martes. 23.04.2024
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Graffiti. Antonio Gramsci. (Web: elquintopoder)

La vieja y estremecedora frase de Gramsci: “El viejo mundo se muere y el nuevo está por llegar, y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Y están surgiendo desde hace tiempo. Detuvieron a Julián Assange por revelar las barbaridades de Occidente en Kenia, pero sobre todo por haber logrado filtrar información fidedigna y secreta sobre la intervención estadounidense en Irak, donde se cometieron todo tipo de torturas y aberraciones contra personas inocentes o, al menos con presunción de inocencia. Imágenes y documentos escandalosos, terribles, repulsivas, que deberían haber costado el puesto a los altos mandatarios de los ejércitos de ocupación y su posterior proceso por crímenes contra la humanidad, pero que no han supuesto el menor rasguño a quienes tal monstruosidad promovieron, auspiciaron y encubrieron. Entre el tiempo de asilo político en las embajadas y el que lleva detenido, suman once años, once años de cautiverio por defender los derechos humanos, por ayudar a visibilizar las cloacas de los poderosos, por luchar por la libertad y contra los abusos.

Assange, físico y matemático por formación académica, periodista vocacional, es un defensor del libre mercado, no es un comunista de los que hacen temblar a IDA, pero es, como los comunistas que nos defendieron del fascismo desde la resistencia de todos los países ocupados, incluido el nuestro, una persona valiente que cree en los Derechos Humanos por encima de cualquier otra cosa. Como recompensa por esa lucha, el Tío Sam, con la ayuda de su lacayo británico, lo tiene encarcelado en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, donde permanece encerrado en una celda durante veintitrés horas al día, esperando que en cualquier momento el Reino Unido decida extraditarlo a Estados Unidos, un país que va a legalizar de nuevo los pelotones de fusilamiento y que le acusa de espionaje y alta traición, delitos por los que podría ser asesinado legalmente. Entre tanto, ninguno de los responsables de las matanzas realizadas en Irak, Siria, Libia, Yemen o Afganistán está acusado de nada, viven a cuerpo de rey, con la satisfacción del deber cumplido y la chaqueta plagada de medallas. Todas las fuentes consultadas, desde sus familiares hasta periodistas de distintos medios como observadores internacionales, afirman que Assange está en una situación delicadísima de salud, con pérdida del sentido de la orientación, de la capacidad de coordinar pensamientos y con una delgadez extrema que delata un deterioro enorme de su salud.

Entre el tiempo de asilo político en las embajadas y el que lleva detenido, Julián Assange suma once años, once años de cautiverio por defender los derechos humanos

En la misma circunstancia de encuentra Edward Snowden, alto funcionario de la temible Agencia Central de Inteligencia (CIA) y de la peligrosa Agencia de Seguridad Nacional (NSA), agencias más propias de regímenes plenamente dictatoriales que de un país democrático. Snowden osó rebelar a los diarios The Guardian The Washington Post los planes de ambas organizaciones para crear un sistema de vigilancia global que controlase, apoyado en las redes sociales, los movimientos, y hasta los pensamientos, de todos los seres humanos del planeta, una especie de gran hermano -que como estamos viendo avanza a velocidad de vértigo- que mediante la utilización de algoritmos y bot se introdujese en el interior de cada casa, de cada ciudadano para eliminar cualquier tipo de disidencia. Al igual que Assange, Edward Snowden, que se nacionalizó ruso ante la imposibilidad de obtener asilo en otro país, corre serio riesgo de ser condenado a muerte si en algún momento regresa, o es regresado, a Estados Unidos, país que lleva décadas retrocediendo en valores democráticos y en el que se está imponiendo la Ley del Talión del Código de Hammurabi versión Antiguo Testamento, pero sólo de arriba a abajo, es decir, si un policía asesina a un negro, la presunción de inocencia y de veracidad del testimonio del asesino predominará sobre cualquier otro factor; si por el contrario es un negro, un hispano o un pobre sin más, quien asesina a un policía, entonces sí, la silla eléctrica estará en perfecto estado de revista para quemar vivo a un hombre juzgado de antemano con las mínimas garantías.

Son sólo dos ejemplos, hay muchos más, pero creo que bastan para hacernos una idea de la situación en la que nos movemos, del uso espurio que se hace de palabras tan hermosas y fundamentales como democracia, libertad, justicia, un uso que está dejándolas vacías de contenido y en manos de quienes las odian. El viejo mundo se muere, sí, pero lentamente, sin que los ciudadanos queramos darnos cuenta de que la maquinaria tecnológica que se está montando sin que existan leyes democráticas válidas para controlar sus efectos perniciosos, demoledores, está al servicio de las grandes corporaciones, de los gobernantes más dóciles y desaprensivos, en contra de las libertades y los derechos humanos.

Al otro lado, como casi siempre, está Francia, de nuevo en solitario, resistiendo un día y otro contra los gobernantes que hacen caso omiso del pueblo alegando que todo lo hacen por su bien

El viejo mundo se muere a manos de las nuevas tecnologías, pera hay otro más viejo que reclama ridículamente su derecho a volver a existir, es el mundo del antiguo régimen, el de Tamames, de los arrepentidos, de los oportunistas, de los logreros, de los que un día quisieron ser rebeldes para ver si eran algo y luego no fueron nada, de los que creen que no existe alternativa fuera de su pequeño y miserable mundo. Al otro lado, como casi siempre, está Francia, de nuevo en solitario, resistiendo un día y otro contra los gobernantes que hacen caso omiso del pueblo alegando que todo lo hacen por su bien. A la rebelión francesa, debieran haber seguido la del resto de países europeos, pero de momento hemos optado por la ceguera, por taparnos los ojos, por vendarnos la boca. Macron piensa que es tiempo de autoridad, que una parte de la sociedad francesa y del mundo pide mano dura, ley y orden, que la extrema derecha está llamando a la puerta, que si te comportas como ella tal vez no venga porque ya haces tú su trabajo. Nos preocupa Ucrania, las matanzas, pero sobre todo Rusia y China, transformadas de nuevo por los medios en amenaza terrible para el orden establecido.

Sin embargo, la verdadera amenaza está dentro de nosotros, en una sociedad atemorizada y manipulada. No sé que es primero si el miedo o la manipulación, lo que sé es que ambos conceptos van indisolublemente unidos y en perfecta simbiosis. Nos meten miedo por cien mil cosas que apenas nos afectan, a los extranjeros, a los pobres, a los que no actúan como nosotros, a los que hablan despacio y piensan mucho lo que dicen, a los que no gritan. Pero difunden como cosa natural la persecución a Assange o Snowden, las ochocientas bases militares que Estados Unidos tiene repartidas por todo el mundo, el incomprensible desbarajuste bancario o la Ley Mordaza, los bulos sin consecuencia para quienes los articulan, la pobreza de quienes nunca han tenido la oportunidad de ser un poco felices. Entre tanto, en ese claroscuro del que hablaba Gramsci, van creciendo los monstruos con nuestro consentimiento, con nuestro silencio, con nuestra anuencia, hasta que llegue el día en que nos puedan desaparecer sin que nadie se dé por aludido, hasta que llegue el momento en que la crisis climática, la desigualdad creciente y la acumulación de capitales hagan en extremo difícil levantarse de la cama y abrir las ventanas.

Hasta entonces, podemos seguir con el móvil, haciendo el payaso, escondiendo la cabeza, si es que queda algo dentro. Luego, siempre nos quedará Netflix o Amazon Prime. ¿Podemos ser más felices?  

El viejo mundo se muere y el nuevo…