jueves. 25.04.2024

Le pasó a Feijóo y puede pasarle a cualquiera.

Cuando algunos dirigentes políticos levantan la mirada del papel que llevan escrito, corren el riesgo de decir lo que piensan.

Y sucedió que Feijóo levantó la mirada y le dijo al Presidente del Gobierno aquello de “Deje usted de molestar a la gente de bien”.

De no haber agotado su tiempo, y de haber mantenido aquel arranque de sinceridad sin papeles, seguramente hubiéramos podido escuchar de boca del líder del PP el auténtico pensamiento que anima la acción política de la derecha española desde tiempo inmemorial.

En fin, para que las cosas funcionen como tienen que funcionar, cada cual debe ocupar el lugar que le corresponde en el esquema tradicional y lógico de las cosas. La gente de bien, los de arriba, si quieren ustedes llamarlos así, deben seguir arriba, y el resto, los de abajo, deben seguir confortablemente abajo

“Señor Sánchez, deje usted de molestar a la gente de bien.Somos perfectamente conscientes de que vivimos en una sociedad con profundas desigualdades y, por tanto, una sociedad injusta. No estamos ciegos.

Sabemos que una minoría disfruta de ciertos privilegios a costa del padecimiento de la mayoría. Es evidente.

Pero es que las cosas han sido siempre así, y nosotros hacemos política precisamente para que las cosas, al menos estas cosas, no cambien demasiado.

Verá. Para que los propietarios y directivos de las grandes corporaciones disfruten de unos beneficios extraordinarios, sus trabajadores deben soportar condiciones de trabajo precarias y salarios limitados. Porque si no, no salen las cuentas.

Para que esos grandes beneficios se mantengan a salvo de tentaciones redistributivas, los impuestos tienen que ser escasos.

Para que los impuestos sean pocos, las políticas públicas a financiar han de ser limitadas también. Así, todo encaja.

Ahora bien, el que las políticas públicas en sanidad, en educación o en vivienda sean limitadas, no quiere decir que la gente de bien, con recursos propios merecidos, deban pasar penalidades. Eso no tiene sentido.

En consecuencia, el Estado ha de asegurar un ámbito privado de calidad para atender las demandas de la gente de bien, sin olvidar, eso sí, un ámbito público, caritativo y asistencial, de calidad menor, lógicamente, para atender las necesidades de mera supervivencia en el resto de la población. Las gentes de bien no somos insensibles.

Para que toda esta estructura razonable se mantenga, los partidos de izquierda han de existir, dando cauce, sensato, eso sí, a las inevitables quejas y reivindicaciones de los menos favorecidos. Incluso pueden asumir algunos espacios limitados de poder formal, siempre que no pongan en riesgo los fundamentos del sistema.

Claro que los votos son importantes, porque aportan legitimidad al modelo de convivencia del que les hablo. Pero de ahí a considerar que por el solo hecho de ganar elecciones, las formaciones de izquierda puedan darle la vuelta al sistema, con sus reformas laborales, sus salarios mínimos, sus becas y demás, hay un trecho que no conviene recorrer y no vamos a aceptar.

Por eso, cuando alguna formación izquierdista se empodera en demasía, con el argumento falaz de los votos populares y los escaños parlamentarios, la gente de bien ha de hacer uso de sus recursos para asegurar que las cosas sigan siendo como deben ser.

Preferimos hacerlo por las buenas, convenciendo a la mayoría de que le conviene vivir peor que la gente de bien, para que las cosas no se salgan de madre y no tengamos que volver a las andadas. Pero si hay que hacerlo por las malas, también tenemos estómago y experiencia para hacerlo. Lo hemos demostrado.

¿Les molesta tanto principio de realidad? ¿Prefieren que hablemos de principios o de valores? Hagámoslo, pero en serio.

Verán. Todos apreciamos esas llamadas a la igualdad, a la libertad, a la solidaridad, a la justicia social, a la democracia… ¿Quién puede negarse a estos alardes de romanticismo y buena intención?

Pero atiendan. La historia ha demostrado que no hay alternativa a la economía de mercado para administrar los recursos disponibles. Y convénzanse también, el motor del mercado no es otro que la codicia, y su combustible es la desigualdad.

Sin codicia no hay auténtico emprendimiento. Y sin la desigualdad ni la pobreza subsiguiente, no habrá gente dispuesta a someterse a la codicia de los mejores emprendedores.

Por tanto, luchar contra la codicia y la desigualdad es contraproducente. Regúlese, sí, pero poco. Porque a menos codicia y menos desigualdad, menos mercado y menos riqueza.

Que la riqueza generada se reparte mal, claro. De otro modo, la codicia no sería satisfecha. Pero siempre será mejor que se genere riqueza, porque de esta manera algo de esa abundancia llegará a los de más abajo.

En fin, para que las cosas funcionen como tienen que funcionar, cada cual debe ocupar el lugar que le corresponde en el esquema tradicional y lógico de las cosas. La gente de bien, los de arriba, si quieren ustedes llamarlos así, deben seguir arriba, y el resto, los de abajo, deben seguir confortablemente abajo.

Porque lo contrario es la degradación moral, la destrucción de la convivencia, la anarquía, el comunismo, el bolivarianismo… que solo puede conducir al desastre.

En conclusión, le repito, señor Sánchez, en nombre de la gente de bien, deje usted de molestar a la gente de bien.”

Molestando a la gente de bien