viernes. 26.04.2024

Tempus fugit es un tópico literario por excelencia cuyo significado (“Huye del tiempo”, o también “Tiempo que huye”) alude a la brevedad de la vida y a lo rápido que ésta avanza en sus aconteceres y se desvanece para no volver. Una fugacidad ajena a nuestro control y fuente ancestral de ansiedad desde los orígenes de la humanidad.

Tempus fugit: Blanco-Negro, Invierno-Verano, Alegría-Tristeza, Amor-Odio, Amistad-Enfrentamiento, Pasión-Indiferencia, Éxito-Fracaso, Soledad-Compañía. Pasa el tiempo, pasan los años y estas bipolaridades se repiten cíclicamente conforme las circunstancias se alternan y oscilan entre sus polos más extremos. 

El tiempo pasa, y con él los periodos que el propio tiempo marca como ciclos de nuestro trayecto vital. El tiempo pasa mientras intentamos maquillar la rutina a fuerza de mentiras autoinfligidas. 

A pocos días del regreso al tedio cotidiano, es común idealizar el tiempo vacacional invistiéndolo de virtudes tan sobrevaloradas que impiden apreciar la rutina que subyace en los días de asueto y que, por ser distinta a la habitual, tiende a pasar desapercibida en los sabores y sinsabores, risas y llanto, presencias y ausencias, dolor y alivio, suerte e infortunio, y muchas más probables contingencias que en las vacaciones hacen acto de presencia del mismo modo que sucede en el día a día.

Tanto es así que en lugar de gozar del momento, prevalece el impulso de inmortalizarlo en fotos y videos

Acaece de este modo que mientras el tiempo avanza sin someterse al control de quienes ansían perpetuar muchos instantes de su presente, lamentable y frecuentemente surge la necesidad de presumir de lo que hipotéticamente se disfruta. Tanto es así que en lugar de gozar del momento, prevalece el impulso de inmortalizarlo en fotos y videos. Es difícil comprender las motivaciones que predisponen a la frustración si no se deja constancia inmediata en las redes de una supuesta felicidad o un hipotético alto nivel de vida.

Viene esto a colación de que tanto las vacaciones como los viajes, o incluso detalles personales, se acaban convirtiendo en una crónica social, un conjunto de experiencias en las que fotos y vídeos sustituyen a los verdaderos recuerdos.

Pero regresemos al principio, y hágase cada cual una cuantas preguntas:

¿Que permanecerá después de que el tiempo vacacional haya pasado tan raudo y veloz como siempre sucede?

¿Quedará la arena de las murallas que se fueron derribando conforme se avanzaba por la senda de los días mientras se llevaba la cuenta de lo poco que quedaba de vacaciones?

¿Quedará la nebulosa remembranza de unos días en los que nada se vio con claridad debido a que las ansias de mostrarlo eran mayores que el placer de disfrutarlo?

¿Quedará el cielo estrellado de aquellas noches rutilantes de lluvia de estrellas que apenas si se apreciaron por la urgencia de grabarlas en un video y presumir en las redes de la suerte de haber estado allí?

Ojalá que al menos queden esas inmensas pequeñeces como son la sonrisa de un niño, la mano tibia de quien nos quiere y acaricia cuando nos urge su calor, o sencillamente la espontánea sensación de haber sido feliz incluso a pesar de tantas ansias no satisfechas.

Tempus fugit, de nuevo a la rutina