernes. 19.04.2024
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Fotos: Frente Amplio.

En los últimos años el Gobierno del Frente Amplio ha puesto a Uruguay en el mapa internacional

El 30 de noviembre se celebró en Uruguay la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, obteniendo el candidato del Frente Amplio, Tabaré Vázquez, un triunfo arrollador, con más de 14 puntos de diferencia sobre su contrincante del Partido Nacional (o “blanco”) Luis Lacalle Pou. El Frente Amplio consigue así su tercer mandato consecutivo, revalidando además su mayoría absoluta en ambas cámaras legislativas, lo que le permitirá seguir profundizando en su programa de transformación del país, que ha dado lugar a uno de los mayores periodos de crecimiento económico y bienestar social de toda la historia nacional.

El Dr. Tabaré Vázquez sucederá el 1º de marzo próximo a José “Pepe” Mujica, probablemente el mandatario actual mejor valorado y más popular, tanto dentro como fuera del país, universalmente reconocido por su honestidad y coherencia personal, por la extrema austeridad de su forma de vida y la peculiarísima empatía que genera en el encuentro personal, cualquiera sea su interlocutor: no hay manera de no quedar encandilado por este abuelo bonachón y sabio, voluntariamente pobre, que habla para que todos le entiendan y no por ello deja de expresar una profunda filosofía de vida y una forma completamente insólita (en los tiempos que corren) de entender la tarea de gobierno como una vocación de servicio a su pueblo, completamente exenta de cualquier ambición personal o de poder, y sin la menor sombra de parafernalia ni protocolo.

Por todo ello, en los últimos años el Gobierno del Frente Amplio ha puesto a este pequeño país en el mapa internacional, constituyéndose en uno de los referentes ineludibles para todos los que queremos y luchamos denodadamente por un cambio en nuestro modelo de convivencia y, en definitiva, en nuestra arquitectura social. La renovación de su triunfo electoral parece, por lo tanto, un momento adecuado para dejar algunas reflexiones, inevitablemente personales, pero no necesariamente intransferibles.

Trataré, en las líneas siguientes, de reconstruir los orígenes del Frente Amplio, las condiciones sociales, políticas y legislativas que lo hicieron posible, y terminaré con una breve reflexión sobre las dificultades que percibo para extrapolar esa experiencia a la actual coyuntura política española.

I.Los orígenes del Frente y las circunstancias que posibilitaron su nacimiento: un enorme esfuerzo de generosidad

El Frente Amplio nació formalmente el 5 de febrero de 1971, fruto de un acuerdo de cúpulas entre un gran número de formaciones y personalidades políticas, entre las que cabe mencionar el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Cristiano, varias escisiones de los partidos tradicionales (“blancos” y “colorados”) como el grupo de “colorados” liderado por Zelmar Michelini (asesinado por la dictadura argentina en 1976), o el de “blancos” de Enrique Erro, entre otras. Posteriormente se integró el Movimiento 26 de Marzo, que funcionaba implícitamente como “brazo político” de la guerrilla urbana del MLN-Tupamaros.

La gestación del Frente Amplio fue la culminación de laboriosas (pero no por ello demasiado largas) negociaciones entre las formaciones y personalidades participantes, un proceso que no llevó más de cuatro o cinco meses, una vez explicitada con total claridad la voluntad política de llegar a acuerdos. El carácter cupular de ese acuerdo no debe ser malinterpretado: fue la respuesta a una demanda hondamente sentida y ampliamente expresada de la militancia de la casi totalidad de las organizaciones políticas y los movimientos sociales. Y venía precedida de un prolongado proceso de unificación de la movilización social y sindical, que tuvo su primer acto en 1965 con la celebración del “Congreso del Pueblo”, en el que se alumbró la unidad sindical cuajada en la fundación de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT), unidad sindical que pervive aún en nuestros días.

La coyuntura económica, social y política que posibilitó el alumbramiento del Frente tenía algunas similitudes con la de la España actual

La coyuntura económica, social y política que posibilitó el alumbramiento del Frente tenía algunas similitudes con la de la España actual: una profunda crisis económica que se tradujo en una acelerada reducción y redistribución regresiva de la renta disponible, un no menos acelerado proceso represivo, con permanentes estados de excepción (“medidas prontas de seguridad”), un igualmente crónico clima de agitación social, con huelgas, ocupaciones y manifestaciones prácticamente diarias, y la proximidad de unas elecciones decisivas, en las que se podía consagrar definitivamente o quebrar esta crítica situación.

Pero el contexto legislativo era (y sigue siendo, en lo fundamental) radicalmente distinto al nuestro: la legislación electoral uruguaya es muy peculiar (creo que única en el mundo), puesto que la denominada “ley de lemas” posibilita la presentación de diversas candidaturas bajo el “paraguas” de un mismo partido. En ese sentido, el Frente Amplio innovó únicamente al presentar una única candidatura a los cargos ejecutivos supremos (Presidencia, Vicepresidencia e Intendencias Municipales) pero la posibilidad de presentación de diversas listas a ambas Cámaras legislativas facilitó enormemente la gestión de los acuerdos, puesto que la cuestión crucial de la integración y orden de las candidaturas a diputados y senadores quedaba fuera de la discusión: cada partido presentaría su propia lista, todas ellas encabezadas por los mismos candidatos a estos tres cargos claves pero diferentes en el resto de su composición, y sería el propio electorado quien decidiese el peso relativo de cada organización.

Los acuerdos, por lo tanto, quedaban restringidos a los planos programático y organizativo (evidentemente nada despreciables, máxime teniendo en cuenta la gran diversidad ideológica de las organizaciones fundadoras), una vez acordadas las candidaturas comunes. Con respecto a esta última cuestión, se partió de un acuerdo tácito en la búsqueda de personalidades de gran relevancia y prestigio públicos pero sin una clara connotación partidaria, de manera que pudieran ser asumidas por todos sin que nadie se sintiese desplazado. Quizá el mayor acierto, en ese último sentido, fue la elección del candidato a la Presidencia, que recayó en el General (retirado) Líber Seregni, ex jefe supremo de las Fuerzas Armadas que tuvo el valor de enfrentarse al entonces Presidente, Jorge Pacheco Areco, para recriminarle sus medidas represivas y exigirle una inmediata restauración de la plena vigencia de las libertades individuales, lo que le valió el cese fulminante y consiguiente pase a retiro.

La elección del nombre tampoco fue objeto de polémica, puesto que prácticamente constituyó el punto de partida de todo el proceso fundacional. Y es en los aspectos organizativos donde probablemente el Frente Amplio haya logrado algunos de sus mayores aciertos, con un doble esquema de vertebración en paralelo: las organizaciones integrantes, por un lado, y los comités de base (de carácter territorial o profesional) por otro. Los Comités de base fueron el canal que posibilitó la integración de simpatizantes y militantes apartidarios, que se vinculaban únicamente en función de su afinidad con el Frente en sí pero sin necesidad de afiliarse a ninguna otra organización en concreto.

Este doble sistema de vertebración se llevó hasta sus últimas consecuencias, alcanzando incluso a la Mesa Política Nacional y a los Congresos, en los que los delegados de los Comités de Base tienen asegurada una presencia del 50%, mientras el otro 50% corresponde a los partidos.

La participación de los Comités de Base fue clave en aquella primera campaña electoral, que por fuerza tuvo que hacerse con una gran pobreza de recursos materiales y la más absoluta ignorancia, cuando no directa agresividad, de los medios de comunicación de masas. Casi todo se tuvo que hacer a base de esfuerzo militante, lo que no deja de tener sus ventajas: nos pateamos los barrios y los pueblos enteros, casa por casa, llamando a todas las puertas para entregar nuestros folletos y nuestras octavillas, y dialogando extensa e incansablemente con nuestros vecinos, daba igual si les conocíamos o no. No podemos saber a ciencia cierta cuántos votos salieron como fruto de aquellas recorridas, pero seguramente conseguimos reclutar un mayor número de nuevos militantes que de simples votantes.

Y cuando terminábamos la recorrida diurna, nos volvíamos al Comité a preparar los carteles y el engrudo para la “pegatina” nocturna, que solía durar hasta las 3 o 4 de la madrugada, y en la que más de una vez nos tocó enfrentarnos a las agresiones gratuitas de la derecha o directamente de la Policía. Y en ese enorme esfuerzo todos nos íbamos olvidando de nuestra propia filiación política y de la de los demás compañeros, porque nos sentíamos únicamente (y nada menos que) eso: compañeros.

Soy consciente de que se me está deslizando cierto sentimentalismo, pero no lo puedo evitar: aún hoy me sigue emocionando el recuerdo de aquellos meses de marzo a noviembre de 1971, y por más que busco en mi memoria no consigo encontrar otro periodo de mayor plenitud, pese a todo el tiempo transcurrido y lo mucho que me ha tocado vivir desde entonces. Y me consta que es un sentimiento compartido por muchos de quienes vivimos juntos ese periodo excepcional, en el que la generosidad de la entrega a una causa común siempre estuvo por encima de cualquier otro interés, ya sea personal o partidario.

Sólo ese enorme esfuerzo de generosidad de parte de todos explica que haya sido posible la creación y articulación del Frente, y es precisamente la percepción de la ausencia de ese espíritu uno de los mayores obstáculos que, en mi personalísima opinión, están dificultando su emulación en la España actual.

Así constituido, el Frente Amplio consiguió alcanzar, en su primera elección, un modesto 18% de votos, que nos supo a muy poco en aquel momento (soñábamos incluso con una victoria) pero que visto en perspectiva ya era una enormidad, puesto que superaba muy ampliamente a la suma de todas las organizaciones integrantes en las elecciones anteriores. Y luego logró sobrevivir a 12 horribles años de dictadura, con toda la dirección encarcelada o en el exilio, y renacer nuevamente como de la nada (pero cargado de experiencia) en cuanto se despejaron los negros nubarrones del régimen cívico-militar. En la segunda elección tras la restauración de la democracia (1989) conseguimos ganar el primer puesto ejecutivo, nada despreciable, por cierto: la Intendencia Municipal de Montevideo, es decir el gobierno de casi la mitad de la población del país. 10 años después de este primer triunfo (1999), disputamos por primera vez la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, y en el segundo asalto (2004) las ganamos a la primera, sin necesidad de “ballotage”.

Se inaugura así un periodo excepcional en la historia del “paisito”, cuyos principales logros (y también algunas sombras) he tratado de resumir en otro artículo, que será publicado próximamente en el Blog de la Fundación 1º de Mayo en el diario Público.

II.¿Un modelo replicable? Mis motivos para el escepticismo

Hace algunos meses participé en un programa de Fort Apache en el que debatimos sobre la figura de Pepe Mujica. Tras presentar una breve miscelánea de pensamientos y actitudes del Presidente saliente, Pablo Iglesias comentó “a mí me gustaría poder votar a un Presidente como Pepe Mujica”. Le repliqué que, para eso, era necesario antes crear en España un Frente Amplio, porque no es posible entender al uno sin el otro. Y es ahí donde veo la mayor dificultad, en la posibilidad de “exportar” una criatura tan peculiar al contexto español actual.

Esta dificultad nace, ante todo, de las profundas diferencias que separan la (muy peculiar, como ya he señalado al comienzo de este artículo) legislación electoral uruguaya de la española, que (entre otras cuestiones) no permite presentar múltiples listas bajo el “paraguas” de un mismo partido. Esta peculiaridad de la “ley de lemas” uruguaya elimina en la práctica la lucha por los puestos de salida entre los partidos o fracciones integrantes de la hipotética coalición.

Una segunda dificultad proviene de las grandes diferencias en cuanto al peso electoral existente entre los potenciales integrantes de la hipotética coalición: en el Uruguay de 1970 no había una gran organización que, por su propio peso político, estuviese en condiciones de enfrentar una elección con alguna posibilidad de éxito, cosa que en España (al menos aparentemente) sí se da. Una organización así puede darse el lujo de menospreciar a las demás, aunque quizá esa subestimación le pueda llegar a salir muy cara.

La tercera diferencia, de difícil resolución, es la cuestión de las identidades nacionales, principalmente (pero no sólo) en las dos naciones históricas: Cataluña y el País Vasco. Un problema difícil de resolver para la formación de una coalición que pretenda implantarse en todo el Estado, el del equilibrio entre el respeto a la identidad (e incluso voluntad de autodeterminación) de las nacionalidades históricas y la búsqueda de una identidad común que las subsuma.

Lo que más echo en falta en la España actual es ese espíritu de búsqueda de la unidad y el consenso en pro de una finalidad última compartida por todos

Pero creo que, cuando hay verdadera voluntad política por alcanzar un objetivo, incluso estas dificultades pueden llegar a superarse. Lo que más echo en falta en la España actual (y quizá no tan actual, basta remontarse nada más que a unas cuantas décadas atrás) es ese espíritu de búsqueda de la unidad y el consenso en pro de una finalidad última compartida por todos.

Al explicar la historia de la creación del Frente Amplio, señalé el enorme esfuerzo de generosidad que implicó, por parte de todas las organizaciones y personalidades fundadoras. Y la permanente voluntad de llegar a acuerdos por encima de todas las (muy importantes) diferencias que les separaban, sobreponiendo la gravedad del momento y la suprema importancia del objetivo a las (a veces muy legítimas) aspiraciones de cada organización o personalidad y a las (inevitables) barreras ideológicas.

Y ese espíritu, esa visión del fin supremo, esa voluntad de priorizar lo que nos une sobre lo que nos separa, es lo que no encuentro en la izquierda española, sino todo lo contrario: tendemos a hacer de cualquier diferencia, por mínima que sea, un mundo. Debatimos para ganar, no para buscar entre todos lo más conveniente para la causa común. Y esas diferencias tienden, a poco que se encone la discusión, a trasladarse del plano ideológico al personal, y entonces atacamos con verdadera ferocidad verbal –y hasta física en ocasiones– al compañero que tenemos enfrente, como si se tratara de nuestro peor enemigo.

En otras palabras: los italianos suelen decir “manca finezza”, yo diría que en España “falta grandeza”, y sin ella no hay entendimiento posible. Dos no se juntan si uno no quiere, y aquí siempre hay alguien que no quiere, que cree tener demasiado que perder (o demasiado que ganar, da igual), y el cálculo de cuotas de poder (con frecuencia minúsculas) tiende a anteponerse a la importancia del objetivo compartido, por más trascendente que éste sea.

Supongo que es una cuestión de idiosincrasia que, como sociólogo, yo debería ser capaz de explicar, pero me reconozco impotente, quizá porque estoy demasiado implicado en el fragor de la militancia política diaria, y ese compromiso me nubla la visión. Pero lo he hablado con otros compañeros frenteamplistas (de muy distintas posiciones) que llevan, como yo, varias décadas residiendo en este país (que ya hemos hecho nuestro), y ninguno ha sido capaz de ir más allá de esta mera constatación de las diferencias idiosincráticas.

Por ello, sólo puedo comprobar con dolor que nos toca enfrentarnos, otra vez más, a un año saturado de convocatorias electorales, y (quizá por ello mismo) sembrado de rupturas, escisiones y disputas, tanto internas (de la organización en la que milito) como externas (de ésta hacia las que pretenden disputarle su espacio político y electoral). Y así no se puede construir ningún Frente Amplio, porque la clave está precisamente en el “apellido”: “amplio”, y amplitud de miras es lo que más nos está faltando, aunque encubramos esa estrechez con poderosos argumentos tácticos, estratégicos o incluso ideológicos.

De ésta sólo saldremos si conseguimos tirar todos en la misma dirección, respetando nuestras diferentes identidades con el debido pluralismo

Y sin Frente Amplio no hay Pepe Mujica, ni hay “crecer redistribuyendo”, ni es posible ese camino lento, pero inexorable, que los uruguayos han emprendido hacia la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, y que, a tenor de los resultados electorales, parece no tener marcha atrás.

Lo digo con todo el dolor que siento por este desgarrado país y de su gente, que se desangra bajo los dictámenes de la Troika: de ésta sólo saldremos si conseguimos tirar todos en la misma dirección, respetando nuestras diferentes identidades con el debido pluralismo, pero siendo capaces de ponerlas todas ellas al servicio de la causa común.

Pero no quisiera cerrar este artículo sin una nota de esperanza: si en Grecia se pudo, ¿por qué no se podrá también en España? En momentos límites las bases suelen ser más sabias que sus dirigentes, e imponerles un mínimo de sensatez.

Eso sí. No caigamos en el optimismo desaforado que nos llevó a creer en la posibilidad tangible de una victoria del Frente Amplio en 1971: lo que la actual crisis nos está ofreciendo es una oportunidad para plantar una cuña en el esquema bipartidista, lo que no significa derrotarlo. Como nos enseña la experiencia del Frente (y también, mucho más cerca en el tiempo y en el espacio, la de Syriza), estos procesos de cambio no son posibles sin una transformación profunda en la conciencia social, y por lo tanto son lentos y exigen esfuerzo, constancia y una voluntad permanente de unidad en la lucha común por encima de todo.

En eso consiste, a mi juicio, la tan mentada “ventana de oportunidad” que nos brinda la coyuntura actual: éste es el momento de sembrar, el de recoger los frutos ya llegará si la siembra se ha hecho a su tiempo y bien. Y creo que, lamentablemente, estamos perdiendo un tiempo precioso en discutir cómo y qué sembramos (y, sobre todo, quién siembra), y cuando queramos hacerlo ya será demasiado tarde.

Como le oí decir, sensatamente, a un compañero hace un par de meses, esto no es “ahora o nunca” (otra frase manida en la que a mi edad ya no creo) sino “ahora… o cuando se pueda”.


Por Daniel Kaplún | Sociólogo, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, y secretario de organización del Comité del Frente Amplio en Madrid.

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