viernes. 26.04.2024

 En 1913 se fundó en Alicante el periódico republicano El LuchadorSus promotores no tenían un duro pero sabían cómo expresar sus pensamientos, como hacerlos llegar a la gente y, cosa imprescindible, a impresores dispuestos a hacer realidad el sueño. Como la mayor parte de los diarios de entonces, tenía cuatro páginas. La primera era la decisiva, en ella iban los titulares y los artículos de opinión más destacados, muchos de los cuales continuaban en la segunda. Con el tiempo se convirtió en uno de los periódicos más prestigiosos de España no sólo por la seriedad de la redacción, sino por la notoriedad de los colaboradores externos, entre los que destacaban Miguel de Unamuno, Pepín Díaz Fernández, Blasco Ibáñez, Félix de Azzati, Luis de Zulueta, Luis de Sirval, Indalecio Prieto, Gabriel Alomar, Antonio Zozaya, Wenceslao Fernández Florez o Roberto Castrovido.

El diario, que durante años tuvo su redacción en la trastienda del comercio de la madre de José Alonso Mallol, de uno de los fundadores, se financiaba a través de suscripciones y de anuncios, pero con una particularidad: No aceptaba publicidad de empresas o particulares abiertamente monárquicos. Sus redactores estaban convencidos de que esos ingresos hipotecarían tanto el futuro del periódico como su independencia. 

Probablemente sea cierto que apenas queden grandes maestros, que la profesión se haya adocenado, que el espíritu crítico de muchos periodistas haya sucumbido ante la necesidad de comer

Y esa es una de las cuestiones básicas para saber qué le ocurre a la prensa y a los periodistas de nuestros días. Analizar concienzudamente la composición del accionariado de los grandes grupos mediáticos, saber quiénes son los propietarios de los mismos, conocer su ideología y sus vínculos políticos, sus intereses y sus propósitos es fundamental para determinar que está pasando con los medios en nuestros días independientemente del soporte que utilicen, por qué se potencia la información sobre sucesos como si se hubiesen vuelto secuelas de El Caso, por qué dan trato absolutamente natural a opciones políticas de extrema derecha que son incompatibles con cualquier régimen de libertad, por qué critican con énfasis cualquier propuesta que aumente los derechos de los ciudadanos y justifican las que atentan contra ellos, por qué publican bulos aún sabiendo de antemano que lo son, por qué y, en fin, por qué no existe la variedad de medios, sobre todo de grandes medios socializadores de opinión, que exige sin paliativos una verdadera democracia.

Probablemente sea cierto que apenas queden grandes maestros, que la profesión se haya adocenado, que el espíritu crítico de muchos periodistas haya sucumbido ante la necesidad de comer. Es posible, no hay más que mirar los casos de Jesús Cintora, expulsado de todas las televisiones en las que ha trabajado simplemente por hacer informativos de calidad con espíritu crítico, y los de Ana Rosa Quintana o Antonio Ferreras, inamovibles de su programas mañaneros pese a la pésima calidad de los mismos, a los bulos interminables y al tufo reaccionario que desprende el televisor nada más empezar la sintonía. 

No se puede decir que hoy no existan periodistas de enorme valía, lo que sucede es que los dueños de los medios no quieren que estén en primera línea

Pero si no hay tantos maestros como antaño, no se puede decir que hoy no existan periodistas de enorme valía, lo que sucede es que los dueños de los medios no quieren que estén en primera línea, en los horarios de máxima audiencia, porque para ese tiempo prefieren periodistas dóciles, mansos, obedientes, programas de marujeo o fórmulas televisivas copiadas directamente de las parrillas norteamericanas, a las que pagan cuantiosas cantidades en derechos de autor, despreciando de ese modo cualquier iniciativa original conectada a nuestras raíces y al espíritu crítico.

Contaré algo que ha sucedido recientemente y que apenas ha sido recogido ni analizado por los medios. El 21 de octubre pasado nueve jornaleros inmigrantes sufrían un accidente de tráfico en la carretera de La Almudena, pedanía de Caravaca de la Cruz. Murieron tres de ellos y seis fueron hospitalizados con pronóstico grave. La noticia se dio en los informativos escuetamente, sin ningún tipo de análisis, sin ninguna pregunta, sin respuesta alguna. ¿Por qué? En primer lugar porque eran inmigrantes y sus vidas valen mucho menos que las de los nativos. En segundo lugar porque su sufrimiento, su muerte no aumenta la audiencia tanto como cuando alguno de ellos es responsable de algún delito o se le atribuye sin serlo. Ahí sí, los grandes medios y muchos de los pequeños se ceban, se explayan, se regodean, sea o no verdad lo que se les atribuye. 

Preguntas sin respuesta porque el periodismo español -el europeo y el yanqui obran de igual modo- que puede indagar sobre cuestiones tan terribles, no lo hace, mira para otro lado

Sin embargo, la noticia siempre luctuosa de la muerte de seres humanos, esconde algo más que ningún periodista se ha preguntado o al menos ha publicado: Esas personas venían de trabajar de sol a sol recogiendo hortalizas o verduras en los campos de Caravaca por un sueldo miserable; esas personas apenas tienen horas o días de descanso; esas personas suelen vivir en casas que no reúnen las mínimas condiciones de habitabilidad; uno de ellos, normalmente por turno, es el encargado de conducir el automóvil hasta el campo y del campo al domicilio después de un día agotador, en su coche o en el de uno de sus compañeros, casi siempre vehículos de tercera o cuarta mano muy deteriorados. El lugar donde tuvo lugar el accidente no es especialmente peligroso, por lo que cabría preguntarse: Por qué ningún periodista ha investigado lo que sucedió en La Almudena, por qué ningún medio ha seguido la pista al accidente mientras emplean días, semanas y años en cualquier crimen macabro sucedido en cualquier lugar de España. ¿Estarían vivas esas personas si hubiesen sido llevadas al lugar de trabajo por un profesional, si su jornada laboral fuese la legalmente establecida, si hubiesen tenido el derecho al descanso necesario, si se les hubiese pagado lo justo?

Salvo empeños como el de este diario y el de otros, hoy la función del periodismo, cualquiera que sea el soporte, es defender los intereses de las clases privilegiadas

Son preguntas sin respuesta porque el periodismo español -el europeo y el yanqui obran de igual modo- que puede indagar sobre cuestiones tan terribles, no lo hace, mira para otro lado preocupado como está en adormecer conciencias, en adoctrinar a las masas con programas insustanciales, en narrar sucesos criminales para esparcir el miedo o en difundir información subliminar como que la inflación está afectando a todo, incluidos los gastos escolares, cuando saben que en España la Escuela Pública es gratuita.

Estoy convencido de que hay magníficos periodistas y que gracias a ellos podemos vislumbrar algo de lo que pasa si somos capaces de deshacer la madeja de mentiras con las que a diario nos bombardean. Sin embargo, salvo empeños como el de este diario y el de otros que luchan por acercarse a la realidad y contárnosla, hoy la función del periodismo, cualquiera que sea el soporte, es defender los intereses de las clases privilegiadas, ocultar la verdad y desinformar, crear una masa fácilmente manipulable que aborte cualquier alternativa viable de futuro, es decir, servir sin paliativos a la voz de su amo, hecho tan devastador para la democracia que nos obliga a todos los que no tragamos con ruedas de molino a apoyar a otro tipo de prensa, la que da voz a quienes no obedecen a amo alguno.

Qué está pasando con el periodismo