sábado. 27.04.2024

En las ciencias sociales la invención de conceptos y categorías es siempre arriesgada por lo que puede tener de banalización o simplificación de realidades complejas. En la actualidad tenemos el concepto de “trumpismo” que empieza a aparecer en los medios  de comunicación y que está conectado a ciertas conductas del anterior Presidente estadounidense Donald Trump.

Sin pretender convertirlo en categoría científica, el trumpismo (podemos quitarle las comillas) puede ayudar a entender algunos fenómenos políticos relativamente nuevos que han aparecido en Estados Unidos durante la Presidencia de Trump y, sobre todo (como veremos a continuación), tras su derrota electoral en noviembre de 2020. A nuestro entender, el fenómeno del trumpismo está saliendo de Estados Unidos y se está extendiendo por el resto del continente americano y también, con otros rasgos, por Europa.

A mi juicio, el trumpismo pretende derogar el principio de alternancia que es uno de los elementos estructurales de la democracia

Pero, lo primero que debemos plantear es qué se entiende por trumpismo, dada la amplitud de elementos que podemos encontrar en la conducta de Trump durante y después de su Presidencia. Identificar el trumpismo con una determinada política neoliberal extremista en lo económico y en lo social no parece suficiente porque esa misma política económica y social la practicó Reagan con creces y también, en menor medida, Bush hijo.

Tampoco se puede identificar el trumpismo con un cierto populismo que moviliza a sectores populares preferentemente blancos y pobres. Ni siquiera se debe identificar el trumpismo con la ocupación violenta del espacio público (aunque esa ocupación, como se vio el 6 de enero de 2021, es un instrumento al servicio del mismo). A mi juicio, el trumpismo pretende derogar el principio de alternancia que es uno de los elementos estructurales de la democracia, como señaló Hans Kelsen en Esencia y valor de la democracia (1923).

Trump agotó todos los medios posibles para que cada Estado no proclamara los resultados que daban por vencedor a Biden

Puestos a caracterizar el trumpismo, lo esencial de esta tendencia es que niega que en el Estado democrático se puedan producir la alternancia de partidos tras la celebración de elecciones. ¿De qué manera? Como hizo Trump entre noviembre de 2020 y enero de 2021, es decir, inventando antes de la celebración de elecciones un falso fraude electoral que estaría cometiendo el adversario. Esta invocación de fraude parece un tanto fantástica porque lo denunciaba quien tenía todo el poder político en Estados Unidos y se imputaba a quien no lo tenía.

Tras ese ponerse la venda antes del descalabro, el paso siguiente del trumpismo fue denunciar el efectivo fraude electoral, sin aportar pruebas, pero difundiéndolo con mucha insistencia, de modo que una parte de los electores derrotados y una parte de la dirección del partido derrotado llegaron a comprar las fake news. El tercer paso fue no hacer ningún reconocimiento público de la derrota y hasta poner dificultades al traspaso del gobierno al vencedor real. El cuarto paso fue intentar que el vencedor no fuera proclamado como tal y para ello se utilizan los medios jurídicos que permite cada ordenamiento y en Estados Unidos Trump agotó todos los medios posibles para que cada Estado no proclamara los resultados que daban por vencedor a Biden.

Y si fracasan las vías jurídicas (jurídicas, que no legales porque Trump pretendía utilizar ilegalmente los instrumentos del ordenamiento), el quinto y definitivo paso es intentar retener el poder por la fuerza, como ocurrió en Washington el 6 de enero de 2021, cuando Trump organizó el asalto al Capitolio con la esperanza de que las masas trumpistas impidieran la proclamación de Biden como Presidente.

El principal partido de la derecha española no asumió democrática y lealmente la moción de censura de 2018 ni el resultado de las elecciones de noviembre de 2019

Lo que ha ocurrido en Brasilia el 9 de enero en la plaza de los Tres Poderes es un calco del modo trumpista de retener el poder, con apenas pequeñas diferencias, pero con un esquema muy similar. La diferencia más notable es que los partidarios de Bolsonaro han llegado tarde, pues hace falta mucha técnica del golpe de Estado para intentar derrocar a un Presidente que ya ha tomado posesión. No es imposible, como nos enseñó Malaparte, pero necesita forzosamente el apoyo de las Fuerzas Armadas. Por ello cabe pensar que, con la complicidad de la Policía Militar de Brasilia, lo que pretendían los asaltantes de las instituciones brasileñas era provocar una situación de caos que obligara a intervenir a las Fuerzas Armadas, algunos de cuyos mandos probablemente estarían en el complot.

Es decir, lo característico del trumpismo estadounidense y brasileño no es el sustrato golpista que les mueve (es una vieja práctica iberoamericana, pero no de Estados Unidos), sino el intento de impedir la alternancia y de mantener en el poder al gobernante derrotado en las elecciones. Ayer en Estados Unidos, hoy en Brasil, ¿Cuándo volverá a ocurrir en América?

El problema del trumpismo es que empieza a florecer en Europa y. más singularmente, en España. Como aún no ha habido elecciones, no ha habido ocasión de que ningún partido las pierda y quiera ganar en la calle lo perdido en las urnas. Pero indicios hay y esos indicios provienen del Partido Popular.

El principal partido de la derecha no asumió democrática y lealmente la moción de censura de 2018 ni el resultado de las elecciones de noviembre de 2019. Desde entonces combate deslealmente a un Gobierno que considera ilegítimo y ha procurado impedir que los órganos constitucionales que debían renovarse respondieran a las mayorías que emanan del Parlamento.

Lo ha conseguido de momento con el Consejo General del Poder Judicial, que lleva cuatro años sin renovarse y no tiene visos de que pueda elegirse uno nuevo. Y aunque parecía que Núñez Feijóo iba a llegar a un acuerdo con el PSOE, al fin éste obedeció a Díaz Ayuso, a la derecha judicial y a ciertos medios madrileños y se descolgó del pacto.

Y también lo ha intentado hasta el último momento con la renovación de cuatro Magistrados del Tribunal Constitucional, para lo que ha contado con el apoyo del anterior Presidente que se ha implicado en la “operación permanencia” hasta el último momento (incluso con un discurso de despedida inelegante e impropio de un Catedrático de Derecho Constitucional al que se le suponen conocimientos de lo que son los órganos constitucionales). Todo ello con el fin de que el Gobierno no pudiera ejercitar su facultad de designar dos Magistrados, como manda la Constitución.

Si el Partido Popular (con sus aliados en el Tribunal Constitucional y en el Consejo General del Poder Judicial) no ha tenido inconveniente en degradar dos órganos constitucionales introduciéndoles en la política partidista, ¿qué no hará cuando vuelva a pedir las elecciones a finales de 2023? El interrogante no es el resultado de una noche febril de quien firma esta nota. En La Vanguardia del 9 de enero Enric Juliana se planteaba el mismo tema y tras invocar los casos estadounidense y brasileño, afirmaba:

“En las redes de la extrema derecha ya ha comenzado a circular el bulo de que las elecciones pueden ser manipuladas por el Gobierno a través de la empresa encargada del recuento”.

Al día siguiente, el 10 de enero, el director de La Vanguardia, Jordi Juan, comentó también el bulo de la extrema derecha.

Y ya se sabe que los productos que fabrica la extrema derecha española los compra el Partido Popular por lo que incluso paga un sobreprecio. Indicios hay. El mero hecho de que Cuca Gamarra y Núñez Feijóo utilizaran el intento de golpe en Brasil para atacar con poca elegancia al Gobierno y a su Presidente, más la tibieza en condenar ese mismo golpe (de la respuesta de Vox mejor no hablar) nos indica que para el Partido Popular los intentos de no impedir la alternancia democrática no son el principal peligro para la democracia, sino un medio, como otros, para recuperar el poder. La sombra de Trump ya se proyecta fuera del continente americano y ya se le ve descender por encima de la calle Génova.

El trumpismo en América y en Europa